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norteamerica en guerra

OPINION
La guerra es terrorismo institucionalizado
Por Atilio A. Boron.

Los atentados terroristas perpetrados en Nueva York y Washington son absolutamente injustificables. Mucho menos desde una tradición ideológica como la socialista. Una metodología criminal donde miles de inocentes -muchas, víctimas del imperialismo� fueron sacrificados sin compasión repugna profundamente nuestra conciencia y nuestros valores fundamentales. Dicho esto, debemos hacer un esfuerzo para comprender lo que ha ocurrido, y lo que vendrá. 
Esta preocupación es tanto más importante cuanto desde pocas horas, luego de la tragedia, hemos sido abrumados por las declaraciones de un enjambre de buenas almas democráticas y humanitarias, lideradas por la de un personaje tan siniestro como Henry Kissinger, expresando su santa indignación ante lo acontecido y exigiendo, en consonancia con los deseos de la Casa Blanca, un castigo ejemplar para los ignotos terroristas. El mensaje de los publicistas imperiales es claro y transparente: vivíamos en un mundo bondadoso y justo que unos fanáticos criminales vinieron a ensangrentar con su violencia asesina. Ante el hollywoodesco maniqueísmo de este razonamiento conviene recordar algunas cosas.
Recordar, por ejemplo, que el famoso �Nuevo Orden Mundial� inaugurado por George Bush padre se edificó sobre los escombros de Bagdad y los cadáveres de 300.000 civiles iraquíes. Su predecesor Ronald Reagan había ocasionado 30.000 víctimas organizando, armando y financiando con la complicidad de la mafia del narcotráfico la campaña de los �contras� nicaragüenses. Miles más habrían de morir en los años noventa gracias a los bombardeos �humanitarios y daños colaterales� de Bill Clinton en la ex-Yugoslavia, para no hablar de los 210.000 habitantes de Hiroshima y Nagasaki que perecieron calcinados por dos bombas atómicas arrojadas con inigualable malevosía por Harry Truman. Sin entrar a contabilizar la tremenda responsabilidad del gobierno de los Estados Unidos en los 30.000 desaparecidos de la Argentina, el bombardeo indiscriminado sobre barrios marginales de Panamá para detener al �narco-gobernante� Noriega, el genocidio practicado en Vietnam o los misiles disparados contra los campamentos de refugiados palestinos. 
Ningún crimen justifica la comisión de otro. La novedad de la semana pasada no es la ominosa aparición de la muerte en un beatífico escenario de vida sino que aquélla haya aparecido, por vez primera a esa escala, en el interior de los Estados Unidos. En un sistema internacional que chorrea sangre de la cabeza a los pies lo novedoso es que ahora el terror también alcanza al centro del imperio. Los Estados Unidos llevan más de medio siglo sembrando destrucción y muerte: imponiendo salvajes tiranías �como las de Hussein en Irak y los talibanes en Afganistán, o la de Suharto en Indonesia, previa masacre de 500.000 personas� cuando convenía a sus intereses imperiales; o derribando democracias como hicieron con el Chile de Salvador Allende exactamente 28 años antes del martes pasado. Los energúmenos que hoy gritan �¡Guerra!� fingen ignorar todo esto. En su impudicia pretenden hacernos creer que hay dos violencias: una maligna, cuando la sufre Estados Unidos, y otra virtuosa, cuando es éste quien la descarga sobre otros pueblos. Si las víctimas son norteamericanas hay terrorismo; en los demás casos se trata de misiones humanitarias.
Es preciso ser intransigentes en el rechazo a la falsa disyuntiva que nos proponen los �bienpensantes� del capital: �guerra o terrorismo�, y que nos impide comprender que la primera no es otra cosa que la �legalización� del segundo, que la guerra es terrorismo institucionalizado. ¿O alguien puede creer que cuando caían las bombas sobre Hiroshima o Bagdad sus habitantes no estaban aterrorizados? La verdadera alternativa entonces es �guerra o paz�. La agresión sufrida por el pueblo norteamericano de ninguna manera le confiere a su gobierno un lúgubre �derecho a la represalia�, que en caso de ser ejercido potenciaría hasta límitesimpensables la violencia en el mundo. Sería bueno que nuestros gobernantes tomaran nota de estas circunstancias y trataran de poner una nota de sensatez ante tanta locura. 


 

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