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un mundo nuevo

Tres escenarios de respuesta a un
terror con Marina y Fuerza Aérea

Los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono alzaron cualitativamente el nivel de ataque conocido de las organizaciones terroristas. Esta nota explora tres posibles niveles de represalia.


Donald Rumsfeld, flanqueado por el jefe de Estado Mayor Hugh Shelton y el senador John Warner.
El secretario de Defensa del escudo antimisiles tiene más de una idea sobre cómo contestar los atentados.

Por Claudio Uriarte

El triple atentado de ayer en Estados Unidos marca lo más cerca que el terrorismo ha llegado a disponer de una Fuerza Aérea propia. El procedimiento es reminiscente del atentado contra el destructor norteamericano USS Cole en aguas del Golfo de Aden en octubre de 2000, por el cual un kamikaze se lanzó contra el navío a bordo de una lancha cargada de explosivos; con ese procedimiento los terroristas resolvieron un viejo problema táctico, que consistía en la dificultad de atacar objetivos navales sin una fuerza de escape realmente veloz, y después de haber desistido de la compra de un submarino pequeño, que de todas maneras era inadecuado para el disparo de grandes cargas letales. Vale decir: se trata de una escalada, porque el ataque al USS Cole ya muestra la maqueta de lo que puede ser una Marina de Guerra sui generis para las organizaciones terroristas, y el triple ataque aéreo de ayer muestra los formidables niveles operativos, logísticos, materiales y financieros a que ha llegado una organización capaz de llevar a cabo cuatro secuestros aéreos casi simultáneos para convertir las aeronaves civiles en bólidos de fuego contra los principales símbolos del poder militar y financiero de la superpotencia única. Se trata de una escalada, y ahora sólo se trata de saber cómo contraatacará el imperio.
Se atribuye a Leon Trotsky haber definido una vez al terrorismo como �un puño sin brazo�, un golpe que desciende desde los cielos (en este caso literalmente) donde el golpeador permanece oculto. Justamente aquí radica la dificultad en contestar a los atentados con una respuesta de guerra clásica; en el hecho de que no constituye una guerra clásica, y que el enemigo es tan diligente como secreto. Sin embargo, pueden preverse ya con seguridad tres escenarios de acción para la inevitable respuesta de Washington. Uno estuvo ayer todo el día en los noticieros y talk-shows de la TV norteamericana, avanzado por senadores tan distintos como John McCain de Arizona y Christopher Dodd de Connecticut, hasta hacerse verbo en el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y por último en el mismísimo George W. Bush, y consiste en que el Estado que proteja a los terroristas que practicaron este ataque no será considerado distinto a la hora de las represalias. Teniendo en cuenta el marco, las circunstancias y las características del ataque, nadie duda que se está hablando de Afganistán, un Estado totalmente fuera de la ley internacional, que vive del tráfico de heroína y que da santuario al millonario saudita expatriado Osama Bin Laden. Justamente, bin Laden es el principal sospechado por los atentados de Africa Oriental en 1999 �que golpearon las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania con una sincronización muy reminiscente a la acción de los aviones de ayer�, y por el episodio del USS Cole enfrente a Yemen. Afganistán y Sudán fueron objeto de sendos bombardeos aéreos tras los atentados en Africa, pero se trató de acciones simbólicas �en el segundo caso se llegó a atacar una fábrica de aspirinas�, mientras lo de ayer se supone que provocará una represalia proporcionadamente superior.
Atacar Afganistán es fácil y es barato, pero es muy difícil que la operación logre un mínimo de eficacia. La razón es que Afganistán es un país de topografía tortuosa, repleto de montañas y de grutas, donde una sucesión de bombardeos masivos no garantiza necesariamente nada: el Ejército Rojo en el pico de su potencia de los tiempos soviéticos estuvo en pleno en Afganistán durante ocho años y no logró más que derrotas en un país donde el control de la capital equivale a poco, y donde los mismos talibanes en el poder todavía están luchando por conquistar la totalidad del territorio nacional. El empleo de explosivos del tipo combustibleaire, que hicieron su debut en la Guerra del Golfo y fueron usados recientemente por el Ejército ruso contra Chechenia, puede relativizar un poco estas dificultades �en la medida que se trata de armas con un poder destructivo equivalente al de cabezas nucleares tácticas�, pero no aventarlas por completo. Una derivación ulterior de los atentados de ayerserá el endurecimiento de las opciones mediorientales y el refuerzo del apoyo norteamericano al gobierno de Ariel Sharon en Israel, pero es poco verosímil una conexión directa en la medida que ningún grupo palestino tiene el poder ni la intención de lanzar un ataque contra Estados Unidos como el que se concretó ayer.
El segundo y tercer escenario de respuesta están íntimamente relacionados: uno es la multiplicación de los esfuerzos de infiltración e inteligencia dentro de las redes terroristas; el otro, una gigantesca recomposición de la inteligencia interna en Estados Unidos, que inevitablemente va a avanzar sobre las libertades civiles. Ya que el escudo antimisiles de Donald Rumsfeld es solamente la corteza exterior más llamativa de un concepto global con que el poderoso secretario de Defensa �que con estos ataques ha ganado de golpe toda su interna en la administración� busca asegurar la invulnerabilidad norteamericana en la época de su superioridad tecnológica incuestionada: desde hace algún tiempo -y hasta ahora con medias palabras- se habla de una �suitcase bomb defense�, la defensa contra el escenario de una bomba nuclear portátil a ser detonada en territorio norteamericano, y estos trabajos van en paralelo con la adopción de nuevas tecnologías de identificación personal �como el control de identidades por el iris del ojo en los aeropuertos� y de espionaje interior a niveles foucaultianos. Este es el nuevo mundo que los atentados de ayer están ayudando a alumbrar.

La represalia que no fue

Las explosiones y disparos de armas antiaéreas que se registraron por la noche del martes y en la madrugada del miércoles en Kabul, la capital de Afganistán, fueron reivindicados por la llamada Alianza del Norte, el movimiento rebelde que lucha contra el gobierno de control talibán. Primeramente se pensó que se trataba de una represalia estadounidense por los atentados que hubo ayer contra los centros de poder financiero y militar en Estados Unidos: ataques contra el World Trade Center, haciendo estragos con las Torres Gemelas, y otro al Pentágono. El presidente norteamericano George W. Bush negó haber ordenado un ataque a Afganistán. Aunque se sospecha que en Afganistán se refugia al disidente saudita Osama Bin Laden, considerado el cerebro de una serie de atentados perpetuados contra los intereses americanos, y de hecho Washington cree que su figura está detrás de los ataques ayer. Los talibanes, que vienen combatiendo a los guerrilleros rivales del norte de Kabul, lanzaron una nueva campaña contra sus posiciones, coincidentemente después de que el domingo resultara herido en un atentado suicida su líder Ahmad Shah Masood. Pero Afganistán desmintió toda participación en los ataques a Estados Unidos, argumentando que Bin Laden no está en capacidad de montar una operación tan completa desde Afganistán.

 

AUN HAY MILES DE CADAVERES BAJO LOS ESCOMBROS
Más muertos que en Pearl Harbor

Una escena de la destrucción en Pearl Harbor por Japón.
Las cifras de muertos de ayer rivalizan con las de una guerra clásica.

El ataque no tiene parangón en la historia de Estados Unidos: el número de muertos se encuentra en magnitudes comparables o superiores con las bajas norteamericanas en Pearl Harbor y otras situaciones de guerra clásica. Las cifras oficiales de las víctimas del múltiple atentado terrorista aún no se saben y, como anticipó el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, no estarán claras hasta hoy. Lo que sí resulta obvio es que la magnitud de muertos prevista está en varios miles, tomando como punto de partida que más de 40.000 personas trabajaban en las Torres Gemelas y 24.000 en el Pentágono, sin sumar quienes fueron alcanzados por el impacto en los edificios aledaños. Hasta ahora, se cuentan las muertes de los 266 pasajeros a bordo de los aviones secuestrados, más de 200 bomberos fallecidos en las tareas de auxilio y 78 policías que aún permanecen desaparecidos.
Para acercarse a la dimensión de esta masacre, sirve recordar los muertos que Estados Unidos ha tenido en los conflictos armados más importantes de este siglo. La comparación, sin embargo, debe considerar el tiempo récord en que este atentado produjo semejante cantidad de víctimas. La intervención norteamericana en la guerra de Corea significó para Estados Unidos un saldo de 33.000 muertos al finalizar los tres años que duró el conflicto (1950-1953). El ataque de Japón contra Pearl Harbor, Hawai �el 7 de diciembre de 1941�, al que se comparó de inmediato con lo ocurrido en escala de intensidad, parece menor en términos de las bajas sufridas por Estados Unidos. La avanzada japonesa costó 2086 muertos, 749 heridos y 22 desaparecidos estadounidenses. Para más datos, en la prolongada y fracasada guerra contra Vietnam �según los datos del Pentágono� Estados Unidos perdió 56.237 hombres, aun cuando contabilizó más de 300.000 heridos y mutilados.
El mayor conflicto en cuanto a relación a la pérdida de recursos humanos fue la Segunda Guerra Mundial (1939-1945); las estadísticas estiman 55 millones de muertos. Por entonces, Estados Unidos resultó ser el menos perjudicado de los países aliados: su participación terminó con un saldo un poco mayor a 400.000 muertos.

 

 

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