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COMO SE VIVE EN EL LUGAR CON MAS LONGEVOS DEL MUNDO
El secreto de Okinawa

¿Cuál es la clave de la isla
que tiene más personas mayores de cien años del mundo y los menores índices de cáncer y enfermedades cardiovasculares? ¿Está aquí el secreto de una larga vida? La mezcla de vida sana y un lugar de privilegio para los ancianos.

Por Pedro Lipcovich

Palabra clave: Okinawa. En este archipiélago de Japón, la proporción de personas mayores de cien años es la más elevada del mundo. La isla también tiene los mejores índices en enfermedades cardiovasculares y cánceres; sus mujeres llegan más tarde a la menopausia y los varones tienen el doble de hormonas sexuales que los occidentales. ¿Cómo lo logran?: mediante raras combinaciones. Su dieta es tal vez la más sana del mundo, aunque no se privan de comer cerdo. Sus familias son de las que brindan más amparo, aunque la tasa de divorcios es alta. Mantienen la actividad física hasta la vejez, aunque no conocen los gimnasios. Pero, quizá sobre todo, el lugar de los viejos es tan atractivo en esa sociedad, que dan ganas de llegar a centenario.
En las 44 islas que componen la prefectura de Okinawa, Japón, viven 427 personas centenarias. Esto define una proporción de 33,6 centenarios por cada cien mil habitantes. El 85,7 por ciento de los que pasaron el siglo son mujeres. El 8,2 por ciento tiene más de 105 y uno supera los 110. Y la edad promedio es 101,6. En los países industrializados de Occidente, la proporción se estima en 10 por cien mil, aunque los registros de hace un siglo no son confiables. En Okinawa, desde 1879, hasta en los pueblos más pequeños funciona el koseki, un sistema comunitario de registro de nacimientos, matrimonios y muertes (y la fortaleza de la red social que esto sugiere podría ser, como se verá más adelante, una de las razones de tanta buena vejez).
La esperanza de vida en Okinawa llega a 81,2 años y es la más alta del mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud y del Ministerio de Salud japonés. Supera a la de Japón en conjunto (79,9; 85,1 para las mujeres y 77,2 para los hombres), Hong Kong (79,1), Suecia (79,0), Italia (78,3), Grecia (78,1) y Estados Unidos (76,8). En la Argentina, la esperanza de vida es de 72,9 años (76,8 para las mujeres y 69,7 para los varones).
No sólo es que mueren más tarde sino que mueren mejor: de viejos, luego de haber permanecido activos y saludables hasta los últimos días. La mortalidad por enfermedades cardiovasculares –que en Estados Unidos llega cada año a 100 por cada cien mil habitantes, en Suecia (con su dieta nórdica, excedida de grasas), a 102–, en Okinawa es de sólo 18. También son menos las muertes por cáncer: 97 por cien mil, contra 132 en Estados Unidos y 108 en Suecia.
Otros datos reflejan, en su conjunto, la preservación de las distintas funciones vitales: en las mujeres, la edad promedio de la menopausia se demora unos cinco años, y, después, no necesitan medicación hormonal de reemplazo; sufren cinco veces menos fracturas que las norteamericanas; en los hombres, los niveles de hormonas sexuales duplican a los de sus pares estadounidenses; las demencias seniles son infrecuentes.
¿Cómo lo logran? ¿Serán sus genes? Sí, pero muy poco. Se detectó en los centenarios okinawenses una mayor actividad del gen que regula la producción de la proteína HLA, que disminuye el riesgo de un tipo particular de enfermedades, las autoinmunes. Por lo demás, se estableció que, en okinawenses que migraron a otros países, la expectativa y calidad de vida fue adecuándose a la del lugar en que vivían: no alcanza con ser okinawense; hay que vivir en Okinawa.
¿Será la dieta? Sí; bastante; pero no del todo. Su alimentación, más que ninguna otra en el mundo, da lugar a los vegetales y el pescado (ver recuadro), aunque la carne de cerdo forma parte habitual de ella. En comparación con los países donde se sigue la “dieta mediterránea”, hay que decir que los índices de enfermedad cardiovascular en Italia y Grecia (55 por cien mil en ambos casos) son mucho peores que los de Okinawa; también son peores los de cáncer: 135 en Italia y 109 en Grecia. Sucede que los okinawenses tienen un hábito llamado hara hachi bu, que consiste en comersólo las cuatro quintas partes del plato ofrecido. Por otra parte, los okinawenses no han desdeñado los desarrollos de la medicina preventiva occidental, por ejemplo en cuanto a exámenes periódicos, lo cual se reflejó en la caída de la mortalidad por cánceres y accidentes cerebrovasculares.
Bradley Willcox –profesor de geriatría en la Universidad de Harvard– y Makoto Suzuki –titular del Departamento de Gerontología de la Universidad de Okinawa– encabezan el Okinawa Centenarian Study (www.okicent.org) y escribieron el libro The Okinawa Program, que procura discernir y difundir las virtudes okinawenses. ¿Bastará con comprarse el libro? Difícilmente, porque el valor agregado de Okinawa reside en un estilo de vida que sólo puede sostenerse desde la comunidad.
Planteado de manera paradójica, la receta de los okinawenses para vivir mucho puede resumirse así: no hacer ejercicio; comer carne de cerdo; divorciarse. Sí, pero... La verdad está en los sí, pero... que acompañan a cada ítem. En Okinawa la gente no va a gimnasios pero, jóvenes o centenarios, acostumbran caminar, porque es el vehículo que prefieren. Les gusta la jardinería, entendida como “conexión espiritual” entre la persona y la tierra. También les gustan las artes marciales como el Tai Chi, y no han dejado de reunirse para practicar sus danzas tradicionales.
Y la tasa de divorcios es la más alta de Japón. Pero el divorcio no ha constituido para ellos la ruptura traumática de la familia tradicional: el que se divorcia, en Okinawa, conserva el lugar en su amplia familia de origen. Los ancianos continúan con sus negocios y trabajos. Las mujeres ancianas son consideradas responsables de la salud espiritual de sus familias; la más vieja de todas está a cargo de preservar la relación con los antepasados y preside la ceremonia anual ante la tumba familiar. Previsiblemente, la tasa de suicidios es la más baja de Japón.

 

A puro sudor y minyo
Por P.L.

El sudor y el minyo son los rasgos tradicionales que destaca Carlos Hokama, integrante de la comisión directiva del Centro Okinawense en la Argentina. El sudor, además de provenir del trabajo, procede, “en invierno, de los baños de inmersión muy calientes en grandes tinajas donde se genera vapor. En verano, el clima es tropical”. El minyo es la danza tradicional que siguen practicando viejos y jóvenes.
Okinawa “fue un imperio en sí mismo, hasta que hace siglos fue ocupado por los japoneses”, destaca Hokama. El archipiélago tiene un idioma propio, que fue desplazado por el japonés y en los últimos años se intenta recuperar.
En la Argentina, “el 80 por ciento de los japoneses son de origen okinawense. Muchos, como mis padres, vinieron con la idea de volver, pero cuando estaban acá empezó la Segunda Guerra Mundial y se quedaron para siempre. Yo nací acá, apenas se bajaron del barco”, cuenta el directivo del Centro Okinawense.

 

La imagen de la vejez
Por P.L.

“No creo que la experiencia de Okinawa sea trasmisible”, observa Leopoldo Salvarezza, titular de Psicología de la Vejez en la UBA, y explica: “Cada cual envejece según como ha vivido. Algunos se ilusionan con que, cuando se jubilen, van a hacer lo que antes no pudieron, y en general no es así: si no lo hicieron antes es porque su vida se orientó en otras direcciones. Para los okinawenses, esa forma de vida es la propia desde siempre y es lógico que la mantengan cuando envejecen”. Salvarezza observa que “quien envejece no tiene más remedio que adaptarse a cómo su vejez es mirada por el Otro social”.
Pero, ¿dónde está ese Otro social? Julieta Oddone –profesora de sociología de la vejez en la UBA e investigadora del Conicet– lo buscó en los libros de lectura de las escuelas primarias: “Investigué el lugar que la sociedad les da a los viejos a partir de la imagen que trasmiten los libros de lectura, entre 1880 y 1997: a fines del siglo XIX, el anciano era ‘don’, ‘doña’; tenía una representación muy alta como trasmisor de los valores de la cultura. Esto se fue perdiendo hasta que, en la década de 1960, la imagen del viejo deja de tener roles sociales para convertirse en el ‘abuelo’, reducido al mundo privado”. Sin embargo, “en 1997, por suerte, empieza a haber un pequeño cambio –señala Oddone–: despacito, reaparece el ‘don’, la ‘doña’; y retornan junto con las nuevas familias, monoparentales, ensambladas, donde se recurre nuevamente a la ayuda de los abuelos pero no ya como el ‘abuelo’ marginal”.

 

Las ventajas de la dieta
Por P.L.

“Internacionalmente se reconocen dos modelos de dieta como los mejores para vivir mucho: la dieta japonesa y la mediterránea. Una diferencia a favor de la japonesa es que es hipocalórica: ingieren unas 2400 o 2500 calorías por día, contra 2800 o 2900 de los griegos o italianos”, observa Alberto Boveris, profesor titular en la UBA, especialista en procesos de oxidación celular.
Los okinawenses comen más carne de cerdo que el resto de los japoneses pero acentúan el consumo de vegetales. Ingieren siete porciones diarias (la American Hearth Association recomienda por lo menos cinco). Llegan a tanto por el hábito de comer tofu, pasta de soja cuyo sabor enérgico va bien con el pescado crudo. Suelen comer productos de mar poco conocidos en otras latitudes, como variedades de mariscos y algas, y toman unas seis tazas diarias de té, bebida reconocidamente antioxidante.
La Argentina, entre tanto, “está entre regular y mal”, según Boveris. Los países que están o estaban decididamente mal son Escocia, Finlandia y regiones de Suecia “donde directamente no se comía nada de fruta y verdura, pero éstos están mejorando rápidamente –señala Boveris–. En la Argentina, como en Estados Unidos o Uruguay, los problemas no son tanto por deficiencia como por distorsión de la pirámide alimentaria, cuya base debieran ser los cereales, con menos carne roja y grasa. A esta distorsión corresponde una proporción muy alta de enfermedades cardíacas”.

 

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