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Las miserias del amor burgués, según la ácida mirada de Ionesco

El grupo �Los Pepe Biondi� pone en escena una obra poco conocida del autor rumano, apuntando a una extraña relación de pareja.

Por Cecilia Hopkins

¿“Lo real no es más que una corteza frágil y amenazada”, escribía el rumano Eugène Ionesco, una de las tantas veces en que intentó definir la ansiedad social que había generado la Segunda Guerra Mundial. Su obra contribuyó, junto a otros autores (principalmente Beckett, Pinter y Adamov), a fundar las variables de lo que la crítica dio en llamar “teatro del absurdo”. Un estilo que, en el caso particular de Ionesco al menos, fue definido como “ilógico a la par de Fantomas, inverosímil como La isla del tesoro, irracional como Los tres mosqueteros”. El grupo Los Pepe Biondi –así bautizados en homenaje al actor que vivió sus primeros años en Lanús, de donde es oriunda esta compañía que dirige Ricardo Miguelez– continúa sus funciones de Delirio a dúo (que seguirá en cartel todo el verano, con entrada libre y gratuita), una de las obras menos conocidas del autor de La cantante calva, de quien este mismo grupo ya había llevado a escena El rey se muere y Víctimas del deber.
El día comienza y la pareja compuesta por “ella” y “él” inician la rutina de gimnasia y cosmética. A esa hora también reactivan las peleas verbales que siguen manteniendo luego de diecisiete años en común. Pero, a pesar de la amplia gama de reproches, los temas no son muy variados. La pareja se trenza largos minutos en clarificar si la tortuga y el caracol son especies homólogas, cuando no se culpan uno al otro por el hecho de tener registros térmicos diferentes (“¿Cómo vamos a llevarnos bien si nunca tenemos frío o calor al mismo tiempo?”) Como es de esperar, el autor hace gala de sus consabidos juegos lingüísticos a la vez que habilita sus eternas ironías sobre las relaciones del amor burgués.
Pero si bien esta pareja no logra reaccionar en coincidencia ni frente a la temperatura ambiental, un hecho que llega del mundo exterior termina uniéndolos. Porque, imprevistamente, hay estruendos de guerra en el barrio, se abren boquetes en las paredes y la gente escapa como puede mientras las granadas invaden hasta el living de las casas. Metáfora transparente acerca de la disolución social por la violencia y la destrucción, la indiferencia y el egoísmo, el texto recibe aquí una interpretación atenta a subrayar los aspectos más alocados de la lógica absurdista del autor. El trabajo de Graciela Bovino y Nicolás Cesare reúne energía y desparpajo y corre parejo en ritmo. Aunque, tal vez, la línea clownesca –que define tanto la actuación como los aspectos visuales del espectáculo– resulte por momentos algo redundante en tanto refuerza a cada paso el tono disparatado del discurso. Uno de los recursos más interesantes es la utilización de pequeños objetos para sugerir las alternativas de los sucesos. Entre los que mejor funcionan están las puertas y ventanas mínimas que usan los personajes cuando se asoman al mundo exterior, para espiar la realidad que ellos habían dejado de percibir desde hace tiempo, a fuerza de mirarse el ombligo.

 

 

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