Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


UN TEXTO DE 1977, OTRO DE 1995
De Ancla a la confesión

Los asesinatos de Rodolfo Walsh, Eduardo Suárez y Patricia Villa, el secuestro de Lila Pastoriza, el exilio de Carlos Aznares y Lucila Pagliai desmantelaron la Agencia de Noticias Clandestina. Del grupo de periodistas reunidos por Walsh para quebrar el bloqueo informativo de la dictadura sólo quedaron su compañera, Lilia Ferreyra, y Horacio Verbitsky. La publicación de ANCLA se reanudó el 10 de agosto de 1977, con el despacho que se reproduce en esta página. Dieciocho años después, el 3 de marzo de 1995, Verbitsky publicó en este diario la primera confesión de uno de los perpetradores de la guerra sucia militar contra la sociedad argentina, el marino Adolfo Scilingo, quien narró cómo quitó la vida a 30 prisioneros indefensos. A continuación, ambos textos.

El capitán Scilingo recibe en la Casa Rosada al ex secretario de Estado de Estados Unidos, Alexander Haig.

Por Horacio Verbitsky

El capitán de Corbeta Adolfo Francisco Scilingo, ex jefe de automotores de la Escuela de Mecánica de la Armada y compañero de promoción del capitán de fragata Juan Carlos Rolón, denunció ante la Justicia por encubrimiento al jefe de Estado Mayor de la Armada, almirante Enrique Molina Pico. En una carta-documento, Scilingo había exigido que Molina Pico “informara a la ciudadanía y en especial a los señores senadores, cuáles fueron los métodos que la Superioridad ordenó emplear para detener, interrogar y eliminar al enemigo durante la guerra contra la subversión y, en caso de existir, el listado de los mal llamados desaparecidos.” Ante la falta de respuesta formuló la denuncia criminal, la primera que un oficial de las Fuerzas Armadas presenta contra un superior a raíz de la guerra sucia. La causa está llamada a producir una profunda conmoción en la Armada, que aún no ha superado el impacto de las declaraciones ante el Senado de los capitanes de fragata Rolón y Antonio Pernías.
En octubre del año pasado, Rolón reveló al Senado que todos los oficiales de la Armada habían intervenido en las operaciones clandestinas. El capitán de fragata Antonio Pernías dijo a los senadores que los tormentos a los prisioneros eran la herramienta del trabajo de inteligencia. Pero hasta ahora ningún protagonista había revelado qué pasaba con las víctimas luego de los interrogatorios. Según Scilingo, entre 1500 y 2000 detenidos en la Escuela de Mecánica de la Armada fueron arrojados con vida al Océano Atlántico desde aviones de la Marina de Guerra y la Prefectura Naval durante los años 1976 y 1977, por órdenes impartidas orgánicamente a través de la cadena de comando de la Armada. Los organismos de derechos humanos calcularon entre 4000 y 5000. Scilingo nunca fue mencionado por sobrevivientes ni llevado a juicio. Antes de la denuncia criminal contra Molina Pico, había escrito cartas al ex dictador Jorge Videla, al ex jefe de Estado Mayor de la Armada, almirante Jorge Ferrer y al presidente Carlos Menem, solicitándoles que se informara al país sobre el tema. Ninguno le contestó. En la carta a Ferrer, Scilingo decía que en la Escuela de Mecánica de la Armada “me ordenaron actuar al margen de la ley y me transformaron en delincuente”.

Una muerte cristiana

Scilingo sostiene que como toda la Armada participó en esos operativos, el Senado no debería impedir los ascensos de Rolón, Pernías y Alfredo Astiz. Añade que otros oficiales que hicieron lo mismo fueron ascendidos, entre ellos quien le impartió a él las órdenes. Pero no reivindica aquellos asesinatos, por los que se siente culpable. Tampoco se considera un arrepentido sino alguien cuya perspectiva de los hechos cambió a raíz de la actitud vergonzante de sus superiores. En uno de los vuelos perdió pie frente a la portezuela abierta y estuvo a punto de caer al vacío. Ese episodio lo perturba en sueños, pero los análisis practicados en el Hospital Naval indican que no padece ningún trastorno psiquiátrico. Aunque está retirado, sigue razonando en términos institucionales, como un hombre de la Armada. En la vida civil fue procesado por estafa, cuando una persona que él había presentado a una distribuidora de películas pagó siete videocasetes con un cheque de una cuenta cerrada, por menos de cien pesos. Scilingo canceló la deuda y apeló la decisión judicial. En otra causa se lo investiga por haber adquirido un auto robado, según él de buena fe. El temor de que la Armada divulgara esos episodios para desacreditarlo demoró su decisión de reclamar la verdad sobre los desaparecidos. “Pero entre una cosa y otra, me siento mejor hablando.”
Según su relato, la eliminación de los prisioneros mediante un método no contemplado en los reglamentos militares respondió a una decisión orgánica, que fue comunicada a todos los oficiales con destino en el área naval Puerto Belgrano luego del golpe de 1976 por el Comandante de Operaciones Navales, vicealmirante Luis María Mendía, y en forma rotativa participaron todos los oficiales de la Armada. “Mendía dijo en el cine de la base que los subversivos que fuesen condenados a muerte o que se decidiese eliminarlos iban a volar, y así como hay personas que tienen problemas, algunos no iban a llegar a destino. Y dijo que se había consultado con las autoridades eclesiásticas para buscar que fuese una forma cristiana y poco violenta”, explicó Scilingo al autor de esta nota. Al regresar de los vuelos, los capellanes confortaban a los oficiales con citas de los Evangelios sobre la necesaria separación del yuyo del trigal, agregó.
El participó en dos de esos vuelos por orden del jefe de defensa de la ESMA, capitán de fragata Adolfo Mario Arduino, quien luego ascendió a vicealmirante y fue Comandante de Operaciones Navales.
–En las conversaciones entre ustedes, ¿cómo se referían a eso?
–Se le llamaba un vuelo. Era normal, aunque en este momento parezca una aberración. Así como Pernías o Rolón dijeron a los senadores que el tema de la tortura para sacar información al enemigo era lo que se había adoptado en forma regular, esto también. Cuando recibí la orden fui al sótano, donde estaban los que iban a volar. Abajo no quedaba nadie. Ahí se les informó que iban a ser trasladados al sur y que por ese motivo se les iba a poner una vacuna. Se les aplicó una vacuna quiero decir una dosis para atontarlos, sedante. Así se los adormecía.
–¿Quién la aplicaba?
–Un médico naval. Después se los subió a un camión verde de la Armada con toldo de lona. Fuimos a Aeroparque, entramos por la parte de atrás. Se cargaron como zombies a los subversivos y se embarcaron en el avión.
–¿Usted sigue pensando en ellos con esa palabra o la usa ahora porque estamos grabando?
–Yo le estoy describiendo el hecho como era en ese momento.
–Por eso le cambio el tiempo. ¿Ahora sigue pensando en subversivos?
–No.
–¿Cómo lo diría con sus palabras de hoy?
–Cuando yo hice todo lo que hice estaba convencido de que eran subversivos. En este momento no puedo decir que eran subversivos. Eran seres humanos. Estábamos tan convencidos que nadie cuestionaba, no había opción, como dijo Rolón en el Senado. Que el país estaba en una situación caótica, sí. Pero hoy le digo que de otra forma se podría haber solucionado sin problema. Lo pienso hoy y no había ninguna necesidad de matarlos. Se los podría haber escondido en cualquier lugar del país.
–¿Quiénes participaron?
–La mayoría de los oficiales de la Armada hizo un vuelo, era para rotar gente, una especie de comunión.
–¿En qué consistía esa comunión?
–Era algo que había que hacerlo. No sé lo que vivirán los verdugos cuando tienen que matar, bajar las cuchillas o en las sillas eléctricas. A nadie le gustaba hacerlo, no era algo agradable. Pero se hacía y se entendía que era la mejor forma, no se discutía. Era algo supremo que se hacía por el país. Un acto supremo. Cuando se recibía la orden no se hablaba más del tema. Se cumplía en forma automática. Venían rotando de todo el país. Alguno puede haberse salvado, pero en forma anecdótica. Si hubiera sido un grupito, pero no es cierto, fue toda la Armada.
–¿Cuál era la reacción de los detenidos cuando les decían de la vacuna y del traslado?
–Estaban contentos.
–¿No sospechaban de qué se trataba?
–Para nada. Nadie tenía conciencia de que iba a morir. Una vez que decolaba el avión, el médico que iba a bordo les aplicaba una segunda dosis, un calmante poderosísimo. Quedaban dormidos totalmente.
–Cuando los prisioneros se dormían, ¿qué hacían ustedes?
–Esto es muy morboso.
–Morboso es lo que hicieron ustedes.
–Hay cuatro cosas que me tienen mal. Los dos vuelos que hice, la persona que vi torturar y el recuerdo del ruido de las cadenas y los grillos. Los vi apenas un par de veces, pero no puedo olvidar ese ruido. No quiero hablar de eso. Déjeme ir.
–Esto no es la ESMA. Usted está aquí por su voluntad y se puede ir cuando quiera.
–Sí, ya sé. No quise decir eso. Hay detalles que son importantes pero me cuesta contarlos. Lo pienso y me rayo. Se los desvestía desmayados y, cuando el comandante del avión daba la orden en función de donde estaba el avión, mar afuera de Punta Indio, se abría la portezuela y se los arrojaba desnudos uno por uno. Esa es la historia. Macabra historia, real, y que nadie puede desmentir. Se hacía desde aviones Skyvan de Prefectura y en aviones Electra de la Armada. Yo, que estaba bastante nervioso por la situación que se estaba viviendo casi me caigo y me voy por el vacío. Patiné y me agarraron.
–¿Cómo llevaban a las personas dormidas hasta la puerta?
–Entre dos. Los levantábamos hasta la puerta.
–¿Qué cantidad de personas calcula que fueron asesinadas de ese modo?
–De 15 a 20 por miércoles.
–¿Durante cuánto tiempo?
–Dos años.
–Dos años, cien miércoles, de 1500 a 2000 personas.
–Sí.
–Usted mencionó dos vuelos en el mismo mes.
–Sí, en junio o julio de 1977. El segundo vuelo fue un día sábado. Siguiendo la teoría de ese entonces de la Armada, también había invitados especiales.
–¿Qué quiere decir invitados especiales?
–Oficiales de la Armada de mayor jerarquía, que no participaban pero que venían en el vuelo para darnos respaldo, por ejemplo capitanes de navío, oficiales superiores de otros destinos.
–¿Ellos qué hacían?
–Nada. Era una forma de dar apoyo moral a la tarea que uno estaba haciendo. Iban sentados y después durante la operación se pararon y estaban ahí mirando.
–¿Qué personal naval iba en cada vuelo?
–En la cabina iba la tripulación normal del avión.
–¿Y con los prisioneros?
–Dos oficiales, un suboficial, un cabo y el médico. En mi primer vuelo, el cabo de Prefectura desconocía totalmente cuál era la misión. Cuando se da cuenta a bordo lo que tenía que hacer entra en una crisis de nervios. Se puso a llorar. No entendía nada, se le trabucaban las palabras. Yo no sabía cómo tratar a un hombre de Prefectura en una situación tan crítica. Al final lo mandan a cabina. Terminamos de desvestir a los subversivos.
–Usted, el otro oficial, el médico.
–No, no. El médico les daba la segunda inyección y nada más. Después se iba a la cabina.
–¿Por qué?
–Decían que por el juramento hipocrático.
–¿A nadie le llamaba la atención que una decisión tan grave como quitar la vida a las personas no proviniera de una normativa refrendada en forma responsable?
–No. No existe ninguna fuerza armada donde todas las órdenes se hacen por escrito, sería imposible mandar. El sistema que estaba montado para eliminar a los elementos subversivos era orgánico, tanto podía decir fusilamiento como otro tipo de eliminación.
–¿Nadie preguntó por qué no se firmaban órdenes de fusilamiento y se ejecutaban en forma pública por un pelotón?
–Sí, fue uno de los temas que se plantearon en aquella reunión con Mendía. No se daba a conocer qué pasaba con los detenidos para evitar la información y crear incertidumbre en el enemigo. El tiempo demostró que la razón era otra, porque muchos años después, en los juicios, nadie dijo lo que había pasado. Se puede aceptar no hablar, porque son secretos de guerra, durante un determinado período. Pero terminada la guerra ya esto es historia y pienso inclusive que le hace bien a la República que se sepa no sólo qué se hizo, sino que es obligatorio que se entreguen las listas de abatidos o muertos, por el sistema que sea, para que de una vez por todas se termine con esa situación insólita de desaparecidos. ¿Por qué no se le ha dicho la verdad a la ciudadanía, después de veinte años, si se actuó como Armada Argentina, si estábamos cumpliendo órdenes perfectamente dadas a través de la cadena de comando?
–La mafia de Sicilia también obedecía órdenes de Totó Riina. Cumplir órdenes no califica a una institución.
–Pero si usted está dentro de una organización armada, siempre recibe órdenes, cumple órdenes o da órdenes. En la Armada no hay compañeros, hay más y menos antiguos.
–Pero esas órdenes tienen que ser legales.
–No existen en la Armada órdenes que no sean legales. Ahora, si usted me pregunta qué pienso hoy, es otra cosa, pero en ese momento no tenía ninguna duda.
–¿Hoy qué piensa?
–Si hubieran sido órdenes legales nadie tendría vergüenza de decirle a todo el mundo qué pasó, cómo se luchó. Si usted me exige que defina si actuamos dentro o fuera de la ley, yo creo que actuamos como delincuentes comunes.
–En aquel momento, ¿nadie tuvo un instante de duda sobre la legitimidad de esas órdenes de arrojar detenidos al mar desde un avión en vuelo? La formación cristiana, la educación militar, ¿no entraban en contradicción con esto?
–Los pocos que se fueron de la Armada se opusieron evidentemente a esto. Casi todos pensábamos que éramos traidores, perdón, que eran traidores.
–¿Cuántos conoce que se hayan ido?
–[El capitán de fragata Jorge] Búsico y otro que no recuerdo el nombre.
–¿Otros compañeros suyos también se sintieron perturbados?
–En el fondo todos se sentían perturbados.
–¿Pero hablaban entre ustedes?
–Era tabú.
–¿Ustedes iban, tiraban treinta personas vivas al mar, volvían y no hablaban entre ustedes del tema?
–No.
–¿Retomaban la rutina como si eso no hubiera existido?
–Sí. Todo el mundo lo quiere borrar. Yo no puedo. Si lo que yo digo es cierto, que se actuó dentro de las normas militares, cumpliendo órdenes y no hay duda de que todo estaba bien, ¿por qué se oculta? Pero usted me dice que actuábamos como banda.
–Actuaban como banda e hicieron cosas que van en contra de las leyes de la guerra, de las convenciones internacionales, de la moral cristiana, de la moral judía, de la moral musulmana.
–El fusilamiento es otra inmoralidad. ¿O está mejor? ¿Quién sufre más, el que sabe que lo van a fusilar o el que murió mediante este método?
–El derecho de saber que va a morir es de elemental respeto a la dignidad humana, aun en una situación límite.
–En eso estoy de acuerdo con usted. Si yo estuviese del otro lado preferiría saberlo. Tiene razón. En ese momento no lo pensé.
–¿No le parece que el hacerlo de esa manera es, aparte de todo, una enorme cobardía, evitar la mirada de la persona que se va a matar, llevarlos contentos, con engaños, para poder después volver y hacer de cuenta que no pasó nada, para no recordar ni un grito ni una mirada?
–Planteado así, puede ser. Que no es un acto normal, hoy no tengo ninguna duda. Yo lo condeno, y no porque me quiera justificar. Creo que es injustificable. Pero también creo que es injustificable seguir ocultándolo. No creo que haya aberración mayor para un padre que tener un hijo desaparecido. Un hijo está vivo o está muerto, pero desaparecido no existe. Y eso es culpa de las Fuerzas Armadas.
–¿Y eso a nadie se le pasó por la cabeza en el momento en que lo hacían?
–No.
–Entonces aparte de ser una banda de delincuentes, eran enfermos. Ahora lo dice con toda claridad. Una aberración culpa de las Fuerzas Armadas.
–Esta aberración es responsabilidad de las Fuerzas Armadas y ahora también del gobierno, que debe exigirles que den a publicidad el listado de los muertos.

 

PRINCIPAL