El centro
pudo mantenerse. Esa es una de las lecturas principales de los resultados
de unas elecciones donde las apuestas de los partidos españoles
(el Popular y el Socialista), se basaban precisamente en la posibilidad
de que el Partido Nacionalista Vasco (moderado), que ha dominado
la presidencia vasca desde el establecimiento de la democracia en
1978, resultara víctima de la polarización y de las
fuerzas centrífugas liberadas por la escalada de violencia
de la organización separatista ETA, que desde su ruptura
unilateral de tregua en diciembre de 1999 ha causado 30 muertos.
Por el contrario, el PNV se reforzó y sus bancas en el Parlamento
subieron de 27 a 33, en contraste con el magro aumento de los populares
(que pasaron de 18 a 19) y la merma de los socialistas (de 14 a
13).
Los vascos dieron un rotundo no a la polarización entre los
extremos del arco político: Euskal Herritarrok, partido de
ETA, sufrió la peor elección de su historia, cayendo
de 14 a 7 bancas, lo que es reflejo del año y medio de terror
que se ha vivido, pero al mismo tiempo el relativo estancamiento
del voto popular y socialista mostró el temor a que la represión
contra el terrorismo fuera empleada por Madrid para burlar el Estatuto
de autonomía por la vía del establecimiento de un
Estado cuasi policial. En este sentido, la arriesgadísima
apuesta de José María Aznar, quien no dudó
en designar como candidato de los populares a Jaime Mayor Oreja,
su ministro del Interior (y, por lo tanto, el jefe de la represión)
sobreestimó los efectos de la repulsa popular a la ETA, pensando
que podía contagiar a las fuerzas del nacionalismo moderado.
No fue así; ya que, como dijo en estos días Juan José
Ibarretxe, confirmado ayer como el lehendakari o presidente del
País Vasco, si hubiera querido utilizar los votos de
EH no estaríamos ante unas elecciones.
El resultado significa también que los ingredientes de guerra
civil implícitos en el enfrentamiento entre autonomistas
y nacionalistas se debilitan, dado el escaso entusiasmo que la solución
por las armas ha demostrado reunir en ambos extremos del arco político.
A partir de aquí viene el camino más sinuoso de dos
negociaciones: la de Ibarretxe para conseguir la mayoría
parlamentaria de 38 escaños que necesita para gobernar (sin
por eso convertirse en un rehén de los votos etarras), y
la de un cuerpo político general para conseguir el desarme
de la ETA. Nadie pronostica que va a ser fácil.
|