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¿QUE SIGNIFICA VOTAR EN BLANCO O ANULAR?
El voto que no vota

¿Pasividad desesperanzada o protesta astuta? ¿Desperdicio o mensaje a la clase política? Con todas las encuestas previendo para el domingo próximo un record de votos deliberadamente cancelados, un debate sobre cómo hay que interpretar el fenómeno.

Por Enrique Zuleta Puceiro *.
La insolencia cívica

Interpretar las tendencias abstencionistas del electorado en términos de “desinterés” o “apatía” constituye un error grave que poco ayuda a la comprensión de la problemática profunda de la democracia argentina. Lo que en la mayor parte de las democracias no pasaría de un fenómeno de abstención pasiva, sin mayor significación política, es un problema en países como Argentina, donde sobrevive sin razones mayores la vieja “conquista” del voto compulsivo.
Si bien la obligación de votar carece hoy de sanciones efectivas, es percibida por el elector como un factor constitutivo de una suerte de cerrojo institucional que estrangula su libertad de elección. De allí que la abstención pierda toda connotación pasiva y adopte, por el contrario, una expresión activa y militante contra un sistema que se vive como ineficiente y tramposo. La abstención fluctúa así hacia formas diversas de voto táctico, vinculadas más a motivaciones de protesta y crítica al sistema establecido que a razones de privación y exclusión social como las que explicaban la abstención pasiva tradicional.
Los datos disponibles en el ámbito nacional son elocuentes. Alrededor de un 34,5 del electorado nacional ha afirmado durante todo el mes de setiembre su voluntad de votar en blanco o anular su voto. La proporción tiende a incrementarse tanto en provincias con un patrón bipolar de competencia interpartidaria como en los mayores conurbanos, caracterizados por un clima de creciente insatisfacción y crítica. La intención de anular o votar en blanco reconoce una correlación positiva con los mayores niveles de información, educación e ingresos. Se acrecienta entre quienes se sitúan en el tramo de edad de entre 30 y 45 años de edad y ostentan mayores niveles educativos, de ocupación y de ingresos. Las motivaciones explícitas de esta nueva abstención activa son igualmente interesantes. Prima sobre todo una intención de castigo a una dirigencia a la que se ve corrupta, ineficiente y sin compromiso con la sociedad. Se reconocen y distinguen las opciones disponibles, pero se piensa que una elección intermedia en la que sólo se votan representantes a la institución más desprestigiada de todo el sistema, ofrece una ocasión inmejorable para castigar, usando la única herramienta a la mano.
Detrás de las diversas formas que el voto basura adquiera el domingo estará el dolor y la impotencia de quienes creen que todavía es posible y necesaria otra forma de vivir la democracia. Nada más lejos de este mensaje desesperado y tirado a la basura que el desinterés, la apatía o la confusión que algunos intentan atribuirle.

* Titular de Ibope OPSM.

 

JOSE NUN.
Acerca de la incoherencia

Independientemente de cuál termine siendo su real importancia cuantitativa, es todo un síntoma de la situación en la que nos encontramos que el voto en blanco (o impugnado, o anulado, o el no voto) se haya convertido en uno de los temas centrales de esta campaña. No hace falta ser muy agudo para percibir en esto un nivel de hartazgo con la política y, sobre todo, con los políticos que pocas veces se había alcanzado en el país. Y hay abundantes razones para que sea así, al punto que yo mismo me incliné inicialmente por que ésta fuese una nota en blanco.
Pero se me ocurrió después que se había generado un malentendido sobre el que valía la pena reflexionar. Porque una de dos: o la mayoría de nuestros políticos son altamente respetuosos de la opinión pública o no lo son. En el primer caso, serían muy sensibles ante la manifestación de repudio que significaría un gran voto en blanco, pero no se entendería por qué estaríamos entonces tan hartos de ellos. En el segundo caso, resultaría comprensible nuestro hartazgo pero el voto en blanco les importaría bastante poco en la medida en que lograsen de todas maneras asegurarse sus bancas, por menos legítimas que éstas resultaran. Después de todo, Corach ha sido uno de los senadores preferidos del gobierno a pesar de que se convirtió en representante de la ciudad de Buenos Aires con poco más de 30.000 votos.
En mi opinión, estamos ante una situación del segundo tipo y justamente por eso me parece que el voto en blanco no es una manera de patear el tablero sino de escaparse. Y no lo digo porque me entusiasme ningún candidato en particular. Pero ciertamente hay algunos que son mucho mejores que otros en términos de su trayectoria, de su lucha por los derechos humanos, de su combate contra la impunidad, de su compromiso con un país más igualitario. Hay que decidir, entonces, entre dos incoherencias. Una es la de votar en blanco sabiendo que, más allá de una eventual satisfacción personal, lo que uno haga no tendrá ningún efecto sobre la realidad. La otra es la de votar por candidatos que no son exactamente los que uno hubiese preferido elegir. Me quedo francamente con la segunda incoherencia.

 

FORTUNATO MALLIMACI*.
Nadie es dueño de ese voto

El voto en blanco tiene historia en la sociedad argentina. Lo que ha cambiado es su sentido, los sectores sociales que expresa y lo que puede permitir construir a futuro. Masivamente, luego del golpe militar del ‘55, fue expresión del peronismo proscripto en las urnas. Altamente representativo en las elecciones del ‘56 y especialmente cuando se eligió al presidente Illia, cuando iguala al del partido ganador. El voto en blanco expresaba allí a los trabajadores peronistas repudiando un sistema político que proscribía candidatos y se enmarcaba en la lucha por rehacer una identidad política que buscaba retomar el poder.
Hoy el voto en blanco e impugnado muestra otra realidad. Expresa las profundas transformaciones de la sociedad argentina: si antes las protestas eran las tomas obreras de las fábricas, hoy son los cortes de ruta de los desocupados y empobrecidos. Este voto expresa hoy una diversidad de situaciones. Por un lado, la de los desencantados de la política partidaria dominante, que no cumple sus promesas, y se ha convertido en una mera maquinaria electoral al servicio de los sectores más privilegiados. Son grupos sociales transversales y especialmente, aquellos que están “cuesta abajo”, viendo deteriorada su anterior situación de estabilidad y relativo bienestar.
Por otra parte, expresa a sectores con resabios autoritarios y militaristas, que desconfían de la política y de la democracia y también aquellos que apuestan a “los mercados” como únicos y eficientes ordenadores de la sociedad. Si antes el voto en blanco se anunciaba de boca en boca, hoy son ciertos medios, ciertos periodistas, ciertos “gurúes”, quienes alimentan y nutren esas propuestas. Si ayer el voto en blanco era continuidad y expresión de una densidad histórica, hoy refleja una malestar actual, presente, de pérdida de futuro. Si ayer la mayoría de los que votaban en blanco, mantenían por años su identidad, la diferencia es que hoy nadie es dueño de esos votos.

* Decano de la Facultad de Ciencias Sociales UBA. Profesor de Historia social argentina.

 

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