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KIOSCO12


PAGINA/12 ESTUVO EN MEDIO DE UNA OPERACION DE VENTA DE ARMAMENTO ILEGAL
Fácil como comprar un arma

Los comentarios hablaban de un barrio del conurbano donde había una suerte de �delivery de armas�. Una periodista de Página/12 cumplió el rol de compradora ficticia. �Es más fácil que comprar en un supermercado �había dicho el intermediario�. Ni siquiera tenés que hacer cola�. Tenía razón.

Por Alejandra Dandan

Era el Chino, decía el mensaje en el teléfono, y tenía las armas. Habló de un calibre 38 a treinta pesos, cajas de balas, una escopeta y siguió hasta balbucear algo incomprensible de un arma de guerra. A la Uzi, contó después, sólo la tiene la policía o el Ejército. Ahora había una en venta en su barrio. Hace unos meses, la gente del lugar armó un delivery exclusivo con servicio venta de armas a domicilio. Algunas las consiguen en robos, pero muchas las compran a las fuerzas de seguridad. Página/12 quiso saber cómo lo hacían. Entró para conseguir una de las más baratas, la 38 que vendían por treinta pesos. Estuvo dos días en medio de una negociación que tiene lugar a sólo 50 minutos de la Capital. El Chino aceptó actuar como nexo. Para eso exigió la reserva de todos los nombres: “Si me aprietan –advirtió–, no te voy a mandar al muere a vos, mando al chaboncito que te dio el dato”.
Los llamados habían empezado una semana antes, a partir del encuentro con el único hombre blanco que alguna vez estuvo bajo las órdenes de una de las ramificaciones de las mafias chinas que operan en el país. El único blanco era, paradójicamente, el ahora apodado Chino. En esos días, estaba preocupado por los chicos del barrio que habían empezado a manejar más armas que sus ex amigos de las mafias. La impresión tal vez era exagerada, pero los veía en la calle repartiendo armas como vendedores ambulantes. Pasan por las puertas, decía, o golpean un poco las ventanas y las ofrecen así, como si nada. En general, son pistolas de bajo calibre, unas 22 que venden o, mejor dicho, entregan a cambio de 15 pesos.
Después de aquel comentario, las historias del Chino sobre su vida con las mafias orientales ya no importaban demasiado. Era más interesante sondear el tendido de ese mercado negro que parecía surcar todos los andariveles del barrio.
El Chino tenía buenos contactos. Algunos de ellos, ligados al puñado de lugares que funcionan de depósitos. Los depósitos son, dijo, almacenes pequeños, pero bien provistos de cualquier cosa explosiva.
Ahora había que convencer al Chino. Su ayuda era imprescindible.
Respondió con una pregunta, y eso fue suficiente.
–¿Qué quieren? –lanzó– ¿Quieren granadas? ¿Armas de guerra?

La entrada

Los almacenes de provisiones no estaban muy lejos. A unas cuadras de su casa, dentro de la villa hay dos bastante bien montados. Ahí guardan la carga de municiones que va surtiendo de productos a minisucursales, una suerte de filiales desparramadas como las plagas de kiosquitos por todo el barrio. En esos kioscos que funcionan en cualquier lado se hace la reventa de armas más artesanal. Hay kioscos abiertos en las casas de tíos, o de primos o de cualquiera con prontuario. Frente a lo del Chino existen dos, pero a una cuadra hay otro y más allá otros más. Como no son negocios nadie puede verlos: para llegar hace falta un aliado local que habilite el paso.
El Chino lleva varios años en el barrio. Conoce todos esos lugares como su casa. Sin embargo el día del primer encuentro prefirió no presentar a ninguno, y esperar. Era lunes y, no por cábala sino sólo por lunes, no estaba de humor para negocios. De todos modos, fue pensando algún nombre. Uno de sus amigos, de paso por ahí, lo ayudó. Durante un rato, entre los dos repitieron nombres y posibilidades, buscaban a alguno de los punteros más confiables y cercanos. Al final soltaron un apodo tan común como cualquiera. El recién nombrado, dijeron, era un vecino de la cuadra. Desde hacía años vivía robando autos, pero tenía fama de gran proveedor, capaz de conseguir de todo con unos días de tiempo. Entre esas cosas, también granadas.
–¿Cuánto pide?
–Entre 100 y 300 –dice el Chino.
–¿Por qué tanta diferencia? ¿Cien o trescientos, de qué depende?
–Del hambre del que te vende.
–¿Y para qué las usan?...
–¿Para qué va a ser? Para volarle la casa a un hijo de puta. Para asustar, para qué va a hacer. Una inversión así no la hacen los chorros del barrio que van cargarse una peluquería... Los tipos tienen que asegurarse el negocio, ¿entendés?
El Chino no estaba dispuesto a desenroscar ninguno de sus contactos sin asegurarse el dinero. No habría acceso hasta los terrenos donde dormían las armas sin algún acuerdo cerrado y asegurado: para él, la compra debía hacerse de modo real o no se hacía. Durante la negociación propuso el servicio a domicilio. El delivery parecía bueno: no sólo recibían pedidos por teléfono, ahora hacían la entrega de armas sin errores y puerta a puerta.
–Mirá –dijo el Chino–: esto es más fácil que comprar en un supermercado. Ahí tenés que hacer colas, acá ni siquiera.

Contactos

El primer llamado se produjo dos días después de esa visita. El Chino parecía contento: había conseguido una pistola de bajo calibre, una 22 igual a la que usaban los chicos malos del barrio pero más cara. En sólo dos días había subido de precio: ahora no pedía 15 sino 20 pesos. Aunque no hubo discusión, buscó el modo de aclarar esa molesta inflación aludiendo a la cadena involucrada en las ventas. La sucesión de intermediarios, contó, van colando comisiones que terminan encareciendo el precio original.
–El negocio es el mismo –buscó un modo más gráfico–: acá las cosas son como con el faso.
Los contactos telefónicos siguieron días después y fueron más intensos. Con cada llamado el Chino parecía estar testeando a los cronistas, la compra y el destino de todas estas preguntas. En algunas conversaciones deshacía planes y en los siguientes los reponía. La pistola calibre 22 propuesta al principio desapareció del menú de ofertas unos días más tarde. En ese momento, el Chino ofreció a cambio un revólver calibre 38, que también era más caro. Quería 30 pesos por un arma que en el mercado legal cuesta 250. “Si la vas a querer –apuró–, les digo que la aguanten”. La advertencia tenía sentido: este negocio a veces parece tan errático como el de los libros usados: nadie se lleva lo que busca, sino lo que encuentra. Unos días de demora puede echar a perder cualquier búsqueda.
Cuando faltaban horas para volver al barrio, el Chino se comunicó por última vez. No quería anular la oferta: pretendía agrandarla. Además del revólver, ahora tenía una caja de balas de repuesto y una escopeta de artillería pesada. El calibre no era alto, lo mejor era precio: la vendía a 100 pesos y por su tono la cotización parecía extraordinaria, algo así como un “ofertón” del momento.
Antes de cortar, y mientras el encuentro se aproximaba, el Chino propuso un plan. El plan era un intrincado juego de roles, pero sería indispensable para pasar el resto de la tarde en su casa.

La entrada

Ya ahí fue explicando las reglas: a partir de ese momento nadie sería quien era y la confusión se extendería mientras durasen las negociaciones de las armas. A lo largo del día, el Chino presentó a la cronista de distintas maneras. Frente a algunos de sus contactos era una de sus ex parejas. Para otros era una amiga porteña asustada por los asaltos. Esa historia era buena: la amiga asustada estaba buscando algo para protegerse. Quería un arma y como ni siquiera sabía cómo usarla, tenía permiso para preguntas bobas.
El juego arrancó cuando entró uno de sus amigos.
–¿Están choreando mucho donde vivís vos? –preguntó.
–Y sí ... –con miedo hasta las patas.
–¿Dónde vivís?
–En... Congreso.
–Sí, ¿pero qué barrio?
–... ¿? Congreso.
–¿Qué zona..?
–Rivadavia y Pasco –fue la mentira.
–Hay cada personaje ahí –dijo por fin, ya destrabado–. Yo estuve casi diez años en Ciudadela, loco, con mucha gente grande pero... Yo siempre en la mía, hola qué tal, y con respeto: porque te tiran y pumm: te ponen. ¿Te metieron un tiro? Es la falopa... pero ojito que saben manejar las armas.
La historia de la falsa amiga también era importante para el Chino. Hasta ese momento no se habían acordado demasiadas condiciones. El sólo había advertido hasta la exageración un control especial con las preguntas. Sabía que estaba en medio de una especie de traición y cualquier paso en falso sería clave: no estaba dispuesto a correr riesgos y, si todo se descubría, su amiga era lo que menos le importaba.
La estadía en la casa duró once horas. El arma encargada, la del calibre 38, no apareció hasta el final del día. En el medio, el Chino se comunicó tres veces con el dueño, aquel vecino dedicado al robo de los autos. La primera vez no lo encontró. La segunda, tampoco. La tercera vez no lo llamó, fue a buscarlo.

El acuerdo

–¿La vas a conseguir para ahora? –le preguntó cuando lo tuvo enfrente.
–Te digo, si los pibes vienen ahora yo te la traigo. Yo te digo: voy para allá y te la traigo.
–Si hay posibilidades, ella espera.
–La escopeta, si querés, te la traigo ahora: es una escopeta de mango torcido, recortada de calibre 16, es un fierro así. Tengo el recorte hace dos días. Un escopetazo de ésos, te puedo llegar a asegurar que le vas a arrancar el pecho así, entendés. Le pegás entre las piernas y te hace un buraco así, loco. Pero por esa pido 100 mangos.
–Es mucho....
–Un bicho de ésos es lindo, loco. Por la zona donde vivís vos, a donde tiraste un tiro de ésos van a decir: “Con la piba no te vas a estar metiendo porque anda con caño, mirá que ya lo escuché”. A los de veinte años, los asustás con eso. No hace falta ni tirarle un tiro, nada.
–Che, van a tardar mucho los chicos.
–Pueden venir a las diez, a las once, a las doce. Porque los pibitos son así, empiezan a buscar a esta hora.
Los chicos no volverían hasta tarde. Habían alquilado el arma. El mecanismo no era una sorpresa: buena parte de los equipos se amortizan de ese modo. Pero el hombre no lo dijo. Sólo fue prometiendo que volvería más tarde. A partir de ese momento cambiaban las cosas: había que empezar a rezar para que los chicos malos volviesen sanos y salvos.
Sólo eso era difícil. Sus trabajos van del robo de autos a asaltos en las casas. Usan las armas sólo en esos momentos y para defenderse: “Se lallevan cuando les pinta una casa de caño”, explicaba más tarde el guía que pronto recibiría a otro de sus invitados.
Esta vez, el recién llegado apareció en un auto. Era uno de los punteros locales pero con mejores enlaces afuera. En cuestión de minutos, el Chino logró sentarlo y hacerlo hablar de todos sus negocios: tráfico de documentos truchos con precios de primera y segunda mano. Los del Registro Civil, dijo, eran los de 50 pesos y más caros. Su currículum lo hacía especialista en casi todas las artes: fabricaba patentes truchas, registros y además tenía una conexión asegurada con la policía del barrio. Ellos le daban las armas, él hacía los negocios. Antes de irse o cuando estaba en eso, lo reveló: ofreció una UZI “a 100 u 80 mangos”. Esa pieza es un arma de repetición semiautomática, imposible de encontrar sin la venia de las fuerzas de seguridad. Aunque la oferta era tentadora, no había presupuesto.
Cuando se marchó, las manos, el grabador y el alma estaban completamente transpirados. Y el Chino aprovechó ese rato sin compañías para presentarlo.
–Es una mula -.dijo–: está haciendo de mula por 50 pesos. Arma lo de los coches, pero es un bobo.
–¿¿¿¿Por????
–Tiene mil contactos, pero no sabe manejarlos.
–No se lo ve tan mal...
–Tiene negocios, pero cuando salte la pelota el que va quedar enganchado va a hacer él. Yo tengo hijos, no quiero ser cabeza de turco. El que lleva y trae es él y si un día hay que entregar a alguien, lo van a entregar a él.
–Para vos es mal negocio.
–Tengo valor para matarte –aseguró–, pero no para robar.

La salida

Los chicos malos volvieron. El arma apareció entrada la medianoche en la casa.
–¿Querés un caño más grande? –insistía el dueño–. Yo voy y te lo traigo. Pero éste (38) es un artefacto. Te vas con 16 cartuchos, te vas con uno en la recámara. Pero llegás al carnaval. El caño está todo bien, quedate tranquila. Yo nunca maté a nadie, no tiene nada: limpio. Mío.
–¿Papeles?
–No tengo los papeles, yo lo compré en la armería. Los quemé los papeles, todo quemé. Por más que tengas papeles si te enganchan, te hicieron...
–Yo les tengo mucho respeto a esas cosas –dijo el Chino.
–No, yo no le tengo respeto, ni miedo ni ahí. Cuanto con más respeto la tratas, más te lastima.
El Chino llamó días después. Ya no ofrecía armas, ahora andaba organizando las barricadas que se armaban en el barrio.
–Y sabés que tenemos cómo defendernos...

 


 

CUANTAS ARMAS HAY REGISTRADAS Y QUIEN LAS TIENE
Las legales y las otras

Ni la ola de inseguridad ni la insubordinación urbana de los últimos días alteraron las estadísticas de la venta de armas. Quienes manejan las cifras del mercado legal aseguran que a lo largo de este año la venta de armas sufrió los mismos embates que la economía del país. En este momento, de acuerdo con los datos del Renar, las armas registradas que circulan legalmente son algo más de dos millones, unas 300 mil más que el año pasado. Este número indica que un 3 por ciento de la población mayor de edad tendría un arma de fuego en su poder. Sin embargo, estos datos no sólo no son exactos: no están contando la masa que circula en el mercado negro, que podría hasta triplicar a la común con precios que ni siquiera alcanzan, en ocasiones, al diez por ciento de los de lista.
La cantidad de armas que circula en los circuitos paralelos a los legales son incontables para el organismo oficial encargado de regular el tema. El Renar no sólo no tiene datos, no tiene cómo contarlos. Algunos de los parámetros que podrían funcionar para rastrearlos son las denuncias hechas por robo o pérdida. Estos números que se mantienen constantes desde hace años representan aproximadamente al 25 por ciento de las armas en circulación. Según los datos, las armas extraviadas, robadas y hurtadas que fueron denunciadas hasta ahora son 46.844 y el total exacto de armas registradas y en circulación es de 2.224.729. Cuando los funcionarios del Renar analizan la evolución de las denuncias, aseguran que tampoco ahí hubo una variación llamativa ni en lo que va del año ni en otras temporadas. Entre otras cosas, aseguran que el total es una especie de pozo acumulado: “Ojo –dicen– que ahí hay arrastre de otros años, causas que están acumuladas en los juzgados.”
Con el mercado negro sin demasiado control, los números más claros son los del oficial. De esta pequeña base de datos que aparece en el sitio del Renar en Internet, puede extraerse una radiografía del mapa de las armas. Sobre el mapa general, un 13,1 por ciento le corresponde a la Capital Federal y un 42,5 a la provincia de Buenos Aires que así se convierte en la zona mejor armada. Otras provincias con un grado relevante de armas son Santa Fe, con un 11,4 por ciento y Córdoba cuyas municiones representan al 8.8 por ciento del total.
Hay un dato importante: la mayor parte de las armas en circulación están en manos de individuos particulares y no de empresas ni otros organismos. El 85,5 por ciento de las armas está en poder de ellos y sólo un 10,4 por ciento, por ejemplo, está en manos de las fuerzas de seguridad. Las empresas de seguridad tienen un 3,7 y en poder de otras empresas hay un 1,7. Las más comunes de acuerdo siempre con los datos oficiales son las pistolas y en segundo lugar aparecen los revólveres: en uno y otro caso se trata del 34,1 por ciento y del 29,1 por ciento.

 

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