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REPORTAJE A LOS AUTORES DEL LIBRO “BIN LADEN, LA VERDAD PROHIBIDA”
“Sin Bridas los talibanes no existirían”

Para los dos especialistas franceses, sin el argentino Bulgheroni no hubiera habido un régimen talibán. Es que Bridas descubrió para qué servía negociar con los fanáticos, idea que tomaron después los llobbies petroleros norteamericanos.

Bulgheroni, un adelantado y el primer empresario que negoció con los talibanes.

Por Eduardo Febbro
Desde París

Más de tres meses después de los atentados del 11 de setiembre, aún persisten enormes “puntos ciegos” sobre los autores, los móviles y las manos que, desde las sombras, movieron las piezas del gigantesco ajedrez planetario. Puntos ciegos que tienen sin embargo una historia en forma de serpentina y que un libro recién publicado en Francia, Bin Laden, la verdad prohibida, intenta despejar. No se trata aquí de una obra “poética” ni de un ensayo sobre el fundamentalismo islámico. Sus autores, JeanCharles Brisard y Guillaume Dasquié, hablan y desmenuzan la auténtica historia detrás de ese drama. Esa verdad prohibida tiene tres actores principales y uno de ellos es argentino. Se trata de la multinacional Bridas, que fue la primera en darse cuenta de que, mucho antes de que los talibanes llegasen al poder, se podía negociar con la milicia fundamentalista el paso de un gasoducto en los territorios que controlaba. Según Brisard y Dasquié, “sin Bridas los talibanes no existirían”. El segundo actor es el lobby petrolero norteamericano, auténtico hacedor de alianzas e inspirador de la política exterior norteamericana en las regiones donde abundan terroristas y oro negro. El tercero es el invisible pero potente clero de Arabia Saudita.
El libro Bin Laden, la verdad prohibida es una mina de oro de encuentros entre fanáticos de Alá y financistas internacionales, dirigentes tejanos y talibanes enturbantados, miembros del clan Bush y mecenas reconocidos del terrorismo internacional. Jean Charles Brisard y Guillaume Dasquié conocen de verdades prohibidas. El primero, responsable del servicio de contraespionaje económico de la multinacional Vivendi, es el autor del informe oficial sobre la red financiera de Bin Laden que el presidente Jacques Chirac le entregó a Georges W. Bush luego de los atentados del 11 de setiembre. El segundo dirige la revista Intelligence on line. En esta entrevista con Página/12, Guillaume Dasquié entrega muchos secretos de esa verdad prohibida.
–La tesis principal del libro alude a la influencia que ejercen en la administración norteamericana las compañías petroleras. Con mucha anticipación, dentro de ese contexto aparece una multinacional argentina, Bridas, que, según ustedes, inventó de alguna manera a los talibanes.
–La empresa Bridas jugó un papel fundamental porque fue gracias a ella y a sus dirigentes que, de pronto, los talibanes se vuelven algo interesante. Bridas comprendió que era posible negociar con Turkmenistán y las autoridades paquistaníes para hacer pasar a través de Afganistán un gasoducto que desembocaría en el Golfo Pérsico. Como Bridas demostró que era posible, de repente todo el mundo empezó a percibir de otra manera tanto a los talibanes como a Afganistán. En ese momento, 1994, es decir, tres años después de la caída del imperio soviético, recién se empieza a tomar conciencia del volumen de riquezas que se encuentran en el subsuelo de Asia Central. El hecho de que un actor industrial como Bridas llegue y diga “tengo una solución para abrir todo esto” cambió la situación, es decir, la tornó interesante. Incluso si después Bridas se quedó atrás cuando la empresa norteamericana Unocal le pasó por encima, es indudable que fue la empresa argentina la que le puso el pie en el estribo a los talibanes. Sin Bridas nadie hubiese visto qué ganancia había en apoyar a un grupo integrista esperando que ese grupo estabilizara a Afganistán.
–Alguien de Bridas pudo en algún momento encontrarse con Bin Laden u otro de los personajes importantes de esta historia.
–Lo que sabemos es que Bin Laden, hasta el ano ‘96, prácticamente no se movió de Sudán. En esa época Bin Laden no veía a Afganistán como unaprioridad, más bien pensaba en los países del mundo árabe, particularmente en Libia. Por lo tanto, es poco probable que haya habido un encuentro. Sin embargo, lo que sí es seguro es que los representantes de Bridas se encontraron regularmente con los futuros jefes talibanes. Bridas tuvo una gran responsabilidad en el surgimiento del régimen talibán y en todo lo que atañe el apoyo a los islamistas radicales en Afganistán.
–¿Acaso puede haber alguna relación entre esta historia del gasoducto y el atentado contra la AMIA?
–No veo en lo inmediato una relación material directa, pero si mañana alguien me prueba que existe una relación no me extrañaría. Desde esa época se nota una clara voluntad por parte de la industria petrolera argentina de apoyar a los talibanes jugando así una especie de poker en esa región del mundo. Eso trastornó la lógica de la región. Luego intervinieron los Estados Unidos y Arabia Saudita.
–¿En qué momento se mezclan las cosas y empiezan a meterse a la vez los sauditas y las compañías petroleras norteamericanas?
–En esa época, Bridas tenía intereses y buenos contactos con las compañías petroleras sauditas, en particular con la empresa que pertenecía al jefe de los servicios secretos de Arabia Saudita. De hecho, hubo como una proximidad muy clara entre los intereses de Bridas y los de Arabia Saudita. Pero no es todo porque, más tarde, esos intereses sauditas los vamos a encontrar muy, muy cerca de los republicanos de Estados Unidos, de los republicanos de Texas y particularmente de la familia de Bush. Pero quiero aclarar que todo esto va mucho más lejos que este caso. Desde los años 30 y 40, los republicanos de Texas son quienes mejor defienden los intereses de las compañías petroleras norteamericanas. Estas tienen por otra parte sus respectivas sedes en Texas. Por lo tanto, hay una gran proximidad entre ambos, es decir republicanos y petroleros. Esto condujo a que los actores de la crisis actual se encuentren todos temporalmente muy cerca unos de otros. Por ejemplo, en los años 80, Georges W. Bush tenía una empresa en la que el principal accionista era el representante en Estados Unidos del banquero más importante de Arabia Saudita. Este, a su vez, es el principal banquero y financista de Bin Laden y, además, su hermana está casada con Bin Laden. Lazos como este hay a todos los niveles. Entre los republicanos de Texas, las compañías petroleras de Estados Unidos y los dignatarios de Arabia Saudita hay una extensa historia de amor.
–¿Ese lobby pudo ser tan potente como para influenciar la política de un Estado?
–Ese lobby petrolero es en parte responsable de que siempre se haya tenido un doble lenguaje con Arabia Saudita. El FBI obtuvo muchas pruebas sobre la implicación del clero saudita y de las ONG controladas por ese clero en la red de Al-Qaida. Pero en nombre de ese lobby y de sus intereses se impidió que el FBI trabajara como se debe. Sí, es indudable que el lobby petrolero norteamericano tiene una auténtica responsabilidad en la forma en que los acontecimientos se encadenaron. Hoy sabemos que la Administración Bush quería normalizar a cualquier precio sus relaciones con los talibanes, un poder que había tenido el mérito de estabilizar el país. Cuando Bush accede a la presidencia de Estados Unidos, con él llega una administración marcada por una fuerte implicación en los asuntos petroleros. Una de las primeras decisiones que tomó el vicepresidente norteamericano fue crear una suerte de organismo cuya misión consistió en definir las prioridades petroleras y gasíferas de la Administración Bush. Precisamente, una de esas prioridades fue la estabilización de Afganistán. De alguna manera, con Bush hijo se volvió a los años ‘96 y ‘97, cuando altos dirigentes estadounidenses repetían que los talibanes eran responsables políticos perfectamente frecuentables. Clinton también quiso negociar con los talibanes, pero con mucha más prudencia que Bush hijo.
–Ustedes sostienen que el lobby petrolero de la Administración Bush tenía tanta influencia que hasta se llegó a impedir que el FBI investigara a fondo los atentados cometidos en Yemen y Arabia Saudita.
–Esa es una realidad que no se puede negar y que no concierne solamente a Estados Unidos. Hay una verdad ineludible: nadie se puede enojar con las monarquías petroleras. La razón es muy simple: el precio de nuestras reservas petroleras está ligado a las buenas relaciones que tengamos con esos regímenes. El problema radica en que, hasta el 11 de setiembre, se consideró que las actividades de redes como Al-Qaida y los demás grupos fundamentalistas que podían desviarse hacia el terrorismo eran como una suerte de accidente dentro del proceso político de las monarquías petroleras. En nombre de nuestros intereses se decidió no implicarse directamente para que no nos acusaran de injerencia. En realidad, se consideró que a esos movimientos fundamentalistas oriundos de Arabia Saudita y de los Emiratos Arabes Unidos se los debían poner en el capítulo “Pérdidas y ganancias”. Creo que esa es la principal lección de los atentados del 11 de setiembre. Si no se hubiera tenido esa actitud, si los intereses económicos no hubiesen estado por encima de los intereses de la justicia, nunca se habría llegado a lo que pasó. Luego del 11 de setiembre, el FBI fue muy criticado por sus métodos y su incapacidad para detener a los terroristas. Sin embargo, hoy sabemos que fue el mismo Departamento de Estado norteamericano quien impidió que el FBI llevara a cabo sus investigaciones. John O’Neill, el ex responsable de la lucha antiterrorista en el seno del FBI que renunció en julio pasado, nos declaró a nosotros que se fue del FBI porque no lo dejaron investigar sobre Al-Qaida. Todas las investigaciones que se hacían en Arabia Saudita perturbaban los intereses diplomáticos.
–Ustedes afirman que los atentados del 11 de setiembre estaban preparados mucho antes de que Bush llegara al poder.
–La característica principal de Al-Qaida es montar redes clandestinas. La red estaba pues implantada en Estados Unidos y se le dio la orden de actuar cuando se juzgó que era el momento adecuado. Hoy estamos seguros de que la decisión de golpear el 11 de setiembre fue tomada durante el mes de agosto.
–Uno de los personajes influyentes y turbios que aparecen en su libro es Christina Rocca.
–Bueno, no es para menos. Christina Rocca es uno de esos personajes que simbolizan toda la ambigüedad de la política internacional en torno a estos problemas. Durante los años 80, la señora Rocca trabajó en la CIA en el servicio de la dirección de operaciones, donde supervisaba las relaciones con las guerrillas islamistas. Su puesto la puso en contacto con todos los grupos fundamentalistas que aportaron tropas a los mujaidines afganos durante la guerra contra los soviéticos. Esto quiere decir que ella conocía a todos sus jefes. El problema es que en mayo de 2001 la nombraron directora de la Oficina del Sudeste Asiático en el Departamento de Estado. Esto significa que, ahora de manera oficial, Christina Rocca entró en contacto con personas a las que antes apoyó y manipuló clandestinamente. Este nombramiento traduce toda la ambigüedad de la política norteamericana.
–Si retomo el título de su libro, Bin Laden, la verdad prohibida, ¿cuáles son las principales verdades prohibidas que explican este drama?
–Al libro lo llamamos así porque nos dimos cuenta de que había ciertas verdades que nadie quería que saliesen a la luz: la primera es que, sin el clero de Arabia Saudita, Bin Laden no sería nadie. Esa verdad consiste pues en probar que Bin Laden no es ese terrorista un poco loco, extremista, rodeado de un puñado de fanáticos y que decidió librar solo un combate contra Estados Unidos. Es mucho más complicado que eso. Bin Laden no es más que el soldado del clero saudita. La segunda verdad consistió endecir que pese a que se presentó a los talibanes como el peor régimen del mundo, nunca se dejó de negociar con ellos. Hasta último momento se intentó llegar a una suerte de acuerdo porque los talibanes habían instaurado un régimen dictatorial que estabilizó el país y eso gustó mucho a los occidentales. La tercera verdad tiene como telón de fondo los intereses petroleros. Mire, los primeros contactos con el rey afgano datan de mayo de 2001. Ello significa que todo lo que está ocurriendo hoy en Afganistán ya estaba planeado desde hace mucho.
–En suma, el 11 de setiembre es como la sanción del fracaso de toda esa política.
–El 11 de setiembre marca sobre todo el fracaso de la diplomacia paralela, esa diplomacia que protagonizan las potencias occidentales y que apunta a apoyar y a aliarse con regímenes dictatoriales, con regímenes que apoyan el terrorismo, que tienen una concepción totalmente opuesta a la de Occidente en materia de democracia, derechos humanos y estado de derecho. Finalmente, en nombre de nuestros intereses económicos se pactan alianzas con esos países, por ejemplo Arabia Saudita y Pakistán, sin medir las consecuencias de esas alianzas. El 11 de setiembre aporta la prueba de que si no se hace nada contra ese tipo de acuerdos, tarde o temprano se paga el precio.

 

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