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La ciudad desnuda Cómo es El Bar en persona

Polémica en el bar

Rejas, gendarmes, perros, cacheo y avalanchas. Chicas que acercan cartas de amor. Fanáticos que advierten a sus favoritos de las traiciones que se tejen a sus espaldas. 4 X 4 a doscientos metros de una villa. Cholulos que quieren salir en televisión. Cansado de verlo por TV, Radar se apersonó en El Bar y descubrió que en realidad es un bardo.

Por Mariana Enríquez

“Por favor, poneme en la nota”, ruega Gastón, rubio, ojos azules, veintipico, ni demasiado atractivo ni rematadamente feo. Grita su apellido, pero no se le escucha bien en el ruido y el murmullo y la música de El Bar. Fue a un montón de castings, cuenta, y tiene la esperanza de que algún productor lo descubra y lo lance a la fama porque “éstos que están acá son tipos comunes. Y las chicas lo mismo: mirá a aquella rubia; es mucho más linda que cualquiera de las chicas de El Bar, ¿o no?”. Es cierto que la rubia es muy linda. El amigo de Gastón, Javier (que pide ser nombrado como “Javier el de traje”), va todos los días a el Bar, después del trabajo. ¿Para qué? Para nada, no sabe, para conocer a alguien, para que algún productor lo vea, para salir en la tele. Mientras tanto otro chico, de rulos, que se parece mucho a Maximiliano, uno de los “protagonistas” del programa, se trepa a la barra y le pide por favor a una chica de anteojos azules que se los preste, porque con esos anteojos, cree, va a llamar más la atención y “estamos en vivo, prestámelos ¡por favor!”. En la puerta, mientras tanto, llega una unidad de la Policía Bonaerense porque la cola acaba de descontrolarse y hay avalanchas: la gente entra a las corridas, como en un recital de rock, como en la cancha. Los efectivos de Gendarmería no pueden pararlos y los productores, furiosos, gritan “¡Puta, hagan la cola bien, ahora vamos a salir en los diarios!”. Hace una hora que El Bar está abierto al público, y la cola tiene más de una cuadra, y es cualquier cosa menos ordenada.
Desde que El Bar abrió el 24 de marzo, cada noche llega más gente y cada vez todo está más fuera de control. Uno de los rumores más persistentes es que desde mañana la producción comenzaría a cobrar entrada, por lo menos para evitar el aluvión. Lo extraño es que, según el rating, desde que salió al aire el 19 de marzo, El Bar está lejos de ser un fenómeno. Es el programa que más mide de América (con 5.7 puntos), pero está a una distancia más que considerable de los 22 puntos de Gran Hermano o los 17 de Expedición Robinson 2. Si se regalaran pasajes a la isla o se permitiera la entrada en la casa orwelliana, probablemente se anotarían millones.

ESCAPE DE ALCATRAZ
Cuando muestran El Bar por televisión parece que se tratara de un local normal. Pero no lo es: en primer lugar, la puerta no da a la vereda. Además, no hay vereda: la calle es de tierra y está llena de cantos rodados, para desdicha de las chicas con sandalias de taco alto que corren peligro de quebrarse un tobillo en cualquier momento. La entrada está franqueada por dos rejas enormes, que permanecen cerradas con circunspectos efectivos de Gendarmería del lado de adentro, custodiando. Dejan entrar en tandas de 20 o 30 (depende de las órdenes de la producción) y son los mismos gendarmes quienes revisan a la gente, con linternas, porque el lugar está apenas iluminado. Tras el cacheo, hay que recorrer unos cincuenta metros para llegar a El Bar, que queda en el medio de un predio donde se mezclan casillas de seguridad privada, perros de vigilancia, un camión de bomberos y camionetas de América TV. Afuera, en la calle de tierra, hay patrullas policiales que indican dónde se debe estacionar y evitan cualquier disturbio. El Bar queda en una esquina, la de la calle Centenera y el río. El barrio es San Isidro y conviene entrar por Libertador y doblar por Roque Sáenz Peña. A menos de trescientos metros hay una villa de emergencia (Miguelito, o La Cava 2, como se la conoce) y también se teme que quienes viven allí decidan robar a quienes hacen la cola por la madrugada. Adentro, mezclados entre la gente, hay casi 30 efectivos de seguridad privada que ni siquiera están camuflados: llevan carteles en el pecho que los identifican. El Bar es mucho más parecido a una cárcel de máxima seguridad que a un lugar donde tomar algo. En este contexto, los protagonistas se asemejan más a prisioneros sometidos a trabajos forzados que a neo-estrellas televisivas. A la gente, la seguridad le parece “natural” y no los incomoda. Porque, dice una chica de anteojos que ya le pidió el autógrafo a Julieta (la chica bajita platense que se puso “de novia” con Eduardo, el intelectual/bufón), “si no hubiera seguridad podría entrar cualquier loco que odia a los putos y pegarle un tiro a Celeste”. Celeste es la transexual del grupo y trabaja en la barra. En el foro de El Bar en Internet la insultan mucho pero también la defienden. Karin, por ejemplo, escribe: “¿Por qué no se callan un poco y aprenden algo de sexualidad? Además, a más de uno de ustedes se les debe haber pasado por la cabeza estar con un transexual. ¡Reprimidos!” Por otra parte, sigue la chica de anteojos, entre los fans de los protagonistas “ya hay bandos, y la interna es impresionante. Se puede armar un quilombo en cualquier momento”.
Es jueves por la noche, y los protagonistas del inminente cisma ni siquiera están en El Bar, para decepción de muchos, porque la producción los encerró en la casa para que se “amiguen”. Uno de ellos, Daniel, se rompió la mano pegándole al piso (para no pegarle a Eduardo: Daniel es un hombre impulsivo).
La interna es la siguiente. Cuatro de los hombres de El Bar, Eduardo (el intelectual que lleva remera del Chapulín Colorado), César (el gordo que quiere enamorar a Yael –se pronuncia “Iael”–, la chica bien), Juan Pablo (el galán y el primero en tener sexo delante de las cámaras, bajo una frazada, y con Mónica) y Maxi (el que lleva remera de Los Ramones y termina todas y cada una de sus frases con “boludo”) armaron un grupo, La Cumbre, y prometieron no votarse en contra entre ellos. De este grupo quedó afuera Federico (el calvo y más razonable, a quien no le importa la exclusión) y Daniel (el que trabajó en Ibiza, el que les habla a las cámaras diciéndole a la gente “¿Me van a extrañar?”, ojos azules, alto, voz ronca y un extraño parecido a Mario Pergolini). La Cumbre votó en contra de Daniel. Juan Pablo justificó su voto y su deseo de deshacerse de Daniel diciendo que lo elegía por “su falta de voluntad, su altanería, su falsedad y su falta de compañerismo. Como dicen Los Redondos, ropa sucia afuera”. Es la guerra. Daniel acusa a La Cumbre de arreglar votos. La Cumbre acusa a Daniel de hipócrita, porque él se puso de acuerdo con las mujeres para votar a Mónica, así que no es inocente.
Entre el público también hay dos bandos: el miércoles por la noche, cuando Eduardo quiso leer un poema desde la cabina de DJ, los fans de Daniel lo abuchearon. Y los fans de Eduardo cantaban: “Dany ya se va”. Y los de Daniel contestaban: “Dany no se va”.
Al otro día, Eduardo le dijo a Daniel: “Vos la votaste a Mónica porque no te la pudiste coger primero y las mujeres te acompañaron porque Mónica va de frente y fue la única que tuvo huevos para coger, y encima con Juampi: todas están calientes con Juampi. Sos un hipócrita y un forro, además de paranoico”. Daniel le dijo a Eduardo que si lo volvía a insultar iban a tener que llamar a un dentista, “si no quería pasarse un mes comiendo papilla por el culo”. Y después salió y se rompió la mano golpeando el piso, pero eso no se vio en el programa del jueves a las 21, por lo tanto los más escépticos dudan de la realidad del yeso y la fractura, y sospechan que es una línea argumental. De todos modos, por seguridad, Daniel y Eduardo estuvieron encerrados en la casa la noche del jueves.
El foro de El Bar en Internet suele ser lapidario. Juani2001 escribía: “Uno es un engreído y altanero de mierda, y el otro es un manejero (sic) asqueroso, yo considero que ambos tienen que volar pronto”. La otra preocupación general del foro de Internet es la sexualidad de los participantes. El jueves pasado, por ejemplo, sostenían que “es en serio que Fede es gay, salió varias veces con un pibe llamado Jaime Castillo que juega en Vélez”.

PRIVADOS DE LA LIBERTAD
“Tengo las pelotas llenas de estar todo el día juntando cartas de estas boludas”, se queja uno de los encargados de seguridad privada, que se pasa la tarde recibiendo misivas para los protagonistas. La gente acerca ositos, huevos de Pascua, pero sobre todo cartas de amor y odio. Que hacen llorar o enojar a los de El Bar. Una chica que le dejó una pila de sobres a uno de los oficiales de Gendarmería aseguraba que “están todos hablando mal de Daniel a sus espaldas, y yo se lo tengo que contar”. El público funciona como correveidile, y ya causó varias peleas. Muchas chicas están perdidamente enamoradas de Juampi o de Federico. A Julieta le mandaron una nota breve que decía “Comprate una vida y un cerebro” y ella lloró a mares. Hay rumores de que el cerco que rodea la casa y el bar está electrificado, cosa improbable porque es ilegal, pero el rumor es persistente, aunque nadie se anima a comprobarlo. Cuando los familiares vinieron a visitarlos, vieron a los chicos tras las rejas, y hubo más lágrimas. El encargado de seguridad dice: “Son todos chicos bien: los autos que tienen las familias no se pueden creer”.
Algunos hacen peregrinaciones para llegar hasta los chicos de la burbuja. El miércoles por la noche, por ejemplo, El Bar se abrió a las 12 de la noche (y no a las 20, como se anuncia en el sitio de Internet y otros medios; casi nunca abre a esa hora). Una chica vestida de negro había llegado desde Coghlan, y estaba preocupada porque “mi mamá no sabe dónde estoy, y esto es el fin del mundo”. Esperaba desde las 20, y los de Gendarmería le prometieron que, por llegar temprano, la iban a dejar entrar primero. De modo que esperaba a un costado de la cola. “Mi idea era entrar cinco minutos para ver cómo es: no sabía que era tan complicado”. Es complicado. El portón de rejas que se abre y se cierra para dejar pasar autos con vidrios polarizados, la 4X4 de Mario Pergolini y las camionetas de producción no tienen ningún abracadabra. La gente nombra a Andy Kusnetzoff, América TV, Cuatro Cabezas, Mario, De La Puente, lo que sea. Pero la barrera es infranqueable. Tampoco se puede entrar con menores de 18 años: algunas familias tuvieron que volverse a su casa con adolescentes de secundaria que querían “ver a los chicos”. El programa, sin embargo, es apto para todo público.

A QUE NO SABES DESDE DONDE TE ESTOY LLAMANDO
La mayoría de los chicos (porque casi todos son jóvenes) que entran a El Bar están muy bien vestidos, muy bien arreglados y tienen autos caros. Lo más extraño es que la mayoría tiene celulares. Y no sólo porque en El Bar no hay teléfonos, ni adentro ni en varias cuadras a la redonda. Una vez que entran, estos chicos llaman por teléfono todo el tiempo a sus amigos y familiares y les cuentan que Celeste trabaja bien, que Juampi no es tan lindo, que Mónica es re-buena barman, que la música no está tan buena ni tan fuerte, que no lo puedo creer, están Fabián “Zorrito” Von Quintiero (en calidad de dueño de bar estuvo asesorando a los protagonistas que todavía no tienen muy claro lo de la administración), Daniel Tognetti y Rolando Graña (constantemente filmados por camarógrafos, y por lo tanto rodeados de gente que los saluda), que Yael (se pronuncia “Iael”) está realmente re-fuerte.
El Bar no es barato. Un capuccino cuesta 3 pesos y un pancho (hot dog según la carta), también. Pero todo el mundo pide daikiris y Bayleis (sic). Eso si pueden pedirlos, porque llegar a la barra es una odisea que requiere aplastar a las multitudes que se acodan para ver a los chicos de cerca y los llaman por el nombre, como si los conocieran de toda la vida (y que se regocijan cuando, efectivamente, son reconocidos). Yael (se pronuncia “Iael”) y Julieta son meseras, pero además de servir firman constantemente autógrafos en las postales. Porque hay postales gratis de cada uno de los chicos (menos de Estrella, que ya se fue) y grupales. Los hombres, borrachos de champagne, comentan “el tremendo culo de Iael” y piden por favor que lo filmen, “porque es una obra de arte”. El jueves Federico estaba en la puerta, recibiendo a la gente, pero en realidad, más que hacer relaciones públicas, firmó autógrafos toda la noche. Afuera, mientras tanto, se producen dos avalanchas, y se le anuncia a la gente de la cola que El Bar ya cierra, porque no da abasto. No es tan pequeño, pero cada noche pretenden entrar miles de personas. Y por eso, quizá para amenizar la espera, ese mismo día se acercaron a la puerta dos malabaristas con antorchas y una pequeña batucada, ansiosos por ser tomados por alguna cámara, e hicieron su show entre la gente y los autos policiales, sobre la calle de tierra.
El miércoles a la noche hubo una alarma: aparentemente tres autos policiales, cerca, estaban persiguiendo a algunos ladrones, y se temía que el desborde llegara a El Bar. En la cola, los que alcanzaron a escuchar la emergencia por los handies policiales decían: “Si pasa algo, nos metemos todos adentro”.

 

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