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         Durante una clase pública 
        dictada en la academia denominada Universidad Popular de las Madres 
        de Plaza de Mayo, cuatro oradores celebraron los atentados del 11 
        de setiembre. Trataré de sintetizar sus argumentos con fidelidad 
        y de refutarlos con calma. 
        El escritor David Viñas dijo que el ataque a los grandes 
        símbolos del poder constituía una forma inédita 
        de lucha de clases, entre la violencia popular y la violencia 
        institucional del imperio, la violencia desde abajo contra 
        la violencia enquistada arriba. Estas señales inesperadas, 
        inéditas, invictas, primeras de la lucha de clases en el mundo 
        globalizado por el imperio terrorista del Pentágono y de Wall Street 
        provendrían de los sometidos, los humillados del mundo. 
        Dijo que debían leerse dentro del contexto del proceso general 
        de globalización . Comparó a sus autores con Robespierre 
        o Castelli. Evocó los sufrimientos infligidos por Estados Unidos 
        a Cuba, Chile, Japón, Nicaragua, Panamá, Granada, Irak y 
        Yugoslavia, y a sus hijos, María Adelaida y Lorenzo Ismael Viñas, 
        entre otros miles de compatriotas asesinados por el terrorismo de 
        generales y de almirantes adiestrados por el Pentágono y sustentados 
        por Wall Street.  
        El director de la academia, Vicente Zito Lema, sostuvo que Osama Bin Laden 
        era un revolucionario, cuya lucha es parte de la lucha 
        de clases de los oprimidos de la humanidad contra el imperio. 
        Lo comparó con San Martín, Belgrano, Artigas, Ernesto Guevara 
        y mis compañeros caídos en combate. Además 
        de las bombas en las ciudades japonesas mencionó a 
        los 35.600 niños que mueren todos los días en 
        el mundo y dijo que sólo pueden hablar de derechos humanos 
        y lamentar la muerte de los trabajadores que estaban también 
        en esas torres gemelas quienes siempre alzaron la voz por 
        los caídos en la humanidad. Buena parte de los intelectuales 
        y de la clase política de nuestro país lloran por 
        el poderoso cuando son cómplices cotidianos de la muerte 
        . 
        El abogado Sergio Schoklender afirmó que no fueron actos terroristas 
        sino operaciones quirúrgicas de guerra contra los 
        centros precisos de poder, del enemigo que nos está 
        destruyendo. Se trataría de una guerra declarada, de 
        la civilización y de la humanidad contra Estados Unidos. 
        En cambio, actos terroristas son los bombardeos indiscriminados de los 
        Estados Unidos e Israel, contra civiles. Expresó su admiración 
        por los militantes que realizaron esas acciones, a quienes 
        comparó con el pueblo heroico de Vietnam, que derrotó 
        al enemigo al llevarle la guerra a su propio territorio. Narró 
        un viaje a Irak y su revolución maravillosa. Dijo que 
        le dolían los casos individuales, esas figuras cayendo, 
        pero que le dio mucha alegría saber que no son 
        tan invulnerables y que tenemos la posibilidad de resistir y enfrentarlos. 
        Hebe Pastor de Bonafini contó que estaba en Cuba ese día 
        y que sintió alegría. No voy a ser hipócrita, 
        no me dolió para nada, porque había muchos pueblos 
        que eran felices y de ese modo la sangre de tantos en ese 
        momento era vengada, entre ellos sus hijos. En esos ataques no 
        murieron pobres, no murieron poblaciones. Sus autores fueron hombres 
        y mujeres muy valientes, que se prepararon y donaron sus vidas 
        para nosotros. Ellos declararon la guerra con sus cuerpos, 
        manejando un avión para estrellarse y hacer mierda al poder más 
        grande del mundo. Y me puse contenta . El miedo que nos metieron 
        a nosotros, con la persecución, con la desaparición y con 
        la tortura, ahora lo vive el pueblo norteamericano entero. Ese pueblo 
        que se calló y aplaudió las guerras. Para ella, los 
        blancos no fueron sólo simbólicos: En esas dos torres 
        se decidía todos los que nos íbamos a morir, a quedar sin 
        trabajo, a masacrar, a bombardear. Igual que Viñas, comparó 
        a los autores con nuestros hijos,que dieron y entregaron 
        sus vidas para un mundo mejor, a los que llamaban terroristas pero 
        eran revolucionarios. 
        Quien dude de la exactitud de la transcripción o desee consultar 
        los textos completos, puede solicitarlos al boletín de contrainformación 
        Resumen Latinoamericano, a la dirección electrónica 
        [email protected]. 
       Lucha de clases en el Corán 
       Nada más curioso que la referencia de Viñas a la lucha 
        de clases. Tal vez Viñas maneje informes más secretos que 
        los empleados por Estados Unidos para persuadir a todos los gobiernos 
        del mundo sobre el origen de los atentados. Mientras no los revele, parecería 
        que sus autores no han sido proletarios en lucha por la revolución 
        socialista, sino el régimen teocrático de Afganistán, 
        supresor de todas las libertades que permitirían vivir y desarrollar 
        su obra en ese país a los intelectuales críticos, ateos, 
        socialistas y judíos como Viñas. Y a sus mujeres, detalle 
        no menor. El señor Bin Laden no busca abolir la explotación 
        ni liberar las fuerzas productivas contenidas por un régimen de 
        producción anacrónico. Es el heredero de un multimillonario 
        contratista de obras públicas para la monarquía saudita 
        y está interesado en el derrocamiento de su casa real, por considerarla 
        demasiado permeable a la secularización de las costumbres. Marx 
        debería revolverse en su tumba. También Trotsky, quien en 
        1911 fundamentó la oposición de los marxistas al terrorismo 
        individual. Dice que sólo la clase obrera organizada puede llevar 
        a cabo una huelga. En cambio, la fórmula para fabricar explosivos 
        está al alcance de todo el mundo y uno puede hacerse con un Browning 
        en cualquier parte. Puede ser muy impactante en sus formas 
        externas (muerte, explosiones, así sucesivamente), pero absolutamente 
        inofensiva en lo que respecta al sistema social. En cambio una 
        huelga, incluso de poca importancia, tiene consecuencias sociales: aumento 
        de la confianza en sí mismos de los trabajadores, fortalecimiento 
        de los sindicatos e incluso, a menudo, mejoras de la tecnología 
        de producción. Un atentado terrorista puede provocar confusión 
        entre la clase dirigente, pero esta confusión siempre dura 
        poco. La maquinaria del estado capitalista seguirá 
        intacta y continuará funcionando. Pero el desorden que un atentado 
        terrorista provoca entre las masas obreras es más profundo. 
        A su juicio, el terror individual es inadmisible porque devalúa 
        el papel de las masas en su propia conciencia. Agregaba que cuanto 
        más eficaces son los actos terroristas y mayor es su 
        impacto, más limitan el interés de las masas por su autoorganización 
        y autoeducación. La confusión se evapora como el humo, el 
        pánico desaparece, un nuevo ministro ocupa el puesto del asesinado, 
        la vida vuelve a su rutina y la rueda de la explotación capitalista 
        sigue girando como antes; sólo la represión policial se 
        hace más salvaje, segura de sí misma, impúdica. Y, 
        en consecuencia, la desilusión y la apatía reemplazan las 
        esperanzas y la excitación que artificialmente se habían 
        despertado. Las circunstancias son hoy otras y Trotsky sólo 
        pensaba en atentados individuales contra un ministro o un patrón, 
        pero el razonamiento de fondo no ha perdido vigencia. 
        Si lo sucedido se lee como pide Viñas dentro del contexto del proceso 
        general de globalización, el incipiente movimiento impugnador que, 
        desde Seattle a Génova, había comenzado a echar arena contestataria 
        en el engranaje del pensamiento único recibió el 11 de setiembre 
        el peor golpe posible. Es el pretexto que hoy están usando en todo 
        el mundo, y también aquí, los interesados en reprimir cualquier 
        forma de lucha popular y restringir el espacio de las libertades en aras 
        de la seguridad. Porque creemos que la relación de fuerzas vigente 
        sólo podrá ser modificada por una movilización popular 
        masiva, que amplíe y no restrinja los espaciosdemocráticos, 
        y no por el foquismo incendiario de seis encapuchados, no podemos alegrarnos 
        por la monstruosidad ocurrida el 11 de setiembre.  
        Robespierre y Castelli fueron los rostros más intransigentes de 
        grandes movimientos progresistas, basados en la emergencia y organización 
        de clases sociales cuyo desarrollo era sofocado por las monarquías 
        absolutas del Antiguo Régimen. Bin Laden y los talibanes desearían 
        volver el reloj de la historia a mucho antes de 1789, año inaugural 
        de las revoluciones burguesas. La mención de Viñas a sus 
        hijos es conmovedora, pero infiel. Como otros intelectuales de la izquierda, 
        Viñas equipara la decisión militante de aquella época 
        con un impulso suicida. Eso es ostensible en su obra teatral sobre Rodolfo 
        Walsh, cuya muerte tergiversa. Walsh murió en la calle, resistiendo 
        con un arma de puño el intento de secuestro por un pelotón 
        de la ESMA, en una cita entregada por un compañero caído. 
        Pero Viñas lo muestra encerrado en una casa que la dictadura conoce, 
        esperando que vengan a buscarlo después de desafiarla con su Carta 
        Abierta. En una nota publicada en este diario hace seis años, Viñas 
        dice sobre Walsh que el suicidio es el único espacio de decisión 
        personal. No es cierto. Walsh y los hijos de Viñas no eran 
        terroristas suicidas como los pilotos de Alá, sino militantes de 
        una tentativa revolucionaria que fue derrotada y pagaron su heroísmo 
        con la vida. En forma implícita, Viñas equipara todo recurso 
        a las armas al terrorismo o el suicidio. Inesperado regalo para quienes 
        asesinaron a sus hijos, a Walsh y a miles de revolucionarios. 
        Es cierto que hay quienes tienen atrofiada la mitad de sus sentimientos. 
        Los muertos en las torres les merecen la piedad que no tuvieron por tantas 
        víctimas del poder bélico estadounidense. Pero no hace una 
        persona más completa la parálisis de un lado que del otro. 
        En cada una de las cien ciudades recorridas durante la reciente Marcha 
        Nacional contra la Pobreza, los militantes del FRENAPO nos referimos con 
        dolor al centenar de niños que mueren por día en la Argentina 
        por la injusta distribución de la riqueza que procuramos modificar. 
        En su momento, desde distintas organizaciones políticas o humanitarias 
        fueron denunciados los bombardeos contra ciudades y poblaciones de cuatro 
        continentes. Quienes siempre alzaron la voz por los caídos 
        en la humanidad, como es el caso de Zito Lema, deberían estar 
        en mejores y no peores condiciones para sentir el espanto por lo sucedido 
        el 11 de setiembre. 
       Personas, no figuras 
      Que el doctor Schoklender hable de operaciones quirúrgicas 
        para referirse al asesinato de 6000 personas en pocos minutos y contabilice 
        a los talibanes en el bando de la civilización y de la humanidad 
        no requiere refutación. Son enormidades que se descalifican solas. 
        Pero la equiparación con el pueblo de Vietnam y sobre todo el modo 
        en que derrotó la agresión ignora los hechos centrales de 
        aquel conflicto. Todos los análisis, dentro y fuera de Estados 
        Unidos, indican que fue la movilización del pueblo estadounidense, 
        dividido respecto de la legitimidad de la guerra y de la posibilidad de 
        ganarla, la que impidió el despliegue completo de la maquinaria 
        bélica que el Pentágono deseaba. Lo contrario ocurre hoy, 
        gracias a la brutalidad del atentado contra las torres, donde lo que caían 
        no eran figuras ni casos individuales sino personas, 
        de ochenta nacionalidades. El general Westmoreland nunca contó 
        con un frente interno como el que hoy respalda a Bush y hace temer por 
        toda clase de abusos. 
        La alegría de la señora Pastor de Bonafini no fue compartida 
        por ningún pueblo del mundo, apenas por pequeños grupos 
        sometidos al oscurantismo de la teocracia. El mismo boletín electrónico 
        que consigna sus palabras incluye la condena de la Asamblea Nacional del 
        Poder Popular de Cuba, que expresó sus condolencias al pueblo estadounidense 
        y repudió los métodosdeleznables empleados. 
        La literatura revolucionaria mundial no registra casos de contento ante 
        la muerte atroz de otros seres humanos. El Che llegó a teorizar 
        sobre la conversión del ser humano en una fría máquina 
        de matar, pero jamás expresó sentimientos tan ruines como 
        el júbilo. Los de la señora Pastor de Bonafini se parecen 
        a los que expresó el piloto del bombardero norteamericano Enola 
        Gay luego de la destrucción de Hiroshima. La idea de que 
        el 11 de setiembre fue destruido el poder más grande del mundo 
        es, además, de una patética ingenuidad. El software que 
        mide el riesgo país ya fue instalado en otro edificio. 
       Ni Bin Laden ni Bush 
      En los años de la dictadura y los primeros posteriores la señora 
        Pastor de Bonafini enfrentó a los represores y denunció 
        a sus cómplices civiles, en un pie de igualdad con sus compañeras 
        y con los demás organismos de derechos humanos. En los últimos 
        años la organización que dirige ha llamado prostitutas 
        a las Madres de Plaza de Mayo que cobraron indemnizaciones por la desaparición 
        forzada de sus hijos; pagados por el imperialismo a los científicos 
        del Equipo de Antropología Forense que están reconstruyendo 
        la historia de las víctimas del Estado terrorista; fascistas 
        a quienes afirmaron que en Colombia las violaciones a los derechos humanos 
        las comete no sólo el bando sostenido por Estados Unidos sino también 
        las FARC; fascista otra vez al sistema democrático 
        español, que responde dentro del estado de derecho a los atentados 
        de ETA. En los últimos años ha propiciado en discursos públicos 
        la violencia foquista y ha estimulado el desprendimiento de un minúsculo 
        núcleo de la organización HIJOS, que para fomentar la confusión 
        decidió utilizar el mismo nombre. Ninguno de estos exabruptos autoritarios 
        tuvo mayor trascendencia, por la marginalidad del grupo que los sostiene, 
        por el desinterés de los aludidos en amplificar voces cuya impotencia 
        no les permite llegar más allá de un núcleo ínfimo 
        de iluminados y por no polemizar con una persona más proclive al 
        insulto que al razonamiento. A lo sumo, cuando se han expresado en un 
        ámbito colectivo estas posiciones han sido sometidas a votación 
        y derrotadas, como en la última asamblea nacional piquetera. Estas 
        nuevas definiciones, en un momento en que el mundo se acongoja ante la 
        provocación siniestra del 11 de setiembre y las represalias terribles 
        contra personas tan indefensas como las asesinadas aquel día, obligan 
        a la respuesta de quienes no creemos que haya que elegir entre la limpieza 
        étnica de Milosevic y los daños colaterales 
        de la OTAN, entre las explosiones de Bin Laden y las de Bush, entre los 
        colonos fascistas de Sharon y los asesinos seriales de Hamas, sobre todo 
        en este diario, que con tanta generosidad abre sus páginas cada 
        viernes para algunas de las enseñanzas que se imparten en esa academia. 
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