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“Una tragedia bien rioplatense, en
que la sangre se paga con sangre”

El director Miguel Pittier explica el sentido de �Cachafaz�, una polémica obra de Copi, dramaturgo, humorista y actor argentino muerto en 1987 en París, víctima de sida, que estrena hoy en el Club del Vino.

El director apunta que viviendo en Francia Copi recordaba la Argentina, pero sin melancolía.

Por Hilda Cabrera

Es probable que el humor filoso y provocador de Copi (sobrenombre de Raúl Natalio Damonte Taborda) sea excesivo para cualquier época. Por eso nunca se estrenó en Buenos Aires la polémica Eva Perón, obra que sí se vio en el Teatro de L’Eppée de Bois, en 1970, con Facundo Bo y en medio de una batahola. Otra pieza revulsiva, Cachafaz (escrita en 1981), fue presentada en París en 1993, con dirección de Alfredo Arias y escenografía de Roberto Plate (también argentinos radicados en Francia), y dos años más tarde en Génova, en versión musical interpretada por Mariangela Melato. En la puesta de Arias, Plate optó por el color sepia, el de las viejas fotos y el recuerdo, y utilizó cartones: esos que se tiran a la calle y los clochards de París usan para dormir y protegerse del frío. La obra es recuerdo de historias en crudo, de marginados y marginales, y sucede entre muertes y canibalismo. Quien ahora se atreve a llevarla a escena es el director Miguel Pittier, egresado del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, que realizó cursos de entrenamiento con el actor y director Rubén Szuchmacher y fue durante diez años coordinador del área pedagógica de teatro en el Centro Cultural Ricardo Rojas. El estreno está previsto para hoy, a las 24, en el Club del Vino (Cabrera 4737), con protagónicos de Gabriel Correa, Carlos Durañona, Carlos Acosta y Jana Purita y participación del músico Mario Bulacio.
En la trayectoria de Pittier hubo montajes transgresores, como su inicial El triciclo, del español Fernando Arrabal (establecido en Francia desde 1955), aun cuando en la secundaria su formación en dramaturgia ibérica tenía como eje El sí de las niñas, de Moratín. “No olvidemos que mi adolescencia transcurrió durante la dictadura militar”, apunta Pittier, en la entrevista con Página/12. Y no modificó su rumbo cuando eligió un título para su versión de Las de Barranco, de Gregorio de Laferrère. La llamó Tres zánganas, a cual más inútil. Años más tarde montó Un golpe terrible, inspirándose en Prueba de amor, de Roberto Arlt, pero ya entonces había estrenado Las viejas putas, donde convirtió en sketches algunos dibujos del inigualable Copi, quien dividió su vida entre Buenos Aires, Montevideo y París hasta radicarse en Francia, a comienzos de los años ‘60.
Copi continuó allí su tarea de autor, actor y humorista, creando, entre otras, las famosas tiras publicadas en Le Nouvel Observateur. Murió en París, a los 48 años, enfermo de sida, en 1987. A excepción de Un ángel para la señora Lisca, estrenada en la década del 60, sus obras fueron montadas en la Argentina cuando ya había muerto. Se estrenaron La noche de la rata (La nuit de Madame Lucienne), en 1991, en el Teatro Payró, y al año siguiente, Una visita inoportuna, en el San Martín, las dos dirigidas por Maricarmen Arnó. En 1995, Roberto Villanueva montó La Pirámide en el Centro Cultural Recoleta, donde un pueblo hambriento iba royendo la pirámide en la que se refugiaban una reina inca y una princesa, dos extravagantes caníbales. Obra en verso, conformada por parlamentos que retrotraen a los inicios del teatro rioplatense, Cachafaz es –según acota Pittier– “la memoria que Copi guardaba de la Argentina, la gauchesca y el teatro de las épocas en que se usaba telón rojo”.
–¿Qué pasa con el ritmo cuando se trata de montar una obra en verso?
–En Cachafaz, el ritmo, como la acción, está marcado por la palabra. Lo que se hace en escena es lo que dice el texto. El recitado es el hilo conductor. A veces, el ritmo lo da la música: puse tangos de la década del ‘20 y algunas milongas (la banda sonora es de Edgardo Cardozo). Es increíble todo lo que Copi es capaz de contar, poniéndonos en situaciones incómodas, como cuando se mete con la antropofagia. Ahí uno piensa en la novela El matadero, de Esteban Echeverría, y en que la historia argentina ha sido escrita con sangre, y por gentes que se devoran entre sí.
–La antropofagia también aparecía en La Pirámide...
–Sí, pero mi puesta es más simple. Quise que la imagen estallara con el texto. Por ahí se van a ver unos cuerpos que diseñó mi hermana Edith, que vive en Brasil, adonde se exilió. Quise que el discurso se quedara en la superficie, que se extendiera, con desparpajo pero de una manera muy relajada. No pretendo llegar a la verdad de las cosas.
–¿Qué le interesa especialmente de Copi?
–Su humor, y el lugar en el que se coloca para escribir sobre lo argentino. Me atrae su discurso del recuerdo. La obra está ambientada en Montevideo, pero puede desarrollarse en Buenos Aires. Tiene clima rioplatense y las cosas suceden cuando se dicen. Copi recuerda, pero es muy liviano con la nostalgia: nunca se pone melancólico. Esa frase que dice que la felicidad es un fenómeno de la nostalgia le va bien a él. Su nostalgia no es un llanto. Es una reinvención. Sus personajes se ubican en el conflicto y no se abandonan al destino, sino que lo hacen suyo: lo reinventan.
–¿Se puede asociar esto con su creación gráfica La mujer sentada, donde esa mujer es protagonista absoluta, ya que solamente se le aparecen seres diminutos?
–Yo asocio ese personaje con la parcialidad de la mirada. Esa mujer mira y dice del mundo desde un lugar parcial. Copi no tenía ambición de totalidad, y ése es otro rasgo que me atrae. No tiene ese discurso tan común en las dramaturgias argentinas de querer dar cuenta de lo argentino, que, además, quién puede saber qué es, si todo resulta tan hiperbólico y contradictorio. En Cachafaz arma una tragedia típicamente rioplatense, donde la sangre se paga con sangre.
–¿Qué diferencia encuentra entre esta obra y otras más o menos recientes que aluden a la historia como una carnicería?
–El humor. Lo novedoso de Copi es ese mecanismo tan especial que hace que uno lea cualquier signo que aparece en la obra desde lugares siempre diferentes. En Cachafaz –que parece haberla escrito a las corridas– cambia constantemente de métrica y de rima, como si nos dijera paso por la tragedia pero no me convierto en un trágico, paso por el sainete pero no soy un sainetero.

 

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