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             RICKY 
              ESPINOSA, PUNKROCKER, ROLINGA Y METALERO. TAMBIEN ANGEL Y DEMONIO 
               
                
                    Intenté 
              suicidarme seis veces. 
                                Ni 
              para eso sirvo...  
            Nada 
              que tenga que ver con la definición clásica del músico 
              de rock el conflictuado, el descontrolado, el difícil, 
              etc., etc. corresponde aquí al protagonista. En remise 
              por el sur del Gran Buenos Aires, en su casa de Gerli, en donde 
              se pueda, Ricky dirá que no sabe lo que hará al día 
              siguiente, que no tiene amigos, tampoco proyecto alguno y que, tal 
              vez, sí sea una estrella. Aunque... no es culpa mía, 
              aclara. 
             
              TEXTOS. 
              SANTIAGO RIAL UNGARO 
              FOTOS. TAMARA PINCO 
            No 
              es fácil encontrar y entrevistar a Ricky Flema 
              Espinosa. Sin embargo, mucho puede decirse sobre él: estrella 
              del punk rock local, poeta maldito, performer suicida (capaz de 
              atreverse a tocar Honky Town Woman de los Rolling Stones 
              soportando impasible los botellazos del público punk) y cultor 
              del glitter rock más rastrero e impactante, Ricky Espinosa 
              es, a su pesar, un mito. Y, como tal, tiene una parte oscura e incomprensible. 
              El mito gira alrededor del reviente y de su radical nihilismo. Realmente 
              da la impresión de que a Ricky no le interesa nada. Pero 
              entre el vendaval que generan Flema, Flemita y sus proyectos solistas, 
              lo que hace que Espinosa se distinga entre tantos clichés 
              (sexo, drogas, punkrock & roll y no future son los 
              pilares de su obra) es su interés por documentar, con una 
              honestidad verdaderamente brutal, su propia vida. Una vida auténticamente 
              decadente: una vida espinosa, juego de palabras que le dio título 
              a su único disco solista. Y si su actitud es autodestructiva, 
              sucede en forma consciente. 
              El público de Flema, el que corea la letra de Si yo 
              soy así (Si yo soy así no es por culpa 
              de la droga/ Si yo soy así no es por culpa del alcohol) 
              debería saberlo mejor que nadie. Sonriendo me hundo 
              un poco más, canta Ricky en uno de sus últimos 
              discos. El reviente es entonces una excusa para ocultar un vacío 
              aún más monstruoso. Y de tanto atacarse a sí 
              mismo, el personaje hace imposible cualquier juicio. ¿Qué 
              crítica se le puede hacer al grupo si el mismo Ricky supo 
              aparecer, en la portada de Si el placer es un pecado, bienvenidos 
              al infierno, con una remera que dice Flema es una mierda? 
              Si Flema hubiera tenido un manager dispuesto a canalizar y amplificar 
              las peripecias de Ricky, ya lo habrían convertido en un negocio, 
              y no sólo por su carisma personal. La leyenda se sostiene 
              con canciones: Surfeando en el Riachuelo, No quiero 
              ir a la guerra, Extremista, Más feliz 
              que la mierda, Nunca seré policía, 
              Metamorfosis adolescente, Una droga más 
              o No pasa nada dan cuenta de su raro talento para componer 
              himnos punks.  
              Claro que, desde un punto de vista convencional (desde casi cualquier 
              punto de vista), el suyo es un talento desperdiciado o, por lo menos, 
              desquiciado. Para empezar, a los 18 años se le rompieron 
              un par de tendones en un incidente del que no quiere dar detalles. 
              Por ese entonces, en Avellaneda, Ricky Espinosa era famoso por sus 
              payasadas y por su habilidad como guitarrista. Ahora, con 34 años 
              (casi 15 con Flema) es a la vez rolinga, punkrocker y metalero. 
              Con ese prontuario, sus ambiciones se limitan a sobrevivir: cada 
              show es una catarsis de saliva, electricidad y pogo y cada disco 
              es un documental del sucio realismo que lo rodea. Ni más 
              ni menos. Y aunque el grupo tenga el dudoso honor de haber ganado 
              durante varios años seguidos las encuestas como lo 
              peor del año, no hay ninguna intención de que 
              eso cambie.  
              Se entiende, entonces, el hecho de que no sea fácil hacerle 
              una nota a Ricky. Pero, nobleza obliga, el autor de Caretofobia 
              I y el reciente Caretofobia II, lo advierte de antemano: No 
              te puedo decir qué voy a hacer mañana. Es al pedo, 
              porque apenas sé lo que voy a hacer dentro de un rato. 
              Después de varios intentos y charlas telefónicas, 
              finalmente Ricky devuelve el llamado: dice que está en Lanús, 
              en el Complejo Musical La Viga, sala con estudio de grabación 
              y flemático centro de operaciones. Escuchemos unos 
              temas, propone... y se va. Hacele una nota al productor, 
              sugiere cuando vuelve junto a Pablo Podestá, el mártir 
              que grabó todos los discos del grupo. Desde su visión, 
              el líder de Flema y Flemita es un profesional. 
              Sabe lo que quiere hacer y lo que no quiere hacer. Lo mejor 
              de todo es la polenta que tiene para llevar adelante su proyecto. 
              Pero a veces es difícil grabar a Flema, porque tal vez no 
              saben lo que quieren hacer: los demás integrantes también 
              son como él. Desde la consola, la letra de Viejo 
              y Cansado es bastante elocuente: No sirvo para vivir. 
              No sirvo para morir. No sirvo para ser hombre. No sirvo para ser 
              mujer. No sirvo para una mierda. Minutos después, cuando 
              se le pide una copia del disco, Ricky dirá lacónicamente 
              que no tiene doble casetera. Luego, al comentarle la opinión 
              de Podestá, la reacción será despectiva: No, 
              yo no tengo ningún proyecto: Flema es una realidad día 
              a día. Estaba en mi casa y quería hacer un disco. 
              Me tomé el bondi y vine a grabar. Eso fue todo. La 
              actitud de indiferencia de Espinosa se corresponde con su total 
              desinterés por la prensa: charla por teléfono, busca 
              una birra, invita a hablar a todos los que andan por ahí 
              (todos pueden participar, añade socarronamente) 
              y, por último, ante el reclamo de atención por parte 
              del cronista, Ricky, con cara de niño tentado, dirá: 
              Yo te dije que vengas, pero no te dije que íbamos a 
              hacer la entrevista. Más tarde, en el grabador se escuchará 
              una banda ensayando, chistes irreproducibles, carcajadas estruendosas, 
              anécdotas (la primera nota que mi hicieron fue en la 
              casa de Gamexane; me había tomado 5 birras y terminé 
              meando por la ventana), voces de gente que entra y que sale 
              y alguna que otra declaración de principios estéticos 
              del estilo no me gusta ensayar porque termina sonando muy 
              robotizado. Las mejores tomas siempre son las primeras. ¿Y 
              la nota? Esto es la nota, dice Ricky, manager de Flema. 
               
              
             BARDEAR 
              O ZARPAR EN EL LADO SALVAJE 
                La escena transcurre en algún 
              lugar del conurbano. Ricky va a visitar a un amigo, y la ¿entrevista? 
              continúa en un remise. Ahora Ricky explica cuál es 
              la diferencia entre los verbos bardear y zarpar, incluidos ambos 
              en la letra de Hoy yo puedo volar, uno de los mejores 
              temas de Caretofobia II: Bardear es algo que hacés 
              para vos. Cuando te zarpás estás bardeando a los demás. 
              Con la complicada intención de bardear pero no 
              zarparse, Ricky pide discreción al cronista: 
              estamos en uno de esos barrios en los que la policía no entra 
              y conoce los códigos. Nadie va a poder acusarlo nunca de 
              buchón. Pero también hay otra razón: Ricky 
              está de novio desde hace años, aunque tampoco quiere 
              hablar sobre su musa. Ella no quiere que nadie la conozca: 
              además, es puro cholulismo. Pero aunque el lado sentimental 
              de Ricky quede de manifiesto en algunas canciones de amor de marcado 
              sentimentalismo ramonero, el fuerte de Ricky es su conocimiento 
              del lado salvaje de la realidad. Yo escribo sobre el reviente 
              porque es lo que mejor conozco, dice este lector empedernido 
              de Bukowski que supo leerse entera la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento. 
              Empecé por el Apocalipsis, como buen metalero, y después 
              me la leí entera.  
              Ricky Espinosa tiene su propios valores. Inmerso en sus conflictos, 
              el autor de Caretofobia sólo puede vanagloriarse de su sinceridad 
              que, aunque a menudo desemboque en lo patético, también 
              le da a Flema una adrenalina que muchas bandas de rock envidiarían. 
              De gira con Ricky, su confesión inicial sobre la amistad 
              (yo no tengo amigos porque ni siquiera soy amigo de mí 
              mismo) resulta, por lo menos, dudosa. La gente lo quiere y 
              vive a los cachetazos (no me molesta jugar de manos, 
              dirá al pasar luego de haber intercambiado un par de sopapos 
              con un amigo) y a los abrazos, haciendo reír a muchos... 
              y llorar a otros. Y aunque también debe haber algunos que 
              lo odien, Ricky se hace querer. Y se ríe a carcajadas, varias 
              por minuto. Por lo menos, los integrantes de Flema son amigos.  
              En un monoblock de Gerli está ahora junto a Fernando Rossi, 
              integrante de Flema y autor de Siempre estoy dado vuelta, 
              otro hit paradigmático de la banda. En la videocasetera se 
              ven imágenes del último cumpleaños del grupo 
              (los caóticos festejos por los 14 años de Flema en 
              Cemento fueron una verdadera bacanal punk) y, periodísticamente, 
              la situación se repite: Ricky quiere que Fernando también 
              opine sobre Flema. Con el video de fondo, el bajista opina: Yo 
              creo que ya llegamos a un nivel en el que mucho no vamos a poder 
              mejorar. Podemos mantener el nivel o bajarlo. No voy a tocar de 
              un día para el otro como Billy Sheenan. Podemos mejorar un 
              poco como banda. Sinceramente, creo que Flema no se caracteriza 
              mucho por el laburo de la banda. Nosotros tocamos juntos porque 
              nos llevamos bien. Y no nos importa nada.  
              El prestigio de Flema como banda legendaria se lo debe, en parte, 
              a la permanencia del grupo (de hecho su segundo disco, Nunca nos 
              fuimos, es de 1995). Como también pasa con otros grupos locales, 
              a esta altura lo importante de Flema es simplemente que exista, 
              que siga vivo a pesar de todas las adversidades. E incluso a pesar 
              de sí mismos: Hace 15 años que tocamos. Si no 
              tuviera 5 discos editados, sería un tarado, resume 
              Ricky. En realidad, en Flema, ideas tenemos todos. Lo que 
              yo tengo es ímpetu para llevarlas adelante. Tal vez cuando 
              esté fisurado haga un disco de grandes éxitos. Pero 
              cuando lo haga lo voy a hacer de alma. O quizás no. 
              Al margen de los chistes y las evasivas, de golpe se le escapa una 
              declaración de principios trunca: No tengo un proyecto, 
              por eso no puedo fracasar. Si no te prometo nada, no te puedo defraudar. 
              Yo no tengo ningún compromiso, ni siquiera conmigo mismo. 
               
              Sin productor y sin manager, Flema convive con su propia leyenda 
              que, a veces, le termina jugando en contra: La otra vez me 
              preguntaron si me costaba mucho actuar de Ricky. ¡Cómo 
              me va a costar si yo soy así desde que me levanto! No me 
              siento esclavo de mi personaje porque yo no me considero un personaje. 
              Siempre fui así: cuando laburaba en la fábrica de 
              lápices laburaba cantando. Mientras todos estaban a las puteadas 
              yo cantaba el himno, cualquier cosa. Y era el más famoso 
              de toda la fábrica. Sí siento que a veces me discriminan: 
              hace poco tuve una reunión con una productora que quería 
              editar los próximos cuatro discos de Flema. Y bueno, yo estaba 
              dispuesto a cumplir con mi palabra (de última tocar es lo 
              que más me gusta hacer en el mundo), pero les aclaré 
              que si ellos no me pagaban lo que me estaban diciendo, les iba a 
              romper toda la oficina. Y al final no se hizo nada. Se ve que sabían 
              que no iban a cumplir su palabra... Y que yo sí iba a cumplir 
              la mía, dice y estalla en carcajadas.  
             
                 
            RICKY 
              HORROR SHOW 
                Finalmente llegamos a la casa 
              de Ricky, en Gerli. En la parecita de la casa de sus padres en donde 
              sigue viviendo aún hoy, las pintadas confirman su condición: 
              Mientras Ricky siga flemando el punk seguirá sonando 
              o un simple Ricky: gracias por existir dan cuenta del 
              cariño de la gente. También hay algunos insultos, 
              que Espinosa señala con orgullo: Mirá lo que 
              me escribió éste: Ricky puto, aguante Fun People. 
              ¡Qué hijo de puta!. Ya en su cuarto, las paredes 
              muestran sus metamorfosis. Empezó a pintarse en 1987, y ya 
              a principios de los 90 su imagen se anticipaba al look monstruoso 
              de Marilyn Manson. Desde entonces, las polleras y el maquillaje 
              han sido una de las marcas del glamoroso y horroroso cantante de 
              Flema. Siempre fui ambiguo. El primer día que salí 
              en pollera al escenario fue la primera vez que me tiraron un corpiño. 
              La gente también es ambigua. Ya lo dijo Freud: detrás 
              de todo machazo hay un terrible puto. O por lo menos yo lo entendí 
              así.  
              Aunque sea Volando bajo (título de una de las 
              canciones incluidas en Invasión 99), Ricky ha sabido ingeniárselas 
              para despegarse del asfalto, para subir... y volar. Claro que, se 
              sabe, bajar es lo peor. De subidas vertiginosas hacia los paraísos 
              artificiales y bajadas en caída libre hacia el infierno de 
              la decadencia, están hechas esas canciones con las que su 
              público se siente tan identificado y el resto horrorizado. 
              Una vez más, lo mejor es que, en ausencia de la música, 
              las letras hablen por sí solas. Por ejemplo, en Hoy 
              yo puedo volar: Otra vez me zarpé, y esto ya 
              no es novedad. Me enrosqué y bardeé. Y esto es zarpar, 
              no bardear. Pero hoy yo puedo volar. Esto que te estoy diciendo. 
              No es un argumento para destacar. Y aunque no me arrepiento. No 
              soy un ejemplo para imitar. Cada tanto, Ricky Flema se anima 
              a dejar de lado su faceta más bufonesca para hablar con claridad 
              y sencillez a su público: él no es un ejemplo ni pide 
              ser tomado como tal. Además, a la gente le parece más 
              fácil imitar lo malo en vez de imitar lo bueno. Es deprimente 
              que me vengan a decir que empezaron a curtir después de haber 
              escuchado Más feliz que la mierda. Sí, 
              yo pasé eso, pero no quiero que la gente lo haga. Al contrario, 
              tal vez mi mensaje sería que no hagan lo mismo que hice yo, 
              murmura al borde del arrepentimiento.  
              En la solapa de su campera de cuero, este punk rocker stone y metalero 
              tiene un prendedor de El Otro Yo, grupo cuyo líder es casi 
              la antítesis del nihilismo de Flema. ¿Los opuestos 
              se atraen? Con Cristian nos queremos como personas, además 
              de que me gusta la música del grupo. Yo lo veo sincero, aunque 
              no esté de acuerdo con su opinión sobre las drogas 
              o lo que dijo de la cumbia. Y él debe ver lo mismo en mí. 
              Lo que sí, no creo que El Otro Yo sea un grupo optimista, 
              o que haya tantas diferencias. ¿No me importa morir 
              es optimista? O Alegría, con eso de que los 
              niños cantan en el funeral. ¿Qué tiene 
              de alegre eso?.  
              Pesado entre la pesada del Rock & Roll, Ricky también 
              siente respeto por otro predicador, más polémico aún: 
              Ricardo Iorio. Lo conocí y es igual a lo que canta: 
              Venga mi amigo Espinosa, vamos a comer un asado. Me 
              pareció un buen tipo. Lo mismo deberán ver las 
              miles de personas que compraron los discos de Flema y Flemita. Y 
              aunque el nihilismo de Ricky puede llegar a resultar recalcitrante, 
              es una realidad y un síntoma. Son muchos, cada vez más, 
              los que se sienten condenados de antemano por el círculo 
              vicioso de la ignorancia, la pobreza, el desempleo y que encuentran 
              en la épica de la autodestrucción una forma de, por 
              momentos, escapar un instante de la cruda realidad. Y aunque Ricky 
              sea una persona bastante productiva (además de sus proyectos 
              paralelos tiene escrito un guión semiautobiográfico, 
              titulado El Alta No hay futuro, numerosos escritos que 
              piensa compilar en un libro de dichos y poemas que piensa titular 
              Si fuese alto y rubio y sería skinhead, y un fanzine que 
              salió dos veces en 5 años), la palabra nihilismo aparece 
              una y otra vez, a veces como una condena y otras como excusa. Lamentablemente, 
              yo ya no tengo esperanza. Sigo por inercia. Estaría rebueno 
              tener esperanza. Lo que nunca perdí es la inocencia. Yo me 
              puedo ver reflejado en Boom Boom Kid o en María Fernanda 
              de El Otro Yo. Pero lo único que tengo es esperanza de que 
              me sigan cagando.  
              Inútil preguntarle por qué sigue vivo: La letra 
              de Viejo y cansado habla de eso: ya intenté suicidarme 
              6 veces. No sirvo ni para eso. De alguna manera u otra, yerba 
              mala nunca muere: Y sí, tal vez tenga un uno por ciento 
              de esperanza. Tal vez sea un llamado de atención. De última 
              estoy vivo y hago cagar de risa a todo el mundo desde hace años. 
              Ese negro sentido del humor y el rock angustiado y vital de Flema 
              lo han convertido, entonces, en un mito: aunque cueste creerlo, 
              la gente que lo escupe (que lo viene escupiendo desde hace décadas) 
              y que consume sus shows, sus discos, sus remeras y sus entrevistas 
              lo fueron convirtiendo en una estrella auténtica. Previsiblemente, 
              en ningún momento de la charla Ricky se hará cargo 
              de su condición. Inclusive, uno de sus amigos le dará 
              la razón, aclarando que en el barrio, estrella se le 
              dice al músico creído. Ricky canta lo que siente. 
              Para él es normal, pero para los demás es extraordinario. 
               
              ¿Será su radical caretofobia lo que lo hace extraordinario? 
              ¿Puede ser tan mal ejemplo una persona sincera? Lo cierto 
              es que mucho se puede decir de Ricky Espinosa. Y aunque sea difícil 
              hacerle una entrevista, es una persona accesible que, entre zarpes 
              y bardos, acumuló unas cuantas experiencias extraordinarias: 
              Una vez hablé con una estrella, recuerda y se 
              pone serio, casi solemne. Era relindo. Ningún idioma 
              ni nada. Tal vez para alguien eso sea algo superficial, pero para 
              mí eso fue una de las cosas más importantes que me 
              pasó en mi vida. Y entre toda la podredumbre, queda 
              un espacio para la ternura. Y, a veces, para la lucidez. Como buena 
              estrella de punkrock del tercer mundo, Ricky, atento a su seguridad, 
              va de acá para allá con su remisero particular. Y 
              desde allí, ante la insistencia sobre su estrellato, reflexiona 
              y casi termina aceptándolo: Si yo soy una estrella, 
              no es por culpa mía. A lo sumo me eligieron. Por eso el país 
              anda como anda. Y, por una vez, no se ríe.  
              
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