Hoy (salvo
incidentes a la norteamericana) leeremos los resultados definitivos
de quién venció en las elecciones, y por un rato quedaremos
hipnotizados. Después de unas horas comenzaremos a discriminar
los votos, que a pesar de la fiebre bipolar no se reducen a una
apuesta a cara o ceca. Interrogaremos los resultados en detalle,
para entender qué sucede, y más todavía, para
hacer hipótesis sobre qué ocurrirá.
Es cierto que con el Olivo reconfirmado por las urnas, aunque sea
por un solo diputado, habría poco espacio para la fantasía.
El centroizquierda seguiría rápidamente por la misma
vía por la que se deslizó durante el último
quinquenio, corrigiendo algo aquí, apretando el acelerador
allá. La única diferencia probable: esta vez se acordaría
del conflicto de intereses de Berlusconi antes de encontrarse otra
vez entre la espada y la pared.
Revelada verdadera la profecía que desde hace un año
pronuncia cotidianamente el vate de Forza Italia, Il Cavaliere Silvio
Berlusconi, habría que estudiar los porcentajes con una atención
muy diferente. La Casa de las Libertades no podrá hacer todo
lo que prometió: sería imposible incluso para el superhombre
de Arcore. Pero esta vez es posible estar seguros de que los objetivos
principales buscará conquistarlos a toda velocidad: delegación
al poder político de las prioridades investigativas del Judicial,
rigor en cuestiones de orden público y rigor contra la inmigración,
privatización de la enseñanza pública, federalismo
salvaje, autonomía absoluta de las empresas. En una segunda
fase llegará el plato principal, la reescritura de la Constitución,
primera y segunda parte. Los principios sagrados, y los instrumentos
formales serán puestos a punto a su debido tiempo para implementarlos.
Sólo que para coronar su ambicioso sueño, Il Cavaliere
no podía limitarse a vencer. Necesita un triunfo. Necesita
una ventaja tan neta sobre sus adversarios que le permita moverse
a su gusto en las cámaras del Congreso, un éxito tan
indiscutible que aniquile la moral de la oposición política
y, más aún, de la social. En caso contrario, con una
victoria mesurada, puede descontar que volverían a primera
fila los diplomáticos formados en la vieja escuela de la
Democracia Cristiana, capaces de mediar siempre y sobre todas las
cuestiones.
Será necesario sopesar los porcentajes que alcanzó
la ex separatista Liga del Norte, el socio que hizo caer el gobierno
Berlusconi de 1994. Para la estabilidad de un nuevo gobierno de
derecha, el mejor éxito al que Berlusconi podía aspirar
incluía, probablemente, un éxito moderado para Bossi.
Si Bossi volara demasiado alto, o, como ocurrió, demasiado
bajo, para Il Cavaliere sería difícil frenar la inquietud
del líder ultrafederalista y su necesidad vital de poner
en evidencia el carácter específico e insustituible
de sus bárbaros.
Entre las pocas ventajas de la polarización del voto debería
estar la imposibilidad de una paridad entre los opositores. En cambio,
en el sistema bipolar italiano, todo es posible y esto también,
como ahora saben hasta las piedras, tanto se habla de esto desde
hace meses. Una Cámara de Diputados para mí, un Senado
para ti, paridad perfecta (aun cuando entre los contendientes hubiera
una brecha de un millón de votos). ¿Y después
qué hacemos? La respuesta no se le ocurrió a nadie,
ni siquiera a quien podría ocurrírsele que, dada esa
paridad, comenzaría la campaña electoral propiamente
dicha. Lo cierto es que, en caso de paridad, no habría límites
a las posibles soluciones, no importa cuán extravagantes
o inconcebibles parezcan en un principio.
En los papeles todo es posible, per ni siquiera la clase política
italiana osaría obligar al electorado a concurrir nuevamente
a las urnas a los pocos meses, bajo la misma ley electoral. Así,
podría nacer un gobierno de unidad nacional (poco importa
bajo qué fantasiosa definición), formalmente encargado
de fijar nuevas reglas electorales.
En la espera de buena parte del pueblo italiano por los resultados
de las elecciones está el interrogante no sólo por
el gobierno del país sino también, y muy especialmente,
por el futuro de la izquierda. Los votos que reciban cada uno de
los componentes de la coalición de centroizquierda y Refundación
Comunista será determinante en todos los casos, sobre todo
si el Olivo es derrotado.
El partido más peligroso es el que juega el Partido Democrático
de Izquierda (PDS). Sin una inequívoca superación
de los resultados poco reconfortantes de las regionales de 2000,
arriesga entrar en una crisis de identidad que volvería difícil
cualquier gobernabilidad, y que llegaría a la explosión
si sus dos principales líderes fueran derrotados en sus duelos
con los dos capitanes (o coroneles) del centroderecha: DAlema
contra Mantovano en la diputación de Gallipoli, y Veltroni
contra Tajano en la Municipalidad de Roma. Si quedara fuera del
Parlamento, DAlema obtendría quizá como premio
consuelo el liderazgo de su partido. Pero los cambios refundacionales
de la izquierda a que aspiran él y el actual premier Giuliano
Amato quedarían hipotecados por la masacre política,
personal y simbólica. En estas elecciones, el partido de
Fausto Bertinotti, Refundación Comunista, se jugó
el derecho a la existencia. Superado el 4 por ciento de los votos,
podrá seguir haciendo oposición en el Parlamento.
Pero también se jugó otra cosa: la posibilidad de
incidir en el proceso de redefinición de la izquierda que,
inevitablemente, seguirá a toda derrota.
Publicado en Il Manifesto.
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