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MURIO ARNALDO MARTINENGHI
El hombre de los favores a Menems
Por Susana Viau

A mediados de los 80 era más popular en el Mediterráneo que en el Atlántico. Su foto, con pantalón blanco y zapatos náuticos, solía aparecer, enigmática, en la revista Hola! Es que su barco era el más grande de todos los que, en los veranos, amarraban en Palma de Mallorca. Más grande, incluso, que el del propio rey Juan Carlos. Los argentinos en visita forzosa a la península no tenían ni remota idea de los antecedentes de este compatriota al que los epígrafes del semanario identificaban como “el poderoso empresario Arnaldo Martinenghi”. Poco después, en los 90, Martinenghi ya era un módico profeta en su tierra: a la semana de asumir el gobierno, Carlos Menem lo había designado asesor presidencial “ad honorem” con rango de secretario de Estado. Era una simple devolución de favores. Del bolsillo de Martinenghi habían salido cuantiosos aportes financieros para la campaña electoral. El propietario de los Astilleros Alianza se definía “apolítico”, pero era un menemista convicto y confeso. Durante 10 años, por una razón o por otra, el nombre de Arnaldo Martinenghi fue noticia. El miércoles 26, a los 74 años, una enfermedad insidiosa cerró el ciclo del armador. Los avisos fúnebres donde los antiguos amigos brillaron por su ausencia (Andrés Antonietti fue uno de los pocos en recordarlo) y el velatorio en Córdoba al 5000 daban fe del opaco final de la fiesta. El prisionero de Don Torcuato había perdido un incondicional.
Martinenghi asistió al hundimiento de sus empresas y sin embargo, dicen, seguía siendo rico. El explicó siempre que la crisis que llevó a la quiebra a los Astilleros Alianza (una implosión en la que declaraba haber perdido cien millones) era producto de las políticas oficiales, de la pérdida del empuje industrialista. Por eso, decía, con los radicales “podemos jugar al truco o tomar unas copas”, pero allí acababa todo. Y que con Menem, en ese aspecto, las cosas no habían ido mejor. Es probable que el diagnóstico no estuviera tan desencaminado, aunque el declive de su empresa quizás haya tenido más que ver con otro aspecto de la historia nacional. Con el frenazo del proyecto de reequipamiento naval que las elecciones de 1983 habían dejado en suspenso y era, en realidad, un negocio de pura inspiración masserista. Nada de lo que anduviera por el agua le era ajeno al ex almirante y nadie podía crecer en ese rubro sin su anuencia y su participación. Pese a los fuertes vínculos que mantenía y mantiene con la Armada, el menemismo tampoco reflotó esos planes grandiosos.
El armador aseguraba que cuando vio aproximarse la debacle “presenté la renuncia para que no se vinculara el nombre del Presidente con el mío y por eso me alejé de la asesoría”. El paso por el gobierno había durado dos años. Con Menem se conocieron “por casualidad”, contó alguna vez, y no negó su contribución al flujo de fondos devorados por la campaña de 1988. Fue Martinenghi quien financió y acompañó, por ejemplo, el viaje del candidato a Francia y Alemania (escala en la que el riojano produjo la notable gaffe de equivocarse de discurso, leyendo en la Fundación Konrad Adenauer el que tenía previsto pronunciar en la Ebert) e Italia, donde se produjo el sonado encuentro con emisarios libios. Carlos Spadone, otro aportante, era también de la partida. Y Luis Santos Casale, ex alumno de la Escuela Naval que mantenía intensos contactos con Massera en RUA, la empresa de dragados en la que intervenía otro marino, el capitán Pietranera. Con la llegada al poder, Menem se convirtió en asiduo visitante de la casa que el armador tenía en Punta del Este, El Poseidón, 20 mil metros cuadrados, 8 habitaciones en suite, 11 baños, playroom, pileta, canchas de tenis y de bochas y una cama redonda de tres metros de diámetro. La visita del ‘91 había sido por demás espectacular: el presidente viajó con María Julia Alsogaray, Mario Falak y Graciela Alfano.
El ex presidente no era el único amigo poderoso de Martinenghi. Aseguraba que entre sus afectos estaban Raúl Granillo Ocampo, María JuliaAlsogaray, a la que conoció quinceañera, Julio Mera Figueroa, Jorge Antonio, Carlos Corach, Andrés Antonietti “el aviador”, como lo reconocen en el círculo de Carlos Saúl y, por supuesto, Hugo Anzorreguy. Con Mera, Jorge Antonio y Anzorreguy, el empresario compartía la pasión por los
caballos. En su haras La Madrugada y en el stud Tori se criaban unos doscientos pura sangre que eran su orgullo. A manera de tributo le obsequió al amigo presidencial a Potrihour y a Potriclaro, que perdió mal justo el día en que Menem fue a verlo al hipódromo. “Entonces, como sé que Carlos tiene suerte con las mujeres, le regalé una hembra –explicó–. La había vendido a un jeque árabe y estaba por embarcarla, pero la bajé. La potranca tenía los mejores antecedentes, pero corrió tres veces y le fue mal. Yo le digo a Menem que deben perder porque los hace correr con los colores de River”. Con los regalos de Martinenghi, Menem inauguró su stud El Caudillo. La chaquetilla era blanca y la cruzaba una banda roja, señal de la pasión millonaria del flamante propietario. Para completar el set turfístico, Martinenghi le recomendó a Menem a su antiguo empleado, el cuidador Juan Carlos Maldotti. Pero Menem nunca fue afecto a los juegos que no le pueden garantizar triunfos y el entusiasmo por los “burros” duró lo que un suspiro.
Entre tanto, la oposición intransigente de Julio César “Chiche” Aráoz, por esos años ministro de Salud, le cerraba a Martinenghi el camino para quedarse con la privatización del Hipódromo de Palermo, que finalmente fue a parar a las manos de Sebastián Maronese, un constructor amigo de Jorge Antonio. Los informes del Banco Nación habían determinado que la sociedad de Martinenghi, Inversora del Plata, no tenía suficiente patrimonio para semejante aventura. El naufragio de los astilleros, la frustración del circuito de Palermo llevaron al ex armador a poner los ojos en la gastronomía e inauguró (con sucursales en Punta del Este y en Miami y la presencia de Zulemita) la cadena Pizza Cero. Con todo, Arnaldo Martinenghi continuó prestándole a su amigo invalorables servicios: intentó salvar a María Julia del enriquecimiento ilícito dibujándole medio millón de dólares en concepto de honorarios por “asesoramiento” en los astilleros. Los peritos contadores se zambulleron en las cuentas de Alianza y determinaron que ese pago carecía de respaldo documental; la segunda prueba de fidelidad la dio facilitando el haras La Madrugada, en Capilla del Señor, como sede del escandaloso asilo otorgado al general paraguayo Lino Oviedo.
La noticia de su muerte ensombreció al locatario de Don Torcuato. “Está preocupado”, tradujeron sus allegados. Es razonable, Menem y Martinenghi tenían casi la misma edad. Pero las afinidades entre ambos eran mayores: “Lo mío son la pizza, los burros y las mujeres”, decía el naviero. Y el ex jefe de Estado podía suscribir al menos dos de esas tres inclinaciones. Tal vez lo que no compartieran fueran los matices, porque a esa declaración de principios Martinenghi le solía agregar una conclusión extraída de su experiencia trimatrimonial: “pizzas crocantes, mujeres lerdas y caballos rápidos”.

 

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