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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Saliendo por la ventana

Hasta hace poco se discutía si permanecer en la convertibilidad o disparar de ella. Era como elegir entre la muerte lenta y el caos. Ahora la idea es otra: resignarse a mantener el régimen implantado en 1991, pero creando otro paralelo, que funcione al lado del primero. Así, junto al peso convertible empiezan a emitirse otras monedas, inconvertibles, que suavizan el rigor del ajuste fiscal. Al mismo tiempo, no se toca el 1 a 1 con el dólar, pero se crea un tipo de cambio comercial más alto, que implica una devaluación para exportaciones e importaciones. En otras palabras: si de la convertibilidad no puede salirse por la puerta, salgamos por la ventana. En algún momento quizá descubramos que estamos más afuera que adentro. O no. Es como tomar el camino del medio entre la deflación incesante y un estallido incontrolable de la economía. Pero la nueva estrategia no tiene un dueño sino muchos, y esa anarquía puede esconder grandes riesgos. Conviene ir por partes.
El patacón, como los medios de pago provinciales que le sigan, puede canjearse por bienes, por pesos y hasta por dólares, pero siempre en transacciones entre privados. La moneda ruckaufista es inconvertible porque no puede cambiarse por dólares de las reservas del Banco Central. Esto la diferencia del peso. El régimen platense presiona para que al patacón se le reconozca el valor de un peso, y si lo logra es gracias a la recesión: con tal de vender y cobrar, empresas y comercios lo aceptan a valor par. Pero quien intente cambiar cierta suma de patacones, digamos cinco mil, difícilmente reciba más de 4000 pesos.
El público puede huir del peso, trocándolo por dólares de las reservas, para luego girar esos dólares fuera del país, con lo cual bajará la cantidad de medios de pago en la economía y se contraerá la actividad. Pero del patacón no se puede escapar. Podrá desprenderse de él un individuo, pero será porque otro se lo tome. Los patacones que van a parar al Banco Provincia son entregados por éste al fisco provincial, que vuelve a inyectarlos mediante el pago de sueldos y otras cuentas. Por su inconvertibilidad, los patacones son a prueba de desconfianzas y pánicos, aunque éstos puedan restarles parte de su valor.
El BCRA, por su lado, quiere evitar que el patacón y sus futuros parientes sean monedas plenas, y por tanto prohíbe que se constituyan plazos fijos con ellos en los bancos y que éstos concedan créditos en esos papeles pintados. Sin embargo, con el tiempo irán apareciendo prestamistas extrabancarios. El Central tampoco admite que un banco mantenga patacones por encima del 2,5 por ciento de su responsabilidad patrimonial. Lo que Roque Maccarone pretende impedir es que las monedas emitidas por los gobernadores –como el libertador, que planean lanzar varios– se expandan a través del multiplicador bancario. Sería como admitir un sistema monetario paralelo, fuera de control. Pero, de hecho, es lo que empieza a haber.
Además de relajar el ajuste, ese fiduciario genera liquidez y un poco más de demanda para aliviar la depresión. Pero en la medida en que crezca el circulante paralelo y su valor caiga por debajo de la paridad con el peso, se convertirá en un medio para reducirles los sueldos a los empleados provinciales, o, visto al revés, de generar un proceso inflacionario, que convivirá con la deflación del área peso. La intensidad de esa inflación podría variar según la provincia si cada una emitiera su propia moneda de cotización flotante, como quiere Gerardo della Paolera.
Para otro de los males de la convertibilidad argentina, que es la sobrevaluación del peso y la falta de competitividad, en un escenario en el que el real se desploma, la idea es ir mucho más allá del humilde factor de convergencia que introdujo Domingo Cavallo, pagando por tan escaso beneficio un alto costo de incertidumbre y desconfianza de los mercados. Los economistas Roberto Frenkel y Mario Damill creen haber hallado la solución en unos papeles que llaman “puntos”. El esquema, que guarda similitud con un mecanismo cambiario comercial que durante el alfonsinismo elucubró Ernesto Weinschelbaum, permitiría encarar el problema del dólar sin alterar la paridad para activos y pasivos en moneda extranjera, gran escollo para salir de la convertibilidad.
Frenkel/Damill proponen que Hacienda emita papeles denominados en puntos y se los entregue gratuitamente a los exportadores, a razón de un punto por dólar de exportaciones. Al mismo tiempo se dispondrá que los importadores entreguen a la Aduana un punto o algo más por cada dólar de importaciones. De inmediato surgirá un mercado de puntos, donde los importadores se los comprarán a los exportadores, o a terceros que se los hayan tomado antes a éstos. La oferta de puntos dependerá del valor de las exportaciones del país, y su demanda corresponderá al valor en dólares de las importaciones, multiplicado por el factor diferencial que se establezca. Esto significa que si un importador debe entregar a la aduana 1,20 punto por dólar importado, la demanda de puntos será un 20 por ciento mayor que las importaciones.
Por tanto, en este ejemplo la cantidad ofertada de puntos igualará a la demandada cuando las exportaciones superen en un 20 por ciento a las importaciones. En cuanto al tipo de cambio comercial, éste dependerá del precio del punto en el mercado. Si éste se transara a 10 centavos, la paridad efectiva para la exportación será de $ 1,10 por dólar, ya que los exportadores recibirían por cada dólar un punto de regalo, pero los importadores pagarían $ 1,12 por dólar, ya que por cada uno deberían entregar 1,20 punto. Si con estas paridades no se generase el superávit comercial necesario para equilibrar oferta y demanda en el mercado de puntos, éstos subirían de precio, lo cual equivaldría a una devaluación del dólar comercial. Si hubiera excedente de puntos, éstos se abaratarían, con el mismo efecto de una revaluación.
De esta manera, el tipo de cambio fluctuaría, pero sólo para el comercio exterior de bienes, excluyéndose los movimientos financieros y los servicios (fletes, seguros, turismo). El gobierno fijaría un único parámetro: cuántos puntos por dólar deberían entregar los importadores, pero el Estado no asumiría ninguna obligación financiera. Los puntos no tendrían vencimiento, ni compromiso de rescate ni pagarían interés alguno. Tampoco servirían para cancelar deudas ni para pagar impuestos. Sólo constituirían una transferencia entre privados y, por tanto, no deberían dar lugar a cuestionamientos de la OMC ni a represalias de los partenaires comerciales de la Argentina, Brasil en primer lugar.
Lo que no podría descartarse es la aparición de cierta demanda especulativa de puntos cuando existieran razones para esperar un aumento de su precio, superior a la renta que ofrecieran otros activos financieros. Esa flotación podría “ensuciarse” por medio de un stock de intervención si se quisiera atenuar la volatilidad del tipo de cambio, aunque Frenkel preferiría minimizar la intromisión oficial en ese mercado, para mantenerlo plenamente en la esfera privada y prevenir cualquier acusación de estar manipulando la paridad. Ahora bien: al igual que el patacón, el punto podría resultar algo inflacionario, pero ¿no es bueno que suban un poco los transables?, preguntan los economistas. Vaya uno a saber.


 

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