Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


UN DERRAME TOXICO OBLIGO A EVACUAR UNA POBLACION ENTERA
El pueblo que huyó de una nube

En Arribeños, muchos se despertaron con la noticia de que había que emprender el éxodo: un camión cisterna con 25.000 litros de ácido clorhídrico había chocado y al derramarse el químico había formado una nube tóxica. Por el contacto con el gas alguna gente sufrió molestias, pero nadie fue internado. A la tarde, el tóxico se había disipado y pudieron regresar.

Por Alejandra Dandan

Casi una escena fantástica: un pueblo entero creyó despertarse en medio de un apocalíptico fin del planeta Tierra. Fue en Arribeños, a unos 320 kilómetros de la Capital. A las seis de la mañana, un escuadrón de camiones y patrulleros anunciaban desde altoparlantes la aproximación de una peligrosísima nube tóxica. “Entramos en pánico: la nube venía al pueblo y nos decían que corramos a refugiarnos en la escuela para escuchar más instrucciones”, contó a este diario María Rosa Manzanares, una de las 2800 habitantes del pueblo que a partir de ese momento emprendió un éxodo nervioso y obligado, hacia la localidad más próxima. A cuatro kilómetros de allí un camión cisterna con 25.000 litros de ácido clorhídrico había chocado contra un cerealero: unos 10.000 litros del químico se derramaron en la ruta 65. La lluvia y el viento aceleraron la evaporación del ácido y la decisión del municipio de General Arenales de ordenar la evacuación total del pueblo, convertido, en dos horas, en pueblo fantasma.
María Rosa no fue la única sorprendida. En la textil donde trabajaba desde las seis, apagaron las máquinas. La encargada entró con el anuncio: “Debíamos abandonar el pueblo –sigue la mujer– porque estábamos a punto de envenenarnos”. La orden era precisa: las mujeres debían correr a sus casas para buscar a los chicos que habían dejado dormidos y, rápidamente, trasladarse a la Escuela 4, refugio colectivo donde conocerían las próximas instrucciones.
Todo el mundo entró en pánico. Mientras los empleados de la fábrica corrían hacia la entrada, afuera los camiones usados a diario en el campo fueron incorporando altoparlantes para recorrer el pueblo y despertar a los últimos en levantarse. Por allí estaba Zulema Mazzeo. “Todavía me dura el susto –dijo varias horas después–: fue un despliegue total, uno no piensa en nada. La nena estaba en la escuela y me fui a buscarla desesperada.”
Eduardo alcanzó, en cambio, a preparar dos mudas para sus hijos y recoger un poco de plata para pasar los próximos días. Despertó a su madre y la hermana con un llamado y les encomendó a sus hijos. A él, le avisaron, lo necesitaban en otro lado. Es encargado de una de las dos únicas estaciones de servicio del pueblo. La mayor parte de la gente ya había pasado por la escuela y, de acuerdo con las instrucciones, ahora sólo debían huir para evitar a la nube. “Fue un susto, en dos horas en el pueblo no quedó nadie: parecía un pueblo fantasma.”
Eduardo fue uno de los últimos en tomar la salida del pueblo para irse. “La estación queda de paso, en el acceso –explica– y con la crisis como está nadie tenía combustible cargado.”
La orden dada por Rafael Arata, intendente de General Arenales fue la evacuación hacia Teodelina, un pueblo de Santa Fe ubicado a sólo 18 kilómetros. Por la estación de Eduardo pasaron caravanas de autos poco usados en el último tiempo: por una economía en crisis, por las sucesivas lluvias e inundaciones. “Me iban pidiendo nafta fiada. Eduardo, me decían, me fiás. Y en un pueblo todo el mundo fía. Yo mientras tanto, les decía: Sí, sí rajen... después vemos.”
Hay un único acceso para dejar el pueblo. Y el camino abierto por el equipo especializado de bomberos de Mercedes a cargo de la organización de las veinte autobombas llegadas de las zonas vecinas, pasaba muy cerca del choque, y de la nube. María Rosa que ya había estado en la escuela desesperándose por subir a los camiones a “los más chicos, que todo el mundo se llevaba por delante”, pasó por ahí trepada a un trasporte de carga. “Era muy blanco el cielo; se veía todo como una neblina. Yo lo noté en el paladar.” Era el sabor del tóxico, ese parecido, dice, a un picante, pero más amargo.
“Me hizo una reacción en la piel –cuenta– a un montón de gente le dio quemazón en el estómago y todos sentían ese gusto feo en la boca.” Como es alérgica, el contacto con el ácido clorhídrico agudizó el síntoma. EnTeodelina fue una de las únicas dos personas que necesitaron hospitalizarse brevemente. A María Rosa le dieron un antialérgico inyectable. “Yo no sé –sigue– si eso de los dolores fue por el humo y el gas o por los puros nervios que teníamos.”
Por eso no se declaró el alerta enseguida. El intendente de General Arenales y Juan Julio Giangiocomi, delegado comunal de Arribeños, esperaron seis horas hasta lanzar el alerta. El derrame del líquido comenzó antes de medianoche sobre la ruta 65 en la dirección que une el sur de Santa Fe con Junín. El viento, en ese momento, iba hacia el sur, paralelo a la ruta. “La lluvia aceleró la formación de la nube –explicó el intendente– pero creímos que podía diluirse hasta que cambió el viento”. Durante la madrugada, el viento rotó al este, en dirección al pueblo.
Fue allí cuando se dispuso la evacuación como medida preventiva. Sobre el camino y para acelerar el proceso de neutralización de los gases se cortaron las rutas y se trabajó con burbujas especiales sobre los líquidos. “Neutralizamos el ph (grado de acidez) con cal hidratada en bolsas desparramadas mientras cargábamos el líquido de las cisterna a otro camión”, explicó a este diario Sergio Toro, encargado del cuerpo de Bomberos de General Arenales.
A las dos de la tarde el peligro había pasado. El ministro de Seguridad de la provincia, Orestes Verón y el de Salud, Juan José Mussi se habían trasladado hasta allí para ponerle fin al pánico. “El ph está en niveles normales y no hay peligro ni en el consumo de frutas ni de agua”, insistió Arata, acosado durante todo el día por los arribeños que volvían de Teodelina. Fue allí donde se produjo una de las preocupaciones más graves.
La invasión de los casi 2100 habitantes de Arribeños volvió un caos la tranquilísima mañana del pueblo. Gerardo Arelo, dueño de La Central, la panadería del centro, estuvo toda la semana preparando las veinte roscas que debían alcanzarle hasta Semana Santa. El aluvión tiró los planes abajo. Al medidodía, en La Central no había ni roscas ni tampoco una sola medialuna de las 25 docenas preparadas por día. Rápido de reflejos, Gerardo vio el negocio: preparar más facturas. Un error. Los visitantes se volvían. “Eh –gritaba ayer desde su pueblo–, si ustedes, desde Buenos Aires quieren alguna luna, todavía tenemos de sobra.”

 


 

EL CONTACTO CON ACIDO CLORHIDRICO PUEDE SER FATAL
Un operativo que funcionó bien

Por Pedro Lipcovich

Casi da miedo escribirlo pero, en la Argentina, esta vez (según los datos disponibles hasta anoche) las normas de seguridad se cumplieron y el personal de emergencias estaba adecuadamente equipado. El camión accidentado tenía señalizados sus índices de riesgo mediante un código internacional que los bomberos leyeron con largavistas. Sabiendo de qué se trataba, utilizaron, entre otras cosas, una “burbuja” con respiración autónoma para poder acercarse al ácido. Sin embargo, fue cuestión de “suerte”, según el jefe de Bomberos de Arribeños, porque a menudo los camiones cisterna contienen otras sustancias que las declaradas y porque –según una especialista de la UBA– “los transportistas no siempre cumplen las normas y no veo operativos de control”.
Ese rectángulo naranja con números misteriosos que uno ve en los camiones cisterna “es un panel de seguridad que sigue normas establecidas por las Naciones Unidas –explicó a este diario Laura Bollmann, directora del Servicio de Seguridad e Higiene de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA–. La primera cifra identifica la sustancia transportada y las siguientes indican distintos riesgos: si es inflamable, corrosivo, tóxico. Los bomberos disponen de manuales para decodificar estos datos”. Además, los choferes que lleven cargas peligrosas tuvieron que hacer un curso especial de capacitación, y el vehículo debe llevar una ficha donde la empresa que entregó la carga informa sobre riesgos y precauciones.
Para el caso del camión que se accidentó en la Ruta 65, Germán Oliveira –jefe de Bomberos de Arribeños– contó que “por suerte, el vehículo estaba en regla. El riesgo es que el cartelito no coincida con lo que realmente transportan los camiones, porque los usan para distintas cosas sin cambiar la leyenda”. Como estaba en regla, “desde el vallado que pusimos en la ruta, a 600 metros, miramos con largavistas y determinamos que se trataba de ácido clorhídrico. Entonces buscamos respaldo en los bomberos de Junín, que tienen equipos como una burbuja dentro de la cual va el bombero, con un equipo de respiración”, precisó Oliveira.
Cuando los bomberos pudieron acercarse al accidente y evaluar su magnitud, “se decidió recurrir a la brigada de Mercedes, que tiene equipos computarizados para analizar muestras del derrame y central meteorológica propia”, agregó el jefe de Bomberos. Sin embargo, “cada siniestro es especial y, en éste, cuando veníamos conteniendo la nube de ácido con una llovizna de agua producida por nuestros camiones, el viento cambió de dirección, y se decidió evacuar a los pobladores”.
Según Bollman, “en mercancías no muy costosas, como el ácido clorhídrico, las normas no siempre se cumplen. Sí suelen atenerse a ellas las grandes empresas que transportan combustible o, en general, los transportistas que quieren defender su prestigio, pero cumplir las normas eleva los costos”. La fiscalización “corresponde a la Secretaría de Transporte y a las autoridades locales. Pero no veo operativos de control en las rutas, y los agentes de los puestos camineros no siempre están capacitados”, observó la especialista.
En el caso del ácido clorhídrico, las consecuencias de un derrame pueden ser graves: “Bastan 5 a 15 gramos para causar la muerte, por vía respiratoria, por ingestión o por exposición de la piel”, destacó Jorge Hercovitz, investigador del Conicet en el Instituto de Ciencias Ambientales y Salud.

 

PRINCIPAL