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ALEJANDRO SANZ CONVOCO A 35 MIL PERSONAS EN VELEZ
Algo más que romanticismo

Con sólidas canciones de amor, sencillez y carisma, el cantante español ratificó en Buenos Aires que excede la media del género.

Por Roque Casciero

“Ay, Ale es divino”, dice una rubia de esas con las que sueña el hombre promedio. “Más vale, nena”, le contesta su amiga –morocha y capaz de cortarle la respiración a más de uno–, justo antes de vociferar un agudo “Ale, te quieieeeeerooooooo”. El lugar es la platea de Vélez, que está colmada de chicas que se derriten por “Ale”, que no es otro que Alejandro Sanz, el cantante español que las cautivó con una confesión: tiene “el corazón partío”, les dijo en su álbum más exitoso. Y ellas suspiran y suspiran, imaginando cómo sería curarle las penas a este muchacho con aspecto de hijo de vecino, carilindo y entrador, cuyos discos facturan millones en todo el mundo.
Sanz escapa a la media de los latino-melosos, aunque el 90 por ciento de sus canciones hablen de amor (o de su carencia), su música a veces se exceda en el uso de saxos edulcorados y casi la totalidad de sus fans sean chicas con el estrógeno por las nubes, igual que las que siguen a Ricky Martin, Luis Miguel o Enrique Iglesias. La diferencia radica en que Sanz compone buenas canciones de amor, con melodías sólidas y nada facilistas, y sabe revestirlas con una banda ajustadísima e hiper profesional (aunque, hay que decirlo, carente de personalidad, salvo por la guitarra española). Además, evita caer en excesos demagógicos ante un público incondicional y hasta se permite bromear cuando los aullidos femeninos se pasan de la raya. Y esto último sucede muy seguido: en Vélez, cuando el cantante intentaba algún matiz que contrastara con sus típicos agudos, costaba percibir su voz entre el barullo de las chicas. ¿Será por eso que Sanz peca de gritón en muchas canciones?
Por otra parte, el cantante intentó que su show en vivo fuera un espectáculo integral. Por eso requirió los servicios de Mark Fisher, quien diseñó escenarios para los Rolling Stones, Peter Gabriel y U2. Con pantallas líquidas y varias pasarelas, el tablado se parecía a una gran discoteca, por la que Sanz se movió con comodidad, aunque le advirtió a su público: “Vamos a quitarle el almidón y la grandeza a esto, y vamos a hacer juntos un concierto para nosotros”.
Entonces, las chicas respondieron siguiendo cada una de las letras, desde el comienzo funky con “Tiene que ser pecado” hasta las baladas como “Aquello que me diste”. También hubo momentos en que sonaron guitarras distorsionadas al comando de rockitos livianos y pegadizos (“Hoy que no estás”), o en que el cantante (desde los 7 años, fanático de Paco de Lucía) se permitió hacer una bulería, solo con su guitarra española en ese elefantiásico escenario. Por supuesto, los momentos más calientes llegaron con los hits radiales “Cuando nadie me ve”, “Amiga mía” y “Corazón partío”. Y también con “Llega llego soledad”, el tema que el español le dedicó a la ciudad de Buenos Aires en su último álbum, El alma al aire. Con limitaciones y aciertos, Sanz ofreció un concierto convincente, aún para aquellos varones que fueron arrastrados por sus novias. O sea, alguna de esas chicas que gritaban, suspiraban, lloraban...

 

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