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Jueves 26 de Julio de 2001

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1975, EL AÑO EN QUE DAVID BOWIE SE RECHIFLO

PANICO Y LOCURA EN LOS ANGELES

Hubo un tiempo en que Ziggy Stardust se convirtió en el Delgado Duque Blanco. Aquel suceso está narrado en la biografía David Bowie, una extraña fascinación, que será editada en septiembre en la Argentina: allí el periodista inglés David Buckley echa luz sobre los días en que el camaleón se mimetizó con su papel de extraterrestre en una película, mientras aspiraba toneladas de cocaína, almacenaba los flujos que desechaba su cuerpo y declaraba cierta fascinación por la iconografía nazi.

POR DAVID BUCKLEY

El Delgado Duque Blanco fue la imagen pop más desagradable de Bowie: un personaje cruel, amoral y sin sentimientos que adoptó durante la segunda mitad de su estancia en América. El propio Bowie dijo que esa creación formaba parte del deseo de regresar a Europa. Su criatura encarnaba lo que los alemanes llaman kalte pracht (“esplendor frío”), al tiempo que imitaba a los grandes del cine mudo de los años ‘20 como Keaton. “Hay mucho de Buster Keaton en todo lo que hago”, admitió Bowie años más tarde en una entrevista para Rolling Stone. Así como Keaton fue la gran cara de piedra, o como el mimo, el payaso o el artista del kabuki cuyas facciones se han vuelto tan fijas que se han agarrotado en una sonrisa o mueca permanente, también Bowie sugería todo y nada a la vez. Dio a sus fans una imagen tan desprovista de emoción en aquellos rasgos inmutables que podían interpretar cualquier cosa. Dónde terminaba el Delgado Duque Blanco y dónde empezaba Bowie es una cuestión dudosa. Si se acepta la mitificación de Bowie, esas personalidades inventadas dominaban la vida real de David Jones y le hacían actuar de acuerdo con su carácter. Pero, ¿hasta qué punto eso no es más que una cortina de humo para ocultar, o justificar, enormes lapsos de experimentación, intelectualización disparatada y locura inducida por la cocaína? Bowie exhibió todas esas características durante los dieciocho meses siguientes, paradójicamente uno de los períodos más creativos de su vida.
Fue durante la representación de su primer papel protagonista en el cine, como el extraterrestre Thomas Newton en el clásico de la ciencia ficción The man who fell to Earth, de Nicholas Roeg, cuando su infelicidad fuera de la pantalla se fundió con la morfología alienígena del personaje que encarnaba. Bowie se convirtió en un adicto paralizado, mitad invención mediática, mitad ser humano. Durante el período del Delgado Duque Blanco, Bowie estuvo sumido en un estado de terror psíquico.
A mediados de 1975, el consumo de cocaína por parte de Bowie era espectacular. Aún estaba casado con Angie, pero ella pasaba la mayor parte del tiempo en el Reino Unido mientras David permanecía en Estados Unidos. Bowie iba de una aventura a otra al tiempo que seguía saliendo con Ava Cherry. Divorciado de Tony DeFriers, contrató como manager al abogado Michael Lippman, pese a que Tony Zanetta, de MainMan y Angie Bowie habían aspirado al puesto. Bowie se había mudado de Nueva York a Los Angeles, en una casa de alquiler relativamente pequeña, de forma cúbica, con una piscina cubierta, dos esfinges blancas en el jardín (símbolos de las ciencias ocultas y la bisexualidad) y una colección de obras de arte egipcias. Pasaba largas horas encerrado en su habitación, con las cortinas corridas para cerrar el paso al sol abrasador. A la luz de unas velas negras, la estrella del pop dibujaba pentagramas en grandes hojas de papel o en las paredes. La paranoia de Bowie entraba en una fase nueva y aún más siniestra. En ese estado de inconciencia no era capaz de editar discos: su última visita a un estudio había tenido lugar meses antes con John Lennon para grabar “Fame”, y tardaría otros seis meses en volver. No obstante, Bowie se repuso lo suficiente para desempeñar su primer papel importante en el cine.
La colonización del séptimo arte por parte de Bowie fue un paso lógico y nada sorprendente. A fin de cuentas, sus actuaciones en el escenario y sus temas poseían una cualidad cinematográfica. También era muy fotogénico, y ya en los años ‘60, como hemos visto, había hecho alguna incursión en el cine. Además, Bowie estaba sumamente interesado en el cine como medio, poseía una extensa biblioteca, sobre todo de películas expresionistas anteriores a los años ‘30 y quería conocer los mecanismos de dirección y producción. También había empezado a trabajar en dos proyectos de posibles films que más tarde abandonó. El primero era un musical sobre Ziggy Stardust, y el segundo, una adaptación de Diamond dogs. (...) En un principio, el papel de The man who fell to Earth iba a ser para Peter O’Toole, mientras que el actor y novelista Michael Crichton, con sus dos metros de estatura, constituía una segunda opción. El extraterrestre de la novela de William Trevis era un simulacro de ser humano, pero muy alto y Nicholas Roeg necesitaba un actor que cumpliera ese requisito. Bowie, que afirmaba medir 1,79, partía con desventaja para conseguir el papel. Sin embargo, poseía algo que O’Toole y Crichton no tenían: rareza en la vida real. Así pues, parecía que Bowie no tendría que esforzarse mucho por actuar, a juzgar por lo extraterrestre que resultaba su comportamiento terrestre. Roeg se sentía atraído también por David por “su sentido de la mímica y el movimiento” en el escenario. (...)
En Nueva York, Roeg fue a ver a Bowie. Estaban citados a las siete de la tarde, pero Bowie no se acordó hasta las ocho y, creyendo que Roeg ya se habría marchado, decidió seguir ocupándose de otros asuntos. Sin embargo, Roeg esperó pacientemente durante ocho horas, sentado en la cocina de Bowie hasta el regreso de éste. Por fin se pusieron a charlar, y Roeg se dio cuenta enseguida de que había dado con su extraterrestre. Más tarde declararía al periodista Tony Parsons: “Normalmente un actor se presenta para un papel, pero a veces parece que el papel se dirige hacia un actor. Ese fue el caso con David Bowie y The man who fell to Earth”.
El film planteaba la visión de Roeg sobre temas como sexo raro, alienación y escisión espacio–tiempo en lugar de versar sobre la temática estándar del entretenimiento fantástico y de ciencia ficción. Durante la mayor parte de la película, el extraterrestre de Roeg iba a ser Bowie tal como era, no disfrazado con un traje grotesco y recubierto de lodo verde. El extraterrestre de Bowie, Thomas Jerome Newton, viaja a la Tierra en busca de recursos para su planeta moribundo y es corrompido por la humanidad. (...)
El productor Nicholas Roeg dijo a la estrella del rock que muy probablemente seguiría representando el papel durante una larga temporada después del rodaje. Y así sucedió. Bowie no sólo conservó la actitud fría y la rigidez ultramundana de Thomas Newton sino que también lució los trajes y el peinado que había concebido para el personaje. Acababa de nacer el Delgado Duque Blanco, el último y más insensibilizado alter ego de Bowie. Así como Newton era un intruso corrompido por las costumbres contemporáneas y absolutamente desarraigado, con una percepción de sí mismo degradada, para su siguiente proyecto de grabación, Bowie, un hombre espiritualmente alterado y encerrado en sí mismo, explotó esas emociones de ficción y creó un trabajo asombroso. (...)
A principios del otoño de 1975, Bowie no había grabado ningún material nuevo con el sello David Bowie desde hacía casi un año. Tuvo cierta actividad, pero nada de lo que produjo durante ese período se ha editado oficialmente. Grabó dos temas con Iggy Pop, “Drink to me” y “Moving on”, si bien son desconocidos incluso para los seguidores más incondicionales de Bowie. En cualquier caso, éste había aborrecido la música rock por completo. Es más, según algunas fuentes se había hartado también de la música disco/soul que le había dado fama tiempo antes. En un momento profético en 1975, mucho antes de que los analistas culturales hicieran fortuna con titulares similares, Bowie declaró que el rock había muerto. “Es una vieja desdentada”, aseguró. Pese a haberse revolcado en todos los adornos del superestrellato del rock, Bowie jamás se consideró un rockero. Ahora renunciaba al rock, y lo sustituía primero por su idiosincrásica adopción de los estilos negros americanos y, más tarde, por las ricas perspectivas del experimentalismo europeo.
Parece ser que el motivo principal del retraso temporal de Bowie en su producción musical fue que se había sumido en un estado próximo a la paranoia. RCA lo sometía a una presión constante para conseguir éxitos comerciales. Estaba rodeado de un séquito de cuidadores y protectores que lo aislaban del mundo. Roeg comentó a Tony Parsons en 1993: “La principal dificultad que tuve fue la de acceder a él, no emocionalmente sino a unnivel puramente físico. Por supuesto que todas las estrellas están rodeadas de barreras, de un filtro, pero en el caso de Bowie parecían especialmente sólidas”.
Bowie quería salir, pero por el momento no encontraba el camino. Lo peor era el peso de las expectativas de un público que le consideraba sinónimo de conmoción y escándalo. ¿Cómo podía Bowie echarse atrás cuando su razón de ser consistía en extender los límites de lo anormal? El hecho de proceder de una familia con un historial de enfermedades mentales, junto al hecho de sentir atracción por personalidades excéntricas, volubles y, para algunos, psicopáticas (Iggy Pop era un buen ejemplo de ello en aquella época), implicaba que Bowie veía locura, real e imaginaria, a su alrededor.
Bajo el peso de la presión emocional, su mente comenzaba a agrietarse. Estaba muy por debajo de los 45 kilos y sobrevivía con una dieta de pimientos rojos y verdes que tragaba con leche que tomaba directamente del envase. “Tenía la nevera repleta de esos alimentos –recordaba Bowie en 1998– y cuando no alucinaba, estaba sentado en el suelo a oscuras, alumbrado por la luz que se colaba por la rendija de la puerta, cortando pimientos con un cuchillo y metiéndomelos en la boca (...). Las horas de las comidas eran las cuatro de la mañana y las cinco de la tarde (...). Tenía siempre las cortinas cerradas. No quería que el sol de Los Angeles estropeara vibraciones del instante eterno.” Coco, aterrorizada, trataba de hacerle comer de manera decente y lo ayudaba durante sus peores crisis causadas por la cocaína, pero poco se podía hacer por él. Era un caso de completa abyección. “Lo que sí recuerdo es que, según Coco me contó –dice el productor Hugh Padgham, que trabajó con un Bowie más sano mucho tiempo después–, ella llegaba por la mañana, encontraba a David desplomado en alguna parte y utilizaba el espejo sobre el que tenía la coca, colocándolo delante de su cara para comprobar si respiraba o no. Le ponía el espejo delante de la nariz para ver si se empañaba con la respiración.”
Por lo visto, Bowie, fascinado por el ocultismo y la numerología, empezó a guardar su orina en el frigorífico para que ningún otro hechicero pudiera utilizar sus líquidos corporales para encantarlo. Bowie se interesó asimismo por la fotografía Kirlian, una técnica desarrollada por los soviéticos que pretendía medir el flujo de magnetismo animal en el cuerpo humano. Esa técnica era una respuesta a los ocultistas hindúes y a los yoguis tibetanos, que se sabían controlar los flujos de energía desde hacía siglos. Un especial de Arena sobre Bowie, publicado en 1993, reproducía una fotografía Kirlian del campo magnético que rodeaba la punta de sus dedos y su crucifijo antes y después de consumir cocaína. La fotografía, o una muy parecida, fechada en abril de 1975, se utilizaría más de dos décadas después para la funda interior de Earthling.
“En aquel entonces era capaz de estar levantado indefinidamente. Mi química debía de ser sobrehumana. Permanecía despierto durante siete u ocho días seguidos –explica Bowie en los ‘90–. Desde luego, con el paso de los días, el cansancio y la fatiga inminentes producían un estado alucinógeno de modo natural (...), bueno, seminatural. Hacia el final de la semana toda mi vida se transformaba en ese extraño mundo fantástico y nihilista de perdición venidera, personajes mitológicos y totalitarismo inminente. Con mucho, lo peor.” Y agregó: “Vivía en Los Angeles en un decorado egipcio. Era una casa de alquiler, pero me atraía porque yo tenía un interés más que pasajero por el misticismo egipcio, la cábala y todas esas historias que son intrínsecamente engañosas; una mezcolanza cuya esencia he olvidado. Pero, al mismo tiempo, parecía diáfanamente evidente cuál era la respuesta a la existencia. Así pues, la casa ocupaba un puesto ritualista en mi vida”.
Bowie estaba rodeado de ocultismo post–hippy. El Sunset Boulevard de mediados de los ‘70 rebosaba de tiendas ocultistas. Bowie, en busca de la unidad espiritual (fue hacia esa época cuando empezó a llevar un crucifijocomo una especie de talismán protector contra las fuerzas del mal), lo absorbía todo como una esponja.
En cierta ocasión, Bowie llamó a Angie a Londres y le aseguró que estaba retenido en algún lugar de Los Angeles contra su voluntad por brujas que querían su semen para quedar preñadas en el aquelarre del 30 de abril. Se supo que simplemente pasaba el rato con algunas fans, pero estaba tan drogado que empezó a tener ataques de ansiedad paranoicos y semialucinógenos. La situación llegó a un punto crítico cuando hizo exorcizar su domicilio en Doheney Drive por un profesional. Según Angie, al final de la sesión quemaron la imagen del diablo en el fondo de la piscina cubierta. Bowie necesitaba ayuda. n
Del capítulo 6, Manchas blancas indelebles (1975-1976)

Hogar, dulce hogar

PABLO KRANTZ

Tenía 14 años cuando, en la disquería de un aeropuerto que debía ser el de Amsterdam, en una escapada me alejé de mis padres y me compré Ziggy Stardust, sin saber demasiado bien qué era, sin tener idea de que ése sería uno de los tres o cuatro discos que más escucharía en mi vida futura. No sé si será por ese encuentro fantasmagórico, o por culpa y mérito del propio artista, pero la música de Bowie siempre me pareció algo definitivo y a la vez misterioso, fugitivo, como un fragmento de un viejo sueño que alguien hubiera rescatado de un rincón perdido de mi propio cerebro. Al escuchar sus grabaciones, me parece inverosímil que alguien haya compuesto alguna vez esos temas en la soledad de un cuarto, y les haya inventado los arreglos y los haya grabado; no, me parece que existen desde siempre, tal como están, sin una nota de más ni un gritito de menos. A pesar de que debería poder ponerme a pensar y de alguna manera desentrañar a qué estilo pertenece cada tema o cada disco, no puedo hacerlo: cada vez que pongo Hunky Dory, Low o Scary Monsters, vuelve a suceder, sólo escucho perfección –perfección incomprensible–, y no me importan sus personajes, ni sus cambios de vestuario, ni sus cambios de estilo, ni siquiera lo que los años ‘80 hayan hecho de él. El hombre que construyó Ziggy Stardust construyó también uno de los pocos hogares confiables que tengo en esta Tierra.

 

Aquella foto en Victoria Station, el saludo nazi...

¿Lo hizo o no lo hizo?

Al mismo tiempo de la cocaína, la paranoia y los arranques esotéricos, Bowie se metió en un buen lío a partir de cierta fascinación por los símbolos y la teatralidad intrínseca del nazismo. Según reseña Buckley en la página 242 del libro, el Duque declaró a Cameron Crowe de Playboy, en 1974: “Adolf Hitler fue una de las primeras estrellas de rock. Fijate en algunas de sus películas y en cómo se movía. Creo que era tan bueno como Jagger... No fue un político. Fue un artista mediático. Usó la política y el teatro y creó esa cosa que gobernó, y controló el espectáculo durante esos doce años. El mundo no volverá a ver a nadie como él. Puso a un país en escena”.
Dos años después, el desliz pasó de castaño oscuro a partir de un confuso episodio público. Fue el 2 de mayo de 1976, el día de su “regreso” a Londres: Bowie llegó a Victoria Station, donde lo esperaba una multitud. Según el libro, existe una filmación de aquel momento en donde se ve un vago gesto que podría parecerse al saludo nazi del brazo derecho extendido. Es curioso que ninguno de los diarios sensacionalistas de la ciudad se hayan percatado y sólo una fotografía publicada por el New Musical Express –la que ilustra esta nota– refleja el momento, pero sin hacer mención alguna al gesto. Gary Numan, presente aquel día como un simple fan, tampoco vio nada extraño aunque... “En realidad, no llegué a verle porque había demasiada gente. Pero Bowie acababa de llegar de Alemania y estoy seguro de que la prensa buscaba algo. Uno está de pie en la parte trasera del coche y saluda a la enorme muchedumbre, que se encuentra a cierta distancia. Imaginate. Si un fotógrafo toma una serie de instantáneas de alguien que saluda, al final de la secuencia obtendrá un saludo nazi con el brazo extendido... Me habría asombrado que hubiera hecho un saludo nazi. Cuando estuve allí, no vi a nadie ni había miles de personas que fueron por ahí diciendo: ¡Qué boludo! ¡Hizo el saludo nazi! Nadie. La gente sólo pensó que saludaba, y estoy seguro de que eso fue lo que hizo.”

Moby

“Me resulta realmente difícil pensar qué disco de cualquier artista me haya afectado tanto como los discos de Bowie grabados en Berlín. Todavía los escucho y todavía me siguen pareciendo increíbles, inolvidables. La verdad es que no percibo mucha influencia de esos discos en la música de hoy, pero desearía que así fuera. También es cierto que quienes lo intenten podrían hacerlo mucho peor que Low o Station to station. Ese es mi disco favorito de Bowie, por ‘Héroes’.”


Bono

“David Bowie dominó el estrellato antes que nadie. Lo hizo, y su figura se hizo tan famosa que se volvió casi religiosa, porque la fama es todo lo que el siglo XX deja en ese departamento. Sé algo de eso, pero no todo lo que necesito saber. David Bowie sabe mucho de eso. Flirteó con ello, bailó con sus demonios en Broadway, con comerciales, en compañía de corporaciones... pero siempre fue tinta, nunca sangre. Una de las reglas no escritas del rock and roll es que podés ser una estrella y no una celebridad... Esto no se aplica a Bowie: queremos que sea una estrella-estrella, queremos verlo por ahí con Elizabeth Taylor, queremos ver cuán lejos puede ir.”

 

1963
1967
1971

CARAS - CARAS

1963. David Jones se inicia con los King Bees, una banda de rhythm & blues formada en una peluquería de Bromley. Raya al costado, jefe.

1967. En plena explosión del flower power, se edita David Bowie, el debut. Soy un hippie, siempre fui así...

1971. El extraño de pelo largo llega a Manhattan. Aparece The man who sold the world y más tarde Hunky Dory, dos discazos.

1973. La primera de sus encarnaciones en señora sofisticada. Inventa el efímero personaje Aladdin Sane y graba un disco en su honor.

1976. Los 45 kilos del Duque Blanco. Sale Station to Station, buena merca.

1980. Bowie publica Scary Monsters y, a diez años de la Odisea, resucita al Mayor Tom en pleno desencanto de la carrera espacial.

1984. Ay, los ochenta... David se corta el pelo a lo Brian Setzer y se acomoda en el emporio de las estrellas de rock maduras.

1990. Retratado durante su primera visita a la Argentina, poco después de los trajes negros de Tin Machine.

1996. David lo vuelve a hacer: el sonido de moda al servicio de su genio compositivo. El mundo baila la aparición de Earthling.

2000. Bowie retoma la senda del clasicismo con ...hours. ¿Es Dorian Gray? ¿Es Peter Pan? ¡No! Es...

1973
1976
1980
1984
1990
1996

2000