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Miguel Littin busca en la fiebre del oro las huellas de su cine

El reconocido director
chileno narra en su último opus, �Tierra del fuego�, la odisea de un aventurero en el extremo sur de América.

En “Tierra del Fuego” actúa
el cubano Jorge Perugorria.
El guión del film está coescrito por el chileno Luis Sepúlveda.

Por Horacio Bernades

No había desde hace tiempo noticias de Miguel Littin, el realizador chileno que supo darle al cine de la región uno de sus hitos mayores (El chacal de Nahueltoro, 1969), además de algún otro título notorio, como Alsino y el cóndor (1985). Littin fue, bajo el gobierno de Salvador Allende, director general de la compañía estatal Chile Films, una de las razones por las que debió exiliarse, tras el golpe de Pinochet. Primero en México, más tarde en España, Littin fue completando, con las dificultades del caso, una obra espaciada e irregular, con títulos como Actas de Marusia (1976) y sendas versiones de Alejo Carpentier (El recurso del método, 1978) y García Márquez (La viuda de Montiel, 1979). Ahora, tras largos años de silencio, el sello AVH presenta, directamente en video, Tierra del fuego, su film más reciente, que tuvo su estreno mundial durante el último Festival de Cannes.
Coproducción entre Italia, España y Chile, Tierra del fuego narra la odisea del europeo Julius Popper más allá del Canal de Magallanes, a mediados del siglo XIX y en busca de oro, por encargo de la por entonces reina de Romanía. La película de Littin cuenta con guión coescrito por el novelista chileno Luis Sepúlveda y el veterano Tonino Guerra, en cuya apabullante foja se apilan La aventura, El eclipse, Zabriskie Point, Amarcord, Casanova, Cristo se detuvo en Eboli, La noche de San Lorenzo, Kaos, La mirada de Ulises y La eternidad y un día, para citar sólo unos pocos títulos. Fotografiada por Giuseppe Lanci, frecuente brazo derecho de los hermanos Taviani, y con Angel Parra a cargo de la música, el cubano Jorge Perugorria encabeza un elenco en el que reaparece Ornella Muti y al que se suma Nelson Villagra, protagonista de El chacal de Nahueltoro y actor fetiche del realizador.
Si el cine fuera cuestión de aritmética, la suma de nombres y antecedentes debería dar por resultado una película buenísima. No siempre es así, y en el caso de Tierra del fuego ocurre que más termina siendo menos. En primer lugar, la diversidad de procedencias, idiomas y acentos típicos de toda coproducción da por resultado, en largos pasajes, algo parecido a un trabalenguas. Está bien que la propia historia narra la convivencia, allá por 1850 y al sur de Punta Arenas, de gentes venidas de todas partes, atraídos por la presunta existencia de oro en la zona. De resultas de ello, en las heladas planicies del sur trasandino se arraciman rumanos, húngaros, austríacos, italianos y gallegos. Todos champurrean un dudoso castellano. No hay más que sumarles a los indios onas, que hablan en su propia lengua y sin subtítulos, para que esta Babel termine de hacerse escarpada. Que el Popper de Perugorria exhiba acento cubano, otros finjan pronunciaciones ajenas y la Muti dialogue en italiano con un coterráneo y en cocoliche en las demás escenas, es expresión de un caos que trasciende lo idiomático.
Hay, en el trayecto y la figura misma de Popper, evidentes reflejos de otros aventureros reales o imaginarios, desde Lope de Aguirre y Fitzcarraldo hasta aquel Orielle Antoine de Tounens, que quiso ser rey en Patagonia. Lo que le falta al antihéroe de Littin, a diferencia de tan ilustres predecesores, es una justificación, una verdad interior que lo explique. Gorro de piel, larga melena renegrida, barba y bigote, el Popper de Perugorria llega hasta aquellos confines como científico ultrarracionalista. Pero sus sueños de oro lo irán llevando al salvajismo, el exterminio y, finalmente, la locura y la fiebre. El problema es que todo esto se intuye en el guión y se informa en los declamatorios diálogos, pero raramente se ve en pantalla. Construida como por retazos, Tierra del fuego salta de una a otra escena sin preocuparse en exceso por el hilo que las vincule.
Del mismo modo, Littin parece querer comulgar los más diversos registros cinematográficos –la alegoría política, el cine histórico, la obra deGlauber Rocha, el cine de aventuras y hasta la love story interracial, al estilo Danza con lobos– no a partir de la reformulación, sino confiando en el simple agregado. Algo parecido ocurría ya con uno de sus films más recientes, cierto Sandino de comienzos de los ‘90 en el que convicción política y gran espectáculo alla Hollywood pretendían convivir, pero se llevaban a las patadas. Daría la impresión de que los años trataron mejor a aquel Chacal de Nahueltoro, tan vigente hoy como entonces, que a su propio autor. Quien, como Julius Popper, parece haber perdido la huella.

 

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