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TEATRO

La titiritera

Silvina Reinaudi recibió este año el premio ACE al Teatro Infantil por su obra “Siete vidas, la vuelta del gato”, que presentó en el Cervantes. También en el Konex le otorgaron el Diploma al Mérito Infantil y Juvenil. Atrás de los galardones hay muchos años de pasión por los títeres, y un fuerte compromiso con la realidad en la que crecen sus pequeños espectadores.

Por Lila Pastoriza

Silvina Reinaudi, titiritera, recibió este año el premio ACE al Teatro Infantil por su obra Siete vidas, la vuelta del gato, que presentó en el teatro Cervantes. Días después, Konex le otorgaba el Diploma al Mérito Infantil y Juvenil entre las cien mejores figuras de la última década del espectáculo. Como a los titiriteros no se los ve, es probable que pocos telespectadores hayan reconocido en la mujer alta y algo desgarbada que recibió los premios a la creadora de personajes entrañables como El perrito Rito, Marimonia, la de “Cablín”, o los animales de “Vivitos y coleando”. Es uno de los problemas de identidad que afecta a títeres y titiriteros. Y hay otros. En la extensa charla de Las/12 con Silvina Reinaudi y sus muñecos, no siempre resultó fácil diferenciar a una y a otros. Esta cronista se encontró varias veces conversando entusiastamente con Marimonia y escuchó, como si tal cosa, que la titiritera hablara de sus muñecos como si fueran ella misma (“fijate que una señora que iba a mi lado en el colectivo imitaba al perrito Rito ante su hijo, sin saber que el perrito estaba sentado junto a ella”). Silvina crea sus títeres en cuerpo y alma. Y quien pone su alma en otro, le pone la vida.
Asomados y Escondidos es el grupo que desde hace más de veinte años forman ella y el actor y titiritero Roly Serrano. “El nombre, en principio, alude a muñecos que se asoman y artistas que se ocultan. Y viene de antes, de los comienzos. Así se llamaba el programa que hicimos los ‘70 con el artista cordobés Carlos Martínez en el Canal 10 de la Universidad de Córdoba, en plena dictadura.” Habían entrado al canal por un concurso y duraron casi dos años con el perrito Rito como protagonista. “Pudimos permitirnos decir cosas que no se decían en otros lados porque en un programa para chicos, pasaban. Fue una experiencia muy importante, interrumpida abruptamente en su segunda temporada, cuando el programa fue cancelado tras el secuestro (tiempo después, “detención”) de mi hermano Luis.”

De aquí y de allá
A los 17 años, Silvina se instaló en Córdoba y comenzó sus estudios de Derecho. En tercer año los abandonó para seguir Letras. “Hice prácticamente toda la carrera, aunque no pude dar un seminario de gramática porque no conseguí el certificado de buena conducta. En esa etapa me casé, tuve a mis dos hijas, Martina y Luciana, me separé. Fue entonces cuando empecé a hacer títeres profesionalmente y nunca más los dejé.”
Comenzó con El Gato Descalzo, un grupo que formaron Silvina, Ricardo Martínez, Graciela Gambino y Alejandro Gómez Franco, inmersos en el arte de fuerte contenido político y de estilo innovador que creció en los tiempos del Cordobazo. Hicieron Rebelión en el Circo, obra que se inspiró en las cartas de un tupamaro a su hijo y atravesada por la búsqueda de unidioma directo con los chicos. Allí apareció por primera vez el perrito Rito. No era el clásico personaje atrapado en la tipología malo-bueno sino alguien que se parecía a cualquier chico.
Luego de que los militares cancelaran el programa televisivo, Silvina trabajó alternativamente en Buenos Aires y Córdoba donde en 1981, y con Roly Serrano, volvió a la TV. Al año siguiente se instaló en Buenos Aires, para quedarse. “Me fui viniendo de a poco. Lo intentaba una y otra vez y, dolorida por dejar tantas cosas, regresaba a Córdoba, donde no sólo había hecho una experiencia muy completa sino que hablaba mi idioma: podía, por ejemplo, referirme a mi hermana diciendo ‘la Molicha’ sin que pensaran, como aquí, que hablaba de la empleada doméstica. Pero me vine a Buenos Aires, a la que, por otra parte, siempre amé. Y encontré aquí amigos de fierro, una constante en mi vida, el tesoro más grande.”

De familia
Reinaudi nació en Río Cuarto, de donde era su familia y donde vivió hasta terminar la escuela secundaria. Su padre, Luis Reinaudi, periodista de Noticias Gráficas, murió muy joven, cuando ella aún no había cumplido los tres años. Era un hombre de izquierda, un militante de la causa republicana española cuya presencia persistió en el mundo familiar de la niñez y la adolescencia. “En mi casa había gran protagonismo de mujeres, éramos dos hermanas que vivíamos con mi madre y muy próximas a abuelas, tías y primas. De mi familia viene lo político (milité muchos años en el Partido Comunista) y la necesidad apasionada de contar lo que uno piensa, de comunicarlo. Así era mi madre, que cuando era chica primero se quiso ir con un circo y después con la compañía de los padres de Narciso Ibáñez Menta que pasaba por Río Cuarto... En cuanto a mi padre, era muy amigo de Javier Villafañe. Uno de los pocos recuerdos que guardo de él es una ‘foto fija’: nos tenía a mi hermana y a mí paradas sobre un banco de escuela mirando una función de Villafañe, que hacía Juancito y María.”
–¿Desde cuándo hacés títeres?
–Creo que desde siempre, jugando. Mi mamá los hacía con pañuelos, como una ratita que saltaba. En mi casa, todos hacían hablar a los perros y a los bichos con voces impostadas. Mi abuela animaba cosas, quería decirte algo y mandaba al perro que te lo dijera (esto persistió: mis hijas aún recuerdan cuando, adolescentes, buscaban por todas partes una media o una camiseta perdidas hasta encontrarlas transformadas en objetos parlantes). Cuando cursaba sexto grado armé una función para toda la escuela de El caballero de la mano de fuego, de Villafañe, con muñecos y telones hechos por mi hermana. Fui aprendiendo de a poco. En Córdoba hice unas jornadas con los hermano De Mauro, donde hubo cosas básicas que me quedaron grabadas. Luego vino el curso intensivo con Sebreiro. Y no tengo más estudios formales.
–¿Qué posibilidades te dan los títeres?
–Yo estoy enamorada de los títeres, que son elementos muy plásticos, sencillos, baratos, intensos, muy afectivos, que permiten manejar lo esquemático de la caricatura sin ofender. Hay cosas que han dicho mis títeres que no podría decir un actor sin que le arrojaran una batata por la cabeza. Cuando salís con ellos –luego de la función, en una marcha–, la gente te habla sin distancia, te toca, charla con los muñecos. Además, los títeres son populares. Pienso, como Aníbal Ponce, que “si la cultura se disfruta como un privilegio, envilece tanto como el oro”. Nosotros estrenamos El dueño del cuento en el Salón Dorado del Cervantes y con igual rigor y cuidado lo hemos hecho luego en el patio de una escuela sin luz.
Durante treinta años, Silvina Reinaudi fue gestando una producción artística que introdujo una profunda renovación en el teatro infantil. Titiritera, diseñadora y realizadora de muñecos, puestista, ha participadocomo autora (o co-autora), guionista, realizadora y directora de teatro para títeres en obras memorables, como El dueño del cuento, que recorrió el país y el mundo en múltiples adaptaciones; La caja cerrada, Sietevidas, la Gatópera (ganadora en el Festival Metropolitano de Teatro Infantil y Juvenil de 1966), Cucurucho de cuentos, Caerse vivo, Una voz en el viento (ópera escrita con Tito Lorefice y presentada en el Teatro Colón), Sietevidas, la vuelta del gato (con música de Carlos Gianni, en el Teatro Cervantes).
En la televisión, al pionero Asomados y Escondidos de los años ‘70, en Córdoba le siguieron los muñecos de “Rito y sus amigos” y de “Café con Canela”. A partir de “Vivitos y coleando”, con Hugo Midón, en el Canal 7, comenzó una “etapa de gran apertura” que culminó mas adelante con “Cablín”. “Allí fuimos invitados por la conductora, Laura Leibiker, y luego, cuando generosamente nos integramos, creamos a Sonio y Marimonia.”
–¿Qué estás haciendo actualmente?
–Me estoy especializando en escribir, en hacer puestas y diseñar. Aunque extraño el títere en la mano, en las cuatro últimas puestas no actué como titiritera. Además escribo cuentos, hago historietas y talleres de plástica. Vivo de mi trabajo como colaboradora permanente de las revistas de Billiken donde, entre otras actividades, hago el suplemento “Billy”, para los más chiquitos. Ahora tengo en imprenta un libro de poemas que he ido escribiendo a lo largo de mi vida, eso me importa mucho. En títeres, estoy trabajando en varios proyectos. Quiero presentar nuevamente Caerse vivo, tan actual, y terminar de escribir una obra sobre la deuda externa (¿Qué te debo qué?). Además, me interesa trabajar con objetos sobre la invisibilidad de las mujeres en relación con la edad.
–¿Las mujeres de cierta edad son invisibles?
–Eso siento. Hay una desvalorización de las mujeres que nos vamos haciendo grandes. La exigencia para nosotras (por supuesto, no para los varones) es estar siempre bellísimas y superjóvenes, aunque los años pasen. Si no es así, te ignoran, estás pintada en la pared, ni te miran. Es algo que a mí me ofende cotidianamente. Porque creo que es una discriminación grave. Me he resistido hasta ahora a teñirme el pelo, que está gris pero, claro, he podido hacerlo porque es un pelo hermoso. Y no se trata de que yo me oponga a la tintura ni a la cirugía, para nada. Pero sí a esta militancia del colágeno, esta obligación de estirarse hasta que la cara quede como un fútbol. ¿Detrás de qué vamos?
–Profesionalmente has logrado un lugar importante.
–Sí. Creo que las mujeres que llegan a determinado lugar, llegan, pese a todo. En mi caso, ser mujer no ha sido un impedimento en lo profesional, lo que puede vincularse con las características particulares del ámbito titiritero. Es posible que tener hijos haya cancelado otros desarrollos al imponer ciertos anclajes, pero de ello me hago cargo. Hoy mi vida está atravesada por el nacimiento de mi primera nieta, que me conmociona. Yo creí que no tenía más espacio en el corazón para determinado tipo de amor y mi nieta logró que descubriera que había lugar como para meter algo tan enorme como lo que siento por ella.

Cambiar las cosas
El huevito de ida y vuelta es una obra pequeña, transportable, casi perfecta, escrita para los más chiquitos. Cuenta la historia de un gusanito que sale de un huevo y va creciendo, hasta que se encuentra con otro, se juntan, se convierten en una mariposa, se van volando y queda otro huevo. El año pasado la dieron para internos del Hospital Durand. “Eran adultos con problemas, algunos semiautistas, y fue maravilloso cómo pudieron leer la pieza. Uno de los pacientes dijo a la terapeuta: ‘¿Sabe, doctora, qué es lo importante de esta obra? Que todo empieza de nuevo’. Eso, precisamente, era lo que se quería decir. Si yo reviso lo hecho en 30años, hay algo tras mi obra que es la dialéctica, el cambio constante, aquello de que todo lo que muere lleva el germen de un nuevo nacimiento. Y los títeres me ayudan a decirlo.”
–¿Las posibilidades que ofrece el títere sólo funcionan con los chicos?
–No. El títere logra su efecto directo tanto con el chico como con el adulto. Lo único que difiere es el tema, ni siquiera el modo de tratarlo. Nuestras obras permiten diferentes lecturas por parte de chicos y grandes. La única excepción es Caerse vivo, pensada para adultos, que trata la desocupación (no importa dónde caerse muerto sino caerse vivo). El personaje es Juan, un obrero de fábrica que al quedar sin empleo enloquece, decide que los responsables de todo son extraterrestres que quieren llevarse a los mejores operarios a su mundo, donde nunca falta trabajo, y arma un cohete para ir a ese planeta. La hicimos en 1997 y luego durante dos años la llevamos a las escuelas secundarias y de adultos de la Capital, enviados por el Teatro San Martín. Ibamos a escuelas en barrios marginales, con adolescentes que jamás vieron títeres y obligados a verlos. Y a los cinco minutos estaban agarrados de las sillas, no podían creer los que les pasaba, se espejaban. Uno de los alumnos, llamado Juan, me dijo: “Si usted escribió esto, es porque vino antes aquí y los profesores le batieron de nosotros, ¿no? Porque nosotros estamos ahí”.
–¿Qué buscan transmitir tus obras, qué dicen tus títeres?
–Dicen que hay que meterse con la vida, cambiar las cosas. En El dueño del cuento se habla del poder y del derecho de los débiles a cambiar los libretos que parecen escritos por Dios. Lo perritos de Vivitos y coleando recurrían a todo tipo de artimañas para que los dejaran cantar su propia canción. La Gatópera termina cuando el gato Sietevidas se va al mundo a conocerlo y a buscar nuevos cuentos. Y regresa en La vuelta del Gato no para quedarse sino para cambiar lo que haya que cambiar. Así lo dice la canción de la Abuela Gata: “Mi abuela gata, que me quería, me dijo un día/ que me dejaba por toda herencia su gata ciencia/ que me cuidara de los ovillos sencillos/ y desconfiara de toda lana que no se enreda/ porque la vida se hace de nudos./ Por eso siempre, sepan señores,/ los gatos fuimos enredadores”. Cuando la vi en escena, con la música que le puso esa maravilla que es Carlos Gianni, me di cuenta de que en realidad, estaba diciendo lo que mi Vieja me dijo siempre: “Metete; la vida es un lío, pero es lo único que hay”. Yo intento transmitir eso. Y aunque no lo explicite, la gente, los chicos, lo leen. Lo sé porque me responden. Totalmente.