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RESEÑAS

Zapping

Te digo más... y otros cuentos
Roberto Fontanarrosa
Ediciones de la Flor
320 págs. $ 16

Por Daniel Link Lo más irritante de las teorías a la moda (y por eso mismo, pasajeras como aves de estación) sobre las relaciones entre tecnología y vida cotidiana es el irreflexivo optimismo o el populismo claudicante que suelen preconizar. Los ideólogos de la televisión por cable intentaron siempre convencernos de la diversidad de la oferta cultural que significaba contar con setenta canales a nuestra disposición. Insistieron, en su momento, en las propiedades democráticas y prácticamente revolucionarias del zapping, que permitía al televidente el armado de imágenes y secuencias narrativas libradas a su soberano arbitrio. Nosotros, que durante mucho tiempo hemos estado acostándonos temprano, con televisión por cable y con control remoto, sabemos hasta qué punto estamos presos de la ronda nocturna por los canales que integran el paquete de nuestros “favoritos” (nadie es tan demente como para pasar por el stock completo) y el hastío que las horas dedicadas a esas búsquedas insanas nos provocan. El zapping es una adicción y, como toda adicción, sólo sirve para matar el tiempo y anestesiar nuestra conciencia.
César Aira, un atentísimo observador de nuestro presente, ha escrito en el final de Un sueño realizado una disparatada teoría según la cual la dirección impuesta al zapping implica una determinada progresión cualitativa. En una dirección (digamos: hacia los números altos), la calidad mejora; en la otra dirección, la calidad empeora. Independientemente de su valor de verdad, esa teoría, de todos modos, no nos salva de la tiranía del zapping (¿cuántas veces hemos traicionado la promesa de que ésta, precisamente ésta, es la última ronda?), ni nos sirve como venganza, revancha o esperanza de encontrarle sentido a esa práctica por completo narcotizante, a ese veneno.
Cada uno de los libros de relatos de Fontanarrosa es esperado con impaciencia por sus fanáticos seguidores. Es que el rosarino es otro atento (fino e inteligente) observador de la realidad y, como tal, un sabio en lo que a la televisión se refiere. Cada uno de sus libros de cuentos podría entenderse como una venganza contra la televisión, contra tantas horas muertas y tanto aburrimiento. Porque los libros de relatos de Fontanarrosa han funcionado siempre de acuerdo con el mecanismo del zapping, el pasaje brutal de un universo temático, de un registro narrativo, de un estilo a otro, a otro, a otro. Más allá del tono paródico que
pudiera tener tal o cual relato, lo cierto
es que la obra narrativa entera de Fontanarrosa funciona como un espejo monstruosamente paródico de la tortura a la que nos somete la falsa libertad del
zapping.
Alguna vez Cortázar reagrupó todos sus cuentos bajo tres títulos diferentes (“Ritos”, “Juegos” y “Pasajes”). Seguramente harían falta muchos rubros más para dar cuenta de la extraordinaria amplitud de registro de Fontanarrosa (después de todo, un escritor postelevisivo y contemporáneo del cable). En el penúltimo relato de Te digo más..., “Yoli de Bianchetti”, un emperador de una remota galaxia comunica en el año 2018 a la humanidad: “Conozco absolutamente todos los secretos y costumbres de vuestro planeta ya que, en nuestra galaxia, recibimos las ondas de televisión y radio emitidas en la Tierra”. Fontanarrosa nos dice que todos y cualquiera de nosotros puede ser emperador de la galaxia y que cualquiera y todos nosotros podemos ser víctimas de la televisión por cable. El omnipotente monarca informa al planeta Tierra que “a través de las emisiones de canal de cable que, viajando por el espacio estelar, llegan a su lejana galaxia, se ha enamorado perdidamente (es la palabraque usa) de Yoli de Bianchetti, conductora del programa Cocinando con Yoli de la ciudad de Casilda”.
Están los cuentos “Discovery Channel”, los cuentos “canal á”, los cuentos “Volver”, los cuentos “ESPN” y, naturalmente, los cuentos “Nikelodeon” (la lista es provisoria), todos mezclados de acuerdo con la lógica demencial del adicto insomne. Cada lector encontrará, naturalmente, su registro de cuentos predilectos, como cada uno tiene su canal de cable preferencial.
Hay que insistir, una vez más, en la magistral agudeza de los relatos de la serie (por llamarla de algún modo) “Volver”. En Te digo más...: “Mamá”, “Te digo más”, “Yamamoto”, “Caminar sobre el agua”, el deslumbrante “Una playa desierta”, por ejemplo. En el coloquialismo, en el pintoresquismo, en el memorialismo que domina en esos cuentos radica la mayor fuerza y la mayor sutileza narrativa de Fontanarrosa. Es en esos cuentos donde la parodia aparece más amortiguada y menos puesta al servicio de un mero efecto formal. “Mamá” bien podría ser un cuento de Manuel Puig en el que se oye la voz del Toto, el protagonista de La traición de Rita Hayworth. Como Toto, como el Quijote, como Emma Bovary, todos los narradores de Fontanarrosa están marcados (arruinados, podría decirse) por la cultura de masas. En el último cuento de esta compilación, “Una playa sobre el agua”, se lee: “Lo que siempre soñé, seamos francos. El sueño de cualquier hombre que se precie de tal. Irse diez días a una playa desierta, acompañado por una mina nueva que está buenísima. Cómo ha influido el cine en todos nosotros”. Locos por las películas de guerra, locos por las aventuras antropológicas o arqueológicas, locos por las comedias románticas, locos por los libros de autoayuda, locos por la historia o locos por el fútbol, los personajes y narradores de Fontanarrosa van fracasando en su intento por hacer que sus vidas se parezcan a los irrisorios modelos que han elegido. Fascinados, los lectores no podemos sino seguir esas peripecias como quien asiste a su propia condena.
Pero lo que nos salva de estar condenados del todo es precisamente la alegría militante con la que comprobamos que alguien (por lo menos) ha podido construir un “buen” objeto a partir de esa lógica del zapping que nos tiene capturados para siempre. El triunfo de Fontanarrosa (no el de sus personajes, muchas veces ruines y casi siempre fracasados, ni el de sus narradores, a veces excesivamente manieristas), la carcajada que nos arranca en sus mejores momentos, es nuestra esperanza. No es que Fontanarrosa nos salve del absurdo en el que vivimos (en ese sentido no hay salvación posible) pero al menos su obra nos sirve de venganza. Hay alguien capaz de poner en su lugar (como el perito calígrafo de “Un barrio sin guapos”) nuestras más recurrentes pesadillas, esas que nos asaltan, sobre todo, cuando estamos despiertos.


Curriculum vitae

Testigo
Fernando Niembro
Atlántida
Buenos Aires, 2001
240 págs. $ 15

por Santiago Rial Ungaro “Yo soy el Chiche”, anuncia desde el inicio de su autobiografía Fernando Niembro, como si ese dato nos sirviera para entender algo fundamental: él, uno de los periodistas “más reconocidos del mundo del deporte”, salió de un conventillo y aún hoy, a pesar de su éxito y su fama como voz y rostro de TyC Sports sigue siendo un hombre “humilde” que no duda, en el mismo párrafo inicial del libro, en compararse (vaya uno a sabe por que razón), con Jorge Luis Borges: “Me piden más autógrafos en un mes que a Borges en toda su vida. Seguramente seré olvidado antes que él, pero habré proporcionado miles de veces más felicidad que él a los humildes, Yo soy de los humildes. Y del olvido”. Hecha esta aclaración, los inicios de su historia personal buscan dejar bien en claro su linaje peronista: hijo del sindicalista metalúrgico Paulino Niembro, Fernando nos quiere convencer de que, en la división maniqueísta de las personas que traza (los buenos son peronistas, los malos son todos los demás), él estuvo, desde siempre, por historia y por “humildad”, del lado de los buenos.
En las 238 páginas en las que Niembro repasa sus 56 años de vida no hay prácticamente ninguna crisis y, en consecuencia, tampoco hay ningún crecimiento personal. Salvo, claro está, su indudable y constante crecimiento profesional. Su discurso (una enumeración de hechos en los que siempre cae bien parado por su carácter y su personalidad “controvertida hasta la médula”) sigue siempre en esta tónica, siguiendo un ameno orden cronológico del que se desprende un impresionante curriculum vitae, apenas condimentado con algún que otro dato personal (nacimientos y muertes, con frases dignas del boletín informativo), algunos consejos (“Lo más importante en esta profesión...”) y, tal vez lo mejor de todo el libro, minimalistas descripciones que, en general, se limitan a sus preferencias políticas (“era un buen hombre... y peronista”) o a la relación de cada personaje con el arte culinario (“era un hombre de buen comer y buen beber” o “un verdadero portento en la cocina”). El interés de este libro pasa entonces por la enumeración de algunas anécdotas que tienen como protagonistas a figuras públicas del deporte, la política y el periodismo. Así aparecen los nombres de Augusto Vandor, Carlos Menem, Diego Maradona, Juan Alberto Badía, Carlos Bilardo, César Luis Menotti, Daniel Passarella, Martín Balza, Eduardo Bauzá, Bernardo Neustadt, Carlos Avila, Víctor Hugo Morales, Alfio Basile y otros personajes famosos que, teóricamente, tendrían que justificar un libro en el que la voz de Niembro decide contar impresiones y hacer zapping con los hechos sin intentar profundizar en ningún momento ninguna de sus experiencias.
De su estrechísima relación con Carlos Salvador Bilardo, ahora también lanzado a las arenas del circo político (donde tal vez las agujas se conviertan en lanzas) poco y nada se menciona, así como tampoco de sus muchos enfrentamientos con el carismático y verdaderamente polémico César Luis Menotti, a quien intenta descalificar por la dirección de la Selección Nacional de Fútbol durante la dictadura. Las omisiones están a la orden del día en este testigo autista: tampoco merece ningún comentario (salvo un par de elogios) la influencia de TyC Sports en el fútbol argentino, cuyo monopolio ya es absolutamente evidente.
Aunque hubiera sido absurdo pretender de Niembro alguna de las sabias reflexiones que el gran Dante Panzeri compiló en Dinámica de lo impensadoo Burguesía y gangsterismo en el deporte, resulta simplemente vergonzoso leer que, para el famoso periodista especializado en fútbol, este apasionante y complejísimo juego sobre el que hay tantas teorías, éticas y estéticas siempre fue “una excusa en nuestras vidas, una maravillosa y gratificante excusa en nuestro camino de periodistas, que nos permitió crecer, aprender y disfrutar”.
Ya sobre el epílogo del libro surgen las dudas más sombrías sobre los objetivos de este testigo que, haciendo del autismo un estilo periodístico, se define como “el testigo de sí mismo”. Hubiera sido más interesante y lógico, sobre todo teniendo en cuenta que el fútbol para Niembro sólo fue una excusa, que estas páginas hubieran sido dedicadas a investigar la historia de su padre Paulino, el sindicalista mítico del que sólo queda una imagen de prófugo fantasmal. Tampoco habría estado mal que explicara cuál es la continuidad ideológica y política entre el peronismo que mamó de chico y el menemismo que lo tuvo como protagonista, en su labor como secretario de Prensa de la Presidencia de la Nación, experiencia que dejó dando un portazo al ver lo poco que lo respetaban a Menem los integrantes de su gabinete y su entorno. Según nos cuenta, le decían “Nemen”, hecho que desencadenó su renuncia.
Desde cualquier punto de vista, este folletín editado por Atlántida no está ni cerca de ser lo que anuncia y ni siquiera roza el género confesional que suele necesitar cualquier autobiografía que se precie de tal. Con sus permanentes apelaciones a la ingenuidad del lector, Fernando Niembro termina desenmascarándose como un lobo mal disfrazado de cordero. Y, de continuar su bizarra obra literaria, sería deseable que, luego de Inocente (sobre Diego Maradona, con Julio Llinás) y Testigo, se cierre esta trilogía conceptual con un nuevo título que, tal vez, lo explique: Culpable.


¿Qué significa pensar?

La crisálida. Metamorfosis y dialéctica
Horacio González
Colihue
Buenos Aires, 2001
204 págs. $ 9

por Rubén Ríos Para Kostas Axelos –por ejemplo– hay dos grandes corrientes del pensamiento. Una empieza con Parménides y Platón y llega a través de Kant hasta Heidegger: es el pensamiento sobre el Ser. La otra va de Heráclito y Aristóteles y, a través de Hegel y Marx, alcanza a Nietzsche: son los que piensan el Juego del Mundo. Nietzsche, por su parte, sólo reconoce como antecesores a Heráclito y Spinoza; Heidegger, el “destructor de la ontología”, quizá a nadie. En el siglo XX, no obstante, el cruce de esas corrientes no ha sido menor. El marxismo heideggeriano del propio Axelos basta para confirmarlo. Quizá todo trazamiento, todo corte, todo reordenamiento en la gran tradición de la filosofía señala que una nueva posición ha ingresado en ella, a veces contra ella. Señala también, siempre, cierto desplazamiento. Como sea, esa exquisita ceremonia la ejecuta –no sin advertencias y guiños desde su condición de texto periférico– La crisálida, emplazando a la filosofía a salirse de quicio. A precipitarse sobre sus propias tinieblas.
Esta puesta en abismo arranca desde la literatura, desde Las metamorfosis de Ovidio, para despellejar fervorosamente el logos filosófico y su duro corazón: la dialéctica. Desde Platón a Hegel todo se combinaría de tal manera –encadenamientos de conceptos de lenguaje deslumbrante pero también nebuloso– que expulsa el principio proteico de la metamorfosis, recubriendo las transformaciones del mundo del Saber Absoluto de sí de la propia dialéctica. Si en el relato de Ovidio (y en el de Kafka) la transfiguración de los hombres siempre comprende la mutación de los cuerpos y un devenir orgánico e inorgánico no humano –en una especie de fusión inconsciente con la physis–, en la dialéctica el proceso sería inverso. Mientras el pensamiento de la metamorfosis obedece al lenguaje del símbolo y de las pulsiones, la dialéctica prefiere acallar esas voces bajo el Concepto y el yo. Una trabaja en el mito, la otra en el saber. Hasta ahora, éstas expresarían los únicos modos en que hemos pensado –sin que la metamorfosis y la dialéctica cesen de seducirse y repelerse–. Tal la tesis de la obra, tal su encrucijada.
Contra cierto fondo oscuro y trágico, en el vórtice de esta encrucijada (ya se adivina) se encuentran esos “titanes de los mitos nucleares del pensar”: Hegel, Nietzsche. La dialéctica y la metamorfosis –Dionisos contra el Espíritu– encarnizándose en una batalla campal que el arbitraje de La crisálida a veces acicatea y otras suaviza. No del todo imparcialmente, además. Tanto en las operaciones de la conciencia hegeliana como en las apolíneo-dionisíacas se revelan desviaciones y zonas ciegas donde acechan la dialéctica o la metamorfosis, según el caso. Con una salvedad: el pensamiento nietzscheano parece por momentos profundizar la dialéctica, en cambio Hegel siempre encubre las mutaciones vitales en lo oscuro. Son Adorno y Lucáks –en compensación– quienes llevan la experiencia dialéctica hacia las transformaciones de lo sensible, hacia la inevitable conexión entre la “forma” (la forma como idea, y a la inversa) de la filosofías de la dialéctica y las mitopoéticas de la metamorfosis.
Por la pendiente sinuosa de esta última, La crisálida quiere resolver su encrucijada descubriendo en Lévi-Strauss –luego de apartar el paradigma estructuralista– “el pensamiento mítico como la trama interna de todo pensar”, y en el Heidegger de ¿Qué significa pensar? el complemento inesperado de El pensamiento salvaje, esa emergencia del abismo (de loreal o del tiempo) al que todo pensamiento habría respondido con las alegorías de las literaturas de la metamorfosis o el logos filosófico.
En La crisálida Horacio González expone una superdialéctica metamorfósica que contiene tanto de filosofía como de literatura, tanto de logos como de mitopoética. Lugar extraño y aporético, en donde la dialéctica y la metamorfosis se atraen y se repelen.


El vestido roto

Entre Franco y Perón: Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina
Dora Schwarzstein
Barcelona
Crítica, 2001
294 págs. $ 32

POR SERGIO DI NUCCI Mientras la Argentina parecía madura para el fascismo, el mundo se revelaba demasiado maduro para él. Se trataba, como anotó Tulio Halperín Donghi en 1964, de seguir el ejemplo de España y aun de la Francia de Vichy, de restaurar los valores tradicionales negados durante todo un siglo. Ejemplos obsoletos: las temibles figuras europeas se mostraban ahora grotescas. Quienes debieron huir de España en 1939 no encontraron consuelo en la Argentina y debieron asistir involuntariamente a una historia repetida, aunque degradada a una menos cruenta comicidad.
La doctora en Historia Dora Schwarzstein se ocupa en Entre Franco y Perón: Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina de los representantes de “la España del vestido roto y la cabeza alta”, que desde Francia alcanzaron Latinoamérica para establecerse sólo circunstancialmente. El volumen privilegia el caso argentino entre los años 1939 y 1955, y reproduce testimonios orales de republicanos anónimos e intelectuales establecidos, de personalidades un tanto más laterales, pero no menos involucradas. Es interesante, por ejemplo, el lugar que se le concede a la autora de Mi fe es el hombre, María Rosa Oliver, amiga díscola de Victoria Ocampo y comprometida con la República al integrar -junto a Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, entre otros– la Comisión Argentina de Ayuda a los Intelectuales Españoles. Resulta menos anecdótica, pero no menos sorprendente, la atención que le presta Schwarzstein al rol que jugaron en el conflicto medios como Sur, Crítica, La Nación y La Prensa.
Si los republicanos no tenían ningún tipo de dudas acerca de la naturaleza social y política del general Franco, con Perón y el peronismo sí tenían mayores reservas. No se podía entender por qué la clase obrera no adquiría en la Argentina mayoría de edad, por qué mostraba devoción por “un militar y un régimen con talante de romería”, por qué no resolvía, de una vez por todas, apoyar las causas del internacionalismo obrero.
Los testimonios revelan dimensiones poco exploradas de la vida cotidiana del exiliado, y Schwarzstein las organiza en capítulos tales como “Amarga derrota y nuevos destinos”, “Las tramas de la solidaridad”, “Redes y estrategias de inserción” o “La complicada trama de la identidad”.
Es reciente la legitimación de la que goza fundamentar, completándolos, estudios históricos a partir de la recolección de testimonios orales. Schwarzstein se cuenta como una de las principales animadoras de esta tendencia en el país. Entre Perón y Franco es fruto de esta novedosa actividad, y en la introducción la autora comenta sus impresiones: “La experiencia de entrevistar me ha afectado de manera particular y de modos variados. He aprendido a preguntar, a escuchar, a compartir en el proceso de creación de las entrevistas”.
La conclusiones son del mismo tono: “Inexorablemente, el exilio impuso sobre los republicanos una ‘partición constante’, una herida siempre abierta de la que no pudieron escapar”. O: “El exilio evoca una situación de descentramiento, dislocación y desplazamiento”. O: “La memoria es un instrumento privilegiado que da sentido a la existencia”. Por último: acaso en el volumen se lamente menos el arribo con asombro a lo evidenteque el salto de los testimonios, emotivos o no, a teorizaciones por momentos escolares.


Pastillas Renomé
por Natalia Fernández Matienzo

El gato eficaz
Luisa Valenzuela
Ediciones de la Flor
Buenos Aires, 2001
126 págs. $ 9.50

La vida, la muerte y los avatares de la existencia humana en general, como se sabe, han logrado perpetuarse en la literatura a través de los tópicos universales y mediante los ardides más diversos. Luisa Valenzuela, amante nata de las miserias del género femenino, se ha dado a la osada tarea de escribir una suerte de diario personal –podría llamársele así, ya que la autorreferencia, según la misma autora, es una de las cualidades que lo distinguen– en el que da rienda suelta a esa debilidad suya que es retratar, así, sin anestesia, las bajezas de las que toda mujer es capaz, si no se tiene cuidado con ellas. El gato eficaz es una novela breve, algo catártica si se quiere, que no deja lugar alguno a la réplica: categórica parece ser su intención de llenar de “gatos de la muerte”, “perros de la vida” y negros amantes lujuriosos que no cesan de flagelarse y reconstruirse gozosamente, páginas de un hondo dramatismo que no prescinde de la ironía más descarnada. A pesar de lo que se diga, el frenesí dionisíaco abunda por las calles y, al parecer, sobre todo en el Village (reducto protagónico de la ficción de este libro): Valenzuela sabe describirlo mediante una prosa que mucho tiene que ver con la lírica y la más cruda nostalgia como estilo discursivo. De carácter absolutamente lúdico, la obra de Valenzuela no deja de sorprender al lector con sus ingeniosas apreciaciones acerca de la posibilidad de incurrir en el pecado, sin que éste se dé de codazos con la inocencia o la metafísica que, por otra parte, son aquí concebidos como elementos perturbadores del buen desarrollo de la vida humana.

Peligrosas palabras
Luisa Valenzuela
Temas
Buenos Aires, 2001
232 págs. $ 14

Visto y considerando que la participación de la mujer en sociedad ha estado signada desde siempre por los condicionamientos que el hombre ha sabido imponerle, hasta el lenguaje, podría pensarse, supo amoldarse a una prolija disección en vocablos privativos de la población masculina, términos de utilización no restringida y bocadillos dignos del presuntamente delicado paladar femenino.
Quizás para reivindicar la libertad de utilización de la totalidad del lenguaje, Luisa Valenzuela emprende una cruzada de unificación de la lengua, una suerte de ensayo en el que no faltan, como es característico en su estilo, las reflexiones socarronas sobre el comportamiento de hombres y mujeres, algunas consideraciones estetizantes acerca de la génesis de las palabras, y atinadas acotaciones sobre teorías falocéntricas, que se permiten incluir otra envidia no registrada por Freud: la del útero. Nada de autocomplacencia femenina, parece exigir la autora, mediante esta inteligente disertación sobre las desavenencias de la prosa femenina en su intento por trascender los parámetros convencionales. Y porque su escritura es coloquial y desprendida de todo prejuicio, casi como si quisiera dar por empezada la empresa de desacralización del universo literario femenino, Valenzuela consigue que lo que podría ser un manifiesto lastimero se convierta en una divertida génesis de posibles estrategias para incluir el llamado shakti, elemento femenino presente en todos los seres humanos, en la cotidianidad social y, por qué no, en la literatura toda.

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