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poscolonialismo

El cercano Oriente

 

Chang–Rae Lee ascendió al cielo de las letras norteamericanas como un inesperado cometa de la literatura poscolonial.
Sus dos novelas, En lengua materna y Gesture Life, serán publicadas en castellano por Anagrama.

POR RODRIGO FRESAN

Hay grandes escritores a los que se los siente venir, se anticipa su llegada, se los adivina en la distancia, se oye desde antes el delicado rumor del estruendo que van a hacer. Son esos grandes escritores cuya aparición tiene algo de la puntualidad de las mareas porque –en especial en Estados Unidos– han hecho bien todo lo que tienen que hacer bien: pasaron por Iowa o Brown, fueron descubiertos allí por el scout de una editorial importante, publicaron un gran cuento en The New Yorker o Esquire, su nombre comenzó a sonar en cocktails de editoriales, alguien consiguió un adelanto de aquéllos, y aquí viene el libro.
Hay grandes escritores que, en cambio –si bien se han detenido en alguna de las escalas anteriores–, parecen haber salido de la nada, materializarse como por arte de magia. Y, tal vez por eso, su talento resulta entonces más conmovedor, necesario, bienvenido. El caso del coreano Chang–Rae Lee.

VENIR DE LEJOS
Chang–Rae Lee nació en Seúl, Corea del Sur, en 1965. Tres años después ya estaba en EE.UU. y veinticinco años más tarde publicaba En lengua materna (Anagrama), que se llevó todos los premios que puede llegar a llevarse una primera novela en el país adoptivo de Chang–Rae Lee, quien trabajaba en una prestigiosa firma de Wall Street cuando decidió “dejarlo todo para intentar ser escritor”. Le salió bien, más que bien. En lengua materna es una de esas novelas felizmente inclasificables –¿policial?, ¿drama de emigré?, ¿monólogo existencialista de extranjero de todas partes?–, aunque se lee con la curiosa alegría que despierta lo que es inasible para nosotros, pero que no demora en agarrarnos para ya no dejarnos ir. En lengua materna gira alrededor de la figura casi zombie del americano–coreano de segunda generación Henry Park, espía de alquiler casado con una norteamericana que ya no soporta su silencio entre zen y autista. Park es el extranjero perpetuo, el testigo eterno, el nowhere man de sí mismo que descubre en la figura de su investigado, John Kwang, un ascendente y glamoroso cacique político de la colonia coreana candidato a la alcaldía de Nueva York, la válvula de escape para dejar escapar por fin, para bien o para mal, la presión contenida de todos estos años. Por supuesto, los secretos que desentierra son los secretos que acabarán modificando la percepción de su identidad cultural, así como la conflictiva relación con aquellos que lo rodean. Comparado con Saul Bellow o con Paul Auster, En lengua materna es uno de esos poco frecuentes y por eso valiosos soul thrillers –o policiales del alma– donde el misterio terrenal que se investiga es, en realidad, la coartada perfecta para la exploración de un enigma mucho más profundo y ancestral, donde todos somos detectives y todos somos criminales porque todos tenemos algo que esconder y confesar al mismo tiempo.

EL COREANO IMPASIBLE
“Es natural que me pregunten si yo soy un artista-político o un artista–artista, y lo cierto es que no lo sé. Yo creo que si uno es un artista es inevitable, tarde o temprano, acaba siendo un artista politizado. Si uno es un artista de verdad, entonces uno está contando verdades básicas, ineludibles. Y la política bien entendida es eso. En cualquier caso, yo no me considero un ‘político’ en actividad. Yo apenas escribo sobre ciertas cosas que me interesan desde un punto de vista humanístico, y si mis libros contribuyen a iluminar ciertos aspectos de la realidad o a educar a las personas, bueno, perfecto. Pero ése no es mi fin. Mi objetivo es el de escribir sobre una serie de momentos humanos de un modo que no me limiten. Mi visión no debe ser limitada por las circunstancias políticas de un determinado entorno, porque a mí lo que me interesa son mis personajes”, explicó Chang–Rae Lee, quien en el 2000, con A Gesture Life –que también publicará Anagrama– ascendió todavía más alto. En su segunda novela, Chang–Rae Lee exploraba otra vida: la del anciano farmacéutico Franklin “Doc” Hata, alguna vez soldado en el ejército imperial japonés y ahora jubilado en la tierra baldía del suburbio norteamericano, quien desde el crepúsculo de sus días recuerda e invoca al fantasma de Klutaeh, una comfort woman coreana –versión degradada de geisha–prisionera de guerra– que no sólo significa el irrecuperable verdadero amor sino, también, el irrecuperable pasado. Todo esto escrito y descripto con una prosa entre contenida y lírica y crepuscular que recuerda sin demoras a la de John Cheever (a quien Chang–Rae Lee le hace un guiño y un homenaje más que explícito en una página de A Gesture Life) y que produce ese tipo de asombro apenas separado de la envidia ante el triunfo de un escritor que tiene la oportunidad –por herencia y talento– de disponer de lo mejor de ambos mundos, de Oriente y Occidente, a la hora de plantar con firmeza sus fértiles novelas universales.

EL SUEÑO DE LOS HEROES
Los nombres–influencias que planean, inevitables, sobre el de Chang Rae–Lee son los de otros escritores del tipo “étnico” como Hanif Kureishi, Salman Rushdie, la recién llegada Zadie Smith. Pero hay algo diferente en Chang–Rae Lee que lo separa y lo diferencia de los anteriores. Tanto en En lengua materna como en A Gesture Life, lo racial y cultural no aparece presentado como colorido y picaresco telón de fondo sino como genes y cromosomas, como partes indivisibles de héroes que deambulan por paisajes nuevos como samurais sin patrón. Un crítico definió a Chang–Rae Lee como “la perfecta combinación de Richard Ford y Kazuo Ishiguro”. Y no se equivoca: esa mirada clínica, ese tránsito de héroe derrotado, esa forma de saberse extranjero para siempre sin por eso resignar la posibilidad más que cierta de convertirse en clásico de todas partes. En eso está, por suerte para nosotros, Chang–Rae Lee.