Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


ESTRENOS DE LA SEMANA

La comedia de Ivan Reitman aprovecha la presencia de David Duchovny
para reírse de los �X Files� y anticiparse a la llegada de �Men In Black 2�.

EVOLUCION

Harry Block y David Duchovny,
cazadores de monstruos del espacio.

ATLANTIS: EL IMPERIO

La estética es la de la historieta
y no la de los videojuegos.


“ATLANTIS: EL IMPERIO PERDIDO”, LOS NUEVOS DIBUJOS ANIMADOS DE DISNEY
Cuando el viaje a la aventura es un mito

Por Martín Pérez

Un mundo perdido, un mapa secreto, un tesoro escondido. Tres pasos hacia el mito y hacia la desaparición de éste. Porque todo mundo perdido puede encontrarse, todo mapa secreto puede develarse y todo tesoro escondido puede ser hallado. Y el camino más corto entre semejante enumeración de opuestos es siempre el mismo: la aventura. Y aún más: en un mundo cinematográfico en el que cada vez más los efectos especiales de los films de aventuras son lisa y llanamente dibujos animados, el camino recto hacia la aventura deberían ser los dibujos animados. Así, a secas. Al punto que Disney parece también haber comprendido la lección, y puso al equipo de dirección de La Bella y La Bestia y El Jorobado de Notre Dame lejos de los musicales y cerca de Julio Verne e Indiana Jones. Y el resultado es Atlantis: el imperio perdido.
Si a la hora de contar aventuras con dibujos animados Fox se decidió por el futurismo y la estética de videojuego de un fracaso llamado Titan A.E., el camino de Disney en búsqueda del mismo grial animado eligió el rumbo opuesto. En lugar del futuro, Trousdale y Wise decidieron contar su historia desde un pasado cercano, pero lo suficientemente pasado como para que todavía hubiese historias por contar. Y, aún más sagazmente, a la hora de elegir una estética gráfica para su historia, en vez de utilizar la de los videojuegos eligieron la de la historieta, un medio más interesado en narrar antes que en jugar. Con el mismo espíritu amplio con el que el equipo de animadores de Hércules invitó al caricaturista inglés Gerald Scarfe (conocido por su labor en The Wall) a formar parte de la creación de aquel film, Mike Mignola fue el talento off-Disney convocado para Atlantis. Y el resultado no podía haber sido más satisfactorio.
A medio camino entre el mundo de las aventuras y el mundo Disney, Atlantis: el imperio perdido comienza presentando a su héroe, un lingüista ingenuo llamado Milo Thatch, que sueña con poder ir en busca de su mito de cabecera: el de una civilización avanzada que fue vencida por el peso de su propia soberbia. Ninguneado por la ciencia subvencionada, Thatch será tentado por la empresa privada y sumará su talento lingüístico al poder tecnológico de un expedición decidida a llegar hasta donde haga falta llegar para develar los secretos del mundo perdido.
Con Viaje al centro de la tierra como modelo confeso a la hora de construir su trama, Atlantis es un film que debe leerse como una historieta de las de antes. Si su trama está ambientada a comienzos de siglo, cuando el mundo y la humanidad aún desconocían sus límites tanto físicos como atrozmente inhumanos, su historia exige ser consumida también desde esa ingenua ansiedad del que aún tiene curiosidad por ver qué se esconde detrás del horizonte. Sin el filo de lo mundano –ese que tan bien ostentan Han Solo o, incluso, Indiana Jones–, a Milo Thatch no le alcanza con enfrentar la ilusión de su idealismo contra la profesionalidad de sus compañeros mercenarios para ganar la profundidad que necesita su aventura para ser aún más aventurera.
Desde esos límites, sin embargo, su historia entretiene e –incluso– asombra desde más de una escena resuelta con una estética que excede el marco Disney para buscar el mejor dibujo animado. Con el trazo sencillo pero contundente de Mignola a la cabeza, mucho de lo que se ve en Atlantis recuerda al más reciente comic de aventuras, e incluso al mejor trabajo animado fuera del mundo Disney, como el de Brad Bird (The Iron Giant). Entonces el mito de Atlantis sigue siendo perdido, secreto y escondido. Y la aventura de Thatch se presenta como el camino más corto, sí, pero no por eso menos disfrutable.

PUNTOS

 


 

“AL CALOR DE LAS ARMAS”, DE CHRISTOPHER McQUARRIE
Los otros sospechosos de siempre

Por Luciano Monteagudo

Ya se sabe: en Hollywood no hay guionista que no sueñe con ser también director, con manejar sus propios materiales sin tener que someterlos a los caprichos y veleidades de un extraño. Después del éxito de Los sospechosos de siempre, que le valió el Oscar de la Academia de Hollywood al mejor guión original, Christopher McQuarrie tuvo esa oportunidad. No se puede decir que la haya desaprovechado, pero Al calor de las armas es una de esas películas que confunden personalidad con autocomplacencia, como si la consigna fuera ante todo ser original, o pretender serlo, a toda costa, con vueltas de tuerca, traiciones y dobles traiciones que rizan exageradamente el rizo, hasta convertirlo en una madeja de nudos.
Algo de eso había también en The Usual Suspects, un film quizá sobrevalorado en su aporte al género del film noir, pero este “camino de las armas” (como sugiere el título original) hace de esa vanidad todo un programa: llamar la atención, intentar sorprender, hacerse notar en un panorama que con Tarantino, Jarmusch y los hermanos Coen ya parecería estar superpoblado. En el extremo opuesto al cine de James Gray –el director de Little Odessa y La traición, injustamente inadvertida en su reciente estreno porteño–, que adscribe al más severo clasicismo narrativo, McQuarrie parecería confiar sobre todo en los golpes de efecto, ya sean de guión o de puesta en escena. Algunos funcionan y otros no tanto, pero finalmente son sólo eso, dispositivos, artilugios, efectos.
Para que conste, las figuras centrales dicen llamarse Mr. Parker y Mr. Longbaugh (los apellidos desconocidos de los ilustres Butch Cassidy y The Sundance Kid). Poco y nada se sabe de ellos, salvo que los personajes que interpretan Ryan Phillips y Benicio del Toro son ex convictos, que pueden considerarse muy peligrosos y que están dispuestos a arriesgar sus vidas por el plan más absurdo y complicado que se haya visto en mucho tiempo: secuestrar a una chica (Juliette Lewis, histérica, como siempre) a punto de dar a luz un bebé que debía pasar a manos de un multimillonario. Lo que Parker y Longbaugh no saben cuando piden el rescate es que ese magnate (Scott Wilson) –que vive en una mansión vidriada de Monument Valley similar a la de James Mason en Intriga internacional, de Hitchcock– ha amasado su fortuna manejando dinero de la mafia. Por lo tanto, pondrá en acción todos sus recursos para recuperar al inminente bebé, aunque no necesariamente a la madre.
Es así como aparecen primero dos killers jóvenes y sofisticados, luego un médico obstetra demasiado involucrado con su paciente y finalmente un viejo guardaespaldas del millonario, un sobreviviente de otros tiempos, acostumbrado a lavar la ropa sucia de su patrón y que en manos de James Caan se convierte en el personaje más interesante de la película, a pesar de que McQuarrie le hace decir cosas como “el Karma es justicia sin satisfacción”. De hecho, este tipo de frases ampulosas abundan en Al calor de las armas, como si el guionista hubiera puesto en boca de sus personajes aquellas líneas que otros directores le pidieron que cortara.
Por el contrario, los tres tiroteos que pautan el recorrido de la película están lo suficientemente bien coreografiados y diferenciados entre sí como para compensar –aunque más no sea en parte– el grado de sadismo y violencia gratuita con el que McQuarrie se ocupa del parto de la madre sustituta, una cesárea improvisada y sangrienta, practicada en un mugriento prostíbulo de México (otra vez el sucio patio trasero), en medio de una lluvia de balas. Sam Peckinpah –que parecería ser el modelo– nunca lo hubiera permitido.

PUNTOS

 


 

“Evolución”, o “Los expedientes X”
en versión “Hombres de negro”

Por Horacio Bernades

Evolución pudo haberse llamado Los cazamonstruos del espacio. Es decir Alienbusters, en inglés. Es raro que no le hayan puesto ese título, ya que la película es algo así como una remake no autorizada de Ghostbusters/Los cazafantasmas, en la que las emanaciones ectoplasmáticas son reemplazadas por unos bicharracos venidos de algún planeta que, por lo que deja ver su fauna, debe ser bastante asqueroso. Dirigida por Ivan Reitman, creador de aquel superexitazo de los 80, Evolución vuelve a presentar un trío de cochambrosos especialistas, dedicados a salvar el planeta de la monstruosa plaga, en compañía de una dama. Si Los cazafantasmas había resultado una comedia sorprendentemente buena para tratarse de una gran producción, algo parecido ocurre con Evolución, y la mano de Reitman no parece ajena.
El truco pasa ahora por presentar a David Duchovny, ex agente Mulder de Los expedientes X, tomándose el pelo a sí mismo y envuelto una vez más en un asunto alienígena. Duchovny es Ira Kane, profesor de biología llamado a intervenir, cuando un gigantesco meteorito espacial se hace polvo en el desierto de Arizona. Allí va a investigar Ira, en compañía de su amigo, el falso geólogo Harry Block (el morocho Orlando Jones), un chanta con todas las reglas, que es entrenador de un equipo femenino de voley pero se hace pasar por científico, para darse corte con las chicas. A ellos se les une Wayne (Sean William Scott), a quien la cabeza no le da ni para aprobar el examen de bombero, y ya está armado el trío de improbables mosqueteros. Que no tardará en hacerse cuarteto con el aporte de la doctora Allison, epidemióloga que parece muy seria pero no puede dar un paso sin tropezarse (Julianne Moore, que ya había tenido que vérselas con el bicherío en Jurassic Park).
Hay un quinto protagonista, pero no está delante sino detrás de cámara. Se trata de Phil Tippett, creador de la fauna jurásica del film de Spielberg, que aquí vuelve a dar vida a la gran atracción de Evolución: el variado, sorprendente e imaginativo bestiario que anda suelto y hambriento, reproduciéndose a mil por hora y haciendo de las suyas en Arizona. Sólo nuestros héroes podrán salvar la Tierra ... Sí, Evolución se parece muchísimo a Hombres de negro, cuya segunda parte se demora lo suficiente para permitir que Reitman y los suyos les copen la parada. Como en Men in Black, Evolución hace uso de todos los clichés de la ciencia ficción berreta de los años 50, incluyendo la clásica oposición entre científicos curiosos, políticos demagogos (el papel del gobernador le da pie a Dan Aykroyd para hacer una especie de cameo extendido) y militares que quieren rociar el desierto entero con napalm.
La farsa desatada y las citas a la ciencia ficción de los 50 admiten también comparaciones con Marcianos al ataque. A diferencia del film de Tim Burton, Reitman parece sentirse más cómodo en el terreno de la comedia deliberadamente burda, que viene cultivando con éxito en films como Meatballs, Gemelos o Junior. Como en ellas, el realizador sabe mostrar, aquí, a América y los americanos en su costado más vulgar y adocenado, con gordos de 200 kilos, jóvenes descerebrados, amas de casa de escasas luces y una comicidad en ocasiones gruesa, pero eficaz. Se respira, todo a lo largo de Evolución, una diversión genuina por parte de quienes están delante y detrás de cámaras, y eso se transmite sin intermediaciones. No por nada, cuando los héroes festejan su primera victoria, lo hacen al ritmo de un clásico funky: Evolución es una comedia tan alegre y contagiosa como un tema de Funkadelic.

PUNTOS

 

PRINCIPAL