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panorama economico
La Argentina en el montepío
Por Julio Nudler

Empeñar la recaudación impositiva, de manera directa o indirecta, para garantizar el pago de la deuda externa es una obsesión de Domingo Cavallo y su numen, el abogado Horacio Liendo, con el argumento de que eso sirve para bajar el riesgo país y, por ende, la tasa de interés. El próximo paso consistirá, al respecto, en un proyecto de ley para respaldar el �principal� (capital) de la deuda con la corriente de ingresos que vaya generando la recaudación tributaria futura. Si esta iniciativa prospera (y no es descartable que prospere), será el tercer eslabón de una cadena de decisiones que marchan en la misma dirección. El primero consistió en la ley de Déficit Cero, que permite segar muchos gastos hasta hacerlos coincidir con los ingresos fiscales, pero consagra la intangibilidad de los servicios de la deuda pública, que por definición quedan resguardados de los problemas presupuestarios causados por la recesión, el ahogo financiero y otros males. El mecanismo funciona, por tanto, como una caución de los recursos impositivos en favor de los tenedores de títulos para afrontar los intereses de la deuda.
Otro mecanismo, aprobado por decreto un mes atrás, reside en la nueva moratoria impositiva, que les permite a los contribuyentes saldar con títulos, o sus cupones de intereses, deudas impositivas anteriores al 30 de junio, o también vencimientos futuros, calzándolos con la fecha de corte de los cupones que se canjeen. Este sistema, que busca estimular la demanda de títulos para ponerle un piso a su cotización, ofrece al acreedor el anzuelo de tomarle los bonos a su valor técnico, que equivale al escrito en el papel (nominal) más la renta corrida, menos lo ya amortizado, en vez de computarlo de acuerdo a la cotización del título en el mercado. Esto significa que la AFIP permite imputar las láminas alrededor de un 50 por ciento por encima de lo que hoy efectivamente valen. Esta oportunidad de hacer un buen negocio a costa de la penuria fiscal ya impulsó a algunos bancos a ofrecerles financiación a empresas de primera línea para que compren bonos y los apliquen a cancelar impuestos. (Al margen, el lanzamiento de esta moratoria violó un compromiso asumido formalmente por el país con el FMI �en el acuerdo que rigió hasta ayer� de no volver a incurrir en la concesión de estas facilidades, que indirectamente castigan al contribuyente que cumple. No obstante, el Fondo prefirió pasar por alto la violación y ya no incluyó la veda en el nuevo acuerdo.) 
El primer intento de utilizar la recaudación como garantía fue el fracasado �y ahora resucitado� proyecto de una ley de crédito público (las normas legales siempre reciben nombres atractivos, que maquillan su verdadero contenido), pero a medida que se fue ahondando la crisis, las resistencias políticas cedieron. Aquella idea de Cavallo/Liendo no parecía muy brillante. En primer lugar, porque no resultaba creíble que, llegado el caso, el Estado dejara de pagar sueldos y jubilaciones para honrar en cambio los compromisos de la deuda. Sin embargo, bastó que pasara poco tiempo para que, vía Déficit Cero, se recortaran sueldos y jubilaciones con el mismo propósito. 
El otro defecto práctico del proyecto consiste en el descalce: el Estado recauda en pesos, pero debe en dólares. En una situación de crisis extrema, ¿habría oferta de dólares al actual tipo de cambio? ¿Un ingreso en pesos sirve verdaderamente para garantizar una obligación en dólares? Pero lo real es que hoy el sector público argentino ya no tiene nada más para entregar como prenda en el montepío. Las empresas estatales y sus activos ya fueron cedidos a cambio de papeles. Por tanto, sólo quedan para prendar los ingresos, y con éstos lo que hay detrás de ellos: los servicios que el Estado paga con ellos, de la salud a la seguridad, de la educación a la justicia. 
En el esquema que ahora tiende a abrirse camino, sobre todo a partir de la manera en que los republicanos estadounidenses encaran la cuestión argentina, debería haber una primera garantía, la verdaderamente crucialpara los mercados, provista por el Fondo Monetario, Washington y otras potencias industriales, y una contragarantía argentina, que consistiría en el embargo de la recaudación, del mismo modo como las provincias empeñan su coparticipación para conseguir un crédito. En realidad, lo que queda por afectar es la parte de la recaudación que no está empeñada ya por medio del Déficit Cero, que aparta de los recursos fiscales tanto como haga falta para el pago de los intereses de la deuda.
Un medio decisivo para reunir masa crítica política en favor de semejante ley es la inclusión de las deudas provinciales en la reprogramación. De otro modo, las provincias seguirían consintiendo, sin contrapartida, que se angoste su tajada de los impuestos nacionales, como ocurrió con la decisión de no coparticipar el ITF (impuesto a las transacciones financieras). Es obvio que el día en que eventualmente haya que afectar parte de la recaudación al pago de un vencimiento de capital de la deuda, la torta disponible se achicará tanto para la Nación como para las provincias. 
Liendo promociona su ley asegurando que de este modo se acelerará la reactivación al lograrse el descenso de las tasas de interés. Hasta el momento, sin embargo, ni el blindaje, ni el megacanje, ni el Déficit Cero ni la moratoria consiguieron bajar, salvo circunstancialmente, el riesgo país, a pesar de que se prometió ese efecto. Curiosamente, este embargo es presentado como un medio para alcanzar la reprogramación de la deuda, de la que sin embargo quedarían a salvo �en los términos de la moratoria sancionada� los tenedores de títulos que canjeen sus cupones por Certificados de Crédito Fiscal, que a su vez servirán para cancelar deudas fiscales futuras. Esos acreedores se asegurarán la permanencia de las condiciones originales de los títulos.
Considerando el volumen de bonos a reprogramar, el aval equivaldría a embargar entre dos y tres años de recaudación impositiva (excluyendo la porción ya afectada a los intereses). Convendría ir pensando qué empeñará el país después. Sólo hace falta un poco de imaginación. 


 

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