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Eventos La canonización de Castoriadis

  El banquete

Desde su muerte en 1997, los homenajes a Cornelius Castoriadis no salían del estilo conmemorativo. Por eso, en diciembre del año pasado Fernando Urribarri, junto a otros dos discípulos de Castoriadis, organizó en Nueva York un coloquio consagrado a la obra del filósofo, economista y psicoanalista griego. El resultado: un evento que convocó una extraordinaria cantidad de intelectuales de primera línea como Agnes Heller, Edgard Morin, Ernesto Laclau, Giulio Massetone, Alain Badiou y Edward Said. Lo que, en otras palabras, significó la consagración en Estados Unidos y la postergada canonización en París de uno de los intelectuales que más buscó formas viables de pensamiento para la vida después de Marx, Freud y Lacan.

Por Fernando Urribarri

“Diez mesas redondas, cincuenta panelistas, tres días de debates, trescientos espectadores: organizado por Steven Bourke, Andreas Kalyvas y Fernando Urribarri, el Coloquio consagrado a comienzos de diciembre por la Maison Francaise de la Universidad de Columbia (Nueva York) a Cornelius Castoriadis, tres años después de su muerte el 26 de diciembre de 1997, fue sin duda el más bello homenaje que se le podía rendir a este filósofo. La principal obra de Castoriadis, La institución imaginaria de la sociedad fue publicada hace 25 años. Ocurre entonces que, una vez más, por la vía de su consagración en los Estados Unidos una gran obra francesa se ve por fin plenamente reconocida.”
Así comienza el artículo “Cornelius Castoriadis y el espíritu de la utopía” que el 22 de diciembre publicó en su página editorial el diario francés Le Monde con la destacada firma del filósofo Christian Delacampagne. La nota ilustra bien las reglas del mundo intelectual globalizado: las grandes producciones son creadas principalmente en Europa, luego se deben consagrar –léase legitimar– en las grandes universidades norteamericanas y en las editoriales anglosajonas y, por último, deben volver a canonizarse en el viejo continente. Hasta aquí lo más o menos conocido. Pero, ¿qué es lo que hizo de este Coloquio algo tan especial como para consagrar a Castoriadis en Nueva York y como para provocar luego su “canonización” en París –con anuncio oficial en Le Monde incluido?

UN DESCONOCIDO FAMOSO
Castoriadis nunca hizo un culto de la marginalidad, pero su rechazo de las ideas e ideologías de moda lo hizo preferir cierta zona de borde, más propicia para la resistencia y la creatividad. Por eso su ubicación en el panorama intelectual fue siempre excéntrica. Su crítica pionera a toda forma de conformismo y su original obra lo hicieron una figura tanto imprescindible para el pensamiento crítico como insoportable para el establishment cultural.
Aunque en vida Castoriadis fue reconocido como un gran pensador, tras su muerte el prestigio y el interés por su obra crecieron inmensamente. Esto produjo un cambio significativo en la recepción de su trabajo, que a lo largo de su vida había atravesado circunstancias bastante particulares.
En cierto modo, puede decirse que Castoriadis fue durante muchos años un autor desconocido de ideas famosas. Por ejemplo: la consigna “la imaginación al poder” del Mayo Francés es casi una cita textual de su artículo del último número del periódico Socialismo o barbarie (1967). Ocurre que el joven griego exiliado en París, que fundó en 1949 aquel mítico grupo antitotalitario, se vio obligado a escribir con seudónimo hasta 1970, cuando se derogó la reaccionaria ley de deportación. Eso hizo que sus ideas se volvieran reconocidas mucho antes que su autor. Muchos de los estudiantes que en el Mayo Francés se inspiraron en sus escritos (incluido Daniel Cohn Bendit, que gustaba reivindicar el “plagio involuntario” de los mismos) desconocían el verdadero nombre de aquel que aún en 1972 era elogiado por Gilles Deleuze como “Paul Cardan” (su principal seudónimo). También había excepciones, claro: es el caso de sus “camaradas” Claude Lefort, Jean-Francois Lyotard o Jean Laplanche. También de Guy Debord, quien descubrió tempranamente a Castoriadis y se inspiró directamente en su crítica del imaginario social capitalista para desarrollar la teoría de la “sociedad del espectáculo”.
Sin embargo, aun cuando su nombre griego se hizo famoso, la intelligentzia parisina no supo bien cómo manejarse frente a su cuestionadora presencia. Nadie expresó mejor esta incomodidad que el viejo Sartre, al declarar que “Castoriadis siempre ha tenido razón, pero en el momento equivocado”. Y pocas réplicas ilustran mejor la irreverentelucidez del helénico: “En cambio Sartre tuvo el honor de estar siempre equivocado en el momento justo”.
El recorrido de Castoriadis después de los 60 estuvo marcado principalmente por dos hechos. El primero es que se mantuvo fiel a sí mismo y a contracorriente de las modas, de las deserciones ideológicas y del giro conservador que consagró al posmodernismo. Lo segundo fue que el compromiso con el proyecto de autonomía (como redefinió al proyecto revolucionario) constituyó el marco para desarrollar una teoría original que hizo del imaginario radical (de la psique) y el imaginario social los conceptos clave de una obra centrada en la elucidación de la creación histórica, tanto a nivel social como individual. Una obra que reelabora los fundamentos de la filosofía, la historia, el psicoanálisis y la teoría política. “A la vez erudito y radical, Castoriadis es un Aristóteles caliente”, escribió Edgard Morin a fines de los 80, cuando el reconocimiento internacional y académico ya eran un hecho.
Desde comienzos de 1998, tras su muerte, una fuerte ola de interés por Castoriadis fue creciendo. Las principales revistas culturales del mundo le dedicaron dossiers y números especiales. La importante editorial francesa Editions du Seuil publicó dos libros (Sur La Politique de Platon y Figures du Pensable cuya traducción castellana prepara para el 2001 Fondo de Cultura Económica) y anunció la futura edición de 16 volúmenes de seminarios inéditos. Las traducciones en todos los idiomas se fueron multiplicando junto con las reseñas en los medios más importantes. Numerosos encuentros y coloquios se realizaron en diversas latitudes. Probablemente la movida llegó a su clímax en 1999 cuando la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París (suerte de “nave insignia” del mundo académico francés) organizó un gran Coloquio-Homenaje. Y luego Le Temps Modernes (la mítica revista fundada por Sartre, decana del mundo cultural francés) le dedicó un número especial.
Este era el contexto previo al evento neoyorquino: la ola había alcanzado su cresta, estaba lista para romper. Y fue literalmente en este contexto que a Andreas Kalyvas y a mí se nos ocurrió organizarlo.

CONVOCO MULTITUDES
Cuando empezamos a imaginar el Coloquio, la idea rectora fue la de crear un encuentro que estuviera realmente a la altura de Castoriadis. Es decir, que saliera del estilo conmemorativo y del ámbito cerrado de “discípulos y amigos” que venían caracterizando las actividades similares hasta entonces. Además, con Kalyvas lamentábamos el poco espacio que nuestro amigo y maestro había brindado en su obra al debate con los otros autores contemporáneos. Decidimos entonces intentar crear ese espacio, situando su obra en el centro y convocando a los pensadores más interesantes para discutirla.
La respuesta fue formidable. Rápidamente el programa quedó repleto de figuras como Agnes Heller, Edgard Morin, Paul Ricoeur, Jean Piere Dupuy, Ernesto Laclau o Francisco Varela. En cierto modo, el Coloquio era ya un éxito antes de empezar. Desde el punto de vista estrictamente académico superaba todos los reconocimientos institucionales previos recibidos por Castoriadis al concentrar una extraordinaria cantidad de “representantes” de las más principales universidades del mundo: desde Harvard hasta la Sorbonne, desde Oxford hasta Stanford, desde Bolonia hasta Columbia. Pero lo que hizo del encuentro un verdadero acontecimiento es que sorpresivamente desbordó lo programado.
Los renombrados participantes no sólo cumplieron con la formalidad de sus ponencias sino que participaron activamente a lo largo de los tres días, interactuando abiertamente entre sí y con el público. Se constituyó una inusual pero bienvenida dinámica de reflexión y de debate. La noticia se esparció rápidamente por el campus de Columbia, convocando sobre lamarcha a otras personalidades. Giulio Massetone (traductor e introductor de Rawls en Italia, donde es uno de los académicos de mayor poder) llegó el primer día a última hora y desde entonces no quiso perderse un solo panel. Edward Said se acercó el segundo día, y participó permanentemente desde el auditorio. También el francés Alain Badiou, de visita en la Universidad, se sumó a la partida, y terminó con tanto entusiasmo que nos propuso contribuir con un artículo para el libro que los organizadores estamos preparando para Stanford University Press.

MAS ALLA DE MARX
En el diseño del programa priorizamos tres áreas centrales del trabajo de Castoriadis: la política, el psicoanálisis y la filosofía. Las características trans-disciplinarias de su obra se vieron así reflejadas en los paneles, promoviendo en los debates los más diversos entrecruzamientos. Aunque en este espacio sería obviamente imposible resumir las decenas de ponencias (quienes tengan interés podrán leer una selección en el número de marzo de la revista Zona Erógena) algunos ejes principales de debates pueden reseñarse brevemente.
Un eje de debate estuvo referido a la lectura crítica de Marx propuesta por Castoriadis. En cierto modo –como lo señaló Agnes Heller– el debate reactualizó la provocadora idea de Castoriadis según la cual hay que elegir entre ser marxista o ser revolucionario. La filósofa húngara propuso que la posición de Castoriadis se puede sintetizar así: “Marx es un pensador imprescindible pero que debe ser superado, pues está preso de una visión racionalista, determinista y economicista de la historia y la sociedad. El marxismo, con su idea de ortodoxia y de un partido que la encarna, devino teórica y prácticamente reaccionario”. Algunos participantes como Laclau y Dick Howard señalaron la necesidad de no simplificar esta idea como un rechazo, enfatizando la importancia de la articulación del pensamiento de Marx con otras perspectivas. Este trabajo de apertura es –señalaron– uno de los principales aportes de Castoriadis.
Otro de los debates sobre teoría política puso en juego las críticas de Castoriadis a Rawls y a Habermas con respecto a la relación entre la democracia representativa y la democracia directa. Pero probablemente lo que más se acercó a un consenso fue el reconocimiento del valor de la noción de imaginario social. Paul Ricoeur sostuvo que “no hay ninguna realidad humana o social que no sea representada, que no esté constituida por medio de la representación. Esta dimensión imaginativa, creativa, de lo social, este imaginario social ha sido muy lúcidamente conceptualizado por Castoriadis”. Edgard Morin señaló el rol de esta perspectiva, por un lado para superar la noción de ideología y por otro para hacer pensable la creación a nivel sociohistórico. “Ambas vertientes de esta perspectiva -dijo– e conjugan además en una nueva articulación entre lo psíquico y lo social.” En este sentido no fue poca la sorpresa cuando Seyla Benhabib -la más conspicua habermasiana norteamericana– planteó su interés por esta articulación “pues da un lugar a la teoría psicoanalítica que hace tiempo Habermas abandonó y que sin embargo es hora de recuperar”.

LA VIDA DESPUES DE FREUD
La obra de Castoriadis viene jugando un rol significativo pero no siempre evidente en la renovación del pensamiento psicoanalítico contemporáneo. La perspicaz historiadora del psicoanálisis Elisabeth Roudinesco ha señalado este rol en dos niveles: por un lado, desde los años 70, a nivel de la crítica de las imposturas y de la teoría de Lacan, así como del dogmatismo lacaniano en tanto discurso reaccionario. Por otro, mediante el desarrollo de ideas originales sobre la psique y su articulación con lo social, entre las que la historiadora destaca en suDiccionario del Psicoanálisis su original conceptualización de la sublimación.
“No fue por azar –señala el artículo de Le Monde– si de Andre Green a Peter Dews, pasando por Ernesto Laclau y Fernando Urribarri muchos de los participantes insistieron sobre el interés que Castoriadis –freudiano ferviente pero crítico del lacanismo– prestó al psicoanálisis (habiéndolo practicado como psicoanalista en la segunda mitad de su vida). Entre otras cosas no se puede pensar correctamente la autonomía si no se toma en cuenta lo que Castoriadis bautizó la imaginación radical y definió como capacidad de crear no imágenes sino sentido, significaciones. La imaginación radical, de la cual el inconsciente freudiano es sólo una de las realizaciones, es la fuente de la potencia humana que se expresa y concreta en las creaciones individuales y sociales.”
La valoración específica del aporte de Castoriadis a la renovación del pensamiento freudiano fue otro de los rasgos distintivos del Coloquio. Un buen ejemplo lo constituye sin duda la posición de Andre Green -probablemente el pensador psicoanalítico vivo, junto con Jean Laplanche, más respetado y leído en el mundo. Este sostuvo lo siguiente: “Castoriadis es un pensador psicoanalítico cabal. Su reflexión sobre la psique es de una profundidad notable. Su noción de imaginación radical me parece fundamental”.
Al citar esta última frase me vienen a la mente algunas otras que condensan la intensidad de lo acontecido, por lo que quisiera compartirlas a modo de final abierto:
“Hay un acontecimiento-Castoriadis del que este formidable Coloquio es efecto. Castoriadis es parte del fundamento antitotalitario que el pensamiento radical reclama” (Alain Badiou). “Su figura es irremplazable, afortunadamente su obra es imperecedera” (Piere Vidal Nacquet). “En cierto modo Castoriadis es nuestro Luckacs: la vía actual de renovación filosófica del pensamiento revolucionario” (Agnes Heller). “No he conocido a nadie que encarnara como Castoriadis la aventura del pensamiento complejo: pensarlo todo en su diferencia radical a la vez que en su articulación imprescindible” (Edgard Morin).
A su modo, estas frases constituyen una de las mejores respuestas a la pregunta planteada al comienzo de estas líneas: qué es lo que hizo de este Coloquio algo tan especial como para consagrar a Castoriadis en Nueva York y provocar luego su “canonización” en París –con anuncio oficial en Le Monde incluido.

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