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Por Juan Gelman

La palabra italiana “muffa” es –dice el diccionario Zanichelli– una “formación fungosa de color blancuzco o verde y de olor particular que se desarrolla bajo sustancias orgánicas y alimentarias”. La expresión “fare la muffa” le da el sentido derivado de permanecer en el ocio o en la inactividad (generando esos hongos). La palabra perdió una efe en la Argentina y ocupó otros terrenos subjetivos: se solía decir “estoy mufado” para advertir al prójimo que uno andaba aburrido o harto y con problemas, luego designó la mala suerte y hoy califica al que la trae. Hay personas que son mufa, vaya uno a saber por qué.
La Argentina padece un vasto repertorio de esas personas, que, por las dudas, no voy a nombrar. Con una excepción, dada la jerarquía de primer ciudadano y magistrado supremo de la república que el ex presidente Carlos Saúl Menem supo conseguir. El hecho es notorio, sobran los ejemplos y la prisión domiciliaria que sufre ahora debería haberle cancelado también esa rama de sus actividades, pero no. El campeón automovilístico Juan María Traverso lo visitó el jueves 5 en su cárcel dorada para invitarlo a ver por televisión la carrera en que iba a participar al día siguiente. Se le incendió al auto apenas comenzada.
Acorralado por la sentencia del juez Jorge Urso, que le dictó la prisión preventiva y un embargo de 3 millones de dólares por haber ejercido “la jefatura en las sombras” de “la asociación ilícita” que durante su mandato vendió armas ilegalmente a Croacia y Ecuador, el ex presidente intentó crearse imagen. Habría procurado que Bill Clinton le enviara un mensaje de saludo, un simple mensaje, durante la estadía de 12 horas que el también ex cumplió en Buenos Aires el martes pasado. Ambos se conocen, intercambiaron opulentos elogios mutuos en más de una ocasión, pero el amigo del Norte no se portó bien con el amigo del Sur y se fue sin aludir al tema. La desgracia, como la necesidad y como las rimas obligadas de un soneto –decía Lope–, tiene cara de hereje.
Es posible, sin embargo, que la actitud insolidaria de Bill favorezca finalmente a Carlos: el marido de Hillary goza a su vez de una bien ganada fama de mufa. Circula por Internet una lista de más de 70 personas de su entorno que han muerto en accidentes extraños como el que segó la vida del ex director de la CIA William Colby, o se han suicidado de curiosa manera pegándose un tiro en la nuca como Suzanne Colman, pasante en la Casa Blanca. Nadie aventura que Clinton tenga que ver con eso. Es mufa, nada más. Bill acaba de reafirmarla en Wimbledon: pronosticó la victoria del británico Tim Henman frente al croata Goran Ivanisevic en la semifinal del torneo. Perdió Henman. Clinton no acepta que se lo acuse de la derrota de Agassi en el Abierto de Francia que tuvo lugar el mes pasado, pero lo cierto es que el gran tenista estadounidense, que jugaba según sus méritos contra Sebastien Grosjean, se vino desastrosamente abajo apenas Bill tomó asiento para ver el partido. El ex del Norte tal vez debiera imitar al ex del Sur, que dejó de ver fútbol en la cancha de River para que no le atribuyeran las derrotas del equipo.
Clinton partió de Buenos Aires con rumbo a Río de Janeiro para dictar otra conferencia. La que impartió en la capital argentina le habría reportado –se dice– unos 140.000 dólares. Cobra más que Gorbachov, alguna vez su contraparte soviética, adepto al mismo ejercicio. No es reprochable. Bill afirmó en Wimbledon que pasa la mitad de su tiempo al servicio de la nación “y la otra mitad ganándome la vida para sostener a mi familia”. La sostiene bastante bien. Después que dejara el cargo a fines de enero de este año, y del mínimo perfil que debió guardar para no estropear la campaña de Hillary al Senado, hace gala de una movilidad frenética que lo lleva a frecuentar círculos conspicuos de Europa y distintas partes de EE.UU. y de paso también lo lleva a los titulares deperiódicos y columnas de chismes correspondientes. En Londres se ofrece a Tony Blair como mediador para solucionar el conflicto entre fuerzas católicas y protestantes del Ulster. En su país aparece en presentaciones de libros, o cena el 12 de junio en Nueva York con la aristocrática diseñadora de modas Diane von Furstenberg –”él es encantador”, dijo ella-, luego cae en Chicago al cumpleaños de Juanita, la mujer de esa leyenda del básquet yanqui que se llama Michael Jordan, una semana después juega a las cartas con la actriz Elizabeth Hurley en Santa Mónica, tres días después asiste con su hija Chelsea a un concierto de rock del grupo U2 en Idaho. Todo por salir del ostracismo político en que lo confinaron el Mónicagate y ciertas cuestiones con menos sexo pero más gravedad. Por otros motivos, lo mismo pretende Gorbachov y es una pena que, al menos por ahora, el ex presidente Menem no pueda imitarlos: sería interesante escuchar alguna conferencia de quien confió que tiene como libro de cabecera las inexistentes Obras Completas de Sócrates.



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