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Casorios
Por Juan Gelman

Confieso que la foto en la primera página de algunos diarios mexicanos acarició mi orgullo nacional: Cecilia Bolocco introduce una cucharita de plástico blanco con un trozo de torta en la boca del Dr. Carlos Menem, y desafío a cualquier presidente de gobierno que en el mundo es o ha sido a presentar un testimonio semejante. No podrá. Esa foto ha conmovido al mundo, aunque no como los diez días de la Revolución Rusa que John Reed supo relatar. Es decir, no ha conmovido a todo el mundo, pero en fin, algo es algo.
Sigo con las confesiones: la foto del Dr. Menem bailando cruzado con la novia me retrotrajo a mi adolescencia frecuentadora de salones de baile de todo tipo. La información escrita dice que la pareja se desliza por los compases del “Danubio azul”, un vals, no un tango, y esa fue una razón más para recorrer nostalgias de mi infancia. Los casamientos de antes no eran así. Se realizaban en la casa de la novia y venía todo el barrio, la mitad invitada, la otra no. Había empanadas y un bandoneonista flaco que había faltado a su trabajo para alegrar la fiesta bajo el parral infaltable del patio. La novia nunca era más alta que el novio, ni el novio era 34 años mayor que la novia. Costumbres antiguas afortunadamente barridas por la posmodernidad.
El casamiento se celebró en La Rioja, renovado feudo caciquil, y más de 4 mil personas asistieron al festejo popular, con locro y torta de 600 kilos, que tuvo lugar en el estadio de un polideportivo llamado casualmente “Carlos Menem”. No asistieron viejos amigos del ex presidente como Carlos Corach y Eduardo Bauzá, que fueron sus ministros más conspicuos; ni otros como Maradona, Alain Delon y George Bush el viejo. El Dr. Menem, que deberá presentarse ante la Justicia el 13 de julio por un par de ventas ilegales de armas, puede quejarse con razón de los funcionarios menemistas que abrigó el calor presidencial y hoy revelan la trastienda de esos delitos o están a punto de hacerlo, como su ex ministro de Defensa y también de Economía Erman González, preso. Es notorio que en la Argentina la amistad es un culto y malhaya el que lo traiciona sólo porque el amigo -.en trance de ex– está sumergido en desgracias procelosas. Claro que también esas son costumbres viejas: en tales círculos -.y no sólo– la solidaridad es un bien (o un mal) que no existe ni importado. Felizmente, la globalización ha puesto las cosas en su lugar.
Se especula en torno a si la boda es por conveniencia de ambos o de amor entre ambos. Se dice que el Dr. Menem quiere desviar la atención del asunto de las armas y, de paso, demostrar que está en debida forma para ocupar por tercera vez el sillón presidencial ya entrado en sus setenta. Hace unos diez años pretendió y logró jugar un partido de fútbol en las filas de la selección nacional quizá con idéntico objetivo. Los candidatos yanquis a la presidencia suelen mostrarse en campaña haciendo jogging y alguno hasta ha dado a conocer datos médicos sobre la impecabilidad de su salud física y por ende mental (mens sana in corpore sano, ya se sabe) para asegurar a los electores que no los abandonaría en la mitad de su mandato. Hay gobernantes que ojalá nos dejaran solos en la mitad del río que han convertido en fango. Si es verdad que el ex mandatario argentino se casó por esa razón, otra verdad es que empezó a jugar un partido más complicado que el de hace una década. Entonces le daban la pelota servida.
Dicen también que Cecilia sueña por esa vía con obsequiar su encanto televisivo en la Argentina y aun en otras latitudes, y agregan que visita la aspiración de ser Primera Dama del país. Pero al examinar su rostro se perciben semejanzas con el de su flamante marido -.una es cierta mirada más llena de entusiasta ambición que de brillo nupcial– y sería ésta una razón de amor suficiente. Lo es, en todo caso, en mujeres y hombres quebuscan en el otro o la otra un espejo que confirme su amor por ellos mismos.
No sólo Bush y otros faltaron a la boda. Estuvieron ausentes los millones de argentinos que las políticas económicas del menemato empujaron a la desocupación y la miseria. Esos no comieron el locro esponsalicio. Es cierto que algunos no podían venir ni con invitación, como don Carlos, el jubilado que se suicidó en 1998 para acortar la espera de la muerte por hambre. Gajes de la globalización. Pero la mayoría de los argentinos no se suicida y es ésa una grave falla de gobiernos como los del Dr. Menem y el Dr. De la Rúa, que consiguen vaciar al país de sus riquezas pero no todavía de sus ciudadanos. Me permito señalar a la atención de los expertos del Banco Mundial esta falencia que podría tener repercusiones incalculables.
Anoche soñé que justo en la mitad de la Argentina, en General Pico, digamos, había miles de ollas gigantescas repletas de locro al fuego y una torta enorme, más alta que el Obelisco, en el centro de larguísimas mesas a las que estaban sentados millones y millones de compatriotas. Vi entre ellos al inmigrante de mi padre, bendiciéndome con un gesto de reconciliación final. Me desperté pensando que el casorio Bolocco-Menem era algo chiquito.



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