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Jueves 6 de Diciembre de 2001

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EL LARGO Y SINUOSO CAMINO DE GEORGE HARRISON, EL BEATLE ESENCIAL

Oda al genio invisible

Pertenecer a la banda de rock más grande de la historia, ser más famoso que Cristo, prefigurar a comienzos de los ‘70 la música del 2000. Bla, bla, bla... A varias galaxias de la histeria y los caprichos de la estrella pop, el guitarrista de la mirada insondable era la tormenta perfecta detrás de la todopoderosa dupla Lennon-McCartney. El psicodélico, el hinduista, el clarividente, el hombre que sabía que la verdad estaba lejos de la Tierra y que sus mejores canciones probablemente no serían escritas jamás.

POR EUGENIA GUEVARA

Antes de morir, Dios dijo “ámense los unos a los otros”. Tenía 58 años. Estaba enfermo y cansado. Los fieles fanáticos del rock habían olvidado venerarlo en vida, pero para George Harrison era natural pasar inadvertido. Tras su muerte, su guitarra lloró en primera plana por última vez. Fue recordado como el místico padre del sonido beatle y de “Something”, “una de las más bellas canciones de amor”, según Frank Sinatra. Toda una paradoja la de morir y convertirse otra vez en beatle, sobre todo considerando que su vida se trató de ir siempre más allá. Esta es la historia de un emboscado. De un tipo silencioso, que sembró los gérmenes de los estilos musicales que explotarían treinta años después. Un hermoso raro, que con veinte años y portando flequillo quiso saber si podía componer una canción.
En 1963 formaba parte de la banda de rock más importante de la historia, pero ni él ni sus compañeros lo sabían aún. Los líderes, John Lennon y Paul McCartney, habían decidido que ellos eran las canciones de Los Beatles. Sin embargo, eran generosos y dejaban que los demás cantaran algunas de las tantas que componían sin cesar. George sintió el llamado y llegó un día al estudio con su propia canción, “Don’t Bother me”. La dupla oficial y Martin, el otro George, se miraron, se encogieron de hombros y convinieron que nada terrible podía pasar si le daban el gusto al menor de la familia. Claro que la canción no era buena. “Puede que ni siquiera sea una canción”, dijo después. Paciente y obsesivo, decidió que las primeras veces nunca fueron buenas, pero podían ser mejores. Dos años después, las influencias de McCartney se notaron en “I Need you”, su aporte para Help! Algo sonaba distinto: una guitarra monótona creaba un clima extraño y moderno. Quizás incomprensible o caprichoso para 1965, año en que George se enamora de los sonidos de la India, de esa música que “no modula, sólo permanece”. Entonces comienza la verdadera silenciosa revolución.
En 1966 no había misterios. Estaba aquello de “más famosos que Jesucristo” y los alaridos de la juventud del mundo. En ese marco de histeria, George se escondió detrás de un gran bigote para que no lo “molesten” y partió a la India en busca de Ravi Shankar, el maestro que le enseñaría cómo dominar el sitar. Esa era la excusa, al menos. Lo cierto es que tenía 23 años, estaba buscando las respuestas y el LSD todavía no se las había dado. Ravis, Maharishis, krishnas, yoguis y sitars parecieron calmar sus inquietudes. “Fue la primera vez que tuve la sensación de liberarme de ser un beatle o un número”, dijo entonces. Y eso fue evidente con “Love you to” y después con “Whitin you whitout you”, un resumen de una larga composición de su maestro que maravilló a Lennon y convirtió a Ringo en su fan incondicional. En la misma sintonía, siempre experimentales, con más instrumentos y ruidos, muchos ruidos, llegaron otras canciones climáticas, hinduistas, deformes y alucinantes. Los oídos del ‘60 deben haberse extrañado y las cabezas estallado ante las variaciones de “Blue Jay Way”, los ruidos estrafalarios de “Only a Northern Song”, la fuerza extraterrestre de “It’s All Too Much” y la locura de ese viaje relajado al que invita “The Inner Light”. Ahí está el principio de todo. El trip hop, el ambient y otras variantes de la música electrónica están ahí. Son engendros que las décadas verán crecer, ramificarse y convertirse en todo el abanico de posibilidades: desde los climas de Morcheeba, Tricky, DJ Shadow, Air o Massive Attack (sobre todo en Protection) hasta los experimentos de Beck (caso “Derelict”), el sonido hinduista del Suede de Head Music y la psicodelia ambiental de Stereolab.

Experimentos y guitarras
George sabía que esas canciones eran experimentos y no perdía de vista que los Beatles eran Lennon-McCartney. Por eso, nada más natural en George que hacer un chiste y responsabilizarlos por todo aquello: “Si estás escuchando esta canción, podés pensar que los acordes están errados, pero no, él los escribió así. Cuando escuches tarde en la noche, podés pensar que la banda no toca bien, pero ahí están, ellos tocan así. No importa qué acordes toque, las palabras que diga o qué hora del día es, ésta es sólo una canción norteña”, canta en “Only a Northern Song”, haciendo referencia al copyright con el que Paul y John habían soñado.
En este tiempo, el ojo astuto de George Dunning capta la esencia de George en la película Yellow Submarine. Para introducirlo en la historia, una de las puertitas de la psicodélica casa se abre para mostrar una vaca en un altar. La cámara sube, los colores parpadean y arriba, sobre una gran montaña, con el pelo al viento y los brazos cruzados, mirando al cielo, está George. John, el viejo Fred y Ringo se quedan mirándolo, pero él ya bajó y los sorprende por detrás, tocando la bocina del auto de Ringo. Se dan vuelta y lo ven ir y venir. El auto cambia de color ante la mirada atónita de su dueño. “Todo está en la mente”, dice y el dibujo animado desnuda su pensamiento cartesiano que es evidente en “I me mine” -una canción sobre el ego y la realidad que no es tan real–, que aparecerá en Let it Be.
Luego, George decide volver al rock. Se graba el Album Blanco y nace la leyenda de “While my Guitar Gently Weeps”. De no haber sido por Eric Clapton, jamás habría sido grabada. Lennon y McCartney no le habían dado importancia. Tenían sus propias canciones y si había otro genio en el grupo, tenía que arreglárselas solo. Después llegan “Something” y “Here Comes the Sun” para Abbey Road, el asombro y las culpas. McCartney dijo que no habían querido dejarlo de lado. Ringo preguntó si no les tomaba el pelo con canciones tan buenas. George Martin se responsabilizó: “Creo que el problema de George era que nunca fue tratado por nadie como alguien que tenía la misma calidad a la hora de escribir canciones. En ese aspecto soy igual de culpable... El otro problema era que no tenía un colaborador, George era un solitario y me temo que los tres agravamos el problema. Ahora lo lamento”.
En realidad, ni McCartney ni Martin tenían que lamentarse. La guitarra de Harrison nunca lloró por ese tipo de cosas. Jamás le importó que Frank Sinatra o Michael Jackson no supieran que “Something” era suya. “Only a Northern Song”, habrá pensado. El prefería satisfacer su necesidad de componer antes que la fama y el reconocimiento. No le ayudó demasiado estar al lado de dos tipos talentosos y egocéntricos como sus amigos de Liverpool, pero tenía otra visión del asunto: “Desde el punto de vista general importaría muy poco que nunca hubiésemos grabado un disco o cantado. Eso no es lo que cuenta. A las puertas de la muerte, necesitarás algún tipo de guía espiritual y conocimientos que abarquen más allá de los límites del mundo físico. Desde esa perspectiva da igual que seas el rey de un país, el sultán de Brunei o uno de los fabulosos Beatles; lo que cuenta es lo que se lleva dentro. Para mí, algunas de las mejores canciones son las que todavía no he escrito y da lo mismo si nunca llego a escribirlas”. George no esperaba laureles. Quería que lo dejaran en paz. “John quería irse para dedicarse a su vanguardia o lo que fuese y yo sólo quería grabar más canciones”, dijo. Y así lo hizo.

Sintetizadores y enanos
Antes de que Los Beatles se separaran, había editado dos discos como solista. La banda de sonido para la película hippie Wonderwall (donde hizo una especie de antología de la música hindú con toques psicodélicos) y el extrañísimo Electronic Sound, que contiene dos temas o dos climas o dos experimentos con un par de sintetizadores que él mismo construyó y que es reconocido como el primer disco jungle de la historia. George sabía que podía ir, mirar y volver todas las veces que quisiera. Cuando la pesadilla terminó –McCartney retando a Harrison, Lennon ignorando a McCartney y Yoko Ono mirando a todos– y Los Beatles se despidieron, John y George salieron corriendo en direcciones opuestas con un mismo sueño: dejar el “ser beatle”. McCartney, en cambio, eligió quedarse allí durante un largo tiempo. Y Ringo... Ringo siempre había sido Ringo.
Seis meses después de la separación, George fue el primer beatle en dar el zarpazo: con una tapa en que se lo veía disfrazado de enano de jardín y rodeado de otros enanos de jardín, editó el primer triple de la historia. All Things Must Pass, considerado una obra maestra, fue número uno en ventas en Europa y Estados Unidos. El hit principal, “My Sweet Lord”, es un milagro. ¿No es raro que una canción religiosa, un himno de alabanza al Señor, se convierta en número uno en medio de la novela del rock? El álbum, por lo demás (reeditado treinta años después), puede contarse entre lo mejor de la música de las últimas décadas. Harrison tenía 28 años y lo había hecho todo. Le quedaban el placer de bañar las guitarras y el sentido del humor.
Sin duda era el mejor. Siguió demostrándolo en conciertos que fueron discos (The Concert of Bangladesh), en discos que fueron canciones preciosas (“So Sad”, “Simply Shady”, “Dear One”, “All Those Years Ago”, “Learning How to Love you”) y en canciones preciosas que dialogaron con el Señor. Luego de un largo silencio llegó Cloud Nine (1987), donde grabó una de sus más bellas canciones, “When we was Fab (Cuando éramos fabulosos)”. Lo cierto es que Harrison es todos Los Beatles. Podría haber sido todos y ninguno. Pasó Lennon, el mártir de una causa, y McCartney, el eterno beatle de las sanas costumbres. Ellos supieron entrever los ‘70 y los ‘80, pero aquello que a George le había sido revelado recién comenzaba a fluir. Un mes antes de morir, volvió a mostrar su sentido del humor riéndose de sí mismo como lo había hecho de su guitarra en la canción que firmó con Tom Petty, “Cheer Down”. Grabó una canción (“Horse to the Water”) en el disco del pianista Jools Holland. Los créditos son para RIP Ltd. 2001, las siglas de Rest in Peace (Que en paz descanse). Es que Dios podía, incluso, despedirse del mundo con una canción. Aunque sólo fuera una última northern song.

El artista difícil

Por Carca

George Harrison es más que muy bueno. Los Beatles eran cuatro personalidades –yo soy fan de cada uno de ellos–, pero Harrison en particular es un tipo increíble. Cuando todavía estaba en Los Beatles, se involucró con la música electrónica, lo que quiere decir que, si bien era miembro de un supergrupo y era una personalidad famosísima en todo el mundo, estaba a la vanguardia y tenía una fuerte actitud de investigación, no era un pelotudo. Su búsqueda iba a un nivel difícil, no demasiado fácil de entender. De hecho, hay fans de Los Beatles que no lo descubrieron del todo. Era un artista difícil, inimitable.

 

Pura innovación

Por Fernando Blanco y Mario Barassi (Súper Ratones)

Harrison manejó como ninguno de Los Beatles ciertos códigos de rock, por ejemplo las corrientes americanas, como se vio en sus colaboraciones con Bob Dylan. En Los Beatles aportó mucha investigación; él era el menor del grupo, y tardó más en madurar y desarrollarse como artista, pero lo suyo fue pura innovación. La atracción que sintió por lo oriental y por lo electrónico tuvo que ver seguramente con la búsqueda de sonidos que te elevan a otra percepción. A George lo atraían las novedades de la ciencia, desde la programación neurolingüística hasta la elevación de la meditación a través de los sonidos.

Por orden de onda

Por Ariel Minimal
(Pez y Los Fabulosos Cadillacs)

George creció a la sombra de Lennon y McCartney, pero creció derechito y sin atrofiarse; hizo su camino. Como lo prueban Wonderwall Music y All Things Must Pass, el tipo no se encasilló, probó muchas cosas, y fue el más abierto a las nuevas influencias. Quizás por ser el más joven, estaba ávido de corrientes e influencias, desde lo musical –aprendió a tocar el sitar y lo usó– a lo místico –su vida espiritual y su fe–. El otro día decía, con unos amigos, que Los Beatles se van muriendo por orden de onda. Así que... que se cuide Ringo, porque el careta de Paul va a quedar hasta el final.

 

Cuelgue y belleza melódica

Por Sebastián Rubin
(Grand Prix)

Al final de Los Beatles, George estaba en su apogeo creativo. Sus dos primeros discos solistas tienen una sensibilidad increíble, sonido cósmico, climas únicos, y son tan maravillosos e influyentes como cualquier disco de Los Beatles. Lo sensacional es cómo ellos se adelantaban. George venía del mainstream, era tan o más famoso que lo que hoy son los Backstreet Boys, y sin embargo su búsqueda era de enorme riqueza. Estaba sensible y alerta a cosas no populares, ya ni siquiera del under sino de otros lugares del planeta: las absorbió, las tamizó y les dio ese aire Harrison único. Porque los suyos no son temas hindúes, son temas con el cuelgue y la belleza melódica de Harrison.