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ESPECTACULOS

Con una larguísima y nutrida trayectoria teatral a sus espaldas, Perla Santalla es una de esas actrices a las que ya nadie encasilla, ni el público ni los productores. Ahora personifica a la madre de Dady Brieva en “El sodero de mi vida”, donde aporta al personaje detalles que lo hacen crecer notablemente.

Por Moira Soto

La madre más adorable de la ficción televisiva está tomándose un espumoso cortado en el Petit Colón mientras la gente de las mesas cercanas la mira con inocultable simpatía y algunas mujeres se acercan a saludarla. Desde luego, la familiaridad del público hacia Perla Santalla se fue arraigando en las incontables telenovelas y piezas teatrales que hizo, a través de algunos films, pero la pícara y (supuestamente) despistada “mamita” de “El sodero de mi vida” (lunes a viernes a las 21, por el 13), pese a ser un personaje episódico, conquistó rápidamente a televidentes de toda laya. Con su fresca y bien timbrada voz –que entonó intencionadamente tangos y milongas hace unos años en la obra Con olor a agua florida, de María Elena Sardi–, con juvenil entusiasmo y la apertura mental que siempre la han caracterizado, la hija del actor Guillermo Santalla y de la actriz Amanda Santalla repasa instancias casi siempre felices de su vida de actriz. La reciente intérprete teatral de Esperando a Godot de Beckett y de Romancito de Cecilia Propato, la chica que fuera dirigida en tres oportunidades por Armando Discépolo, reivindica orgullosamente el género telenovelesco.
–Habiendo estado desde chiquita tan inmersa en un ambiente teatral de ensayos, representaciones, giras, ¿cómo fuiste viendo el status de la mujer en un mundo considerado marginal en otras épocas? ¿Era una zona de liberación?
–El teatro siempre ha sido un espacio más liberal para quienes estaban adentro, incluso un lugar de transgresión de muchas normas y convenciones sociales. Por algo –alegando razones equivocadas– a los padres, hasta no hace mucho, no les gustaba que sus nenas quisiesen actuar. Imaginate hace varias décadas, con más prejuicios, cómo se podía juzgar el convivir de otra manera en el trabajo, viajar en grupo, interpretar ciertos personajes... Pero la verdad es que todo eso te volvía más despejada, más flexible, te abría la sensibilidad, el entendimiento. No por casualidad la gente de teatro siempre ha tirado más para las ideas progresistas. Un artista reaccionario es un contrasentido, aunque puede haber excepciones. Por supuesto, los roles que desarrollaba la mujer en la vida corriente se reflejaban en el ambiente teatral hasta cierto punto. Pero también eran épocas en que había mujeres cabeza de compañía y se escribía expresamente para ellas: Orfilia Rico, Camila Quiroga, Olinda Bozán, Eva Franco, Niní Marshall que creaba su propios libretos... Estaban también las grandes cancionistas: Libertad Lamarque, Ada Falcón, en este momento tan revalorizada. Estas mujeres eran reinas a su manera. Después, claro, estaban las actrices que formaban parte de los elencos, y nunca faltaba -como no falta ahora, que los llaman productores– algún empresario que pretendía cobrar en especies.

Escenas de la vida bohemia
–¿Era más fácil para una mujer convertirse en actriz si pertenecía a un familia de actores?
–Sí, claro; se daba mucho que las hijas de gente de teatro siguieran ese camino, pero también las chicas de familias modestas podían acercarse, abrirse camino. Naturalmente, los que estaban en el ambiente, como mis padres, sabían de la dignidad de esta profesión. El mayor riesgo era que en una gira un empresario te dejara varada en cualquier punto. Me acuerdo de haberme pasado todo un día en la playa de Montevideo, a los 3 o 4 años, porque nos habían dejado sin un peso. Y yo, en mi alegre inconciencia, me divertía como loca en esas circunstancias.
–¿Así era la famosa precariedad de la bohemia?
–Y sí, pero tenía su encanto. Se trabajaba en serio: ensayos por la tarde, luego dos funciones. Ahora hay quien se queja del desgaste que producen las tiras, pero no sé si aquello no era más bravo... Pensá que se estrenaba cada quince días. Sin embargo, yo siempre sentí en mi familia un gran amor por lo que hacían. Después de la función, era un rito ir al café, a conversar en una mesa donde podían estar –en Buenos Aires– Discépolo, Eichelbaum...
–Cuando estabas saliendo de la adolescencia y ya sabías que esto iba a ser lo tuyo, ¿te programaste para hacer una carrera con determinadas metas? ¿Te veías ya como la actriz todo terreno que sos ahora, yendo sin el menor melindre de Beckett al “Sodero...”?
–Es que yo no subestimo para nada la televisión, un medio donde hubo épocas en que además de buenas telenovelas se podían hacer clásicos de la literatura, cosa que lamentablemente hoy no ocurre. Pero yo no me olvido de las grandes tiras en las que he trabajado: “La señora Ordóñez” en los ‘80, “El oro y el barro”, algunas de las creaciones de Migré, la primera versión de “El Rafa”, “Malevo”... Reivindico el oficio que una actriz o un actor despliega en la televisión, donde se carece del tiempo de elaboración y ensayo que existe en el teatro. Incluso hoy en día que las escenas son mucho más cortas, parecería que hay menos compromiso. Sin embargo, no es tan así: siempre tenés que pensar cómo encarar tu personaje, tus escenas, verlas dentro del contexto general del relato. Siempre se puede agregar un matiz, un detalle al personaje.

Mamita querida
–¿Qué le diste a la madre de “El sodero de mi vida”, más allá de lo que proponía el libreto?
–Me estoy divirtiendo muchísimo con este personaje, tanto los autores como los directores me dejan meter cositas. Es que esta mamita se presta mucho porque tiene sus vueltas, sus sorpresas. De todos modos, nada que ver conmigo en su rasgo más saliente: yo no soy nada jugadora y resulta que ahora la gente por la calle me pregunta: “¿Y, Perla... a qué jugamos?”. Como ni siquiera conozco maneras de juego, me compré un librito con el significado de los números, los sueños...
–¿El público que te vio en Godot te acepta buenamente en “El sodero...”?
–Pienso que sí. Lo de Godot fue una experiencia maravillosa, con esa puesta tan inspirada de Leonor Manso, tener que descomponer mi cuerpo, mi cabeza... Un trabajo arduo, doloroso y a la vez muy gratificante. Mirá, yo creo que hay cada vez menos prejuicios, que lo que la gente aprecia es el buen rendimiento en cada espacio. Y a mí me gusta la diversidad, pasar de aquel personaje teatral, casi una abstracción, a esta madre tan de carne y hueso, tan cotidiana.
–¿Cómo te cayó la mamita jugadora cuando te la presentaron?
–Me llamaron de Pol-ka después de haber hecho –con toda fruición– el año pasado, durante cuatro meses, la villana total y absoluta de “Primicias”. Así que agradezco profundamente que no me hayan encasillado. Desde el vamos le tomé simpatía y me fui encariñando con este personaje que, a su modo, es muy especial, capaz de decir las cosas más absurdas con perfecta naturalidad. No es tan ingenua la mamita, por supuesto. No se leescapa nada. Me gusta darle esa vueltita de tuerca de hacerla aún más descolgada...
–Es un personaje bien de comedia, con un toque de irrealidad. Cuando la mamita aparece, la diversión está asegurada. Y cuando no está, se la extraña porque, además, la relación con el hijo, entrañable y llena de sobreentendidos, está desprovista de esa misoginia bastante común en las progenitoras de telenovelas.
–Sí, tiene ese registro, ese toque de levedad de la comedia. Y hay un fondo muy humano en esa relación. Dady acierta mucho en su papel y, además, a menudo me da pie para que yo haga algo más, me incita. La pasamos divinamente. Con Andrea (del Boca) no me toca tanto hacer escenas, pero desde luego ella es mi candidata preferida para Alberto, quiero que se enganche con mi hijo.
–¿Creés que durante mucho tiempo el desprestigio de la telenovela se debió que se consideraba un género “para mujeres”?
–Pienso que así fue, por más que siempre ha habido producciones dignísimas. Decían que la telenovela era pura evasión, que te sacaba de la realidad. ¿Y cuál es el problema si están bien hechas? Finalmente, se trabaja con los mismos mecanismos del melodrama que cultivaron genialmente autores como Victor Hugo, Tolstoi. Mirá, yo hice hace muchos años Ana Karenina en el 13, dirigida por Osías Wilenski. Fantástica telenovela, con trajes estupendos diseñados por Bergara Leumann, música de Borodin, Mussorgski... Iba dentro de “Buenas tardes, mucho gusto” y la veían todas señoras. Felices de ellas...
–¿Qué planes tenés para tu futuro artístico inmediato?
–Voy a hacer una obra de Carlos Pais, sin título definitivo todavía, que va a dirigir Leonor Manso en el Teatro del Pueblo. El personaje –es prácticamente un unipersonal– es muy atractivo. Difícil y complicado, como a mí me gustan... Es una vieja cantante de tangos, borracha, con una vida azarosa.
–Ojalá que te mandes unos buenos tanguitos...
–Sí, sí. Aparecerá esa faceta mía un poco secreta de cantante de tangos, algo que me gusta muchísimo. Creo que cantar libera una serie de cosas positivas, te hace bien al alma y al cuerpo. Cada tango es una historia que hay que interpretar musical y dramáticamente. Por eso, los buenos cantantes suelen ser buenos actores. Antes, las actrices, los actores estrenaban los tangos en los sainetes, ahí solían nacer los éxitos. Mi papá cantaba, tenía muy buena voz. Lo recuerdo haciendo “La pulpera de Santa Lucía”. Hoy, por suerte, los chicos se preparan mucho, su voz, su cuerpo, incluso en una de las especialidades que más me fascinan -mi asignatura pendiente-, el circo. Porque aunque tenga la apariencia de una señora formal, me atrae todo lo marginal. Es que mi niñez tuvo esa cosa trashumante de las giras: a mí me sacaron de mi casa a los 45 días y volví con un año y medio. Imaginate.
–¿Ningún trauma infantil por cambiar tanto de cama y de ambiente?
–Nooo, jamás. Fue una de las etapas más felices de mi vida, a pesar de que mi abuela, que me cuidaba, era algo rigurosa. Pero me refugiaba en la lectura, aprendía poemas, me encerraba a cantar y a bailar. Cuando ya adolescente empecé a actuar, hice una gira por toda América latina con mi madre en la compañía de Olinda Bozán: tres meses en Lima, tres en La Habana, uno en Bogotá... Ibamos en tren o en micro, yo como unas Pascuas atravesando todas esas maravillas: los lagos, las montañas con orquídeas salvajes y abajo el mar... Disfrutaba terriblemente. Miraba todo con ojos enormes, sorprendidos. Una actitud que he tratado de mantener, siempre abierta a lo que venga si despierta mi interés. Me queda pendiente el circo, cantar un poquito más, no sólo tango. Hacer en lo mío todo aquello que tenga que ver con nosotros, con la humanidad, el humor, la poesía, los sueños, la vida.