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Para los aborígenes hay promesas pero no tierras

Un informe del Equipo Pastoral Aborigen indica que pese a que la misma Constitución reconoce sus derechos, las comunidades nativas no reciben tierras o reciben verdaderos desiertos.

Por Washington Uranga

Un estudio hecho en nueve provincias por el Equipo Nacional de Pastoral Aborigen de la Iglesia Católica indica que el 66 por ciento de las comunidades aborígenes no tiene títulos de propiedad de sus tierras, a lo que se suman irregularidades que no respetan sus derechos legales. Cuando se otorgan tierras a los aborígenes, se lee en el estudio del equipo, “generalmente se entregan pequeñas parcelas –a veces tierras no aptas, áridas– que no permiten la subsistencia”. A lo que se agrega que en otros casos se entregan tierras fiscales que ya están ocupadas por otros, “generándose conflictos entre pobres y transfiriendo el problema a los grupos afectados”. Como ejemplo, se presenta un hecho ocurrido en 1996 con la Colonia Aborigen Chaco. El gobierno provincial entregó el título comunitario de 20 mil hectáreas a 800 familias tobas. Pero 6500 están ocupadas por veinte pobladores no indígenas que no han sido desalojados.
Si bien la concentración de la propiedad de la tierra es en sí mismo un problema de orden económico y legal de gran importancia en el país, pocas veces se toma en cuenta que los aborígenes argentinos –los guaraníes, tobas, pilagás, mocovíes, wichies, y otros grupo– se cuentan entre los más afectados por esta situación. Es que por una parte se les arrebata el derecho a las tierras que les pertenecieron ancestralmente y, por otra, se los priva del hábitat cultural en el que pueden desarrollarse y vivir en armonía con la naturaleza y de acuerdo a sus propias tradiciones. Lejos de Buenos Aires y de los centros del poder, las novecientas comunidades aborígenes del país –según los relevamientos del Instituto Nacional Indigenista– poco tienen que decir y hacer frente al “lobby” de los grandes grupos económicos que siguen concentrando la propiedad de la tierra en pocas manos.
Los derechos históricos y hasta constitucionales que alegan los aborígenes argentinos no pesan frente a la influencia real, los contactos y el poder económico del pequeño grupo de propietarios que en conjunto suman más de dos millones de hectáreas. A lo que deben agregarse casos en los que, según una denuncia del Equipo, no se respetan normas ambientales básicas. Según el grupo eclesiástico, el Grupo Eurnekian compró grandes extensiones de tierra en Presidencia Roca y Pampa del Indio, Chaco, y El Bellaco, Formosa, pasando a controlar la propiedad en ambas márgenes del río Bermejo en esa región. “En estas tierras se llevó adelante un gran desmonte destinado a la explotación extensiva de las tierras mediante riego artificial, con gran impacto ambiental en la zona”, dice el informe.
A través de muchos reclamos, luchas y reivindicaciones, las comunidades aborígenes lograron introducir en la Constitución reformada en 1994 el reconocimiento de sus derechos como pueblos preexistentes a la conformación de la propia nación y, mediante ese argumento, que se les reconozca el derecho a la propiedad de la tierra que habitan y de aquéllas, aptas y suficientes, para desenvolverse de acuerdo a sus necesidades materiales y culturales (artículo 75, inc. 17). Estas mismas prerrogativas se trasladaron a algunas constituciones provinciales. Sin embargo, los textos no se traducen en acciones prácticas.
Además de los problemas de tierras, existen también dificultades de tipo cultural respecto de la organización comunitaria de los aborígenes. La mayoría de los grupos no aspira a títulos individuales sino que piden la propiedad única e indivisa de toda la comunidad, “para mantener su cohesión social y el ecosistema y los recursos naturales”. Según señala el equipo, “los gobiernos (provinciales) entregan pequeñas parcelas creando conflictos y divisiones en el seno de las comunidades”.
Un ejemplo es lo que viene ocurriendo en Salta con la asociación Laka Honat, que nuclea a 35 comunidades de distintos pueblos indígenas que solicitaron un título único e indiviso de las tierras, fundamentando su pedido en “las condiciones de extrema fragilidad ambiental que presenta elChaco salteño”. El estudio señala que a pesar de esta solicitud y del aval científico del proyecto de distribución de tierras elaborado por la Universidad de Salta, el gobierno provincial llevó adelante un proceso de mensura y subdivisión de las tierras, otorgando en los primeros meses de este año pequeñas parcelas a pobladores criollos y aborígenes, lo que generó divisiones y conflictos.
El documento del equipo denuncia también la dilación en la que incurren diversos organismos del Estado para cumplir los acuerdos que garantizan los derechos aborígenes y la dilapidación de recursos en estudios que no redundan en beneficio de las comunidades. En base al informe, los obispos católicos argentinos, a través de la Asamblea Episcopal, acaban de pedir “al gobierno nacional y a los gobiernos provinciales (...) acelerar la transferencia o devolución de las tierras que los pueblos aborígenes reclaman legítimamente”.

 

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