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LE PUSIERON A UNA TRIBUNA EL NOMBRE DE UN HINCHA DESAPARECIDO
Defensores de la memoria

Una tribuna de la cancha del club Defensores de Belgrano lleva, desde el 25 de mayo último, el nombre de Marcos Zucker (h), en homenaje al hijo del actor que era hincha del club y que desapareció durante la última dictadura militar. Quienes conocieron a Marquitos Zucker recuerdan su compromiso en la construcción de una sociedad mejor y su fidelidad a los colores rojo y negro de su pasión. En el fútbol no se conocen antecedentes de homenajes similares a desaparecidos.

“Nos buscamos en la felicidad, pero nos encontramos en la desgracia”
(Henri Bataille)

Por Gustavo Veiga

Marquitos Zucker soñaba con un mundo más solidario. Se lo demandaba su compromiso de militante político y pagó con la desaparición semejante desafío a la última dictadura militar. Hoy existe un sitio que evoca su memoria, que sintetiza en su persona a tantos como él, jóvenes de una generación entrañable que, también como él, fueron hinchas de algún equipo de fútbol. En el club Defensores de Belgrano hay una tribuna que lleva su nombre desde el 25 de mayo pasado. Un amigo y dos dirigentes de la institución recordaron al hijo del actor Marcos Zucker tras un acto que, si registrara un antecedente similar, aún no ha sido difundido: por primera vez en la Argentina, un territorio tan sensible al sentimiento futbolístico recibió el nombre de un desaparecido y, al mismo tiempo, de un consecuente habitante del tablón. A menudo, las plateas, palcos o sectores populares de un estadio perpetúan sobre el cemento a directivos, jugadores o periodistas. Esta vez, se hizo justicia como nunca.
Hugo Arbona, un integrante de la comisión que conduce la entidad, tuvo la idea. Se estaba por cumplir en ese momento el vigesimoquinto aniversario del golpe militar de 1976. Marcelo Achile, el presidente del club que tiene buenas posibilidades de salir campeón en el torneo de Primera B, explicó cómo fue: “Arbona interpretó la voluntad de muchos hinchas de Defensores de reivindicar la memoria de Marquitos, porque él siempre está presente. La comisión aceptó totalmente la propuesta y nos pareció oportuno fijar la fecha de un nuevo aniversario del club para ponerle el nombre a la tribuna oficialmente, así como lo hicimos también con las nuevas plateas” (a este sector se lo denominó Daniel Deluca, en homenaje al hijo fallecido de Eduardo Deluca, el ex presidente de la institución).
La “techada”, como se la conoce desde su construcción a mediados de los años ‘60, tiene en su corazón, en letras rojo y negras bien grandes, la inscripción “Tribuna Marcos Zucker (h)”. Ubicada de espaldas a la avenida Libertador, sobre un predio de casi 16 mil metros cuadrados, es la cabecera de la cancha donde, desde siempre, se ubica la hinchada local. La avenida Comodoro Rivadavia separa a “Defe” de la tenebrosa Escuela de Mecánica de la Armada, acaso el símbolo más contundente de la represión ilegal que acabó con los sueños del hincha que ahora tiene su nombre pintado sobre el cemento.
Nicolás Bezazian, el vicepresidente 1º del club, conoció a Marquitos: “El comenzó a venir al club con otro chico de la zona de Palermo, su barrio. Era un flaquito de pelo ensortijado, que nos acompañaba a nosotros y se sintió plenamente identificado con Defensores. Calculo que habrá sido a fines de la década del ‘60. Pasaba todo el día acá, en Núñez. Inclusive se puso de novio con una chica de aquí y venía a la pileta. El era muy solidario, un chico muy querible y, con muchísimo dolor, años después nos enteramos de lo que le había ocurrido”. Achile, un militante peronista de 34 años que supo de la vida de Zucker por los más veteranos, agregó: “Este tipo de trayectorias me encanta reivindicarlas, porque lo que le sucedió a él, nos pudo pasar a cualquiera de nosotros. Los más grandes siempre nos expresaron todo el amor y el cariño que sintieron por Marquitos y que, por sus ideales, le pasó lo que le pasó”.
Amigos del tablón
Juan Romeo Ferrara, alias Toti, mantuvo una estrecha amistad con el joven desaparecido. Hoy, desde San Miguel de Tucumán, donde reside, es capaz de recordar con una precisión que no alteró el paso del tiempo varias anécdotas que revelan cómo se identificaba su amigo con Defensores.Corría el 18 de noviembre de 1972, cuando ambos, al día siguiente de que Perón regresara al país durante una lluviosa jornada, salieron desde la cancha de Defensores hacia la casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López, para ver al anciano general. “Ese sábado, el equipo le había ganado a Dock Sud 3 a 1 por el campeonato de Primera C”, afirma Ferrara sin titubear. Un flaquito huesudo, que gambeteaba rivales sobre la raya de cal con una facilidad asombrosa, les habilitaba a él y a Marquitos la ilusión de un pronto retorno a la B. Se trataba de René Orlando Houseman.
Habían pasado la dictadura militar del general Alejandro Lanusse y los gobiernos justicialistas de Héctor Cámpora, del propio Perón y de su esposa Isabel, los desaparecidos ya comenzaban a contarse por miles y el fútbol, a unos pasos de la ESMA, continuaba jugándose. El Loco Houseman hacía rato que ya había salido campeón con Huracán y Defensores continuaba a los tumbos en la B. La tarde del 21 de diciembre de 1976, el gordo Toti –periodista y relator de fútbol– compartió con su amigo un angustioso desenlace deportivo. El equipo acababa de empatar en la cancha de Estudiantes de Caseros con Comunicaciones y debía esperar otro resultado para saber si mantenía la categoría.
“Defensores necesitaba que Flandria y Sarmiento, que jugaban entre sí, no empataran. Así, el que perdía, bajaba a la C. Nosotros sabíamos que iban 1 a 1 y ya se acababa el partido. Cuando estábamos escuchando la radio, sentimos que daban los resultados y, de repente, una voz dice: ‘Hay un gol, gol de Seppaquercia para Flandria’. Marquitos venía de la calle, nos abrazamos y nos caímos al piso de tanto festejar.”
En 1977, el joven Zucker fue secuestrado en la calle y mantenido en cautiverio por un grupo de tareas durante 46 días. Según su amigo, “le dijeron que no había nada en su contra, que iba a salir. Pero un día, se metieron en su casa de Palermo y él decidió irse a vivir a Brasil”. A partir de ese instante, Ferrara comenzó a preparar un viaje a Río de Janeiro para encontrarse con el Pato, como también lo apodaban a Marcos. Terminaba enero de 1978, Independiente se consagraba campeón en Córdoba y Carlos Reutemann ganaba un Gran Premio de Fórmula Uno en Jacarepaguá. “En la noche del 29 de enero quedamos en juntarnos en un departamento de Ipanema, en lo que hoy es la calle Vinicius de Moraes. Cuando entré, había como quince personas y me sorprendí tanto por la cantidad, como porque eran todos argentinos. Les hacían una despedida a los que se iban a España. Yo, ingenuo, pregunté sí irían a la Costa del Sol o un lugar de ese tipo. Me contestaron que no, que viajaban a San Sebastián y que después volverían a recuperar nuestra patria. Ninguno de los que estaban allí podía regresar al país”, evoca Toti, quien vio por última vez a Marquitos en Foz de Iguazú, una ciudad fronteriza de Brasil.
Con el tiempo, ambos se alejaron todavía más. Uno, el militante político, pasó a residir en Madrid. Desde allí, en una carta que le envió a su amigo, le contó cómo había recibido la noticia de una victoria clave de Defensores sobre Tigre por 1 a 0 que postergó la vuelta olímpica de este último, a una fecha de finalizar el torneo de la B. Corría 1979 y Marquitos escribió: “Fui a buscar el Clarín al quiosco de siempre, en la Puerta del Sol, frente al Ayuntamiento, en pleno centro de Madrid. Mientras viajaba en el metro, imaginaba lo que me iba a encontrar, estaba seguro de que DEFE había ganado. Al abrir el diario busqué desesperado la parte de deportes y al ver ese 1 a 0 con gol del Turco Haffez, de la alegría tiré el diario por el aire y se desparramó todo... El Gallego que atendía el quiosco no entendía nada...”.
Zucker volvió en varias ocasiones a la Argentina. Y el Gordo Toti, su amigo–hincha, asimiló como pudo la peor noticia una tarde imprecisa, durante la época más infame que haya vivido el país. “Marcos no te va a escribir más”, me dijeron. Y, desde ahí, empecé a atar cabos. Porque las cartas que me había mandado en 1978, ‘79 y ‘80 me llegaban abiertas y el teléfono estaba pinchado”, sostiene Ferrara, quien integró la comisión de prensa de Defensores en los años ‘70.
El último 25 de mayo, Cristina, la hermana de Marcos Zucker (h), su sobrina y un grupo de sus compañeros de militancia, le tributaron un emotivo homenaje en la tribuna que ahora lleva su nombre. Varios centenares de hinchas que no lo conocieron también estuvieron presentes en el acto. Su padre, el actor, se encontraba en Estados Unidos. Toti, su inseparable amigo de tantos sábados compartidos en canchas del ascenso, permaneció en Tucumán. Unos y otros, a la distancia o en el club, levantaron sus banderas de lucha por una sociedad más justa.
“La juventud siempre fue la reserva moral de todas las épocas, aunque en la etapa de Marquitos había más participación de los chicos. Nosotros pensamos que es nuestro deber reivindicar la memoria. Porque ese capítulo de la historia nos causa mucho dolor, pero es parte de nuestra historia al fin”, concluyó el vicepresidente Bezazian, como si sus palabras formaran parte de un discurso preparado para la ocasión. Desde algún lugar, allí donde las utopías cobran fuerza y un mundo solidario no parece inalcanzable, Marquitos Zucker está presente. Y en Defensores de Belgrano, su club, se lo hicieron saber.

El racismo de los hinchas

Por G. V.

El 26 de febrero del año pasado, un grupo de la hinchada de Defensores de Belgrano recibió en su estadio al equipo de Atlanta arrojando jabones. Un acto tan descarado de racismo motivó el repudio de varios sectores de la sociedad, incluido el del propio club donde se materializó. Lo curioso es que, también un sector de la barra de la institución de Villa Crespo, suele hacer demostraciones similares como pintar esvásticas y entonar cantos xenófobos. Atlanta, desde los tiempos de León Kolbowski –un ex presidente de los años ‘60–, ha sido asociado a la colectividad judía y, por ende, soportó todo tipo de manifestaciones discriminatorias, que casi nunca motivaron sanciones por parte de la AFA.
Hoy, los dirigentes de Defensores se sienten obligados a rechazar, una vez más, aquella miserable actitud que hubiese indignado a un hincha como Marquitos Zucker.
“Que el hecho pasó y lamentablemente existió, nadie lo niega. Yo me encargué de ir a la AMIA, a la DAIA, a todos lados, para que vieran que aquí nadie adhería al nazismo, que nadie es facho ni nada que se le parezca. Si vienen al club, al contrario, se van a dar cuenta de la clase de gente que somos. Aquel fue un hecho aislado, totalmente repudiado por nosotros de todas las maneras posibles. Le pedimos disculpas a todo el mundo y asumimos la responsabilidad de que se hizo acá. Incluso ofrecimos las instalaciones para que hagan espectáculos, eventos o lo que sea con respecto al Holocausto”, explicó Marcelo Achile, el presidente de Defensores.

De Oscar Mas a Blas Giunta

Por G. V.

Defensores de Belgrano se fundó el 25 de mayo de 1906 y tuvo su primera cancha en la plaza Alberti (situada hoy entre O’Higgins, Roosevelt, Arcos y Manuel Ugarte), de la que se mudó a Núñez en la década del ‘10, obligado por la Municipalidad porteña. Sus primeros colores fueron el celeste y el rosa, pero pronto sus fundadores tomaron el rojo y el negro que tenía la camiseta de un club uruguayo, Miramar Misiones. De su semillero surgió uno de los delanteros más grandes que dio el fútbol argentino, René Houseman, quien había sido rechazado en las divisiones inferiores de Excursionistas por gente que no toleraba que viviera en la villa miseria del Bajo Belgrano. Pero, vaya paradoja, el Loco siempre fue hincha del club de donde lo echaron y clásico rival de barrio de Defensores.
Por el “Dragón” –un mote que Defensores recibió en los últimos años– pasaron otros jugadores que se lucieron en Primera División como Oscar Mas, Carlos Alberto Vidal, José Leonardi, Alberto Beltrán, Ramiro Pérez, Heriberto Correa, Walter Fernández y, hasta hace muy poco, un símbolo de Boca, Blas Giunta. En estos tiempos de instituciones desquiciadas y balances en rojo, el club invirtió casi 200 mil dólares en su nueva platea con capacidad para mil personas, amplias cabinas, vestuarios y otras obras que son una bocanada de aire fresco para nuestro empobrecido fútbol.

 

 

 

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