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CUANDO LOS ARGENTINOS SE TOMAN EN BROMA LA CRISIS
El juego de las lágrimas

Primero fue El Estanciero, versión criolla del mítico Monopoly. Ahora, símbolo de estos tiempos, apareció Deuda Eterna, un juego de mesa donde el objetivo es vencer al FMI. Como le sucede a Cavallo, todo es cuestión de suerte.

La idea del juego es lograr formar industrias fuertes para no depender
de los préstamos del FMI.

Por Andrés Osojnik

Se trata de vencer al FMI. De capitalizar lo suficiente a un país para hacer caso omiso de sus mandatos. De lograr una industria nacional que pueda crecer sin depender de la deuda externa. Así dicho, se diría que uno está perdido antes de empezar. Pero se trata sólo de un juego. Una parodia –dados mediante– de la crisis, de la dependencia a la que aludió el Presidente el 9 de Julio pasado, de la cesación de pagos a la vuelta de la esquina. Es Deuda Eterna, último capítulo de la saga del capitalismo convertido en juego de mesa que aquí inició el mítico El Estanciero, ahora en su versión neoliberal más descarnada. Ahora, usted puede vencer al FMI en el salón de su casa: pase y vea cómo los argentinos se toman en solfa su propia crisis. O cómo un fabricante de juegos le encontró la vuelta a esa misma crisis para tratar de vencer ya no al FMI sino a sus alicaídas ventas.
El nombre es toda una declaración de principios: Deuda Eterna, así, sin la equis, mal que le pese a quien la socializó en el último tramo de la dictadura pasada y ahora la padece con riesgo de default.
–Esto es reírse de la desgracia.
Quien admite que uno puede llevarse una caja de humor negro de la estantería de cualquier juguetería es Raúl Ruibal, uno de los dueños de la empresa que lo desarrolló y que lleva el apellido familiar. Por las dudas, se apura en aclarar: “El tema es trágico, pero el juego es divertido”.
El tema es crear industrias, formar alianzas y lograr vencer al FMI. Lo trágico es la simbología. De eso se trata: Deuda Eterna es, en realidad, el eslabón más novedoso de los juegos “de compra y venta”, que dejaron plasmados en sus tableros los distintos momentos del capitalismo. El origen de todos es Monopoly, el exitosísimo juego creado –dónde si no– en Estados Unidos. El inventor fue un ingeniero, Charles Darrow, que lo lanzó al mercado en 1934, cuando estaban en marcha las medidas para contrarrestar la gran crisis de 1929. “El éxito fue imparable y se mantiene hasta el día de hoy: se trata de alentar la ilusión de que se puede ir por la vida comprando y progresando con ello”, analiza Jaime Poniachik, de Ediciones De Mente, un especialista en temas de juegos.
Ahora, Deuda Eterna pone en escena la actual crisis argentina. O latinoamericana. O tercermundista, incluso, para decirlo en términos sesentistas. El juego tiene un antecedente algo más revolucionario: es de origen cubano. Y aunque los aspectos básicos son similares, allí tiene los ingredientes propios de la isla. “Allá incluye la guerrilla, un elemento contra el FMI que aquí todavía no tenemos”, ironiza Ruibal, responsable de la adaptación a la realidad de este costado del mundo.
Precisamente, la versión local pone en juego las características del país. No se asuste: las fichas no vienen con la efigie de López Murphy, ni hay prenda alguna que obligue a un jugador a escuchar un discurso de Cavallo. No. El juego es mucho más benévolo. En él hay lingotes de oro con las que juntar las reservas, hay dinero, hay pequeñas industrias (nacionales, por supuesto), hay grandes industrias (multinacionales, of course), hay propiedades diversas y hasta una barrera proteccionista. Con todos esos elementos, más los dados y el tablero, la idea del juego es hacer el recorrido en el que cada participante del hemisferio Sur debe convertirse en empresario, acrecentar su capital a través de las materias primas que produce, crear cadenas industriales, formar monopolios, aliarse entre distintos países y finalmente lograr imponerse al Fondo Monetario Internacional.
El FMI es, precisamente, lo que la banca a los juegos tradicionales de compra y venta. Con la particularidad de que cada vez que un participante pasa por su casillero, debe rendirle el tributo correspondiente y pagarle los intereses de la deuda. Si la deuda de un jugador se vuelve cuantiosa, entonces sus problemas pasan a ser los de cualquier gobierno de este costado del mundo: hay que renegociarla. Y entonces, por más que el jugador intente salvarse (¿inventando que los bonos de la deuda sirvanpara pagar impuestos?), el FMI le exigirá una devaluación de la moneda. ¿Cómo se concreta? Ese participante juega a partir de ese momento con un dado más, con lo que su recorrido en el tablero es más rápido y son más las veces que pasa por el casillero FMI para oblar los respectivos intereses. Lo que el reglamento no aclara es con cuántos cientos de dados está jugando ahora la Argentina.
Hay además otros casilleros con prendas. Hay una Fuga de Capitales: al caer allí es obligación pagar una suma al FMI. Está la Ayuda del BID: un préstamo de 10 mil pesos para el desarrollo del país, aunque el reglamento advierte que por “gestores, trámites, autorizaciones, sellados, exámenes psicofísicos, vacunas y fotocopias” sólo se reciben 50. Y está la casilla Golpe de Estado: quien cae allí debe entregar todo su dinero al FMI.
“Son las cosas que nos angustian a los argentinos. ¿Y por qué no descargarse tomándolas en broma?”, se divierte Ruibal. Acto seguido, reconoce: “Nos fue bien con la venta de este juego, pero nosotros también fabricamos La Guerra de los Sexos. Y ése se vende mucho mejor”.

 

Capitalismo con dados

En la actualidad, es común que un juego –como casi cualquier otra cosa- se globalice rápidamente. Pero que eso haya sucedido en la década del 30 del siglo pasado es más que llamativo. La mundialización del Monopoly no se explica si no se interpreta al juego como símbolo. Y tanto es así que hasta fue prohibido en la Unión Soviética bajo Stalin y en la Alemania nazi, según cuenta Jaime Poniachik, editor de revistas de juego.
“La versión criolla de Monopoly fue El Estanciero, que salió alrededor de 1940”, apunta. El Estanciero fue la adaptación al capitalismo local: “Monopoly se inspiró en Atlantic City, una ciudad próspera de aquella época. El Estanciero fue ubicada en el campo”, señala.; aquí el capitalismo no pasaba de la oligarquía agroganadera.
Con los años, uno y otro encontraron versiones readaptadas a otras realidades: en Estados Unidos se jugó alguna vez al Antimonopoly, en el que se premiaba cuando un jugador podía fracturar un monopolio. Hasta circuló alguna vez uno que se llamaba Blancos y Negros: los participantes debían dividirse entre blancos y negros. Estos últimos llevaban las de perder: no podían comprar tierras en zona de blancos, las prendas siempre eran más graves, si caían en el casillero de Un turno sin Jugar debían pasarse dos turnos sin hacerlo. “En realidad, era un juego educativo, lo desarrolló una universidad para demostrar cómo a los negros todo les cuesta más”, cuenta Poniachik.
Aquí hubo otras versiones también. La Bolsa intentaba recrear el mundo financiero especulativo; el Trust se basaba en compra y venta de propiedades; el Status incorporaba las clases sociales: ya no se trataba sólo de juntar dinero y propiedades sino también otros símbolos sociales para acceder a una clase “superior”.

 

OPINION
Por Juan C. Volnovich*

Deuda Eterna como reality game

Parejas de amigos que se reúnen un sábado por la noche. Puedo imaginarlo. En una mesa las chicas jugando al “Madres de Plaza de Mayo fight”. Los varones, en otra mesa dándole al “Piqueteros strike”. Puedo imaginarlo. Pero mi paciente, ese pibe de 18 años, me gana en creatividad. Inventó un jueguito de computadora donde el protagonista es un dealer que va por el mundo traficando cocaína, marihuana, hachís, opio, crack y otras mercancías. Las leyes del mercado deciden la pérdida o la ganancia. Si en período de escasez llega con un cargamento de cocaína a Londres, se llena de oro. Pero si el mercado está sobresaturado, se ve obligado a optar: o la vende a precio vil o prueba suerte en París. Lo demás es previsible: pases aduaneros, relaciones entre mafias, sobornos a la policía, transas con la DEA.
No se trata de “banalizar el mal” ni de inscribir jugando en nuestro tiempo libre el espanto que vivimos, el despojo simbólico y la expropiación intelectual que soportamos. Antes bien, la apropiación lúdica del horror intenta una práctica paródica, el simulacro que nos permite pensarnos sujetos activos frente a un FMI que arrasa nuestra economía, vacía nuestros cerebros y acaba con nuestras ilusiones. Práctica que intenta desmentir el lugar pasivo que soportamos en la realidad.
Si La vida es bella nos instalaba como espectadores pasivos frente a una versión divertida del exterminio de judíos, la Deuda Eterna nos invita a protagonizar –de “jugando”, de mentiritas– una ficción que remite al horror cotidiano y que, al tiempo que lo evoca, lo revoca. Intento de adueñarnos, de digerir y de simbolizar los estragos traumáticos de este proyecto mortífero. Ferocidad en clave lúdica de una “deuda” contraída en nombre nuestro, vaya uno a saber por quién y ante quiénes. Frente a esto, técnicas de supervivencia. Al menos el ingenio del autor del juego quedó a salvo y es probable que también, su bolsillo.

* Psicoanalista

 

 

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