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Cosecha de muerte
Por Washington Uranga


Es posible que lo acontecido ayer en Estados Unidos cambie la historia contemporánea de la humanidad. Pero sería un error pensar que la secuencia de muerte se inicia con los atentados ocurridos en territorio norteamericano. Lo distinto, lo sorprendente, es que el hecho ocurrió en el mismo corazón del imperio hegemónico del mundo, golpeando de manera real y tangible, pero también de forma simbólica. Esto es lo diferente. El terror se instaló en el territorio de la nación dominante de la tierra. 
Duros, difíciles de aceptar, dolorosos, los terribles hechos a los asistimos con dramático realismo a través de la televisión no son el primer acontecimiento de una secuencia de muerte. La muerte está instalada en la vida cotidiana de los pueblos, plagada de víctimas inocentes, y es parte esencial y consecuencia de la crisis del capitalismo global. 
Para entender lo ocurrido ayer es necesario describir un escenario en el cual, si bien hay una potencia hegemónica, ésta coexiste con intereses y fuerzas multipolares y con grupos periféricos que en su exclusión encuentran razón valedera para la violencia irracional, fanática, suicida y asesina. Frente al cinismo de los poderosos irrumpe el fundamentalismo de los impotentes. 
Ninguna muerte es justificable. Ningún atentado contra la vida humana y contra personas inocentes puede tener explicación alguna. Ni esto que ahora ocurrió en Estados Unidos, ni las represalias anunciadas y previsibles que vendrán de inmediato. Pero tampoco la violencia precedente aplicada por el poder gendarme en distintos lugares del mundo y con argumentos poco convincentes. 
Ni los conflictos llamados de �baja intensidad� sostenidos con cinismo por el poder, ni las guerras �quirúrgicas� celebradas como éxitos, ni los genocidios por hambre que se ejecutan a diario en todos los rincones planeta. Nada de lo ocurrido pueden desvincularse de otras muertes silenciosas, menos espectaculares y estridentes, que tienen que ver con la corrupción, con los paraísos fiscales, con la concentración de la riqueza, con la pobreza extendida por la tierra, con la esclavitud, con la segregación, con el racismo, con la impotencia de los pobres y los excluidos. Todas las muertes siembran muertes. Y quienes las siembran, sin importar sus razones o justificaciones, en algún momento se exponen a una cosecha de violencia.


 

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