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La historia del francés que murió
combatiendo por Osama Bin Laden

Hijo de inmigrantes argelinos, criado en un ambiente teatral, Hervé Djamel Loiseau fue uno
de los extranjeros de la Legión binladenista que murieron con las armas en la mano en las cavernas de Tora Bora.

La toma de Tora Bora deparó una sorpresa: aparecieron muertos o capturados extranjeros que peleaban por Bin Laden.

Por Eduardo Febbro
Desde París

Hervé Djamel Loiseau pasó parte de su infancia entre los bastidores del famoso teatro del Olimpia. Mucho antes de enrolarse en la red Al-Qaida de Bin Laden y morir bajo las toneladas de bombas norteamericanas que cayeron sobre Afganistán, Djamel creció entre Charles Aznavour y Gilbert Bécaud. Su padre, un inmigrante argelino que vino a Francia en 1961, trabajaba como chofer en el teatro del Olimpia. Nada predestinaba a su hijo a terminar sus días en las grutas de Tora Bora. Djamel fue encontrado muerto el pasado 24 de diciembre en una de las galerías subterráneas que los combatientes de Bin Laden utilizaban como escondite en Tora Bora. Su caso se suma al de otros europeos, norteamericanos, australianos y árabes que se alistaron en la red binladenista para luchar luego en defensa de los talibanes. París, Londres, Dubai, Peshawar, Jalalabad, el recorrido de esos jóvenes no difiere en mucho. Sólo sus historias personales varían según sus orígenes. Con un gesto de incomprensión y de pena, su padre dice hoy que “los barbudos le lavaron la cabeza”.
El terrorismo islámico no es una empresa espontánea sino un asunto de “concientización”. Hervé Djamel Loiseau forjó sus convicciones en el corazón de las redes islamistas europeas que trabajan activamente en París, Bruselas, Londres y Berlín. Su nombre apareció por primera vez citado en el curso de las investigaciones realizadas en Francia en 1998 con vistas a desmantelar los apoyos locales del GIA, el Grupo Islámico Armado, autor de varios atentados en París. El nombre de Djamel volvió a surgir el pasado 1 de octubre como uno de los principales sospechosos de los atentados que se preparaban contra la embajada norteamericana en la capital francesa. La iniciación del futuro combatiente de Al-Qaida empezó en 1994 con los “cursos” ofrecidos por Tariq Ramadán, un suizo de origen egipcio nieto del fundador del grupo integrista Los hermanos musulmanes.
Al igual que otros hijos de inmigrados magrebíes seducidos por el canto de sirena del islamismo radical, Djamel Loiseau partió con destino a Londres en 1997 y luego hacia Leicester con la meta de hablar con Abú tada sobre el Takfir, otro grupo radical sunnita oriundo de Egipto. Abú tada, hoy detenido por la policía británica, es un personaje clave en el recorrido iniciático de muchos jóvenes que saltaron de las capitales europeas a los campos de entrenamiento de Afganistán. Omar Abu Othmán, alias Abú tada, es un afgano “especializado en el adiestramiento y el envió de jóvenes voluntarios a los campos afganos”, según resumen los miembros de los servicios secretos franceses.
En Leicester, Djamel estaba bajo la “influencia” de la mezquita de Ettakwa, repartiendo libros y casetes con las buenas fórmulas de tada. Fue él quien lo incitó a partir hacia Afganistán. Sus allegados cuentan que en esa época, Djamel decía que “para un musulmán ir a Afganistán era un deber”. Y así fue. En noviembre de 2000 partió a Islamabad, permaneció dos días en Peshawar y luego viajó en taxi hasta Jalalabad, a donde lo esperaban su esposa y sus hijos.
Una vez en Afganistán, el francés pasó por todas las etapas de su “capacitación”. De Jalalabad fue a Kabul y de allí a Kandahar, la sede del poder talibán, donde siguió un estricto entrenamiento militar. Kamel Daoudi, otro de los franceses de Al-Qaida y amigo de Djamel, confesó a la policía francesa que lo arrestó que no se sentía “bien psicológicamente. Ir a Afganistán a hacer la guerra santa le dio un sentido a mi vida”. Djamel perdió la suya y su padre, Saíd Belhadj, todavía espera que el cuerpo encontrado en Tora Bora no sea el de su hijo. Su madre, ChantalLoiseau, también espera lo mismo. Djamel Loiseau nació en París en 1973 y cinco años después sus padres se separaron. Su madre lo perdió de vista durante más de 10 años y cuando lo reencontró Djamel era ya un muchacho grande. Ambos vivieron juntos algo más de un año, en condiciones particulares. “Fue muy difícil –dice su madre–. Djamel era muy religioso, no teníamos el derecho de mirar la televisión, de escuchar la radio, ni de vestirnos y comer como los demás”.
“De pronto fue otro hombre”, admite su padre. En 1999, Djamel pasaba sus días en la mezquita de Abou Bakr, en el barrio parisino de Belleville. “Me explicaba que estaba estudiando árabe en la escuela y yo le creí. Pero en realidad fue como si le hubiesen puesto una inyección en el cerebro. Djamel andaba igual que se hubiese venido de otro planeta, como si hubiera llegado con ‘Los Invasores’”.
El camino iniciático de otro francés, Zacarias Moussaoaoui, no es demasiado distinto al de Djamel. Detenido en Estados Unidos y acusado por la justicia norteamericana de estar implicado en los atentados del 11 de setiembre, estuvo en las mismas ciudades y frecuentó casi los mismos “profesores”. Sólo las fechas difieren. Moussaoaoui se instaló en Londres en 1992 y permaneció en la capital británica hasta noviembre de 2000, fecha en que se embarcó a Estados Unidos. En esos ocho años realizó varias estadías en Afganistán y seguramente conoció antes que Djamel las grutas de Tora Bora. El destino los condujo a lugares distintos a través del largo camino de una misma causa.

 

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