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RELATOS EN PRIMERA PERSONA DE VICTIMAS DEL REPRESOR RICARDO MIGUEL CAVALLO
Seis historias del horror

En una celda en México, el ex oficial naval de la ESMA espera ser extraditado a España, para responder a cargos por tortura, genocidio y asesinato ante el juez Baltasar Garzón. Seis sobrevivientes cuentan el horror que les hizo vivir y pintan su personalidad patológica y cruel.

Por Francesc Relea *

Ricardo Miguel Cavallo espera, encerrado en México, que termine el juicio de extradición que lo hará enfrentarse al juez Baltasar Garzón. Ex oficial de la Armada actuó en los años negros de la dictadura en la Escuela de Mecánica de la Armada. Impune, vivía y hacía negocios en México protegido por una identidad y documentos falsos. Pero el 24 de agosto del año pasado fue detenido cuando trataba de escapar de su dorado exilio y volver a Argentina, por pedido de Garzón, que lo acusa entre otros delitos de “genocidio, terrorismo desarrollado por medio de secuestro, toma de rehenes, seguida de desapariciones y torturas”.
Los relatos de este reportaje son escalofriantes y el mejor exponente de la perversión de un régimen que engendró seres tan despreciables como el oficial detenido en México. Son testimonios de ciudadanos vejados en lo más hondo de su ser por defender no importa qué ideales, que vivieron salvajes sesiones de tortura, que perdieron a sus seres queridos, que no pueden ocultar las huellas del martirio y que no han perdido ni un ápice de su dignidad en su reclamo permanente de justicia.

Cristina Muro
Edad: 48 años. Profesión: psicóloga social. Historia: su marido fue secuestrado en 1977. En 1996, Muro supo que su esposo no había sobrevivido a las torturas, pero oficialmente sigue siendo un desaparecido. Ella misma y su bebé de seis días fueron torturados por parte de un operativo dirigido por Cavallo.

“Pasaron 19 años desde que detuvieron a mi marido, Carlos Alberto Ciapolini, militante de Montoneros (grupo guerrillero contrario a la dictadura) hasta que me enteré de que murió asesinado en la ESMA. Sigue siendo un desaparecido, nunca me entregaron el cuerpo. Yo tenía 25 años, un hijo de dos años y medio y un bebé de seis días. Aquél sábado, mi marido se fue muy temprano, ya que tenía que encontrarse con unos compañeros y no regresó.
“Avanzaba la mañana y Carlos no volvía. No sabía qué hacer. Era un sábado de carnaval. Terminaba de dar el pecho al bebé, lo puse en la cuna y me asomé por la ventana. En aquel instante oí una voz a mi espalda que decía: ‘Quieta, arriba las manos’. Era un hombre joven, de tez muy blanca, rubio. Se acercó y me agarró de los brazos. Grité: ‘¡Mi marido! ¿qué le pasó a mi marido?’ ‘Lo tenemos detenido’. Inmediatamente entraron un montón de hombres armados hasta los dientes. Me tiraron al suelo y, boca abajo, con los brazos y piernas abiertos, me golpeaban cada vez que gritaba. ‘No te muevas, callate’. Me abrieron los puntos del parto a patadas. Uno de ellos tenía a mi bebé en pañales, boca abajo, agarrado por los piecitos y con una pistola en la boca. ‘¡Te callás o disparo!’ Era todo una locura. Revolvían y rompían todo, buscaban fotos... Me levantaron y luego me descompuse.
“Cuando desperté me di cuenta que nadie me tocaba ni me pegaba. Me levanté y llamé a la puerta de una vecina. Tenía el camisón roto, ensangrentado. El bebé había quedado en el suelo de mi apartamento, sin ropa. Me fui a vivir con mi madre en la Boca y empecé a buscar a mi marido. Recorrí medios de comunicación, fui al Comando en Jefe de la Marina, donde atendía el obispo castrense, monseñor Grazelli. Nadie me daba una pista. El obispo, en vez de darme información, empezó a pedirme nombres de amigos de mi marido. Quería que delatara a gente.
“Yo decía a todo el mundo: ‘A mi casa entró un tipo muy joven que era rubio’. ‘Sería Astiz’, me decían. Cuando salieron las fotos de los represores, tras la guerra de Malvinas, comprobé que no era Astiz. ¿Quién sería? Pasaron los años. Obtuve algunos datos sobre Carlos, mi marido, y comprobé que estuvo en la ESMA. Me dijeron que allí había otro tipo que encajaba con mi descripción del joven rubio que irrumpió en mi casa. Era Cavallo. Unos le llamaban Marcelo, otros Ricardo, Miguel Angel, Sérpico...Hasta que una ex detenida, Ana María Testa, mostró en un documental una foto de este tipo. Quedé petrificada. ¡Era él!
“Era 1996 cuando preparábamos la gran marcha con un ex detenido de la ESMA que había sido compañero de militancia de mi marido y que lo vio morir. Me contó cómo por debajo de la capucha le veía pasar arrastrado por sus verdugos. Allí me confirmaron que Cavallo estaba aquel día en la ESMA, que era del Servicio de Inteligencia de la Marina y que era compañero de promoción de Astiz. Mi marido agonizó durante dos días después de las torturas y murió tres días después de ser detenido. Cavallo me había dicho: ‘A tu marido lo tenemos detenido’. Era el jefe del operativo en mi casa. Cuando le vi detenido en México, le reconocí enseguida.
“El 24 de agosto del año 2000 era el 27º aniversario de mi boda. Estuve todo el día diciendo: tengo que jugar un número a la quiniela y mi marido me va a regalar algo grande. Me llamaron para decirme que ese día habían detenido a Cavallo en México. Fue muy fuerte. Era encontrarme cara a cara, a través de la televisión, con el que entró en mi casa y fue responsable de lo que me pasó aquél día. Era volver a recordar lo que viví y saber que él es responsable de lo que le pasó a mi marido adentro. Cuando el juez Garzón se enteró de que había un testimonio nuevo, que no había declarado nunca y que implicaba a Cavallo, me citó. Viajé a España. El 1º de setiembre pasado estuve una hora y media en la Audiencia Nacional.”

Ana Testa nunca se recuperó de la tortura. Cavallo se instalaba en su casa y convivía con su familia.
José Miño dice que Cavallo tiene una doble personalidad, salvaje en un momento, casi amable en otro.

Mario Villani
Edad: 61 años. Profesión: físico. Historia: ex técnico en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Fue secuestrado en 1977. Los verdugos de la ESMA trataron de aprovechar su dominio de la física para mejorar sus técnicas de tortura.

“Me secuestraron el 18 de noviembre de 1977, en plena dictadura. Un año antes había caído uno de mis mejores amigos, el físico Antonio Misetich. Aquel mismo día presenté mi dimisión de la CNEA. Claro, lo que tenía que haber hecho es irme del país. Me puse a trabajar de cualquier cosa. Hasta que me secuestraron. Sospechaban que andaba cerca del peronismo y podía ser montonero. La persona que me delató era la pareja de un montonero. La deducción no era difícil. Pero no sabía qué preguntarme porque ignoraban cuál era mi compromiso. Siguieron sin saberlo.
“Me llevaron primero al Club Atlético, un campo de concentración que hoy está demolido. Era una instalación de la Policía Federal. Después pasé por otros, hasta que me trasladaron a la ESMA, donde llegué en marzo de 1979. Estuve allí hasta agosto de 1981, fecha en la que salí en libertad. Libertad con comillas, porque aún estábamos en dictadura. Simplemente me dejaron ir a mi casa. Pero me seguían controlando.
“En aquella época, Cavallo, a quien conocí como Marcelo, aunque otros detenidos lo conocieron como Sérpico y Ricardo, era un oficial de operaciones y de Inteligencia. Es decir, intervenía en los secuestros y participaba en los interrogatorios. Además era el encargado de la pecera. Era un sector donde estaba la gente en proceso de recuperación haciendo trabajos, esencialmente resúmenes de prensa. Yo estaba en este grupo. Recibía cada mañana los ocho diarios que salían en la capital, y me ocupaba de subrayar los artículos de ciencia y técnica, en lo nacional, y de Oriente Medio y Africa, en lo internacional. Cada uno hacía un resumen de prensa de sus temas, que editaba en fotocopias y se distribuía entre los oficiales. En una ocasión me obligaron a reparar una picana, un generador de alta tensión de 12.000 voltios y baja corriente que era utilizado para aplicar descargas a los detenidos. Me negué, hasta que comprobé que los torturadores empezaron a usar otro aparato sin limitación de corriente, mortal.
“Todo el trabajo lo coordinaba Cavallo. Entonces era capitán de corbeta. Siempre vestía de civil. Para mí, siempre fue Marcelo. En mis testimonios ante los tribunales presenté una lista de 170 represores, tanto en el juicio a las Juntas como en lo de Garzón, y en el juicio en Italia, y endistintos juzgados en los que declaré. A los torturadores los conocí por su apodo o nombre de guerra. Cuando salí en libertad empecé a conectarme, a través de los organismos de derechos humanos, con familiares de detenidos que había visto en los campos. Fue muy laborioso, no conocía los nombres de los represores ni el de muchos detenidos. Teníamos prohibido llamarnos por nuestros nombres. Nos ponían un código, yo era X96. Empecé a ver fotografías, descripciones y familiares que buscaban a sus seres queridos, y empecé a atar cabos. A través de los años fui acumulando datos, hasta formar una base que ahora tengo en mi computadora. Más de 170 nombres de represores. Entregué todo el material a Garzón y a los jueces italianos.
“Un día me llamó el corresponsal del diario mexicano Reforma, que buscaba datos de un tal Cavallo que vivía en México y del que se sospechaba que podía ser un militar argentino retirado. El periodista empezó, con una foto del sujeto, a rastrear los organismos de derechos humanos, donde encontró a un tal Cavallo que yo había denunciado como represor. El periodista me mandó por e-mail unas fotos. Lo reconocí enseguida. En un día juntamos a cinco personas que conocían a Cavallo.”

Ana Testa
Edad: 46 años. Profesión: arquitecta. Historia: su marido fue secuestrado y presumiblemente asesinado. Ella fue torturada y sometida a la supervisión de Cavallo, su ‘tutor’ personal.

“Yo vivía en Buenos Aires. Mi marido se había ido tres meses antes a España para preparar la contraofensiva de Montoneros. Era el 13 de noviembre de 1979. Había ido a la peluquería con mi hija Paola. Hacia las doce de la mañana entraron unos tipos de civil buscándome por el nombre y apellido. Nos sacaron a la calle, me quitaron a la nena de tres años y medio y me llevaron encapuchada hasta la ESMA, donde pasé cinco meses. Una semana después dejaron a mi hija en casa de mi madre.
“Recuerdo que bajé una escalera. Empezaron a golpearme, me ataron y me torturaron durante cuatro o cinco días, qué sé yo. Perdí la noción del tiempo. Lo que no olvidaré jamás es que no podía controlar los esfínteres. Los tipos se ensañaban más con la picana y me pasaban materia fecal por la cara... Era un calvario por etapas. Me daban máquina... Buscaban a Juan, mi marido, porque había caído su contacto. El primer día que me desataron pude ir al baño, y mi guardián dejó la puerta abierta. `Tengo que controlar que no tomes el agua del inodoro`, me dijo. Debido a la descarga eléctrica que me habían dado, el agua podía producir un paro cardíaco.
“De Cavallo recuerdo su voz. No creo que la pueda olvidar jamás. Una voz clara, podría llegar a ser amanerada. Era de los buenos. De los que me venían a decir: ‘Está todo bien, ya va a pasar. Vas a salir de acá’. Media hora después venía otro a torturarte. Cavallo era mi tutor; mi responsable, no era el asesino bruto. Yo lo comparo con los tipos de la inteligencia nazi, fino, culto, con un desdoblamiento de personalidad que combina al asesino más macabro con un señor con clase.
“Cuando pasabas cierto tiempo en la ESMA te asignaban a alguien. A mí me tocó Cavallo. Era la persona que me permitía hablar por teléfono, la que al cabo de un mes me llevó a casa de mis padres en Santa Fe. Tenía una relación muy cordial conmigo. Por eso me costó años poder elaborar la imagen que ahora tengo de él. Apenas hace cinco años que he podido definir quién es ese tipo. Pretendían destruirnos de tal manera que fulanos como Cavallo nos generara situaciones controvertidas. Ese era su plan siniestro. Te obligaban a compartir tu vida con tu torturador. ¿Sabés lo que era tenerlo cuatro días durmiendo en casa, comiendo en la misma mesa, bañándose en la pileta?
“Cuando salí en libertad lo vi cuatro veces. Cada vez que iba a Buenos Aires tenía que presentarme ante él, que me interrogaba. Fue Cavallo quien me dijo que mi marido había sido chupado por el Ejército. ‘Si me hubieras dicho dónde estaba, ahora estaría vivo’, tuvo el cinismo de decirme. Creoque fue uno de los mejores cuadros que tuvo Argentina en la dictadura, como genocida y torturador. ¿Cuándo dejó de ser mi pesadilla? El día que lo detuvieron. Yo pude hacer una catarsis hace 15 años en sesiones larguísimas de terapia. Sentía terror, veía entrar a los tipos por la ventana, dormía sentada, salía huyendo del hospital. Nunca más reconstruí una familia. Hace cuatro años intenté suicidarme.”
Chela, la madre de Ana, cuenta la siguiente historia: “Ellos tenían el poder absoluto, controlaban todo. Un día decidí escribir a mi yerno, Juan Carlos Silva, a España, para advertirle de lo que ocurría y del grave riesgo que implicaba su regreso a Argentina. Antes de marcharse me había susurrado un número de correo: 47 Madrid. Yo lo grabé a fuego. Ana no lo sabía. Decidí escribirle una carta, con papel rosa y con una máquina de la oficina que ya nadie usaba. Para no dejar rastro. Escribí: ‘Te recomiendo que no vuelvas, la gorda está con una enfermedad infecciosa’. No firmé con mi nombre. Envié la carta desde Córdoba sin conocimiento de mis hijos ni nadie de la familia. Unos días después sonó el teléfono. Era el capitán D’Imperio, Abdala, el superior de Cavallo. ‘¿Usted escribió una carta en papel rosa a España?’, inquirió. Yo estaba en San Jorge, a 600 kilómetros de Buenos Aires. Al otro lado del teléfono podía estar mi hija con tres revólveres en la cabeza. Qué le podía contestar. Lo único que acerté a decir fue: ‘Usted también tiene hijos y una madre’. No puedo entender cómo se enteraron. Por supuesto, Juan nunca recibió mi carta”.

Mario Villani fue obligado a reparar las picanas. Tiene un archivo con fotos y nombres de 170 represores.
Patricio Muro con su hijo Miguel, que tenía seis días de vida cuando secuestraron a su padre.

Victor Basterra
Edad: 56 años. Profesión: fotógrafo e impresor. Historia: estuvo cuatro años y medio secuestrado en la ESMA. Trabajando como falsificador de documentos, retrató a muchos de los torturadores. Las fotos son pruebas judiciales.

“Fueron liberando a todos, y yo me quedé solo... en el sector 4. Por eso pude sacar fotos de las listas de represores del Ejército, que fueron presentadas como pruebas en distintos juzgados y en la Cámara Federal, y que sirvieron para el juicio a las Juntas. El 10 de agosto de 1979 fui secuestrado con la que era mi compañera, Dora Laura Seoane, y mi hija de dos meses, por individuos de civil que irrumpieron en mi casa de Lanús (Buenos Aires). Fuimos trasladados a la ESMA, a la casa de oficiales. Fui sometido a torturas durísimas, tuve dos paros cardíacos, casi me quebraron la columna. Y luego, a Capucha, donde pasé siete meses, cuatro de ellos engrillado y encapuchado en una colchoneta inmunda. Salvo cuando vino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que nos trasladaron durante un mes a una isla del Tigre. Después de mi regreso a la ESMA me incorporaron a una oficina en la que, dada mi condición de impresor tipográfico y fotógrafo, empecé a trabajar en la falsificación de documentos. Cada uno de los integrantes del Grupo de Tareas tenía uno o varios juegos de documentación falsa, para operar.
“A Cavallo, curiosamente, nunca le hice un documento falso. Yo no tenía ninguna foto de él. Más adelante empecé a recoger fotos de cada uno de los represores y torturadores. De pronto descubrí, en aquel ambiente delirante y de terror, que a mí me tocaba sacarle las fotos a mis represores para hacerles los documentos falsos. Yo tenía acceso a sus rostros. Estuve ocho meses así, fotografiando a los represores.
“Cuando tenía que hacer las copias, hacía una para mí y la escondía en medio de la oscuridad del laboratorio entre el papel fotosensible, guardado en cajas. Cuando hacían requisas nunca abrían estas cajas porque velarían el papel fotográfico. Con el tiempo me dieron un permiso para visitar a mi familia. Y así comencé a sacar las fotos de los torturadores, de a una, de a dos... En total saqué un centenar de fotos. En una ocasión me dieron máquina durante 20 horas seguidas porque tenían que sacarme una información sí o sí. Me hicieron de todo. Luego me dejaron porque ya me habían sacado la información. Querían traer a mi hijita de dos meses, ponerla sobre mi pecho y darme picana. Hablé. Cinco días estuvo la beba enla ESMA. Al quinto día ya tenían lo que querían. En las sesiones de tortura, a veces la capucha se le levantaba, y yo los veía. Si se enteraban me mataban a palos. ‘¡Me vio, me vio!’, gritaban como energúmenos. Pensaba que iba a morir. Y resulta que vivo y después comienzo a recordarlos. Veo a Colores, al Gordo Daniel, a Patilla... Tipos con los que tuve trato durante meses.
“De Cavallo no recuerdo que me haya dado. Después sí tuve trato con él. Tenía referencias a través de otros prisioneros en Capucha que habían sido víctimas de él. `Me dio máquina Marcelo o Cavallo’, me contaba la tía Irene, hoy desaparecida, o Telma Jara de Cabezas... Claro me torturaba, si era un oficial de inteligencia. Yo no le vi torturar, pero sí observé como salía de lugares donde se torturaba, donde se oían gritos horrorosos. Me contaron algunos detenidos que, en el caso de Telma Jara, el tipo salía sudoroso y resoplando y entraba de nuevo. Le conocí hacia fines de 1980, creo que viajó a Francia, regresó y pasó a trabajar en las oficinas de lo que era Entel. Se valía de una credencial a su nombre y la trajo para falsificar: Miguel Angel Cavallo, teniente de fragata, junio del ‘81. Yo aproveché para sacar una fotocopia, que después dio la vuelta al mundo. Yo no sabía que se llamaba Cavallo, lo descubrí ahí.

Osvaldo Barros
Edad: 53 años. Profesión: visitador médico. Historia: cinco meses “desaparecido” en la ESMA con su esposa, Susana Leiracha.

“Nos secuestraron el 21 de agosto de 1979 hasta febrero de 1980. Pasamos por varios lugares dentro de la ESMA. Estuvimos una primera etapa en Capucha. Las 24 horas del día encapuchados, esposados, con grilletes y tirados en una colchoneta. Estuvimos prácticamente aislados. A partir de diciembre de 1979 mejoraron las condiciones. Nos trasladaron a la pecera. Eran unas oficinas separadas por tabiques de plástico donde todo era visible. El responsable era Cavallo. Le conocimos allí. Lo veíamos a diario. Realizábamos junto con otros secuestrados que estaban en las mismas condiciones que nosotros, una síntesis de las noticias más importantes para un boletín que se distribuía a la Marina, el Ejército y la Fuerza Aérea y algunos ministerios.
“Cavallo se comportaba como una persona fría y distante. Pero no había duda de que, como todos los oficiales que estaban allí, formaba parte del Grupo de Tareas. Realizaba operativos, participaba en las sesiones de tortura y administraba la pecera. Cuando salimos de la ESMA nos estuvieron controlando durante unos meses. Algunos suboficiales venían a vernos a casa de mis padres, nos llamaban, nos citaban en un lugar. Eso duró unos meses. Pero a Cavallo no volvimos a verle. Dos días antes de que lo detuvieran en México habíamos tenido noticias de él. Porque fuimos con otros ex detenidos-desaparecidos que lo reconocimos en las fotos que nos mostró el corresponsal del diario Reforma de México. Eran las fotos que Basterra le había sacado en la ESMA para falsificarle un documento.
“Nuestro deseo sería que Cavallo pudiera ser juzgado acá, en Argentina. Pero ante la impunidad que existe en nuestro país por culpa de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, apoyamos los procesos que se desarrollan en Francia, España e Italia para juzgar a los represores. Además hay una experiencia concreta: en la Causa 13, que fue el juicio a los ex comandantes, en 1985, se juzgó a la cúpula. Cuando se desglosaron las causas, se iniciaron los juicios, y por la obediencia debida todos estos oficiales que hoy figuran en la lista de Garzón fueron citados, salvo Cavallo. Ahora me doy cuenta de que es por el problema del nombre, que no era Miguel Angel, sino Ricardo.

Osvaldo Barros fue asignado a la “pecera” de inteligencia que gobernaba Cavallo.
Víctor Basterra fue forzado a falsificar documentos en la ESMA. Se guardó decenas de fotos de represores.

Jose Miño
Edad: 55 años. Profesión: arquitecto. Historia: detenido y torturado cuatro meses en la ESMA.

“Me detuvieron el 13 de noviembre de 1979 en mi apartamento de Buenos Aires. Vivía cerca de la ESMA, adonde me llevaron encapuchado. Fue un secuestro. Durante tres días me torturaron violentamente. Querían información de una persona que yo conocía, Carlos Paret, que está desaparecido. Me pusieron en libertad el 24 de marzo de 1980 y él seguía detenido. Nunca más supimos de su paradero.
“Cavallo integraba uno de los grupos de inteligencia que tenía la ESMA para interrogar a la gente y sacar información. Pude identificarle porque en varias oportunidades mi capucha se cayó a causa de la violencia de los golpes. No creés ver a nadie, pero ves algunos rostros que nunca se te olvidarán. A Cavallo lo conocíamos como Marcelo. Estuve cuatro meses allá dentro. La Marina tenía un proyecto en el que el almirante Eduardo Massera aspiraba a ser candidato a presidente. Uno de sus objetivos era la recuperación de los supuestos subversivos. A Cavallo le veía diariamente. Estaba a cargo de una detenida, Ana Testa, a quien llevaba a Santa Fe y pasó el fin de año con la familia de ella. En la ESMA te asignaban un oficial a cargo de un detenido. Lo que más recuerdo de él es su doble personalidad. Por una parte, un tipo muy duro, muy jodido, participando activamente en las sesiones de tortura, y al mismo tiempo te lo encontrabas allí como si nada hubiera pasado. Llegaba a estar casi amable, brindándote compañía, haciéndose el bueno.
“Una noche estaba en casa viendo la televisión con mi esposa. En el informativo dieron la noticia de la detención de un tal Miguel Angel Cavallo, que fue represor de la ESMA. Ese era el título. Cuando veo las imágenes del tipo bajado del avión y comienza a caminar, le digo a Mónica, mi mujer: `Mirá, ése se llama Marcelo, es un hijo de puta que me torturó`. Después asociaron el nombre de Marcelo y Sérpico. Le reconocí por el caminar, muy tranquilo y cansino, como no sé de qué me hablan. Ahora estoy ampliando mi declaración para enviarla al juez Garzón. Me pidió que ampliara mi testimonio para profundizar más en el caso Cavallo.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 

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