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EL POETA FERNANDO NOY EXPLICA SU BIOGRAFIA DE BATATO BAREA
“Era cualquier cosa, menos light”

�Batato adelantaba y a la vez atrasaba�, plantea el autor de �Te lo juro por Batato�. �Si provocaba una adhesión inmediata, era por su condición de nexo entre el futuro, que era el menemismo, y esta noche, y la melancolía muerta de un maravilloso tiempo ido (anterior a la dictadura).�

Dato: �Batato quedó fijo en la memoria colectiva por su caracterización de un personaje clave del menemismo: María Julia, en la obra �La Carancha��.

Por Silvina Friera

Era una frase que preludiaba el final: “Yo soy Batato, pero ya me fui, dejame tu mensaje”, decía con su voz gutural en el contestador una semana antes del final, hace hoy diez años. La vida de Walter María Barea, una bocanada de luz, alegría, libertad y creatividad del under de los 80, se extinguió casi sorpresivamente –estaba enfermo de sida, pero lo había ocultado– en una Argentina en que empezaban los años fuertes del menemismo. La muerte, a juzgar por el modo en que creció el mito en la década siguiente, fue una pausa involuntaria en la puesta en escena de sí mismo, porque este clown-literario-travesti, como gustaba definirse, quería encontrar un orden propio, como Oscar Wilde, y convertirse en el único exponente de una estética en la que el arte y la vida fuesen indivisibles. “Batato era un poema encarnado. Olga Orozco me dijo que en la vida no se puede dejar de ser poeta y que la poesía es una puesta en el mundo”, subraya su amigo y biógrafo Fernando Noy.
Batato fue mozo, vendedor de fiambres, masajista, camarero, payaso, taxi boy, travesti, mientras integraba grupos legendarios como Los peinados de Yoli (banda de clown-rock, precursora en el tratamiento de la transexualidad como un derecho) El Clú del Claun y finalmente se reunía en trío con los luego famosos, TV mediante, Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta, Noy, su entrañable amigo y compañero de escenarios, discotecas y veladas poéticas pudo cumplir el pacto consigo mismo: la publicación para hoy de un libro, después de más de 8 años de entrevistas, desgrabaciones y escritura. Te lo juro por Batato, que se presenta hoy, desde las 20, con un espectáculo en el C. C. Rojas (Corrientes 2038), hilvana las voces de sus familiares con colegas, amigos y testigos de sus andanzas como Urdapilleta, María Elena Walsh, Hebe de Bonafini, Antonio Gasalla, Moria Casán, Blanca Cota, Roberto Jáuregui, Tortonese, Divina Gloria, Carlos Belloso, Damián Dreizik, Hernán Gené, Jorge Gumier Maier, Fito Páez, Cecilia Roth, Fabiana Cantilo, Helena Tritek, Enrique Synms, Daniel Melero, Rodrigo Fresán, Carlos Polimeni, Alejandro Ros, Cristina Banegas, Alejandra Flechner, Celeste Carballo y María Jose Gabín, entre otros.
“Su mamá encontró 16 ofertas de trabajo para grandes producciones en el contestador, después de su muerte. Podría pensarse que Batato llegó a la puerta de la consagración profesional y popular. Que su carrera se haya cortado por la muerte, ejerce mayores poderes en el inconsciente colectivo”, dice Noy, como intentando barajar explicaciones posibles por la estatura de símbolo, mito y emblema, entre otros calificativos, que adquirió Batato con el correr de los años. Ese clown-literario-travesti de mirada reluciente, nacido en Junín (Buenos Aires), ávido de experimentar los misterios de la representación, empezó su carrera en 1985 con Los perros comen huesos, sobre textos de Alejandra Pizarnik, representación prohibida, luego de la primera función por el C. C. San Martín por Javier Torres. En el final, Batato intentaba tragar una hostia del tamaño de una pizza en cuyo revés versaba la frase:”Enemigos del pueblo: Monseñor Plaza, Zaffaroni y Aramburu”. Al enterarse de la prohibición, Hebe de Bonafini se acercó a Batato y juntos consiguieron romper el cerco de la censura.
Precursor en aproximar la poesía a las discotecas como una manera de diversión, Batato dejó producciones memorables como Las Coperas, La Yolanda López, Tres mujeres descontroladas, Los papeles heridos de tinta y Escándalo. “Batato no consumía ningún tipo de drogas, algo habitual en el under de esos tiempos. El era la propia droga, una especie de alcaloide a favor. Sólo tomaba algo que llamaba champagna correntina, cerveza con naranja, recuerda Noy con un destello entusiasta en la mirada. “Me tocóvivir épocas como el hippismo en Argentina y después del golpe del 76 el exilio en Bahía donde pude curtir el tropicalismo. Volví de Brasil cuando me quedé como huérfano porque nos sacaron a todos los argentinos que trabajábamos en el gobierno brasileño como parte del plan Cóndor. Estaba tan nutrido por la vida bahiana y por los trabajos que hacía, que me sentí desolado”. Cuando conoció a Batato, ese imán capaz de seducir y atraer a todos, Noy descubrió en él la reencarnación de todos esos circuitos que había transitado como el hippismo y el tropicalismo. “Así como encontré en Batato un cúmulo de cosas que había perdido en Bahía, él encontró en mi a su propio hermano, suicidado a los 17 años”.
Noy, protagonista y observador impune de esas aventuras arriba y debajo de los escenarios, expone partes del catálogo de los recuerdos de su vida junto a Batato, recuerda sobre todo la gentileza y exquisitez con la que agasajaba a sus amigos. “Una vez me recibió con uvas envueltas en lamé, esos detalles de excentricidad poética alucinante que tenía, me relegaban con lo que ya había visto antes de las botas. En él encontré un caldo de cultivo de una era que se iniciaba y que Batato encarnaría: tenía que seguir con su carrera paracultural y romper con todo. Sus espectáculos más exitosos fueron los homenajes a la vida y obra de sus escritoras preferidas: Pizarnik, Alfonsina Storni y la uruguaya Juana Ibarbourou, en El puré de Alejandra, Alfonsina y el mar y El método Juana. Pero indudablemente quedó impregnado en la memoria colectiva con una sátira desopilante a uno de los personajes claves del menemismo: La Carancha o María Julia, la carancha, una dama sin límites.
–En el libro, muchos testimonios coinciden en la impresión que causaba Batato, como si tuviese un ángel especial, algo extraordinario...
–Batato era cualquier cosa, menos light, como por ahí plantean algunos. La gente coincide en su admiración y veneración por él y hay casos muy dispares entre si, como los María Elena Walsh y Hebe de Bonafini. El libro contiene testimonios hilvanados con mi propio tránsito batatesco. Batato está y seguirá estando en esta dimensión que es la literatura. Lo que más busqué no fueron las anécdotas de por qué era tan bueno o talentoso, traté de mostrar al personaje en acción. Mi idea es que fuera como un caleidoscopio, donde se lo pueda volver a ver actuar, que para él era lo más importante. La nueva generación de veinteañeros van a sentir que muchas de sus irreverencias a la corte están refrendadas por alguien como él. Para mi fue el personaje que más libertad absoluta ejercitó. Pero no era un irreverente de tiro la piedra y escondo la mano. Batato vivía sin arquetipos sin límites. Estaba con los marginales, los de abajo. Siempre trató de ser una antiestrella, en el sentido de que no amaba para nada el sistema hollywoodense. Detestaba las mariconadas de las historias tipo mucha purpurina, pluma y lentejuelas. Su estilo era despojado, nacido de lo ciruja que era, porque le encantaba revolver en la basura.
–¿Eso es verdad o es una imagen poética?
–Un día quería hacer un poema mío, “Las novias pobres”, que le escribí especialmente. Me avisó desesperado que había perdido el vestuario y no encontraba nada. En esa época yo vivía en Flores, en la casa del artista plástico Fernando Bedoya. Empecé a caminar por las calles del barrio y justo enfrente de esa casa veo que sacan cajas. Cuando me acerco para espiar encuentro 7 u 8 vestidos de novia apolillados. Los metí en una caja y lo llamé a Batato llorando. “Vos tenés que acostumbrarte a eso, eso siempre va a pasar conmigo. Si yo pido algo, de algún modo, aunque sea los cirujas me lo van a traer”, me dijo. Por eso se consideraba un “ciruja cultural”. El actor Alberto Segado sostiene que dentro de los años del menemismo, que fue lo peor que hubo para la cultura del país, Humberto Tortonese, Batato y Alejandro Urdapilleta crearon algo casi fundacional para el teatro argentino, que culminó en “La Carancha”. Batato trató de ocultar a sus amigos y familiares ese gran globo negro que fue el Sida. “Me enteré quince días antes de su enfermedad y para mi fueron días de desesperación porque sentía que me estaba muriendo yo. Antes de su muerte cumplió su sueño de conocer a la poeta que idolatró durante toda su vida: la uruguaya Marosa Di Giorgo. La última vez que lo vi fue en Paladium. No quiero abundar en detalles pero tenía 20 kilos menos. Lo escalofriante en un bolsillo y en el otro la sonrisa perpetua. Ese era parte de su estilo”, confirma su amigo. “Mucha gente le reprochaba que no dijo que tenía sida. Realmente en esa época decir que tenías Sida era peligroso y él quería morir en paz, como había vivido, muerto de risa. Cuando estaba en el cajón, había una imagen de carcajada en la expresión de Batato”.
–¿Cómo explicar el mito o batatomanía que se generó después de su muerte?
–Batato terminó fundando una estética bajo la idea libertaria de que uno debería hacer lo que quisiera, donde quisiera y con quien quisiera. No fue una movida muy planeada, claro. Divina Gloria profetizó: “Van a pasar años y veré una repercusión de su anticredo estético, una batatomanía”. Batato adelantaba y a la vez atrasaba. Si provocaba una adhesión inmediata, era por su condición de nexo entre el futuro, que era el menemismo, y esta noche, y la melancolía muerta de un maravilloso tiempo ido, anterior a la dictadura.

 

El sueño de la película

Un día Batato le pidió a su mamá, Nené, que hiciera “algo” para uno de sus espectáculos. “Pero ¡voy a hacer el ridículo!, le reprochó Nené. “El ridículo es lo mejor que podes hacer por mi”, le contestó Batato. “No sé cómo hizo o si la hinoptizó –cuenta divertido Noy– porque una mujer, que nunca había hecho danza, salió bailando maravillosamente bien en punta de pie en una escena, nada menos que La muerte del cisne. “Ahora mi sueño es llevar es escena al cine, hacer una película de Batato. “Estoy enloquecido con la posibilidad de que del libro salga un guión.”
–¿Quién sería Batato, en su fantasía?
–Quizás Tortonese, quizás Urdapilleta, tal vez Belloso, o un chico que salga de un casting. Ellos son de esos actores que llegaron a ser célebres o famosos y siguen actuando igual: no salieron en monopatín y volvieron en limousine.

 

Esta sed de Batato

Por Fernando Noy

Yo quisiera ser agua mineral para darle sed a B. Yo quisiera ser vino para embriagar a B. Yo quisiera ser puntilla para el corset de B. Yo quisiera ser desierto para las huellas de B. Yo quisiera ser caramelo para que me muerda B. Yo quisiera ser cortina para espiar a B. Yo quisiera ser tijera para recortarle la sombra a B. Yo quisiera ser concurso para darle el 1er. premio a B. Yo quisiera ser incienso para embrujar a B. Yo quisiera ser discoteca para que baile B. Yo quisiera ser guante para que me arañe B. Yo quisiera ser avión para que vuele B. Yo quisiera ser bombacha para que me sude B. Yo quisiera ser pez para morder el anzuelo de B. Yo quisiera ser crucigrama para que me elucubre B. Yo quisiera ser diccionario pero en la página B de B. Yo quisiera ser luna para platinar a B. Yo quisiera ser fuego para enrojecer aún más a B. Yo quisiera ser gallina para que me deshove B. Yo quisiera ser aguja para pincharlo a B. Yo quisiera ser un cesto para que se arroje B. Yo quisiera ser 6 para que el quinto sea B. Yo quisiera ser tubérculo para llamarme B. Yo quisiera ser gastronómico para meterlo en la olla a B. Yo quisiera ser café para despertar a B. Te lo juro por Batato.

 

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