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RESEÑAS

Sociología generalizada

LAS ESTRUCTURAS SOCIALES DE LA ECONOMIA
Pierre Bourdieu
trad. Horacio Pons
Manantial
Buenos Aires, 2001
271 págs., $ 19
EL SOCIOLOGO Y LAS TRANSFORMACIONES RECIENTES DE LA ECONOMIA EN LA SOCIEDAD
Pierre Bourdieu
Libros del Rojas
Buenos Aires, 2000
78 págs., $ 8

POR JOAQUIN MIRKIN

Probablemente estemos asistiendo a una nueva fase de la historia. Más de veinte años de predominio de los postulados de la economía neoliberal parecen hoy puestos en jaque desde sus inicios en la década del setenta. ¿Vuelta del Estado? ¿Retorno de la política?
Uno de los más polémicos críticos de la visión neoliberal (ajuste fiscal, privatizaciones, desregulación, retracción del Estado, entre otras cosas) ha sido sin dudas Pierre Bourdieu –profesor titular de la cátedra de sociología del Collège de France–, cuya obra se ha convertido en un clásico de la sociología contemporánea. Tanto Las estructuras sociales de la economía (su último ensayo) como El sociólogo y las transformaciones recientes de la economía en la sociedad (desgrabación de una videoconferencia entre Santiago de Chile, Córdoba, Buenos Aires y París) ofrecen un agudo análisis sociológico de la economía y de los temas económicos para demostrar cómo –en el primer caso– la oferta, la demanda, el mercado y las categorías de comprador y de vendedor son nada más y nada menos que el producto de una construcción social.
El camino elegido por Bourdieu en su ensayo es un caso de sociología empírica: las políticas de vivienda en Francia. A partir de allí prueba que las explicaciones económicas no alcanzan para dar cuenta de la realidad sino que hace falta recurrir al sustrato social, o lo que es lo mismo: que la economía necesita de las explicaciones sociológicas. En lugar de oponerse, dice el autor, sociología y economía constituyen una única disciplina que tiene por objeto el análisis de los hechos sociales, y las transacciones económicas no son más que un aspecto. El engaño reside en que la ideología neoliberal ha logrado imponer su visión respecto de los postulados de la ciencia económica, enfrentando al sistema económico (racional), por un lado, con el sistema político y social (ineficiente y perturbador), por el otro. Las estructuras sociales de la economía relee además a Weber, Marx y Polanyi a la luz de los nuevos aportes provenientes de la antropología (Marc Augé) y de la historia (Giovanni Levi), así como también de los datos del Instituto Nacional de Estadística e Investigaciones Económicas de Francia.
“La ciencia económica es muy poderosa, pero no es capaz de determinarlo todo”, explica Bourdieu en la videoconferencia. “Me parece que los sociólogos aceptan aquella división intelectual en la cual los economistas trabajan sobre lo económico y a los sociólogos les toca lo social. Es una división muy potente, pero no tiene bases teóricas ni intelectuales. Los sociólogos tienen que tratar de usar los instrumentos propios para entender las cosas económicas”, dice. En síntesis, propone un análisis estructural de las conductas económicas con el objetivo de invertir las relaciones de dominación intelectual. Semejante proyecto (al igual que varias de sus obras anteriores) ha despertado acusaciones de peso: despotismo, pedantería, poco rigor, exacerbado estructuralismo y la intención de acaparar el sentido y la finalidad de los movimientos sociales europeos (Bourdieu detenta las riendas del polo crítico oriundo de las huelgas de 1995 en Francia, el grupo de intelectuales que buscan poner a disposición del movimiento social el trabajo de sociólogos, psicólogos e historiadores). “Como acumulé prestigio –sostiene–, pienso que debo aportar al mundo político los valores del mundo intelectual.” Y es precisamente con sus “armas científicas” (la sociología) como sale a la arena a firmar solicitadas, enfrenta a la izquierda plural, se acerca a los desempleados en huelga de hambre, a los obreros sin trabajo y va a los comités sindicales, además de hablar con los sin techo. Víctima alguna vez de ese “moralismo de la neutralidad, del no implicarse, de la no intervención”, dispara hoy con gran claridad: “No dejar el trabajo científico en el vestuario, servirse de él como un arma política”.

Mito aplastante

RIMBAUD EL HIJO
Pierre Michon
trad. María Teresa Gallego Urrutia
Anagrama
Barcelona, 2001
116 págs., $ 13

POR WALTER CASSARA

Más allá de algunas discusiones estériles en torno al signo contradictorio que alumbra toda experiencia poética, la vida de Arthur Rimbaud, o lo que de ella suelen salmodiarnos sus hagiógrafos, ha alentado –desde las canteras del surrealismo al celuloide de Hollywood– toda clase de malentendidos y artefactos de superchería literaria tales como este libro (el décimo de Pierre Michon, escritor nacido en 1945 en Cards, en la Creuse francesa, donde vive apartado del mundillo literario, autor de Vidas minúsculas, Amos y siervos y El rey del bosque, entre otros títulos) que no vacila en presentarnos al autor de Iluminaciones y Una temporada en el infierno, desde la primera página, como “la poesía en persona”, con toda su iconografía adolescente y profética.
Desde esta perspectiva viciada de hipérbole, que entroniza una vez más la figura de un autor cuya obra es hoy incuestionable (aunque más legendaria que legible) se trama la prosa versicular y analítica de Rimbaud el hijo, novela que es ensayo que es euforia lírica y que, al igual que Vidas minúsculas, la primera obra publicada por Michon, se escurre entre las grietas de los géneros, al tiempo que manipula la vida y la bibliografía de personalidades eminentes.
Siete intensos capítulos que se disponen a la manera de un retablo o sucesión de cuadros entrelazados con el mito y la novela familiar del poeta: desde la dictadura materna y la deuda con un padre ausente hasta las aventuras precoces en el París de la Comuna, los encuentros fulminantes con Verlaine, las borracheras de ajenjo y los consabidos escándalos.
Quizá por eso Michon no cite un solo verso de Rimbaud y se interese más por una sesión fotográfica que por los vértigos fijados en la escritura (el célebre retrato del poeta con la corbata torcida, tomado por Carjat, es descripto a lo largo de varias páginas como un momento de letal epifanía), ateniéndose a la divulgación extática de un culto que ha terminado por sepultar la voz creadora de Rimbaud bajo un fardo de documentos y comentarios de mística poética.
De ahí también el tono pontificante que destila el libro, cierto aire abigarrado de antigualla parnasiana y el furor discursivo que rige cláusulas del siguiente tenor: “Y como buenos devotos tenemos empeño en creer que Banville oyó el Te Deum; que quizá oyó en los versos del colegial un eco muy lejano del brinco con que se metió el hada mala en el tabuco interior; de las nupcias que allí recobró con el Capitán; del impecable desposorio de la corneta y los padrenuestros”.
Baste esta muestra de transida catequesis para apuntar el énfasis anacrónico que impulsa la escritura de Pierre Michon; el correcto amodorramiento que producen sus enumeraciones del santoral rimbaudiano. Aquí cada enunciado reviste una tensión metafórica, sin embargo su alcance analógico descansa sobre las claves del relato: “el brinco del hada maligna”, por ejemplo, no alude a ninguna misteriosa férula de los bosques, como podría pensarse, sino a la gravitación que Vitalie Rimbaud tuvo sobre el carácter genial y díscolo del hijo.
Lo mismo ocurre con el sonoro matrimonio del padrenuestro y la corneta, expresión que evoca alegóricamente la sombra del incesto paterno. En loque respecta al Te Deum de Banville, se sabe: es lo único que este poeta de los cenáculos simbolistas pudo llegar a oír sin interferencias.
El escaso (por no decir nulo) interés que el libro de Pierre Michon puede suscitar, aun entre los devotos de Rimbaud, quizá se deba al apriorismo que contamina sus hipótesis, además de la fidelidad a un mito que ya pertenece al campo del kitsch y cuyo elocuente epítome no contribuye sino a aumentar la distancia que existe entre el autor de un puñado de poemas perfectos y el fantasma del adolescente maldito que los escribió. Como dijo el poeta: “Lo mejor, un sueño ebrio sobre la arena”.

Monstruo

FRANKENSTEIN: MITO Y FILOSOFIA
Jean-Jaques Lecercle
Trad. de Emilio Bernini
Siglo XXI
Buenos Aires, 2001 106 págs, $ 10

POR JORGE PINEDO

Mary Shelley tenía sólo diecinueve años cuando escribió Frankenstein: ¡qué monstruo! Así, a partir de 1816, el nombre propio fue mutando, superponiéndose al adjetivo. Aun más, el apellido del personaje (Victor) que crea al monstruo fue convirtiéndose en la filiación de éste: el hijo que va más allá del padre y, al superarlo, lo aniquila, textualmente. Y al superarlo, estipula una diferencia (de grupos, de generaciones, de sexos), un antes y un después donde ya nada volverá a ser lo mismo. En otros términos, un mito. Como Mary Shelley, Jean-Jaques Lecercle genera un ensayo cuya luminosidad reside en el entrecruzamiento de momentos, situaciones y discursos destinados exhumar una genealogía. El texto, entonces, “es ese monstruo de escritura, donde se constituye la mirada de un sujeto autor”.
Para modernos, los clásicos. De modo que Frankenstein: mito y filosofía se zambulle en los intertextos que anteceden, soportan y otorgan condición de posibilidad a la obra maestra de la victoriana joven. Para ello, Lecercle se vale de herramientas conocidas, aunque pocas veces de tal modo utilizadas. Despliega sus hipótesis a golpe de pura solvencia, bajo la tesis general del ejercicio de la contradicción: para el aspecto estrictamente narrativo se vale de lo mejor de Lévi-Strauss sin aditamentos existenciales; para la vertiente histórica echa el guante sobre Marx, ya no en tanto argumento ideológico sino como método de análisis; para el recorte subjetivo recurre a un Freud por fuera de la “interpretación” terapéutica y por dentro de otra economía, la del alma humana.
Lecercle logra rescatar, de tal modo, lo que el monstruo tiene de Fausto, Edipo y Prometeo; de Iluminismo, capitalismo incipiente y revolución; de novela, crónica y testimonio. Desenvuelve, en otros términos, un mito (por ende, siempre actual) que en ningún momento se convierte en nada más que “la solución imaginaria de una contradicción real insoluble; también es la familiarización (la sexualización) de la coyuntura histórica, así como la historización de la coyuntura familiar (sexual)”. Recorrido durante el cual Lecercle tiene la sagacidad de escapar a la abrumadora tentación de perpetrar psicología del autor tanto como evita la psicología del personaje. Posición que lo lleva a contraponer al monstruo de Mary Shelley con su heredero, el Drácula de Bram Stocker, en el afán de transponer el conjunto de variantes mitográficas, que incluyen las respectivas versiones realizadas para el cine, llegando hasta el memorable Frankenstein Junior de Mel Brooks de 1974.
Destinado a transformarse en objeto de culto para la crítica de los clásicos en general, no menos que para la reflexión antropológica y la pesquisa psicoanalítica, Frankenstein: mito y filosofía excede el anuncio de su título. Recupera la especificidad de la “novela gótica” al desnudarla como denominación académica del “realismo mágico” europeo del siglo XIX cada vez que se aboca a la crítica histórica del siglo XVIII. Texto, método y articulación se barajan mediante una prosa que acaricia lo coloquial sin perder profundidad ni transparencia, a lo que colabora la ajustada traducción de Emilio Bernini.

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