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Conjeturas de Borges
Por José Pablo Feinmann

A Juan Carlos Desanzo

El 4 de junio de 1943 hay en la Argentina un golpe de Estado. Son militares con simpatías por el Eje y con antipatías por la oligarquía tradicional pro-británica que ya buscaba en Robustiano Patrón Costas al futuro presidente de la nación. Que un personaje de la oligarquía terrateniente se llame Patrón es verdaderamente un símbolo impecable. También eran impecablemente pro-fascistas los militares del ‘43, que hasta prohíben el lunfardo. Apena –con frecuencia– pensar este país. Y a veces no, a veces es fascinante porque el Bien no está en ninguna parte, la Verdad tampoco. Pareciera, en cambio, inalterable la permanencia trágica del Mal y del Error. ¿Qué había que hacer el 4 de junio de 1943? ¿Salir a la calle a cantar la Marsellesa y aceptar mansamente una candidatura fraudulenta tramada entre los estancieros y la Cámara de Comercio Británica? ¿Salir a la calle a vivar al ejército antibritánico, nacional, proteccionista, patriótico, que tan horrorosamente se parecía a las hordas de Hitler? Borges hizo otra cosa: escribió un poema tan complejo como complejo es el país cuya historia de sangre y desencuentros lo inspiró.
El “Poema conjetural” –pieza clave en la obra borgeana– se publica en La Nación el 4 de julio de 1943; coherente con esas simetrías de la realidad que Borges amaba, la fecha refleja –con la diferencia de un mes– la del golpe militar fascistoide, antibritánico y antioligárquico. “Utilizando el recurso del poeta inglés Robert Browning en sus Dramatis Personae (1864), Borges imagina el monólogo de su ancestro Francisco Narciso de Laprida en el momento en que iba a ser degollado por sus perseguidores” (Borges, una biografía, Horacio Salas). Escribe Borges: “Yo, que estudié las leyes y los cánones, yo, Francisco Narciso de Laprida, cuya voz declaró la independencia de estas crueles provincias, derrotado, de sangre y de sudor manchado el rostro, sin esperanza ni temor, perdido, huyo hacia el Sur por arrabales últimos”. El Sur es, en Borges, el espacio de la barbarie. Ahí encuentra su destino secretamente anhelado en las noches de fiebre, Juan Dahlmann. Hacia el Sur, también, huye Borges en la trama paranoica de “El amor y el espanto”. Son huidas hacia el centro del sentido. Hacia “la letra que faltaba, la perfecta forma que supo Dios desde el principio”. Laprida, como Dahlmann, como Borges, completa su figura dialéctica en el Sur. (Utilizo el lenguaje de la Fenomenología del Espíritu, que Borges desconocía por completo, como tantas otras filosofías que ignoró.) Pero en este civilizado que huye de los bárbaros para encontrarlos está la densidad conceptual del poema. “Yo que anhelé ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes, a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano.” Más allá de Sarmiento, el “Poema conjetural” plantea la experiencia de la verdad, de la síntesis, como una mixtura dionisíaca (el pecho se endiosa con un júbilo secreto). Es el júbilo de la verdadera identidad, de la plenitud del ser alcanzada por medio de la integración enriquecedora, compleja, de los contrarios. Laprida sabe que en el país que habita sólo habrá de ser un culto cuando lo penetre la barbarie, “el íntimo cuchillo”. Ser es ser una contradicción viva, una totalidad ardiente, problemática, conjetural, no definitiva sino abierta. Sartre diría: “una totalidad destotalizada”. El cuchillo de la barbarie completa el rostro del doctor en leyes. “Ya el primer golpe, ya el duro hierro que me raja el pecho, el íntimo cuchillo en la garganta.” Ya civilizado, ya bárbaro, para siempre las dos cosas: eso es ser argentino. Nadie podrá serlo sin llevar en su alma el aliento peligroso de las crueles provincias.
Borges, en el “Poema conjetural”, va más allá de sí mismo. Su propia interpretación del poema es pobre. Suele afirmar que lo escribió cuando ya sentía sobre él la amenaza del peronismo. Pero si el peronismo era (como lo era para Borges) la barbarie, el heredero de las montoneras de Aldao, entonces Borges debió secretamente recibirlo con júbilo, con el secreto júbilo con que Laprida recibe el cuchillo del final, el íntimo cuchillo, ya que esa daga le permite cerrar su rostro incompleto, encontrarse con su destino sudamericano. Esto, claro, estaba muy lejos de las simplezas políticas de Borges. Como poeta, como el gran literato que era, se acercaba a estas complejidades de la historia; pero como hombre político no iba más allá de sus condicionamientos de clase, de sus mezquindades de niño cultivado, de antifederal obstinado, de gorila montevideano, espacio en el que engendra “La fiesta del Monstruo” que es, por su linealidad, por su textualidad frontal y propagandística, la antítesis del “Poema conjetural”.

 

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