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UN ESTUDIO COMPARO CAPACIDADES COGNITIVAS DE CHICOS
El alto costo de la pobreza

La investigación del Cemic-Conicet encontró fuertes diferencias en el coeficiente intelectual y la capacidad de aprender en chicos con NBI. La importancia de la estimulación temprana.

Isabel Cugnasco, Esteban Carmuega y María Rosa Hohl, a cargo de la experiencia en Lobería.

Por P. L.

El coeficiente intelectual de los chicos pobres es un 20 por ciento inferior al de los de clase media para arriba y “la pertenencia a hogares pobres se asocia con una deficiencia en los mecanismos cognitivos”, según un estudio que se dio a conocer ayer: se efectuó, en Buenos Aires y conurbano, sobre 650 niños menores de cinco años, la mitad de los cuales integraban hogares con necesidades básicas insatisfechas. Aparecieron diferencias significativas en la capacidad de aprender y solucionar problemas, en la memoria visual, la planificación, el coeficiente intelectual y la obediencia a reglas sociales. La investigación se vincula con el creciente interés por los efectos de la estimulación temprana de las capacidades de los chiquitos, a su vez en íntima relación con las condiciones sociales y familiares. En la misma reunión se dio a conocer un trabajo que, por primera vez en el país, en la localidad de Lobería y durante tres años, incluyó a todas las familias con chicos menores de tres años, a fin de aumentar el interés de sus padres en la estimulación de sus hijos.
La investigación sobre capacidades cognitivas fue efectuada por la Unidad de Neurobiología Aplicada del Cemic-Conicet, y presentada ayer en la Jornada sobre Pobreza y Desarrollo Mental Infantil que organizaron el Instituto Universitario Cemic y la Fundación Conectar. Incluyó 300 niños de 6 a 14 meses de edad y 200 de tres, cuatro y cinco años, en Ciudad de Buenos Aires y Conurbano.
La mitad de los chicos pertenecían a hogares con necesidades básicas insatisfechas (NBI); el resto venía de familias NBS. “Nos propusimos evaluar la pertenencia a hogares pobres en comportamientos donde participan las ‘funciones ejecutivas’: éstas se asocian con la región prefrontal de la corteza cerebral y se vinculan con la capacidad de resolución de problemas, de ejecutar tareas simultáneamente, de planificar y, también, con la obediencia a reglas sociales, el control de las inhibiciones y la interpretación de estímulos en términos de castigo o recompensa”, explicó Sebastián Lipina, de la Unidad de Neurobiología Aplicada del Cemic.
Se aplicaron tests psicométricos, entre ellos el de Wechsler (de inteligencia), y otros como la “torre de Londres”, que pone a prueba la capacidad de prever y planificar. “Mientras el coeficiente intelectual medio de los chicos pobres era de 92, el de los no pobres era de 110; el 40 por ciento de los pobres no llegaba a 80; los restantes datos no se expresan en números simples pero sí muestran que la pertenencia a hogares pobres se asocia con la deficiencia en los mecanismos cognitivos que dependen de la región frontal del cerebro”, precisó Lipina.
También en la reunión de ayer se presentó la experiencia que, en la localidad bonaerense de Lobería y a lo largo de tres años, involucró a todas las familias con chicos de 0 a 3 años: mil familias, sobre 17.000 habitantes. “Nos propusimos promover un mejor vínculo con los hijos -comentó a este diario María Rosa Hohl, del Centro de Estimulación de Aprendizaje Temprano del Hospital de Lobería–: muchos padres ignoran u olvidan muchas pequeñas cosas de la vida cotidiana importantes para el desarrollo de los hijos, y se preocupan más por su alimentación que por mirarlo, cantarle, sonreírle, comprar juguetes adecuados a su edad.”
Esto vale para todos los sectores sociales: “En las clases media y alta, muchos buscan los juguetes más sofisticados, el control remoto, pero el chico necesita armar con sus manos una torre, y que se caiga, y volver a armarla”, comentó Hohl, y señaló que “la mejor disposición para cambiar sus actitudes la encontramos en los sectores más humildes”.
La consulta más frecuente formulada por los padres se resume así: “No sé cómo ponerle límites a mi hijo; tiene dos años y me domina”. La respuesta la da un bebé, en uno de los carteles callejeros que diseñó el Centro de Aprendizaje Temprano: “Con un ‘no’ a tiempo también me muestran su amor”. Para visitar en sus casas a esas mil familias, el Centro contrató a 65 mujeres, que recibían sueldos por el Plan Trabajar. Cada una recibió capacitación: “Empezaron buscando una salida laboral y terminaron muy comprometidas personalmente”. También se creó una bebeteca, “una biblioteca circulante para bebés, de donde papá y mamá pueden retirar, gratis, libritos, y reflotar el antiquísimo arte del cuento, que se había perdido tras la televisión”, explicó Hohl.
En busca de una evaluación de la experiencia, que acaba de finalizar, fue requerido el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil” (CESNI). Esteban Carmuega e Isabel Cugnasco, de esa entidad, señalaron que “constatamos un mayor compromiso y conocimiento de parte de las madres”. En cuanto a los cambios en los chicos, recién se empiezan a procesar los datos, y “los padres de Lobería serán los primeros en conocerlos”.

 

Colgado de una antorcha

Terry Devaux tuvo sus cinco minutos de fama, y de derrota. Después de recorrer dos kilómetros con un parapente a motor, terminó atrapado y enredado por la antorcha de la Estatua de la Libertad, frente al puerto de Nueva York. El piloto quedó colgado del elástico durante cuarenta y cinco minutos. Intentó de todos los modos posibles escalar desde ahí el cordón para treparse a la base de la antorcha. Pero demoró, al menos lo suficiente como para provocar un revuelo de proporciones en los alrededores del templo americano. Mientras corrían los minutos de mayor tensión, el intrépido acróbata francés, famoso por sus saltos extremos, fue confundido con un terrorista: la policía de Manhattan llegó a esa conclusión por su remera, con una inscripción contra la colocación de minas terrestres. Por temor a un atentado, se ordenó la evacuación de Liberty Island y todos los turistas fueron enviados de vuelta a Manhattan. Si la sucesión de tropiezos no hubiese existido, Terry debería haber sobrevolado la estatua y aterrizado en Manhattan. Pero, evidentemente, no pudo hacerlo, tal como el año pasado cuando probaba por primera vez batir a la estatua.

 

OPINION
Por Pedro Lipcovich

Los pobres son capaces

La investigación sobre efectos de la pobreza en el desarrollo mental de los chicos, de la que se informa en esta misma página, merece ser seguida con el mayor interés, a la vez que con la mayor cautela. Se han formulado reparos al propósito de reducir la inteligencia o el rendimiento cognitivo a valores unívocos y cuantificables. La noción de “inteligencias múltiples”, por ejemplo, cuestiona la posibilidad de que una pequeña batería de tests baste para una evaluación global.
También se requiere mucha cautela antes de asignar localizaciones cerebrales específicas a funciones tan complejas como las cognitivas. Y la evaluación de “la obediencia a reglas sociales” debería implicar un cuestionamiento de las reglas y la sociedad cuya obediencia está en juego.
Vale además preguntarse en qué medida cada instrumento de medición privilegia la experiencia del sector cultural o social al que el evaluador pertenece. Esto ha sido discutido para el test de Wechsler. Y es posible que chicos de clase media, habituados a diversos juegos de mesa, corran con ventaja en pruebas como la “torre de Londres”, que es accesible en cualquier juguetería... para los chicos que tienen acceso a jugueterías.
Imaginemos, en cambio, un test que se llamara: “Capacidad de encontrar recursos creativos para sobrevivir en un espacio urbano hostil”. Seguramente los chicos marginados obtendrían mejor puntaje que los de clase media y alta.
Sin embargo, hay que insistir en el interés de esta investigación. Por un lado, y sin perjuicio de la cautela que requiere, focaliza la atención en una problemática vital: por ejemplo, la anemia o el déficit de oligoelementos por mala nutrición, afectan el desarrollo cognitivo, y no hay por qué negar que la investigación refleja hechos como éste.
Pero además la investigación, en los mismos reparos que pueda suscitar, expresa una realidad: los criterios con los que estos chicos son evaluados serán los mismos que aplicará el evaluador de la empresa donde un día intentarán conseguir empleo. En cualquier caso, la situación de los chicos pobres es desdichada: sea porque efectivamente padecen deficiencias, sea porque los valores prevalentes en la sociedad no reconocen sus capacidades específicas.
En el fondo, sin duda, la cuestión es política. Es preferible suponer, es preferible desear, no que los pobres un día recibirán ayuda para aproximarse al nivel de los NBS, sino que un día –y cuanto antes, mejor– harán valer sus capacidades y su fuerza para mostrarnos el camino.

 

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