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UN PUEBLO QUE HACE PELICULAS Y QUIERE SALVAR SU CINE
Cinema Saladillo

El cine de Saladillo, un pueblo del interior bonaerense, amenaza con cerrar: nadie va a ver las películas de Hollywood. Dos cineastas convocaron entonces a la gente para actuar en sus propios films. Y el cine se llenó. Los vecinos actores ya venían de protagonizar varias novelas para tevé. Historias de plomeros, jubilados y médicos convertidos en estrellas del pueblo. 


En pleno rodaje, Julio Midú, director, autor, productor y actor del cine que lleva la marca de Saladillo. O al menos, la de sus vecinos.

Alicia Recofsky, a cargo del cine, junto al director y los actores y vecinos: sólo sus películas convocan multitudes.

Por Horacio Cecchi

Una cámara de mano, un micrófono insertado en la punta de un palo de escoba y envuelto por una media que lo protege del viento, una bicicleta para el travelling, una troupe de 99 actores que no son actores sino carpinteros, plomeros, verduleros, carniceros, jubilados, empleados, médicos, maestros, padres, hermanos o hijos, todos vecinos de Saladillo, una ciudad-pueblo a 180 kilómetros de la Capital. �Mi Armada de Brancaleone� la llama cariñosamente Julio Midú, autor, director, guionista, productor, editor, camarógrafo, sonidista, entusiasta encargado de convocar acólitos, extra y actor de sus propios films. Con sus brancaleones, Midú y su amigo Fabio Junco revolucionan al pueblo de Saladillo filmando películas actuadas por los mismos vecinos con el megapresupuesto de 150 pesos. Ya tomaron por asalto los chismes de peluquería y los dimes y diretes de la calle: sus cinco estrenos fueron a sala llena. Ya levantaron la autoestima pueblerina acreditándose un Martín Fierro. Ahora, como buenos brancaleones, se lanzaron a una cruzada para recuperar al único cine del pueblo, el Marconi, que muestra claras y evidentes señales de haber entrado en vías de extinción.
Como son todos recién hechos, noveles, inexpertos en todo lo que tenga que ver con formato VHS, celuloide, pantalla o actuación, las complicaciones de Midú estuvieron a la orden y desde el primer día. En principio, cuando salió del secundario (hoy tiene 26 años) lo hizo con la obsesión de �hacer ficción�. La propuesta, algo abstracta en sí misma, fue rechazada con firmeza en Canal 5, el cable saladillense. �Acá hay espacio nada más que para producir noticieros�, respondieron a su propuesta. Midú entonces se incorporó al canal como camarógrafo, aprendió a usar los equipos y los trucos de la actividad y a los 19 años, después de haber incursionado con ficciones en los programas infantiles, se abrió por su cuenta para cumplir sus sueños.
Compró una cámara de video de mano (handycam), convenció a sus hermanos Franco �como camarógrafo, iluminador, sonidista, o sea, encargado de sostener el micrófono instalado en la punta de un palo de escoba� y Florencia �que actuó como monja, ángel, niña tontuela pero cariñosa y otros papeles� y se enfrentó a su primera gran dificultad: no tenía a quién dirigir.
�¿Actuar dónde? Ni loco �le contestaban los vecinos, hasta que desembocó en un grupo de teatro (Teatro de la Comedia, de Saladillo) donde reunió a sus primeros actores aficionados.
De más está decir que ahora le llueven notitas entregadas en mano por chicos y adultos, con sus teléfonos, direcciones y la súplica: �Cuando necesites cubrir un papelito, aunque sea una cocinera, una lavandera, o lo que sea, avisame�.

No me toquen a la nena

Natalia Di Gruccio fue la primera. A ella le tocó el papel protagónico en �Enamorada�, una telenovela de 15 entregas que marcaría el debut de Midú como director a lo grande. En la realidad, Natalia era una colegiala de 19 años. Cuando a Olga Cinella, la madre, le explicaron que su hija participaría con un protagónico, se hinchó de orgullo. Cuando le describieron la escena del beso, se desinfló y prohibió todo contacto.
�Ni loca. La nena no �fue tajante.
�Pero es ficción, no es real �pretendió esclarecerla Midú.
�¿Se lo da (el beso) o no se lo da? No, no. La nena no. Qué van a decir mañana en el colegio �respondió, pragmática, imaginando los chismorroteos en procesión por las calles de Saladillo con el nombre, qué nombre, con los detalles de las escenas de su propia hija encarnadas en el boca a boca de los vecinos, amigos, familiares, en fin, todo el pueblo. Para colmo, el encargado del beso, es decir el novio de la nena en la ficción, no sería el mismo novio que todos los días la buscaba a la salida de la escuela, sino el muchachito (Midú) que hacía la propuesta. Más que papel, el rol de la nena amenazaba con transformarse en un papelón desvergonzado y sin nombre.
Para tranquilizar a mamá le ofrecieron la lectura del guión, donde la escena del beso fue suplantada por una estratégica triquiñuela: tres puntos entre paréntesis. Dicho y hecho. Mamá leyó el guión con lupa, no vio ningún beso, quedó tranquila y dio la venia.
La tranquilidad le duró poco, con más precisión, hasta el domingo, hacia el final del tercer capítulo, cuando su hija con otro nombre, pero qué importancia tiene si era ella, se trenzó en un furibundo beso, no uno sino tres, echándose incluso encima del desvergonzado jovencito, novio en la ficción y director, guionista y actor de la telenovela en la realidad. La queja se hizo sentir con un llamado telefónico apenas terminó de emitirse por todos y cada uno de los televisores encendidos de Saladillo y alrededores.
�Superamos en rating a �Fútbol de Primera��, comenta años después, orgulloso, Carlos Di Virgilio, carpintero del pueblo y padre borracho en �Enamorada�, separado de la mujer por la bebida. �Al final ella vuelve�, aclara. Pedro se llamaba el buen borracho, y Pedro le siguen diciendo a Di Virgilio aún hoy, después de tanto tiempo. 
Lo del rating era cierto: todo el pueblo estuvo pendiente de si los novios de aquella parejita que todos conocían, pero por separado, se estamparían o no el beso. Tanta expectativa y repercusión tuvo que Natalia terminó peleada con su novio real y encariñada fuera del protagónico con su novio de ficción. Como toda parejita de Hollywood, la relación no fue eterna. De todos modos, Natalia, como una actriz fetiche, una Mia Farrow de Woody Allen, siguió en escena contra viento y marea.

Empresario se busca

Miguel Salinardi tiene 65 años y es jubilado de Segba. En Saladillo lo conocen como Cacho. Costó trabajo que en las grabaciones no repitieran su apodo real y lo trataran con el nombre de su personaje. Mejor dicho, sus varios personajes, porque desde �Sueños robados�, la segunda telenovela grabada por Midú, Cacho tuvo un papel en todas las grabaciones.
�Hice un coprotagónico�, asegura ahora mientras su esposa real, Carmen Blanco, integrante del coro de Saladillo y extra en alguna grabación de Midú, ceba mates. �Pedían alguien con perfil de empresario. Hacía de padre de dos mellizos, uno pobre y el otro rico.� Los dos hijos, obvio, los representaba el multifacético Midú.
Alfonso se llamaba el empresario de �Sueños robados�, la segunda telenovela, ésta con 22 capítulos. Guillermina Saggion, reportera del Canal 5, y esposa de Alfonso en la ficción, tenía también en la ficción �vendrá bien aclararlo� un romance en cada puerta sin que Alfonso estuviera enterado. El pueblo de Saladillo se encargó de enterar al Cacho real por la situación que pasaba a sus espaldas en la pantalla:
�¡Cornudo! �le gritaban en la calle, en el supermercado, cada vez que Salinardi asomaba la nariz a la vereda.
�¡Cornudo pero con guita! �devolvía Cacho.
Miguel también actuó como comisario corrupto en La Vieja, como policía �en dos escenas chiquitas� en �Prisioneros�, sacerdote en Vueltas de la vida �film que ganó el Martín Fierro del 2000 al mejor unitario del interior� y padre pusilánime de un periodista en Dame aire. Pero lejos, lejos, el papel que más lo convenció fue el protagónico en El Oso, como el Yeye, un linyera que tomaba mate en un galpón con un nene quien, sin saberlo, era su nieto. �No le vamos a hacer sombra a Ranni, pero... el Yeye fue un personaje complejo.� �Tuviste que componerlo�, lo comprende Di Virgilio, que recuerda su composición de borracho como Pedro. �El Yeye no se quería morir sin conocer a su nieto�, desliza Cacho.

Cinema Saladillo 

El Marconi es el único cine del pueblo. Paredes de ladrillos a la vista, con una amplia y antigua marquesina y una enorme sala a la vieja usanza con capacidad para más de 600 plateístas, otras 130 personas en la primera galería y un segundo piso sin uso. Su historia es peculiar. Durante 15 años permaneció cerrado �desde 1980�. Durante ese tiempo, los comentarios nostalgiosos de Saladillo lo evocaban. En el �95, una sociedad de cuatro amigos decidió invertir en su recuperación. Ubicado a una cuadra del centro, el edificio es propiedad de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, y mientras no fue cine lo alquiló a un pastor evangelista. Cuando la sociedad cinéfila decidió retomar las proyecciones y alquiló el lugar, encontraron todo destrozado. �Hubo que hacer una inversión enorme�, citó Alicia Recofsky, esposa de uno de los integrantes de la sociedad y a cargo de la boletería del Marconi (ver aparte).
En Saladillo las megaproducciones de Spielberg ni de nadie tienen éxito. No es por la presunta capacidad crítica de los pobladores sino, más bien, por lo que parece mero desinterés. Lo cierto es que la sala permanece vacía durante casi todas sus funciones. El último estreno, una apuesta fuerte de Hollywood, El Planeta de los Simios, apenas si alcanzó a reunir 26 personas el sábado por la noche y una el domingo por la tarde. La tendencia cambia con los estrenos de Midú y Junco: cada una de sus películas sumó cien butacas a la taquilla anterior. La última �El Oso� superó los 500 espectadores, que se codearon durante la función cada vez que aparecía en pantalla un conocido, es decir, todo el tiempo. 
Si las expectativas de sobrevida del Marconi son exiguas, todas se concentran en la capacidad de convocatoria de los dos Brancaleones y sus 99.
Pero Saladillo no sólo palpita las escenas de sus actores�familiares-amigos a través de la pantalla. En especial, las vive en carne propia, como una realidad contundente que los cruza de un modo distinto al que lo puede hacer una película con monstruosos efectos pero sin afectos. Tanto es así que sus pobladores suelen pasar por situaciones lindantes con el género de la tragicomedia.
Ocurrió durante la grabación de la primera escena de la película Prisioneros: el cuerpo de una joven (Verónica Marasca) yace ensangrentado en la vereda, en la puerta de su propia casa. Algún cretino que la acuchilló. Yeny Mieres, su madre en la ficción, se entiende, llora desconsoladamente, apartada por un policía (quién si no el Cacho), mientras que alrededor del cuerpo, separados por un vallado, se aglomeran los extras que actúan de curiosos.
Para darle verosimilitud a la escena, Junco y Midú pidieron prestado un patrullero al comisario local. �No hubo ningún problema. El día de la grabación �recuerda Midú� se apareció el patrullero real, con tres policías reales con sus uniformes lavaditos, impecables.� También lograron el aporte de una ambulancia de la clínica del pueblo. �Mientras no haya una urgencia�, fue la consigna del préstamo.
Claro, al grupo de curiosos�extra se fue agregando un sinnúmero de curiosos�reales, sobresaltados por la realidad inequívoca de las balizas del patrullero y la ambulancia, los uniformados reconocidos como autoridad por todo el pueblo y el mínimo protagonismo de la cámara que de tan pequeña pasaba inadvertida. Además, ante semejante escena, quién se iba a detener a mirar si no el cuerpo. Los primeros curiosos�reales se fueron acercando al vallado como podían, preguntaban �¿qué pasó?�, y los extras, compenetrados en su tarea daban una respuesta seca: �La mataron�.
Nada más era asomarse para ver el pobre cuerpito, salvajemente ultrajado por el cuchillo con ketchup de un desconocido, y a la Yeny real llorando por su hija ficticia. Alguno de estos curiosos�reales, que conocía de toda la vida a Yeny y sabían que tenía una hija, desinformado de grabaciones y extras, recibió un shock demasiado fuerte. Se alejó del vallado, caminó unas cuadras, entró lívido al Club Social, se sentó, tomó aire y, después de unos segundos, relató a todos los parroquianos la terrible nueva.
Después de serenar al compungido amigo, después de compartir impresiones, lágrimas y deliberar largamente, una comisión del Social partió a buscar a la pobre Yenny. No la encontraron. La terrible escena ya había concluido. Entonces, la comitiva salió en recorrida por todos los velatorios, para entregarle aunque más no sea su real y más sentido pésame.

Los éxitos de una productora casera

Por H.C.

Fabio Junco tiene 31 años, trabaja en Radio Continental, está casado con Paula Trucchi �acaban de ser padres de Teo�. Paula, obviamente, también actuó en las películas del dúo dinámico de Saladillo. Fabio se unió a Julio Midú hace dos años, para conformar la productora Fatam. Julio venía explorando el éxito en sus dos telenovelas, mientras trabajaba en una fábrica de zapatillas.
�Entraba a las 5 de la mañana y salía a las tres de la tarde �recuerda Midú su etapa de telenovelista�. Después me ponía a escribir el guión, de lunes a miércoles. El jueves lo repartía y empezaba la grabación, hasta el sábado a la noche, que me ponía a editar, hasta el domingo a la noche, que salía al aire.� Fatam ya estrenó La Vieja, Dulce Compañía, Dame Aire, Prisioneros y El Oso, todas con lleno total en el Marconi. Ahora esperan su turno Gema y La Trampera, con las que debutará Junco como guionista.
Todos los films son en formato video. Entre las complicaciones enfrentadas por el dúo, el amateurismo de sus actores es una de los principales. �Tuvimos problemas de continuidad�, asegura Midú. �Un día me daba cuenta que el pelo de una actriz daba distinto: se había teñido el día anterior. Otro que por ahí ese día no pudo ir y había que buscar una ropa parecida y acortar el plano, o alguien que subía la escalera con el pelo largo y la bajaba con el pelo corto. También que una escena se debía hacer en una casa y resulta que ese sábado tenían una fiesta y había que buscar un lugar parecido o filmar en exteriores.� Algunas escenas de uno de los films se tomaron en una oficina pública. �No pongas dónde fue porque no saben nada�, confesó a este diario Miriam Junco, hermana de Fabio y la hace�todo del equipo. �La hace�todo menos actuar�, aclara ella. �Todavía no me encontraron un papel en las pelis.�
Además de los policías locales, el patrullero, la ambulancia, la oficina pública anónima y los vecinos�actores, Saladillo estuvo presente en las películas de Fatam con escuelas, calles, casas particulares, plazas, descampados, y hasta el grado de sargento colgado del botón de una camisa celeste del Cacho, proporcionado por el marido de una vecina, policía real, un día que no hubo posibilidad de contar con uniformados.

La batalla contra el cable y el video

Por H.C.

�El cine murió con el cable y el video�, dice Alicia Recofsky, al frente de la moribunda boletería del Marconi. Se refiere a su primera muerte, cuando bajó sus persianas en el �80. Después las volvió a abrir, esta vez de la mano de los cuatro amigos, entre ellos su marido, el 1º de mayo del �97, y muestra los recortes del diario local con la sala repleta de invitados.
�El día de la inauguración pasamos colitas de películas. Al día siguiente largamos con dos buenos estrenos: El Paciente Inglés y 101 Dálmatas. Cuando lo alquilamos hubo que hacer una inversión muy grande. Estaba todo destruido, tuvimos que poner una pantalla, arreglar las butacas, traer un proyector�, dice Recofsky.
Es domingo. Pasan El Planeta de los Simios en la primera función de la tarde. La segunda no se va a dar. �Cerramos y volvemos a la noche.� En la sala hay una persona. La noche anterior, sólo entraron 26 espectadores. Es la segunda muerte del Marconi, anunciada para fines de setiembre. �Se da una situación incomprensible �reflexiona�. Cuando estuvo cerrado todos pedían que se abriera. Ahora que está abierto, hace más de un año que no viene nadie. Sólo tienen éxito las películas argentinas, y las de los chicos.� Por chicos se refiere al dúo de Fatam y sus 99. �La Sociedad Italiana nos cobra un alquiler muy costoso por la sala.�
A dos cuadras, Gorosito, el intendente radical, confirma su preocupación. �Yo me comprometo a que Saladillo no se quede sin cine. Estamos refaccionando el Cine Teatro Español como espacio cultural. La idea es recuperar el cine para la comunidad. Si el Marconi se cierra se va a venir abajo. Por el momento no sé cómo vamos a hacer. A lo mejor nos haríamos cargo como municipalidad. A lo mejor podríamos mantener una conversación con la gente de la Sociedad Italiana. Habrá que ver.�
Después del Martín Fierro, Gorosito entregó una medalla al dúo de Fatam y a sus actores. �Debemos estimular la actividad cultural. La contrapartida es que Saladillo trascienda en beneficio de la ciudad.�

 

 

 

 

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