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FICICONES TRIBALES

LAS SAGRADAS FAMILIAS

Las últimas novelas de Douglas Coupland y Jonathan Franzen examinan con lupa el estado de la familia y la presentan, lejos del sueño americano, como un universo desquiciado. ¿El regreso de la moral pequeño-burguesa?

POR RODRIGO FRESAN

Ocurre desde el principio de los tiempos –desde Adán y Eva, y Caín y Abel–, pero es Ley de Murphy desde que León Tolstoi escribió aquellas primeras líneas de Anna Karenina: las familias infelices son las que vale la pena narrar, porque la infelicidad es siempre diferente. Y las familias infelices suelen hacer felices a los lectores. Conozcan –si se atreven– a los Drummond y a los Lambert.

TODAS LAS FAMILIAS SON PSICóTICAS
Luego del espíritu new age de Girlfriend in a Coma (recientemente editada en español como La segunda oportunidad) y las instrucciones de autoayuda de la todavía inédita en nuestro idioma Miss Wyoming, lo cierto es que pocos esperaban la disparata incorrección política de la nueva novela de Douglas Coupland. Este autor –que pasará a la historia como el inventor de la etiqueta “Generación X”– da un brusco golpe de timón con su sexta novela All Families Are Psychotic, comedia negra oscurísima que lo devuelve al territorio apenas insinuado en su amarga Planeta Shampoo (1992) para contar la perfecta disfuncionalidad de la tribu Drummond: personajes escapados de una sitcom loca entre los que se cuentan una hija astronauta talidomídica, una madre adicta a la Internet hardcore, a la que su hijo delincuente le contagió el sida (el padre le dispara al hijo, la bala lo atraviesa y va a incrustarse en la madre), otro hijo que ha intentado suicidarse varias veces con resultados más bien tristes. Por si esto fuera poco, por ahí anda gente interesada en vender esa carta que uno de los hijitos de Lady Di depositó sobre el féretro de su madre y gente interesada en comprar un bebé que todavía no ha nacido y alguien que explica lo del título –la psicopatología de la infelicidad familiar, la imposibilidad de hallar un sistema y una cura en las múltiples variaciones de la tristeza– y alguien que dice que “somos jardines que han perdido sus jardineros”. Los Hermanos Farrelly deberían hacerse ya con los derechos para el cine de esta feliz novela de infelices.

LAS CORRECCIONES
La tercera novela de Jonathan Franzen –The Corrections, Nº 1 de ventas, ganadora del National Book Award, elegida por Oprah para su Club de Libros y próxima a ser editada por Seix Barral– viene siendo promovida y celebrada como la nueva encarnación de la Gran Novela Americana desde su llegada a las librerías de EE.UU. La pregunta es: ¿por qué? La respuesta es compleja, larga: Franzen –autor de dos más que correctas novelas anteriores, The Twenty-Seventh City (1988) y Strong Motion (1992), donde contaba con modales realistas un improbable avance hindú sobre Saint Louis y los también improbables terremotos que golpean a Boston por culpa de una fábrica de sustancias químicas– ha sido consagrado como la resistencia social verité a las estéticas e innovaciones formales que han venido proponiendo Rick Moody, David Foster Wallace, Donald Antrim, George Saunders, Chuck Palahniuk y otros novísimos profetas de la Pesadilla Americana. The Corrections y Franzen –conocido también por un largo ensayo en la revista Harper’s publicado en 1996 con el título “Penchance to Dream”, donde denunciaba la irrelevancia de la literatura de hoy y la necesidad de regresar a la novela balzaciana– opta, en cambio, por una encendida defensa del Sueño Americano corporizado en las idas y vueltas de la familia Lambert: padre enfermo, madre insoportable, hijo sin brújula, hijo neurótico, hija promiscua. Todo más cerca de Tom Wolfe que de Philip Roth y cocinado a fuego lentísimo siguiendo la receta recalentada de gente como John O’Hara e Irwin Shaw a la vez que se permite una reescritura Big Mac de las mejores porciones nouvelle del Don DeLillo de Ruido de fondo y Submundo, del Rick Moody de La tormenta de hielo y América ocaso, el Michael Cunningham de Una casa en el fin del mundo y del David Foster Wallace –a quien en varias entrevistas señala como colega y rival a superar– de Infinite Jest y el ensayo “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”.
Cunningham, DeLillo y Wallace elogian a Franzen desde la contratapa de su libro (cabe pensar en aquella conocida táctica de los de arriba elogiando a los de abajo porque no les hacen sombra) y leer The Corrections –si se sigue más o menos el presente de lo que se escribe en Estados Unidos– equivale a una suerte de constante déjà vu: enfermedad degenerativa, psicotrópicos, cruceros por el Caribe, aventuras en la Nueva Europa fragmentada, cambios de pareja... Todo está ahí, otra vez, facilito y como en American Beauty, transgresor sin ser irrespetuoso, fácilmente digerible para el gran público lector que prefiere la sensación de estar leyendo un Gran Libro sin complicaciones antes que la certeza y el esfuerzo de leer varios complejos libros grandes. Y, digámoslo: no hay novela social y familiera norteamericana que todavía supere lo que hizo y hace John Updike con la tetralogía Rabbit Angstrom y la coda “Rabbit Remembered”.
The Corrections, con su curva de caídas y ascensos, es el libro ideal para una sociedad aterrorizada por el mundo exterior y así está siendo leído –me cuentan desde Nueva York– por gente en busca de historias de consuelo y redención. Ficción moral en el peor sentido del asunto. Detalle gracioso y mal que le pese a Franzen, The Corrections acaba siendo más “experimental” que todos: toda su primera edición invierte por errata el orden de las páginas 430 y 431 y al final los Lambert, más o menos felices y lindos y unidos y Campanelli, confirman aquella Ley de Tolstoi: son aburridos e iguales a cualquier otra familia más o menos correctamente escrita.