Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

talk show

 Musa de buena pata

por Moira Soto

En ese torbellino de vida mundana y cultural que fue el París de la Belle Epoque, empezaron a brillar una serie de mujeres originales y talentosas, incluso en el rubro cocottes. Casi todas, llamativamente longevas, extendieron su reinado durante buena parte del siglo XX y en algunos casos sus respectivos destinos se cruzaron. Entre estas damas eminentes, hay una que quizás más que ninguna responde al título de musa: Misia, nacida como Marie Godebska en San Petersburgo (1875) y muerta en París (1949), conocida como Misia Sert a partir de su casamiento con el pintor español José María Sert, en 1920. Antes había sido adolescente esposa de Thadée Natanson –fundador de la mítica La Revue Blanche, publicada entre 1891 y 1903– y la floreciente mujer del magnate Alfred Edwards.
Musa Misia no dejó una obra de creación personal, salvo unos dudosos souvenirs póstumos –“Misia”, 1952–, pese a su reconocido –por Lizst, Fauré– talento musical y a cierta gracia para escribir. Pero la rozagante señora de nariz corta y mentón cuadrado, además de amadrinar a artistas como Diaghilev y de sacarle lustre a diamantes en bruto como la joven Chanel, fue sobre todo inspiradora de pintores como Renoir, Toulouse-Lautrec (foto), Bonnard, Vuillard, Laurencin..., de poetas como Verlaine y Mallarmé. “Femme pour impressionistes”, la llamó Cocteau que bajo el influjo de conversaciones con ella escribió “Thomas l’Imposteur” (1922). La emperatriz de la Belle Epoque que descolló en los fabulosos bailes del conde Etienne de Beaumont lamentaba amargamente sólo una cosa en su madurez: no haber cedido a los ruegos de su amigo Renoir, empeñado en que le descubriera sus pechos redondos y altos. “Mi mojigatería me parece ahora bien estúpida”, comentó cuando ya era tarde, olvidando acaso que su celoso marido del momento –Edwards, el que la arropaba con diamantes que habrían puesto bizca a la Lorelei Lee de Los caballeros las prefieren rubias– siempre andaba rondando cuando Renoir la retrataba. Misia también tuvo relaciones ambivalentes con Proust, que se sustentó en su personalidad para Mme. Verdurin, la varias veces viuda que termina como princesa de Guermantes.
Personaje complejo y enigmático, Misia, a medio siglo de su muerte, sigue practicando el divino oficio de musa, ahora inspirando al cantante y puestista Eduardo Cogorno. Por cierto, esta vez no se trata de un cuadro ni de una pieza literaria sino de un primoroso espectáculo titulado justamente “Misia (En busca de la musa perdida)”. Con gran acierto, Cogorno optó por el tono elegíaco para abrir y cerrar una selección de canciones (Fauré, Ravel, Offenbach, Satie, Poulenc, etc.) cuya belleza se equipara a su eficacia dentro del relato que se va estructurando en forma impresionista, emocional. El tiempo fugitivo citado al comienzo anticipa el fluir de las cuatro estaciones de la vida, donde la evocación da paso al humor, la seducción, el romanticismo, la melancolía. Todo sucede en el intimista espacio de La Scala, en un clima de ensoñación logrado con inteligentes recursos escenográficos, de vestuario e iluminación, que incluyen proyección de pinturas ad-hoc. Podría decirse que la musa descendió sobre todos los que participaron en esta hipnotizadora pieza, en particular el citado Cogorno, que también entona con su reconocida calidad algunos de los temas, y la magnífica Marta Blanco, una Misia para mirar y escuchar con permanente deleite. Como dice en la secuencia del otoño la canción de Poulenc, un recuerdo para anidar en el corazón.

Misia va en La Scala de San Telmo (Pasaje Giuffra 371) los días 8, 22 y 29 de septiembre, a las 20.30.