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ESPECTACULOS

Tocala de nuevo, Bob

Sandra Guida es una rara avis del espectáculo argentino. Antes de ser reconocida aquí, estudió y actuó en Broadway junto a próceres del género de la comedia musical. Ferviente, apasionada admiradora de Bob Fosse, ahora, junto a Alejandra Radano, protagoniza Chicago, una obra que habla sobre el afán de notoriedad.

Por Moira Soto

Levitar, tocar el cielo con las manos, soñar despierta, estar en la gloria: éstas y otras expresiones por el estilo expresan el grado de feliz plenitud que trasmite Sandra Guida a pocos días del estreno de Chicago. En este musical con libro de Fred Ebb y Bob Fosse, coreografía de Ann Reinking inspirada en la original de Fosse y música de John Kander, Sandra Guida interpreta un personaje al que, como ella dice, viene llamando desde hace diez años: Velma Kelly, la asesina de su hermana y su marido que reina en la cárcel hasta que aparece Roxie Hart (Alejandra Radano) y le hace sombra. Sandra, después de batallar largamente por Velma, vive ahora una suerte de pasión finalmente correspondida que la tiene en un estado de gracia total. Profesionalmente una perfeccionista, Sandra Guida baila, canta y actúa con pareja solvencia: lo ha demostrado en espectáculos tan diversos como Hair, El beso de la mujer araña, Puck, y el más reciente, Arlequino.
–Tu fidelidad a Velma, un personaje en el que descollaron interpretes como Chita Rivera, Bebe Neuwirth y Ute Lemper, ha sido por fin premiada. ¿Cuándo se produjo realmente el flechazo?
–En el 90 oí por primera vez un disco de Chicago. Estaba buscando material para un show, escuché el tema “All that jazz” y absolutamente me desmayé: decidí incluirlo en mi repertorio de por vida. En el ‘92, trabajaba en el programa de Juan Alberto Badía recreando temas de comedia musicales y, con la aprobación de Carlitos Veiga, hice All that jazz. Ahí empezó mi romance indestructible con Chicago y con Velma. Cuando terminé la gira por los Estados Unidos de El beso de la mujer araña .-diez meses contando ensayos, 80 ciudades, un delirio divino–, bueno, me voy al teatro a ver por primera vez Chicago. Ahí fue cuando me dije: quiero hacer esta obra, este personaje, con todas mis fuerzas. En ese momento se estaban haciendo pruebas para la gira. Yo ya había audicionado para el personaje de Lola en Damn Yankees, a pedido de los productores de La araña..., pero la obra tenía tanto texto hablado que el director pensó con razón que en tan poco tiempo no iba a poder pulir el acento. Entonces me dije: qué me voy a presentar a las pruebas de Chicago, una pieza donde además los personajes tiene el acento de esa ciudad.
–¿Qué pasó cuándo volviste a Buenos Aires después de hacer La araña... como protagonista, en inglés y en los Estados Unidos?
–Mi agente de prensa había preparado el terreno pero la prensa mucha bola no me dio, salvo excepciones. Hace unos pocos años, todavía no se había despertado el interés local por el género. De todos modos, gente como Gasalla me recibió en su programa y quizo que hiciera All that jazz, con cuatro bailarines y con lingerie negra. Tiempo después, cuando Pinti cerró su programa por Volver .-donde yo previamente había realizado un homenaje a Judy Garland– me convocó y de nuevo hice ese tema de Chicago, era como estar llamando a Velma, aunque todavía nadie decía que se iba a producir el musical aquí.
–¿Te volviste a desmayar, como al escuchar la primera vez el musical, cuando supiste que se iba a hacer aquí?
–Imaginate. Estaba escrito que yo iba por ese personaje. Sabía que me iba a jugar la vida en cada audición. Me preparé como una loca. Casi no dormía: me despertaba a las cuatro de la mañana a ensayar un monólogo, me levantaba supertemprano a repetir la coreografía antes de ir a tomar una clase de canto. También practiqué con Raúl Casinerio que estuvo en la primera puesta en Buenos Aires de Chicago –en los 70, con Nélida Lobato y Ambar La Fox de protagonistas– y que muy generosamente armó un grupo de profesionales para que fueran capturando el estilo, porque aquí nadie había tomado clases con Bob Fosse. Yo, por suerte, había ido a las de Ched Walker en Nueva York, de manera que estaba algo familiarizada.

Audicionar: un suspenso de thriller
–¿Cómo se desarrollaron las audiciones a las que se presentaron tantas candidatas para los protagónicos femeninos?
–Fueron tres días: el primero, a comienzos de noviembre de 1999 (porque después se produjo la postergación de un año), se presentaron unas 200 interpretes para Velma y Roxie. Entre ellas, muchas conocidas: Valeria Lynch, Patricia Sosa, Edda Bustamante, Carolina Peleriti, Natalia Lobo, Deborah Warren y otras chicas que han trabajado en el musical toda la vida, como Sandy Brandauer, María Rojí, las que hicieron Nine... El sistema de audicionar es el estilo americano: todo el mundo tiene que dar la prueba para ver si reúne las condiciones requeridas. No hay tu tía en este sentido. Bueno, el primer día llegaron todas de negro, ya producidas, casi parecía una función, todo el mundo brillaba. Y fue pupú, pupú, pupú, duro, duro. Muy organizada la audición: llegar, marcación coreográfica, pasábamos en tandas de diez, quince, nos ponían en parejas.
–¿A esta altura ya habías formulado tu deseo de hacer Velma?
–Sí, en la ficha que se llena para audicionar te lo preguntan. Ya no hace falta decirlo, anoté Velma en primera instancia y Roxie en segunda. Quedé para la siguiente prueba, dos o tres días después, y me dieron el momólogo y la canción de Roxie. Pasé esta audición y me convocaron para la tercera y decisiva, a la que venía Walter Bobbie, el director, dueño digamos, junto con Ann Reinking, de esta reposición de Chicago. El está ahora aquí, volvió la tercera semana de ensayos a pulir, y luego dio el OK final.
–¿En qué nivel estaban tu ansiedad, tus emociones, tus ilusiones?
–Mirá, estaba en un delirium tremens teatral, sin alcohol, claro. En noviembre del ‘99, Paola Krum se iba de Puck para ensayar Mi bella dama, así que Claudio me llamó para hacer Titanía y Hermia. De modo que los preparé en tres semanas, en simultáneo con las primeras audiciones de Chicago. Para la tercera audición ya había arrancado con Puck y justo empecé el 17 a dictar un seminario de técnica de voz para actores, con un equipo de norteamericanos en el Andamio 90. Y el 18 día la última prueba. Estaba totalmente disparada, pero todo mi entorno me respaldó muchísimo.
–Volvamos a la tercera audición que realmente fue la vencedora.
–Sí: ya estábamos en el teatro, con Walter Bobbie ahí, con las seis o siete seleccionadas. Yo todavía figuraba para los dos personajes. Cuando me vieron, decidieron que yo era para Velma y no me tomaron las partes de Roxie. Ese ultimo día se me aflojaron un poco las rodillas. A mí me gusta audicionar, es un desafío que me parece excitante: como un póquer, a ver quién hace la apuesta más allá, quién tiene el mejor truco. Porque en una audición tenés que demostrar en tres minutos todo lo que podés hacer: es un juego de rendimiento e inteligencia.
–¿A pesar de la postergación del estreno de Chicago, las cartas se barajaron bien en el 2000 para vos?
–Sí, resultó una bendición que se pospusiera: con Claudio Gallardou y La Banda de la Risa me divertí tanto, aprendí tanto. Hacer Arlequino fue algo liberador. También tuve la oportunidad de dar clases y comprendí que es una vuelta de tuerca que necesita el artista: porque se trata de trasmitir, de poner en palabras un lenguaje subconciente, sensorial. Y tenés que encontrar el sistema, la formulación para que el otro entienda lo que una quizás incorporó intuitivamente. Aprendí muchísmo enseñando. Me dio un plus, una maduración, una depuración. Entretanto, Alejandra Radano entró a Campeones, tomamos clases juntas, nos fuimos a un spa en Tandil. Cuando supimos que quedábamos juntas, lo celebramos mucho.

Los cisnes no tienen tetas
A Sandra Guida, cuando todavía estaba en el moisés, la mamá .-que tiene buen oído para la música pero desafina al cantar– le ponía para dormirla jazz y música clásica que pasaba radio Municipal en esa epoca. Influida por ese primer acercamiento, cerca de los dos años empezó a cantar y hablar al mismo tiempo. A los seis inventaba obritas de teatro con la hija de Egle Martin, se disfrazaba, bailaba, cantaba. A los siete se ponía unas plumas y desfilaba por su casa asegurando que quería ser vedette. A esa edad, ya había empezado a estudiar danza clásica por consejo del pediatra, para fortalecer la espalda. A los once, fue aceptada en el Colón y allí se quedó unos años, hasta que se dio cuenta de que la danza clásica no era lo suyo y que además iba a ser muy difícil alcanzar los protagónicos que le interesaban (Giselle, Odette, Odile). “Era demasiado sacrificio para ser un árbol 14 o un cisne 27”, comenta ahora Sandra desde su camarín de Opera. “Además”, ríe la actual coprotagonista de Chicago señalando sus pechos sobresalientes, “había otro factor en contra, así que a los 16, le dije a mi mamá: el cisne con tetas no existe y no me voy a cortar las mías. Ella se cagó de risa y ahí se terminó el Colón”. De tal manera terminó, que a los tres meses, Sandra estaba cantando en una banda de rock and roll. “En realidad, ya venía haciéndolo desde los 15 son un noviecito que tocaba la guitarra y ahora es un stage manager bastante conocido, Victor Tela. Me profesionalicé, estuve en varias bandas, empecé a componer, a estudiar teatro.”
En el ‘84, Sandra entra al musical Hair, como tribu y rotando en el protagónico: “Cuando quedé en esa obra y tuve la primera bajada a camarines, supe que había encontrado mi lugar. En mi familia se cuenta que cuando yo era adolescente y pasaban por canal 11 las grandes comedias musicales .-Un americano en París, Cantando bajo la lluvia– yo lloraba durante y seguía después. Cuando me preguntaban el motivo de tanta lágrima, respondía: Es que yo jamás voy a poder hacer esto aquí, me equivoqué de país. Así que imaginate lo que representó para mí interpretar El beso de la mujer araña en los Estados Unidos, que Chita Rivera me entregara el personaje en conferencia de prensa, mandarle flores a John Kander y que él me mandara una cartita diciendome que estaba orgulloso de que yo cantara su música”.

Velma, la pasional
Como dice la publicidad, Chicago es una historia de fama, codicia y sexo en los tiampos de Al Capone. Para su musical estrenado en los 70, Bob Fosse y Fred Ebb se basaron en una pieza teatral escrita en los 20 por Maurine Dallas Watkins, una reportera del Chicago Tribune con mucha experiencia en cubrir juicios en la corte. Esta obra se presentó con mucho éxito en el Music Box de Nueva York, en diciembre de 1926. Al año siguiente fue llevada al cine bajo la supervisión de Cecil B. de Mille (con el subtitulo The Brave Little Woman) y en 1942, Ginger Rogers protagonizó Roxie Hart, también basada sobre la pieza de Maurine, quien en 1930 y 1940 trabajó como guionista en Hollywood. Desde que conoció la pieza teatral, Bob Fosse se interesó en convertirla en un musical. Lo logró en 1975, año en que estrenó Chicago, con música de John Kander, canciones de Fred Ebb, y por cierto coreografía del propio Fosse. El elenco lo encabezaban nada menos que Gwen Verdon, Chita Rivera y Jerry Orbach. El de Buenos Aires, en el 2001, estreno oficial el 23 próximo, ofrece además de Sandra Guida, los nombres de Alejandra Radano, Salo Pasik, Rodolfo Valss y Maria Rosa Fugazot en los roles principales.
–¿Por qué Velma y no Roxie, que es más el eje de la historia?
–En realidad, se trata de un duelo entre las dos. Mi personaje por ahí aparece menos tiempo, pero cuando lo hace es muy contundente. Los cuadros musicales de Velma son insuperables: una bomba. Roxie lleva más la historia, y Velma el musical.
–Más allá de sus posibilidades interpretativas, ¿qué te pasa con el personaje?
–Velma es una sobreviviente, aparte de ser una asesina pasional, como suelen serlo las mujeres. Le gusta el varieté, aunque es una artista mediocre, eso creo que no lo tenemos en común. Pero tiene una pasión por lo que hace que se parece mucho a la mía por mi trabajo. Esa misma pasión es la que la lleva a matar. Yo todavía no maté a nadie (risas), quizás porque estoy sublimando a través de ella. Roxie en cambio es rápida, astuta, calculadora, aprende de la experiencia de Velma, le roba todo, hasta los zapatos. Lo que me parece impresionante es que una obra escrita originalmente en los 20 y recreada en los 70, refleje tanto lo que estamos viviendo ahora: el show off como lo más importante, el salir en la tele o en la primera plana de los periódicos no importa a qué precio. De esto habla Chicago.