| Por Cecilia Hopkins  Para los indios maya-quiché 
        de Guatemala, Xibalbá es el reino del mundo subterráneo, 
        el centro de los relatos míticos que recoge el libro sagrado del 
        Popol-Vuh. Para el actor y director Guillermo Angelelli es, además 
        de todo eso, el lugar hacia donde viajan los personajes de su última 
        obra, para comprobar que las pasiones desmesuradas son el mejor vehículo 
        para conocerse a sí mismos. Secundado por la actriz Patricia Schaikis, 
        Angelelli vuelve a interpretar un texto propio, a casi 10 años 
        de haber estrenado su premiado Asterión, después de haberse 
        dedicado casi exclusivamente a la dirección y formación 
        de actores, sin contar algún esporádico trabajo interpretativo, 
        como el que realizó al protagonizar Moebius, la película 
        que Gustavo Mosquera dirigió en 1996. Una docena de farolitos japoneses de papel rojo le dan al espacio oscuro 
        un aire entre refinado y mórbido. Aun cuando la luz lánguida 
        de las tulipas que penden del techo también remita a locales nocturnos 
        de antaño, allí no se ofrecerá un espectáculo 
        de varieté convencional. Envuelto en una pesada capa negra y subido 
        a altos coturnos, un mago de aspecto marcial anuncia las maravillas de 
        Xibalbá. Su asistente orbita a su alrededor tocando el violín, 
        actuando como partenaire en cada truco de hipnosis, callando sumisa ante 
        las agresiones. Angelelli y Schaikis entretejen la relación que 
        une a sus personajes en el contraste continuo entre ferocidad y arrogancia, 
        ingenuidad y extrema delicadeza. Al menos, hasta que se produce la transmutación.
 Porque Xibalbá es la historia de un viaje iniciático, un 
        trayecto hacia las entrañas de una tierra mítica, un viaje 
        que concluye con la transformación de los personajes. Por obra 
        de un guiño humorístico, el curso de agua que ellos deben 
        atravesar (que en la mitología clásica sería la laguna 
        Estigia o el río del Leteo) es un canal del Tigre, adonde llegan 
        luego de un módico viaje en tren desde Retiro, en una de las escenas 
        más logradas del espectáculo. Si Angelelli ya había 
        demostrado en Asterión un asombroso virtuosismo físico y 
        vocal, en Xibalbá se lo ve aún más dueño de 
        sus recursos expresivos, por la libertad con la que combina las diferentes 
        disciplinas que son de su dominio, como el clown y el entrenamiento derivado 
        de la Antropología Teatral. Formada junto al propio director, Schaikis 
        lo secunda en un trabajo de gran sensibilidad, aprovechando al máximo 
        sus condiciones vocales, haciendo del violín una prolongación 
        del cuerpo de su personaje.
 La precisión y sincronización rítmica de los intérpretes, 
        el vestuario, el uso de las fuentes de luz en la proyección de 
        sombras y otros detalles de puesta hacen de este Xibalbá un espectáculo 
        impactante, que concentra sus virtudes en un formato pequeño, casi 
        íntimo. Sin embargo, esa fuerza expresiva parece más intensa 
        cuando el relato corre a la par de un plan rigurosamente formalizado. 
        En cambio, cuando todo es caos y conmoción, los acontecimientos 
        se vuelven más descriptivos, resignando en parte su elocuencia 
        simbólica.
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