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COMO TRABAJAN HOY LOS INVENTORES EN LA ARGENTINA
Las fábricas de ideas

Ponen todo: ahorros, ingenio, riesgo. Pero la mayoría no logra atravesar la barrera burocrática. Los que logran patentar sus creaciones después no consiguen inversores. Pero insisten, porque inventar se les vuelve una obsesión.


Mario Fernández Ribeiro inventó un control remoto para ciegos.


José Fandi, con algunas de las herramientas que inventó, además de ruleros que no se ven, morsas extensibles y otros cien objetos.

Por Horacio Cecchi

Después de más de un centenar de ideas transformadas en objeto, si algo le falta inventar a José Fandi es el mecanismo para esfumar burócratas. Los detesta, profundamente, masculla odio cada vez que recuerda la oficina de patentes, repitiéndose la misma pregunta gris burócrata: �¿Y para qué seguir con esto?�. �Esto� viene a ser un avión destartalado que transformó en restaurante, morsas extensibles, lavarropas que giran en ocho, ruleros que no se ven, tapones eléctricos que se destapan solos. Como Fandi, una hueste de colegas tiene sus propias obsesiones. Como una perinola que siempre pierde, ponen todo: ingenio, ahorros, riesgo. Pero el 90 por ciento abandona ante la sola idea de una oficina pública o un pirata; un 9 por ciento patenta, pero no es capaz de inventar un inversor. El uno restante sueña glorias bohemias mientras se pierde en más inventos. Es el sendero gris de las materias grises nativas.
El avión estaba al borde del desguace en algún galpón de Ezeiza. Un Lockeed Electra cuatrimotor, de 34 metros de largo. Había sobrevivido a las baterías británicas en las Malvinas como transporte de provisiones, pero no parecía que podría superar los proyectos de los gitanos en la reventa de chatarra. 
�La historia del avión fue así �empieza Fandi�: Siempre había querido armar una casa flotante en un hidroavión. Pero los hidroaviones eran muy caros y no tenía cómo comprarlo. La idea me siguió dando vueltas en la cabeza. Mi socio tiene un campito en el Camino de Cintura. Hace tres o cuatro años, yo había inventado unas lanchitas skijet, más seguras porque no vuelcan. Entonces lo convencí a mi socio para poner un lago en el campito. Esperábamos cuarenta a cincuenta personas, pero a los dos días de abrir el lugar se llenó de gente, había como quinientas personas haciendo cola para andar en las lanchitas como si fueran kartings. Teníamos diez�.
Eu quero deish
A los pocos días del lanzamiento de las kartnautas, unos brasileños se acercaron al laguito. �¿Cuánto cuestan?�, preguntó uno de ellos, y Fandi respondió: �No están en venta, las alquilamos para dar unas vueltas�. �Eu quero comprar�, insistió el brasileño. �Eu nao quero uma, eu quero as deish. Pago agora�. Después de un tira y afloje, después de dudas y consultas entre los dos socios, se acordó un precio y el brasileño se llevó las deish kartnautas dejando el efectivo contante y sonante.
�¿Las había patentado?
�No. Para qué. Las aseguradoras no querían saber nada. Acá nadie te ayuda. Y como las aseguradoras no aceptaban, a mi socio le dio miedo por cualquier accidente. Y para qué iba a patentar y estar pagando durante años si después no la iba a fabricar. Este es un país agrícolo-ganadero y la clase política jamás quiso invertir en creatividad. Tienen la tierra y la tierra les da sin poner nada. 
Con la venta de las kartnautas, Fandi resolvió un problema. No de bolsillo, porque Fandi reinvirtió en su obsesión torturante: el cuatrimotor. Lo colocaron en un enorme camión con una grúa pluma. Fandi ya había calculado que las alas pasaran por el portón. Pero la grúa colocó al avión torcido y una de las alas, inclinada, tocaba el borde de la puerta. En segundos, Fandi inventó un patín sobre el que rodaba el ala torcida, para nivelarla. Salieron. Y después de media hora y un azaroso recorrido llegaron al campito del Camino de Cintura. Mientras colocaban el avión, Fandi hacía planos para transformar al Lockeed, mitad en petit café, mitad en avioncinema. 
�Había tomado la medición del tránsito. Pasan setenta mil autos por día. Con uno de cada mil que se parara a curiosear estábamos hechos�.
�¿Y qué pasó?
�Pasaron los ministros de Economía. Ahora lo alquilamos para fiestas.

Salvavidas de controles

Pero la mayor obsesión de Fandi, sin dudas, es el burócrata. �Están para prohibir. Es la única clase que sobrevivió todas las revoluciones en el mundo. Siempre están y allá donde no están es donde crece el ingenio.�
Mario Fernández Ribeiro es kinesiólogo, tiene tres hijas, una esposa y sus inventos, que también nacen de problemas. ¿Y cuáles fueron los problemas de Ribeiro? �Estaba viendo �Hola Susana� y llamó un televidente ciego. En un momento, Susana le pidió que bajara el volumen porque hacía interferencia. Se ve que el cieguito quiso agarrar el control remoto y se le cayó, porque se escuchó un ruido bárbaro. �¿Qué te pasó?�, le preguntó ella, y él contestó que se le había destrozado y desparramado el control remoto. A partir de ese momento ya no pude descansar hasta inventar un protector de control remoto para ciegos�. El invento de Ribeiro es sencillo. Pero a nadie se le había ocurrido: es un plástico inflable, igual que un salvavidas para chicos, pero para controles remotos. Ribeiro lo pensó con una placa de acetato, colocada encima de las teclas, que llevaría el código Braille. Pero el salvavidas de controles no fue para ciegos porque nadie estaba dispuesto a fabricarlo con el agregado. �Parece que acá los ciegos no son negocio�, meditó el inventor semifrustrado. Semi porque logró comercializar el invento según los cánones de los fabricantes.
Antes, Ribeiro había registrado un sistema de embalajes inviolables. �Patenté primero en Estados Unidos. Acá, el trámite te dura 6 años y allá uno. Y es más fácil que Estados Unidos exija que todos los aeropuertos del mundo lo tengan. Argentina no le puede ordenar a nadie.�
Juan Maglieri pasó por un problema estético-práctico: encontrar cada mañana la pasta dentífrica diseminada por todo el baño. Inventó un dispenser que exprime prolijamente el tubo dentífrico. �Nadie lo quiere fabricar �se queja�. Les conviene que la pasta se derroche�. También inventó un corcho de sidra que no salta. Por los ojos. Otra vez los fabricantes: �Uno me dijo que mi invento rompía el ritual del ¡pum!�. Pero el fabricante tenía otro problema: �La dureza del precintado de los corchos�. Días después, Maglieri volvía con la solución al problema.

Obsesiones

Conjunto Optoelectrónico de Seguridad Vial. Así lo llamó Dante Guarnieri, de 68 años. El nombre no es lo más complejo. Es un semáforo que detecta ambulancias y corta el tránsito para abrir paso a la urgencia. �Se me ocurrió después de inventar el detector de camioneros que se duermen�. Se trata de un aparatito que se coloca en el frente del parabrisas, del lado interior a la altura del espejito retrovisor. El aparatito emite un haz de luz. Por detrás del conductor, a la altura del cabezal, un dispositivo recibe el haz cada vez que el camionero cabecea y pone en funcionamiento una chicharra.
También del detector de camioneros que se duermen nació un levantador automático de barreras. Tantas obsesiones a Dante le dejaron huellas: después de años de ver cómo invertía sus ahorros en nuevos inventos, después de sufrirlo ensimismado, su mujer se separó. �Me echó �corrige�. No me aguantaba más. Viví un tiempo en la casa de mi madre. Pero mire que durante 15 años viví muy bien de mis inventos.�
�¿Por qué se interrumpió?
�Me llamaban para decorar stands argentinos en exposiciones en el exterior. Ganaba muy bien. Pero vinieron los militares y un buen día se terminó todo.
La solución de su problema laboral fue otro invento: desde joven, don Dante se dedicó a las serigrafías y la pintura, y durante un viaje en colectivo descubrió que no existía la pintura fluorescente. �La única que existía era la pintura fluorescente artística. Me la pasé investigando fórmulas, recorriendo pinturerías hasta que encontré la fórmula�. A la flúo le siguió la metalizada. �Apenas las empecé a vender, se pusieron demoda�. Ahora, don Dante vive de su fábrica de pinturas flúo y metalizada. También inventó una rueda de auxilio que se cambia sin cricket. �Siempre tuve coches viejos y siempre pinchaba. Es un problema y ya no estoy en edad de cambiar gomas�. Solución: la rueda de auxilio que inventó se adosa a la llanta en dos mitades y sin necesidad de usar cricket ni quitar la pinchada. Con la rueda de auxilio decidió viajar a la Exposición Internacional de Inventores de Pittsburgh. �Me parecía muy poco, allí iban a estar todos los inventores de todo el mundo. Así que en un par de meses saqué otro invento: un elevador para discapacitados. Es un brazo que se coloca detrás de la cama que levanta un arnés al que está sujeto el discapacitado�.
Rueda de auxilio y elevador resultaron premiados con una medalla de oro y otra de bronce. Ahora, a Dante lo obsesionan dos cuestiones: está preocupado por el semáforo para ambulancias. �Entregué la propuesta, pero hace un tiempo vi que lo habían instalado en Belgrano. Nunca me consultaron�. 
La otra obsesión es cómo dejar de estar obsesionado con sus obsesiones para recuperar entonces a su esposa.

De la idea al hecho

Después de exprimirse los sesos y aprender artesanías, el inventor habrá llegado a su primera victoria: pasar una idea a objeto. Para la jerga es apenas una maqueta, que ni siquiera es del material final. Luego seguirá el proceso de dibujos y planos con los que se podrá explicar a un matricero cómo se debe fabricar una unidad de ese objeto en tamaño real. Una vez logrado, el inventor habrá obtenido una nueva victoria: estará frente a su prototipo. Con dicho prototipo comenzará la etapa de pruebas, que determinará si su invento es utilizable o una insensatez. Por lo general, las primeras pruebas son frustrantes. Si se tiene la suficiente obsesión, se han hecho los cálculos correctos y además tiene alguna utilidad, llegará un momento en que el prototipo será el modelo a presentar. Se deberá tomar entonces la decisión de hierro: para comercializar el producto es imprescindible un inversor y fabricante, pero antes habrá que patentar para mantener la propiedad sobre ese invento. Es decir, el inventor debe pagar por la patente, antes de saber siquiera si hay algún fabricante dispuesto a apostar su dinero. Entre patentes, gestores y demás, se esfumarán con suerte unos 1500 pesos y una demora de entre uno y seis años. Una vez atravesada la encrucijada, invertido en patente, convencido el fabricante y lanzado el producto, podrá considerarse un inventor. No cante victoria. Todavía falta saber qué dice el público.

 

 

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