Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

BORGES, GIRONDO, MACEDONIO, HUIDOBRO, PARRA Y OTROS
Aquellos abuelos y estos nietos

 

Tres grandes muestras simultáneas en lugares conspicuos de Madrid remiten a las relaciones entre las letras y las artes en las vanguardias internacionales de la Argentina y Chile.

 

Por Fabián Lebenglik
Desde Madrid

Durante más de un mes, las letras y las artes latinoamericanas, especialmente las vanguardias históricas internacionalistas de la Argentina y Chile han estado presentes en Madrid gracias a tres exposiciones simultáneas: por una parte el par conformado por “Literatura argentina de vanguardia, 1920-1940”, en la Casa de América –que funciona en el magnífico edificio del Paseo de los Recoletos– y por “Vicente Huidobro y las artes plásticas”, en el Museo Nacional Reina Sofía. Por la otra, una amplia muestra antológica de obra histórica y reciente del “antipoeta” Nicanor Parra (1914): “Artefactos visuales”, en la Fundación Telefónica, ubicada en la Gran Vía, a la altura de la calle Fuencarral.
Debido a esta coincidencia en el tiempo se produjo un hecho tan curioso como sorprendente: simultáneamente, en dos lugares conspicuos de Madrid como lo son el Reina Sofía y la Casa de América, estuvieron colgados sendos ejemplares originales –y hoy raros– del periódico mural borgeano Prisma de los años veinte. Mientras que en la muestra de Parra, que se burla de casi todo, el detalle de color es que uno de sus irónicos “trabajos prácticos”, muestra –ridiculizándola– una fotografía de la pareja Menem-Bolocco.
Vanguardia y combustión
La combustión extraordinaria de las primeras décadas del siglo, en medio de la violencia de la Primera Guerra Mundial y la explosión de la cultura de masas, condujo a una ruptura profunda con las formas tradicionales de percibir, pensar e interpretar el mundo, que fue rápidamente captada por las vanguardias estéticas y políticas que con sus ideas y producciones culturales transformaron para siempre la vida, la literatura y el arte.
París era el hormiguero cosmopolita donde se mezclaban todas esas violencias estéticas y políticas, potentes y serpenteantes, que se iban contagiando entre grupos de artistas e intelectuales internacionalistas.
Las conexiones entre intelectuales y artistas también eran una contraseña de buena parte de los escritores y plásticos de la Argentina y Chile, fogoneros del martinfierrismo y el creacionismo. En este sentido, el ultraísmo era la versión española –aunque no solamente española– de ese dinámico “mercado” revolucionario de teorías y prácticas.
Pero la guerra del 14 había actuado en Europa como un tornado al revés, que expulsó a todos de todas partes y, desde sus variados orígenes, iban a parar a España. Todas las vanguardias europeas, con sus conexiones latinoamericanas, constituyen un mapa sin fronteras. Eran básica y paradójicamente internacionalistas y facciosos, porque el mismo tipo de sensibilidades se unía para establecer velozmente un ‘nosotros’ contra un ‘ellos’, o un ‘antes’ contra un ‘después’ que dividía las aguas.
La raíz de su funcionamiento tomaba el modelo de la guerra: vanguardias, retaguardias, enemigos y toda una terminología bélica. Buscaban al mismo tiempo lo específico y lo común de cada uno y todos los campos creativos. En este sentido, como puede verse en las muestras madrileñas, estos movimientos yuxtapuestos, complementarios y generalmente efímeros, surgían como erupciones que luego generaban violentas polémicas, estratégicas alianzas y reagrupamientos, así como notorios bandos y bandas. La polémica, la burla, la injuria, el ingenio, la controversia pública, era un modo de sacarles punta a las ideas y a las obras.
Los antecedentes directos del ultraísmo –fundado por el novelista, crítico y traductor Rafael Cansino Asséns, junto con Guillermo de Torre– hay que buscarlos en el poeta chileno Vicente Huidobro y en el escritor y animador cultural español Ramón Gómez de la Serna –sobre quien se está planeando una gran muestra–, una suerte de sumo sacerdote también para la vanguardia argentina, cuando decidió irse a vivir a la Argentina. Borges y su hermana Norah, pintora, dibujante y grabadora (de ambos hay abundante obra en las muestras históricas) se iniciaron literaria y artísticamente en el marco del ultraísmo.
Del ‘20 al ‘40
La exposición “Literatura argentina de vanguardia, 1920-1940” está curada por Juan Manuel Bonet, actual director del Museo Reina Sofía y Sergio Baur –un culto bibliófilo, coleccionista y diplomático argentino que desde hace cuatro años se desempeña como Agregado Cultural de la Embajada Argentina en Madrid– y consiste en la exhibición de primeras ediciones de libros, así como colecciones de revistas, fotos, documentos y grabados. Se trata de una muestra tan exquisita como reveladora, en la que se puede ver el país que era la Argentina de entonces –con sus grandes escritores, artistas, editores; discusiones y ebullición cultural– y el país que es hoy.
Entre las múltiples y variadas publicaciones exhibidas, sólo de la década 1921-1931, se ven los ejemplos de Martín Fierro, Nosotros, Proa, Prisma, Claridad, Poesía, Azul, Valoraciones, Revista de América, Libra, Máscaras, Los Pensadores, Inicial, Megáfono, Teatro del Pueblo y Sur. De casi todas ellas hay varios ejemplares, en los que se aprecia el valor del diseño, la imagen, el montaje, la calidad de edición entre otros detalles. La palabra, el sonido, el ojo, todo era tenido en cuenta en aquellas publicaciones pioneras.
Tanto como Borges, Girondo es otra figura clave de aquellos años, no sólo como poeta y escritor sino también como animador cultural. Están todos sus libros, en primeras y bellísimas ediciones, que en varios casos llevan sorprendentes dibujos del propio Girondo. También impacta la edición de Interlunio (1937), ilustrado por una serie de trabajos surrealistas de Spilimbergo, que le dan una extraña concreción visual a ese texto en una prosa de atmósfera fantástica y final desconcertante.
En general, la imagen literaria y visual que se desprende de la muestra está en estrecha relación con la cultura urbana, cosmopolita y dinámica de las primeras décadas del siglo. Se leen y se ven los perfiles de los suburbios y los centros de las ciudades, los transportes públicos y cafés, el maquinismo y la industrialización, así como los retratos literarios y visuales de los miembros de tal o cual cofradía artística y literaria con la que se identificaban: ese enfático “nosotros” que necesariamente los diferenciaba de los demás. Además de los nombrados, hay libros, documentos y fotos de Güiraldes, Arlt, Gálvez, Bernárdez, Rega Molina, Evar Méndez, González Lanuza, el Vizconde de Lascano Tegui, Raúl González Tuñón, Marechal, Olivari, Alvaro Yunque, Norah Lange, Ricardo Molinari, César Tiempo, Macedonio, Castelnuovo, Jacobo Fijman, Scalabrini Ortiz, Canal Feijoo y otros.
Huidobro y las artes
La muestra del Reina Sofía, curada por Miguel Valle-Inclán y Carlos Pérez, se articula alrededor de una serie de “Poemas pintados” de Vicente Huidobro que nunca fueron editados. El poeta chileno los presentó por primera vez en París en 1922 con el título Salle XIV, un juego de palabras entre salle y sale que, en francés, significan “sala” y “sucio”, en referencia a un lugar, pero también al año maldito en que comenzó la Primera Guerra Mundial.
Además de la íntima relación entre palabra e imagen, letra y diseño, tipografía y pintura, la muestra es exhaustiva en obra y documentación. Hay obra de Picasso, Arp, Sonia Delaunay, Apollinaire, Satie, Gris, Marinetti y muchos otros, en un cruce que atraviesa distintasmanifestaciones artísticas, nacionalidades, lenguas, estilos y materiales: cubismo, dadaísmo, surrealismo. Y el eje de toda esa producción es la figura y la obra de Huidobro (1893-1948): un motor inagotable que impulsaba y contagiaba a todos quienes lo frecuentaban. Aunque también tuvo sus enojos con Madrid, en una célebre carta que le escribió a Guillermo de Torre en enero de 1920:
“...Me pregunta Ud. por qué no escribo a España y puesto que soy un hombre franco y leal debo decirle la verdad cruda: porque estoy asqueado de la conducta de todos esos literatillos de vuestra tierra para conmigo y no quiero saber nada de lo que pasa por allá. (...) Creo que la inmensa mayoría son unos aprovechadores arribistas y bobos que desacreditan con sus confusiones y sus producciones ineptas la seriedad de algo que yo estoy obligado a defender más que nadie. Maldita mil veces la hora en que pasé por España y os revelé una parte de mi secreto tan querido y tan digno por su verdad y su pureza de mejor suerte y mayor respeto (...)”
“Antiinstalaciones”
Nicanor Parra, a los 86 años, sigue teniendo una inventiva y un humor irreverente y libertario. Junto a los breves textos “antipoéticos” que se exhiben escritos sobre decenas de bandejitas de cartón, el poeta presenta gran cantidad de “trabajos prácticos”: objetos, esculturas, collages, “antiinstalaciones”, que dan pelea estética e ideológica contra el mercado, la publicidad, la burocracia, la religión, la pornografía y otras instituciones. Las obras arrancan en la década del cincuenta, cuando, desde el punto de vista de las artes plásticas, podría considerarse a Parra como un artista conceptual avant la lettre. Ese es también el momento en que consideró agotada la poesía tal como se la concebía hasta entonces en Occidente y propone la “antipoesía”, hecha de retazos de la oralidad popular. Los elementos recogidos y reutilizados por Parra buscan una nueva función en los “artefactos visuales” y se combinan con textos ambiguos y humorísticos, que actúan por repetición y contra los cánones clásicos de la belleza y el uso.

 

 

PRINCIPAL