Por Victoria Ginzberg
La angustia de la búsqueda
incesante de las familias Poblete y Hlaczik por encontrar un dato, una
pista, que condujera a José, Gertrudis y Claudia y la brutalidad
del trato recibido por las víctimas en el centro clandestino de
detención El Olimpo se mezclaron ayer en la segunda audiencia del
juicio oral y público por la apropiación de Claudia Victoria
Poblete. La abuela paterna, Buscarita Roa, y el abuelo materno, Gustavo
Hlaczik, relataron su recorrida por tribunales, comisarías y regimientos
y el llamado telefónico de Gertrudis desde ninguna parte preguntando
por su hija. En el 80 mi mamá no tenía esperanzas.
Cayó en una depresión y no se la pudo consolar. Un año
después decidió suicidarse, relató entre lágrimas
Erica Hlaczik, tía de la joven que creció engañada
por el teniente coronel Ceferino Landa y su mujer, Mercedes Beatriz Moreira.
El 28 de noviembre de 1978 mi nuera me había pedido que una
de mis hijas la acompañaran a llevar a un control médico
a la nena. Mi hija volvió y me dijo que la casa estaba vacía
y toda revuelta. Así se enteró Buscarita del secuestro
de su hijo, su nuera y su nieta de ocho meses. Por una vecina, supo que
alrededor de las dos de la mañana dos autos de policía estacionaron
en la puerta de la casa de Guernica y que sus ocupantes sacaron a Gertrudis
con Claudia en los brazos. La mujer pedía por favor que llevaran
a la beba a lo de Buscarita, que vivía a dos cuadras, pero las
metieron a las dos en el patrullero. Después llegó un camión
militar y arrasó con las pocas pertenencias de los Poblete, la
máquina de escribir, la afeitadora eléctrica, la juguera
y hasta sábanas y toallas. José fue secuestrado ese mismo
día.
La comisaría de Guernica, la de Lanús, Campo de Mayo; los
tribunales de La Plata y de San Martín, donde tuvieron que pagar
las costas de los hábeas corpus; la iglesia Stella Maris para ver
al vicario monseñor Emilio Graselli. Todos esos lugares fueron
recorridos en busca de información. Hasta que en la primera quincena
de diciembre sonó el teléfono en la casa de los Hlaczik
y era Gertrudis. Su mamá le preguntó en alemán si
la obligaban a decir que estaba bien, pero en ese momento escuchó
una voz masculina que reclamó: modere sus palabras, no estamos
en Rusia y le cortó. A fines de mes Gertrudis se volvió
a comunicar. Esta vez quería saber si ya habían recibido
a Claudia.
Para los Poblete y los Hlaczik los llamados eran desde la nada, pero se
hacían desde la división de Automotores de la Policía
Federal ubicada en Ramón Falcón y Olivera en Floresta,
que se convirtió en El Olimpo en agosto de 1978. Los cinco ex detenidos
que declararon ayer aportaron la otra parte de la historia. El que
le permitió hablar por teléfono fue el Turco
Julián, relató ante los jueces Guillermo Andrés
Gordo, Luis Rafael Di Renzi y Guillermo Federico Madueño, Susana
Caride. Cuando supo que la nena no estaba con sus abuelos, Julián
le dijo como excusa que se habrían equivocado la dirección,
aseguró Enrique Ghesan. La primera vez que vi a Gertrudis
estaba, dentro de la situación, contenta porque habían mandado
a la nena con sus viejos. Pero una semana después se enteró
que no había llegado y estaba muy mal, narró Juan
Agustín Guillén, quien fue compañero de los Poblete
en la Unión Socio Económica del Lisiado y como Gilberto
Rengel Ponce entró al juzgado ayudado por sus muletas.
Los testigos coincidieron en que el Turco Julián (Julio
Simón) y Colores (Juan Antonio Del Cerro) les dijeron
a José y Gertrudis que ellos mismos habían llevado a la
niña con sus abuelos. Ghesan se lo escuchó a los represores
porque estaba en la celda contigua a Poblete, separado de él tan
sólo por un tabique. Simón y Del Cerro están procesados
por este hecho y también están imputados por el secuestro
del matrimonio Poblete, ya que en esta causa el juez federal Gabriel Cavallo
declaró la inconstitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida
y Punto Final.
Los sobrevivientes del Olimpo también proporcionaron detalles sobre
el cruel trato al que fue sometido José, lisiado de ambas piernas.
Lorevolcaban delante nuestro haciéndolo caminar con los muñones,
expresó Caride. Vimos antes de la reja de salida del Olimpo
la silla de ruedas de José. Esto era un indicio de que no lo habían
trasladado a ninguna parte, por lo menos no sano, aseguró
Cerruti.
Los acusados, Landa y Moreira, que el jueves habían pedido no presenciar
las audiencias, estuvieron ausentes durante toda la jornada. La abogada
de Abuelas de Plaza de Mayo, Alcira Ríos, reclamó que el
teniente coronel fuera llevado a la sala para comprobar si los sobrevivientes
del Olimpo lo reconocían. Los testigos habían mirado una
foto del militar y ninguno lo señaló como represor del centro
clandestino pero la abogada argumentó que durante el cautiverio
las víctimas no podían ver y que debía ser identificado
a través de la voz. El tribunal rechazó este planteo y continuará
con las audiencias el jueves próximo.
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