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�Se terminó la impunidad frente a la sociedad�

Carrió e Ibarra
fueron los dos únicos opositores que hablaron ayer. Y lo hicieron con miradas similares que anuncian el fin del �roban pero hacen� para los argentinos.

Con miradas similares, la líder del ARI, Elisa Carrió, y el jefe del Frepaso, Aníbal Ibarra, salieron ayer a hablar del cacerolazo del viernes y del nuevo brote de violencia en la Plaza de Mayo. “Acá la gente ya no dice ‘roban pero hacen’, acá la gente quiere una nueva justicia, una nueva forma de representación política: la gente no va contra la República, sino que viene por una nueva República”, sostuvo la legisladora chaqueña, e insistió con que “no hay crisis de gobernabilidad sino de régimen”. El jefe de Gobierno porteño, por su parte, opinó que “la gente no salió a la calle para que vuelvan personajes que no pueden salir a la calle” y agregó que “sólo un gran acuerdo entre todos los sectores permitirá superar la crisis”.
Ayer, después de la protesta espontánea, la marcha en Plaza Mayo y la violencia de madrugada, hubo pocos dirigentes no peronistas que se animaran a hablar. Mientras el gobierno de Adolfo Rodríguez Saá debatía cómo reaccionar, los principales referentes del radicalismo prefirieron llamarse a silencio. Sólo Carrió e Ibarra, dos de los pocos dirigentes opositores que quedan en pie, se animaron a fijar posición.
La legisladora chaqueña y candidata a presidente por al ARI aseguró: “el regreso de los viejos rostros terminaron dándome la razón y la postura de un presidente que quiere postergar el tema de las elecciones, con el supuesto fin de quedarse hasta el 2003, terminó en un cacerolazo a seis días de asumir”. Enojada, Carrió recordó que había advertido a Adolfo Rodríguez Saá que “debía llamar a gente honesta” para su nueva gestión y que sólo puso en evidencia una “actitud hiperkinética”, al reunirse “con todos para crear una enorme incertidumbre sin solucionar nada”.
“Acá se vienen cuatro meses muy duros. No hay crisis de gobernabilidad sino de régimen”, continuó Carrió. Y agregó: “Hay un profundo reclamo de justicia y de un nuevo orden moral en la Argentina. La gente quiere una nueva justicia y una nueva forma de representación política, la gente viene por una nueva República”
Para la legisladora, la solución pasaría por una “un acto constituyente”, una “fuerte intervención popular” que debería remover “todos los poderes del Estado y llamar a elecciones que permitan la participación no sólo de los partidos políticos, sino de organizaciones no gubernamentales o grupos de independientes”.
Como parte de esta refundación se debería renovar la Justicia. La Corte Suprema, repudiada ayer por la protesta en distintos puntos del país, “se tiene que ir, pero por mecanismos institucionales”. “Hay que tener cuidado de que la pasión devore la razón. Tenemos que tener mucho cuidado para que las personas que lleguen lo hagan con una exigencia moral casi heroica en estos tiempos de refundación”, concluyó Carrió.
Desde el Frepaso, Ibarra opinó que “se confundieron quienes pensaron que la ida de (Fernando) de la Rúa permitía cualquier cosa”, ya que el nuevo cacerolazo demuestra que “se terminó la impunidad política frente a la sociedad. La gente –dijo el ex fiscal– no había salido a la calle para que volvieran muchos personajes que no pueden circular por la calle”.
El jefe de Gobierno porteño dudó sobre la realización de las elecciones. “Rotas las cadenas de pagos, con la chance de que si se levanta el corralito se caen los bancos, con la economía parada, en default, con el crédito cortado, y si a eso le sumamos la interna política, queda claro que estamos en el peor escenario”, explicó.
“Hay que entender que hace falta un gran acuerdo nacional, pero lo único que lo frena es que el PJ no se pone de acuerdo en su interna. Sino lo resuelven en las próximas horas deberán cargar con la profundización de la violencia en la Argentina”, dijo Ibarra. Pero, a diferencia de Carrió, el frepasista no reclamó elecciones sino que el peronismo complete el mandato hasta el 2003 a través de un acuerdo que “contemple a la Iglesia, la UIA, el sindicalismo y todos los sectores políticos. Esta es la única forma para que llegue ayuda del exterior y la única salida sensata para ordenar la economía y crear un país distinto. Es cuestión de horas”, concluyó.

 

Emergencia en la Ciudad

La Legislatura porteña pospuso para hoy a las diez de la mañana la sesión extraordinaria en la que se deben debatir una serie de proyectos claves, entre ellos una ley para declarar la emergencia económica y social en la Ciudad de Buenos Aires. Ayer, desde temprano, los titulares de los bloques comenzaron a negociar la iniciativa que le permitiría al jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, vender libremente los inmuebles de la Ciudad o renegociar contratos con el objetivo de ahorrar recursos. Pero en el texto de la ley se prevé, de todos modos, que una comisión legislativa de siete miembros presidida por un legislador del bloque justicialista supervisará la gestión de Ibarra, para evitar abusos. El otro punto clave es el que permite al gobierno porteño cobrar en Letras de Coparticipación (LECOP) una deuda que la Nación mantiene con el distrito. En la discusión, legisladores de todos los bloques rechazaron la posibilidad de que el Gobierno de la Ciudad declare en disponibilidad a algunos de sus empleados, por lo que no habría ningún despido.

 

OPINION
Por Noé Jitrik

Analogías

En la muy bien hecha, y por eso interesantísima, biografía de Natalio Botana, ese zar del periodismo que siguiendo el modelo de William Randolph Hearst dominó la opinión pública argentina durante más de una década, en especial la que va de 1928 a 1940, Alvaro Abós, su cuidadoso autor, exhuma un fragmento del editorial de Crítica del 6 de septiembre de 1930. Creo que vale la pena reproducirlo, los atentos y críticos (valga la aproximación fonética) lectores de Página 12 comprenderán de inmediato por qué.
“Ya está otra vez tinta en sangre la mano del gobierno(...) Era lo que faltaba para considerar a Yrigoyen caído y muerto en el concepto público del país, si no lo estaba ya antes de que sus esbirros hicieran fuego graneado sobre la multitud estudiantil precisamente en la Plaza de Mayo que oyó el primer grito de nuestra libertad. No existe el gobierno. Esos ministros y altos funcionarios no son tales, porque el pueblo los ha exonerado. Yrigoyen no es más Presidente de la República. Carece de autoridad moral; se ha ganado el odio colectivo: se esconde amedrentado en su fortaleza de la calle Brasil. El gobierno constituye en estos momentos una ficción grotesca, que movería a risa o daría grima si la sangre cálida de los muchachos baleados cobardemente por la guardia pretoriana de Yrigoyen no hiciera crispar los puños de indignación y no encendiera el clamor categórico: ¡Que renuncie, que renuncie! Por las calles de Buenos Aires, de todo el país, corre el tumulto arrollador de la protesta popular (...) ahora mismo puede asomarse al balcón y presenciar el espectáculo imponente de la multitud indignada, execrando su nombre en todos los tonos y exigiéndole la renuncia. ¡Que renuncie! ¡Que renuncie! ¡Que renuncie!”
A la historia, decía Borges, le gustan las simetrías. Es más, diría yo, todo parece una sola y continuada historia cambiando apenas algunas palabras, una pizca de estilo: varios analistas de los sucesos del 20 de diciembre, desconocedores del arrebatado texto de Botana, lo interpretaron casi en los mismos, sorprendentemente idénticos, términos. Acaso se identificaron con él. Lo que da que pensar tanto acerca de las interpretaciones como de la situación misma. Tal vez algunos entiendan que quiero decir que no hay diferencia entre Yrigoyen y De la Rúa, lo cual puede sonar a herejía, sobre todo porque aquél está santificado, porque pocos piensan hoy que aquella “protesta popular” implicaba una verdad y, por el contrario, la condenan al condenar el golpe que llevó a Uriburu al poder. El General fascista que vino a poner orden, olvidando de qué modo Botana había colaborado para que él accediera a la Rosada, no tardó en clausurar Crítica: desconfió, seguramente, del lenguaje agresivo de Botana, un uruguayo por añadidura además de periodista que se creía un émulo de Sócrates.
A su turno, De la Rúa está tan demonizado ahora que es muy difícil que se levante alguna voz para dudar del cacerolazo y de la tremenda verdad propalada por su ruido. Pero tampoco es improbable que el propio De la Rúa, que debe haber leído a Félix Luna, tienda a identificarse con el viejo profeta del silencio, también calificado de autista en su momento, y no con Alem, que terminó con un pistoletazo en la sien. Tal vez entre autismo y suicidio transcurre la historia de los radicales que, por añadidura, cuando están en el poder o en la ilusión del poder, dejan, seguramente sin desearlo y con un sentimiento trágico de la historia, unos cuantos cadáveres que claman venganza. Y si sin ningún esfuerzo podemos atribuirle a De la Rúa tal identificación, tampoco es del todo delirante atribuir a los analistas del 20 de diciembre una paralela, aunque sin saberlo, identificación con Botana.
Nada es, sin embargo, igual: las similitudes históricas son un mero ejercicio que puede ser engañoso; a lo sumo pueden, en la ocasión, servir para mitigar ciertos entusiasmos, algunos ingenuos, otros interesados. Pero más interesante sería razonar sobre lo que ya, sin contención,podemos denominar el “fracaso radical”. Aventuro una hipótesis: una vez en el gobierno, los radicales, sean quienes fueren y se hayan adiestrado como se hayan adiestrado, suelen creer que están en el poder y en lugar de combatirlo como les está indicado por lo que enuncian antes de llegar admiten su lógica, tratan de arreglarle los asuntos pendientes con más ardor que los dueños mismos de las estructuras del poder, le barren la trastienda, asumen todos los costos con una mística y una devoción y un convencimiento que nada tiene que ver con su propia tradición ni con lo que se espera de ellos ni con lo que representan. Y como el poder es ingrato se los saca del medio con gran alegría de casi todos puesto que, como cualquiera puede darse cuenta, con tal servicio tampoco acumularon poder y, por cierto, desampararon a quienes debían cuidar, o sea a su propio pueblo.

 

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