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OPINION

El transgresor abandonado

Por James Neilson

Atrapados en el presente, damos por descontado que de repetirse el pasado reaccionaríamos frente a lo que sucediera conforme a nuestros criterios actuales: nunca se nos ocurriría tomar la esclavitud por natural, repudiaríamos con firmeza republicana a los golpistas de turno y, demás está decirlo, no pensaríamos en votar por un corrupto. ¿En verdad? Depende. A menos que “la gente” haya experimentado una gran transmutación ética, lo cual es poco probable, la satisfacción por el arresto de Carlos Menem que sienten tantos que le dieron sus votos se debe más que nada al estado del país. En el fondo, se admite que en los buenos tiempos es legítimo robar o, si cabe, pisotear los derechos ajenos, pero que en los malos no lo es en absoluto. Es decir: siempre hay que respetar el pacto tácito según el cual los corruptos se ven obligados a devolver lo robado haciendo bien las cosas. Si el país estuviera disfrutando de un boom económico vistoso, los únicos que se preocuparían por la corrupción menemista serían ya sus enemigos políticos, ya los comprometidos con ideologías o códigos de valores que la mayoría consideraría exóticos.
Cuando Menem triunfaba en una elección tras otra, quienes lo respaldaban entendían muy bien que era un “transgresor” desaprensivo y estaban seguros de que entre sus acompañantes había muchos que aprovecharían al máximo cualquier oportunidad para convertirse en multimillonarios. Es más: los perdedores que conformaban una proporción muy importante de su electorado, esperaban que lo hicieran. Son muchos los que no suelen vincular el éxito material con la virtud, la capacidad o el trabajo duro sino con la astucia o la suerte y por lo tanto festejan los logros de aquellos vivos que escandalizan a los burgueses o de los “hombres fuertes” de retórica paternalista que se las ingenian para derrotar al destino, razón por la cual personajes como Menem seguirán imponiéndose en buena parte del país. No es que sean menos inteligentes, menos informados o más inmorales que los presuntamente comprometidos con ideales más elevados, es que la vida los ha acostumbrado a desquitarse celebrando los triunfos de los que figuran como sus representantes de turno, trátese de ganadores de un premio en una lotería, estafadores rocambolescos, o “caudillos populares”. Si, como parece ser el caso, realmente han abandonado al riojano, no será por las “transgresiones” que durante años indignaban a los bien pensantes sino porque cuando la fortuna le sonreía se permitió alejarse de ellos y porque, para colmo, lo que hizo habrá dejado de impresionarlos.


 

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